Una actitud ejemplar: salvaguardando la identidad de la víctima y del supuesto agresor, la presunción de inocencia y los derechos de todos, se ha llevado a cabo una investigación completa, y se han puesto los resultados a disposición de la Justicia
(J. Bastante).- La diócesis de Ciudad Real acaba de verse salpicada por un nuevo escándalo de abusos sexuales. El obispo, Antonio Algora, que está a la espera de su jubilación por edad, tuvo conocimiento de un caso.
Ante esta tesitura, lamentablemente, la respuesta de las autoridades eclesiásticas casi siempre ha sido la misma: tratar de lavar los trapos sucios en casa, que no trascienda, que no «escandalice». Como si el mayor escándalo no fuera el de abusar de un menor. Sin embargo, en mitad del sufrimiento, la diócesis de Ciudad Real, de la mano de su pastor, ha hecho lo que tenía que hacer: iniciar una investigación y, con el conocimiento de Roma, informar a las autoridades civiles. Es la primera vez, en mucho tiempo, que es la Iglesia quien denuncia a un sacerdote. Y que la primera noticia que se tiene es la que da la diócesis, en un espléndido comunicado que pueden leer aquí.
Una actitud ejemplar: salvaguardando la identidad de la víctima y del supuesto agresor, la presunción de inocencia y los derechos de todos, se ha llevado a cabo una investigación completa, y se han puesto los resultados a disposición de la Justicia. Qué diferencia la actitud de Algora de la de otros prelados, que ni siendo apercibidos en multitud de ocasiones dan su brazo a torcer; que en lugar de estar con la víctima interpretan la denuncia de un abuso como una persecución personal; que entienden que los agresores son más Iglesia de Cristo que el menor vejado.
La pederastia es un cáncer que amenaza con hacer metástasis en el interior de la Iglesia católica. La única respuesta es la de extirpar el órgano afectado, salvaguardando a la vez al resto del cuerpo. Ocultar la enfermedad sólo contribuye a necrosarla. Actitudes como la de la diócesis de Ciudad Real, y como la de su obispo, contribuyen a mejorar la imagen de una institución que necesita, tal vez más que nunca en su historia, recuperar la credibilidad.
Me consta -hasta aquí puedo leer- que víctimas y familiares se sienten acogidos por la Iglesia de Ciudad Real, y por su pastor. Me consta que, en otras latitudes -ustedes saben muy bien de quién estoy hablando-, las víctimas y sus familias continúan siendo diariamente pisoteadas por una actitud chulesca, autoritaria y profundamente antievangélica, que permite -que, incluso, fomenta- que familias enteras dejen de acudir a la parroquia porque el cura que la dirige -y que la sigue regentando merced al criterio absolutamente personal del obispo responsable- no ha sido apartado, siquiera cautelarmente.
Gracias, monseñor Algora, por una actuación rápida, profunda y contundente. Esta es la Iglesia que necesitamos. No la que niega sus propios pecados, sino la que los enmienda y se levanta. Que otros se apliquen el cuento. No vayamos a resucitar a un muerto.
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