La Congregación tiene una obsesión pagana con los totem y los monumentos fúnebres cuando nuestra fe nació precisamente porque la tumba estaba vacía
(Macario Ofilada).- Juzgo significativo el documento Ad resurgendum cum Christo promulgado por la Congregación para la Doctrina de la Fe, firmado el 15.08.2016 pero hecho público este martes como preludio a la celebración de Todos los Santos de este año.
Invito a los lectores a la lectura del documento ahora disponible en internet. Me limitaré a expresar desde esta página mis reservas sobre tres puntos del mismo documento que cito a continuación. Más abajo los lectores podrán encontrar mi comentario.
Repito que es un documento significativo. Su uso de las Sagradas Escrituras y su evocación de la tradición cristiana son admirables. Pero creo que los tres puntos citados abajo merecen un comentario:
6. Por las razones mencionadas anteriormente, no está permitida la conservación de las cenizas en el hogar. Sólo en casos de graves y excepcionales circunstancias, dependiendo de las condiciones culturales de carácter local, el Ordinario, de acuerdo con la Conferencia Episcopal o con el Sínodo de los Obispos de las Iglesias Orientales, puede conceder el permiso para conservar las cenizas en el hogar. Las cenizas, sin embargo, no pueden ser divididas entre los diferentes núcleos familiares y se les debe asegurar respeto y condiciones adecuadas de conservación.
7. Para evitar cualquier malentendido panteísta, naturalista o nihilista, no sea permitida la dispersión de las cenizas en el aire, en la tierra o en el agua o en cualquier otra forma, o la conversión de las cenizas en recuerdos conmemorativos, en piezas de joyería o en otros artículos, teniendo en cuenta que para estas formas de proceder no se pueden invocar razones higiénicas, sociales o económicas que pueden motivar la opción de la cremación.
8. En el caso de que el difunto hubiera dispuesto la cremación y la dispersión de sus cenizas en la naturaleza por razones contrarias a la fe cristiana, se le han de negar las exequias, de acuerdo con la norma del derecho.
Estoy de acuerdo en lo que concierne el respeto debido a los restos o las cenizas de los difuntos, conforme a la visión antropológica judeocristiana que no es necesario repetir aquí. Pero la Iglesia no debe juzgar o condenar o imponer desde arriba sin tener en cuenta razones culturales, económicas y circunstanciales.
Menos mal que en el número 6 se reconoce que existen «casos de graves y excepcionales circunstancias», como por ejemplo las persecuciones religiosas en un país en que los cristianos no forman la mayoría o las tradiciones orientales o la pobreza.
Es cierto que los familiares no son los dueños de los restos o cenizas y está claro que no pueden dividir los mismos como si fuesen una herencia. Pero me habría gustado que la Congