La fiebre del oro genera indignidad. Esta falta dignidad se ve en las condiciones laborales y en la destrucción brutal de la naturaleza. Es exagerado. Para echarse a llorar
(Jesús Bastante).- Hoy nos acompaña David Martínez de Aguirre, obispo del vicariato de Puerto Maldonado, en Perú. Un vicariato muy pegado a Bolivia, Brasil, Amazonía y los Andes. Con un obispo muy joven (46 años), pero ya bregado en la misión. Encarnado en su selva, adora a sus pueblos indígenas y se desvive por ellos. Porque los misioneros tienen que «embarrarse», como el Papa. Y es que «sólo se ama lo que se conoce».
Tiene que ser un lugar precioso.
Ciertamente, es un lugar paradisíaco. Con cerros que superan los 4.000. Y también toda la Pampa amazónica, que es un espectáculo. Lo más rico es el espectáculo humano de los pueblos que lo habitan: los quechuas, los pueblos indígenas amazónicos, machiguengas, asháninkas, cashinahuas, yaminahuas, nahuas, etc.
Los aimara no llegaron hasta allí.
Los aimaras están en la zona de Puno y han bajado también. Hay amimaras. La colonización, que se viene de la sierra a la selva. En Madre de Dios hay aimaras, que limitan con las faldas, la ceja de selva, se llama. Es la transición entre la sierra y la selva. Y por esa ceja se ha venido mucha población del Puno, población aimara, y mucha población cuzqueña, el pueblo quechua.
¿Qué hace un vitoriano en Perú?
Disfrutar.
Buena respuesta.
Es realizar el sueño de lo que uno ha considerado centrante en su vida. Y lo que quiero que me defina.
Porque eres obispo, pero tú te defines más como misionero. No son conceptos incompatibles, entiendo.
Así es. Lo digo abiertamente. Mi vocación no era ser obispo, ni lo es. Y no sé si puede ser una vocación. Es una llamada. Alguien, en un momento determinado, te solicita un ministerio. Pero, en la vida lo imaginé, ni lo quise. Lo que sí quería vivir, es una vocación de austeridad al lado de los pobres. Una vida en comunidad, en torno a la persona de Jesús. Y eso había que plasmarlo y concretarlo de alguna manera, que, en un momento determinado, se concretó con los dominicos. Vi que ese proyecto que yo sentía, que era de Dios, lo podía vivir con la familia dominicana. Quise hacerlo en las misiones, y ahí se concretó mucho más que ese era el sueño que yo quería vivir.
Quince años allá.
Sí.
¿Cómo cambia la vida de una persona que viene de la viejísima Europa, en un lugar que, aunque tenga los efectos de la colonización y la globalización, todavía se puede respirar un poquito mejor, y la presión de lo inmediato no es la misma que la de aquí?
Yo solía decir: «No te preocupes, lo que no puedas hacer hoy, ya lo harás el año que viene». Allá, el mañana es muy amplio, y el ayer, también.
Sí, me cambió la vida. He estado viviendo catorce años en estas comunidades machiguengas. Cuando llegué, no había teléfono. La gente no se manejaba con dinero, había trueque. Iba a visitar comunidades donde hacían el fuego con dos palitos… Y eso te obliga a intentar descubrir el mundo de otra manera.
Primero, te tiene que desubicar. Y después, debes colocar el mundo de otra manera. Dejar muchas cosas en la mochila.
Sí, es cambiar un poco de perspectiva. Tú estás mirando el mundo desde una ventana, y de repente, te ves en otra ventana mirando la otra parte que no veías. Al final, estás mirando a la misma sociedad, pero la ves desde otro punto de vista. Los dos puntos de vista son enriquecedores. Y lo que has vivido desde niño, no lo valoras tanto como lo que has tenido que hacer un esfuerzo por valorar.
¿Es distinto el Cristo y el Evangelio que se predica en el mundo del que venimos, que el de allá?
En mi caso, la experiencia fundante se mantiene igual. Pero sí es cierto, que te obliga a quedarte con lo fundamental. Y empiezas a quedarte con lo profundo. A quitar un montón de capas con las que muchas veces adornamos lo esencial del mensaje evangélico.
¿Qué es lo fundamental para ti?
El proyecto de Jesús, del reino de Dios. Es un Dios que se encarna en nuestra vida y nos dice: «Estáis a llamados a realizaros como personas. Yo tengo un sueño para vosotros como humanidad y, en lo que sois, podéis ser felices. Estáis llamados a vivir en armonía entre vosotros y con la naturaleza. Y llamados a ser algo grande, a ser mucho más de lo que os pensáis que sois».
Y, un poquito, le quito todo el ropaje de lo institucional. Los pueblos indígenas tienen sus instituciones, pero como viviendo en las misiones, lo institucional no pesa tanto, te quedas más con el espíritu y desparece un poco toda esa carga.
Te lo digo, porque mientras estás hablando, y sin establecer paralelismos, me preguntaba qué debieron pensar los cardenales europeos cuando un obispo, venido del otro rincón del mundo, trajo otra perspectiva diferente. También es verdad, que Buenos Aires no es la selva peruana. Pero, esa percepción del Evangelio demasiado europea a la que estamos acostumbrados a vivir aquí, y que se viene dando durante siglos, es muy distinta a la que trae Francisco.
Me da la sensación de que, ese cristianismo europeo, que dices, y ese cristianismo americano, que es el que procedería del papa Francisco, son el cristianismo en ambos casos, pero con una perspectiva distinta. Y claro, el papa Francisco, que ha estado embarrado, llega con los pies sucios de barro y le resulta muy fácil ubicarse en la perspectiva del otro, porque procede de ahí. Y es que lo que no se conoce, no se ama. Y el que no se ha embarrado, es muy difícil que logre conocer al Cristo que se embarró en ese mundo.
Entiendo que a nuestra Iglesia, o a la de acá al menos, le falta un poco de barro en los pies.
Claro. Cuando me planteo mi vocación de estar con los pueblos indígenas, me doy cuenta de que la Iglesia los necesita. Y se lo digo: «Necesitamos que nos contéis quién es Cristo. Quién es Jesús» Porque Dios se ha hecho hombre, y su revelación es para todos los hombres, de todos los tiempos y de todas las culturas. Leer el acontecimiento de Jesús y contarlo, siempre va a ser incompleto desde una única perspectiva. La humanidad y la Iglesia, necesitan ver y descubrir el acontecimiento. Y esto no es solo cuestión de una minoría. Los hombres que descubrieron en el primer siglo la perspectiva de Jesús, ya no somo los mismos. Ha cambiado nuestra perspectiva, aunque sea el mismo Jesús.
Eso pasa hoy a nivel cultural, también. No pueden tener la misma imagen un africano, un indígena del Perú, o un madrileño.
Hay muchas críticas que vienen desde ahí. De la inculturalización. Los más ortodoxos piensan que ponemos a Cristo en el lugar que nos conviene. Cuando el proceso que tú explicas es muy distinto. Jesús es el mismo y válido para todos, pero cada uno tiene que encontrar su imagen.
Y tenemos que anunciar y explicar lo que estamos viendo, para entre todos, descubrir ese verdadero rostro de la misericordia de Jesús.
¿Cómo es la pastoral en Puerto Maldonado? ¿Cómo son las celebraciones?
Es algo distinto de aquí. Aquí somos más fríos sobrios. Allí les gusta mucho el folclore y la fiesta. El tiempo es diferente. Aquí estamos pendientes del reloj. Allí no hay tanto problema en dedicarle tiempo.
Como organización de Iglesia, es una pastoral más unida a la propia estructura del pueblo. Era un mundo rural (ahora está cambiando), y eso ha permitido que haya una simbiosis muy bonita entre lo que era la estructura del campesinado, y la Iglesia. Esa estructura social era fabulosa para que la Iglesia se insertara en ella y, desde ahí, pudiera aportar la fe en Jesús. Y, a su vez, la estructura campesina se veía muy fortalecida en sus capacidades por su mensaje cristiano. Ahora, se ha desestructurado todo ese mundo rural, y hay una urbanización muy fuerte con el tema de la sanción de recursos.
Un problema con los hidrocarburos.
Sí, es muy fuerte. Y con el oro. Todo esto, ha cambiado un poco la estructura eclesial y tenemos que hacer un cambio de paradigma. Hay que reinventar la pastoral, y responder a la situación que estamos teniendo ahora.
¿Cual es exactamente, el problema de los recursos naturales?
El problema viene de siglos atrás. Fue en 1900 cuando se crearon las prefecturas apostólicas del Perú, en las zonas de la selva. Y existe un llamado del Papa preguntando qué estaba pasando con los indios amazónicos. En la época del boom del caucho, hubo una invasión de la selva por parte de las industrias europeas. Y un genocidio de los pueblos indígenas, brutal. Una esclavitud y unas atrocidades tremendas, que desestructuraron la vida indígena. La Iglesia reaccionó creando las prefecturas, y aquí es donde comienza toda esta historia amazónica nuestra.
Se concebía que la selva era un lugar vacío, un lugar de conquista. Como hace 500 años. Y que lo que te encontrabas allí era tuyo. Y, si había gente, se utilizaba como obra de mano barata o esclava, como recurso.
Como en el relato del Génesis.
Sí, el caos. Y esto genera unos conflictos tremendos. Tenemos el problema de los hidrocarburos. He estado catorce años peleándome a causa de esto. Ahora, que he llegado a Madre de Dios, donde el problema es el oro, el problema de los hidrocarburos, me parece mínimo. Porque, al final, lo que tienes enfrente es una empresa transnacional y es más fácil. Tienes unos interlocutores, y puedes exigir y establecer unas leyes de control.
Pero la ambición del oro es diferente.
Es la invasión de un país, por grandes masas de personas. No hay interlocutor. Es el Estado invadido por su propia gente, que se ve en una guerra. Porque están bombardeando los campamentos del oro. Es el propio Estado contra sus ciudadanos. No merece la pena comenzar una lucha, porque al final, va a venir una transnacional.
Es un problema muy complejo para mi. Y como Iglesia, queremos entrar y dar una palabra. Acompañar a la gente. Pero a veces es difícil posicionarte. Y son zonas, donde la propia ambición y la inestabilidad de la gente genera indignidad. Esta falta dignidad se ve en las condiciones laborales y en la destrucción brutal de la naturaleza. Es exagerado. Para echarse a llorar. Hay vídeos y reportajes muy buenos sobre la zona, y es dramático. Y es también dramática, la vida de las personas que están ocasionando todo eso.
En ese sentido, la «Laudato si» habrá sido un soplo de aire fresco. El hecho de que desde arriba, alguien se preocupe no solo de las plantas y de los animales. Sino también de la gente que vive ahí dentro.
Yo tenía pánico de esa encíclica. Temía que se tratara de crear el jardín de Europa. Que íbamos a hacer que todos estos pueblos y la Amazonía, fuera el jardín que nos permitiera a una minoría, mantener nuestro ritmo de vida. A costa de mantener intacta una zona del planeta, sin tener en cuenta a la gente que vive allá. Y, cuando vi la encíclica, me quedé tranquilo. Está bien claro que el grito de la tierra y de los pobres, es el mismo grito. Que las tres «t», tierra, techo y trabajo, son necesidades de todos. Y sabemos, que si mantenemos esta situación, reventará. Que es una exigencia bajar el ritmo.
En este momento, en que se ha acusado tanto a la Institución de estar por encima del bien y del mal, y de ser más Institución de poder que de servicio, que se utilice también esa autoridad para «el bien», por parte de Francisco, tiene que ser muy saludable para los que vivís esto desde dentro.
Sí. Recuerdo a un jefe de una comunidad de Kirigueti, que había estado en la Universidad en el Cuzco y había asumido todo el discurso anticlerical. El indigenista. Yo también lo tenía y le decía: adelante con ello. No hay ningún problema. Él me venía, y me discutía. Decía: «Es que la Iglesia tiene mucho poder». Yo le contestaba: «Es cierto. Pero si ese poder está al servicio de los pobres, bendito sea Dios». Y es ahí donde tenemos que entrar. Aunque tenemos que reconocer que a Jesús no le iba lo del poder. Que, a veces, nosotros también nos dejamos llevar por la tentación.
Es una dicotomía difícil de solucionar. Porque sin esa Institución, tal vez no hubiese existido la civilización tal y como la entendemos, con sus virtudes y sus carencias. Porque, Jesús no quería esto, pero sin esto, probablemente no estaríamos hablando hoy de él.
Sé que eres obispo, pero fundamentalmente misionero, con lo cual, no te voy a preguntar demasiado. No obstante, alguna pregunta tengo que hacerte sobre la situación eclesiástica en Perú.
Se habla de que hay un posicionamiento de movimientos más conservadores, con las figuras de algunos obispos, como la del cardenal Cipriani. Contrasta con el Perú del que surgieron los primeros padres de esa otra teología, la de la liberación, como Gustavo Gutiérrez. ¿Cómo ha sido esa pulsión, si es que existe?
Es un mundo en el que tampoco he buceado mucho. El tema de la política eclesiástica, no es un tema en el que me sienta a gusto. Me parece que lo que tenemos que vivir, mayormente, es la fraternidad entre nosotros.
Algo sí que he vivido allá en Perú. Me acuerdo que cuando iba de España, vivíamos mucho si éramos de tal o de cual tendencia. O si estábamos o no en una línea determinada. Estas son cosas muy propias de nuestro mundo occidental. Pero en la selva, me he encontrado que, aunque también existen diferentes líneas, cuando uno está al servicio de los pobres, esto se diluye, se vive de otra manera.
Al final, aunque uno tenga una determinada línea eclesial u otra, estamos todos para lo mismo, e iremos encontrando un camino. Siempre va a haber en la Iglesia diversidad de tendencias y diferentes perspectivas. Tampoco era la misma la de Santiago y la de Pedro, que la de Pablo y Bernabé. Y ambas enriquecían a la Iglesia.
Creo que lo importante, es que no se nos olvide lo fundamental: La persona de Jesús. La encarnación en su pueblo, sencillo y humilde. E intentar caminar con ellos de la mano.
David, muchas gracias. Espero seguir sabiendo de ti, y de ese vicariato, mientras lo siga siendo. Y si alguna vez es diócesis. Que la tendencia es sutil, pero interesante. Gracias por tu trabajo y por tu testimonio.
Gracias a vosotros también. Os seguimos desde la selva, hace muchos años.
Es un honor.
Y gracias por el servicio que nos hacéis a todos.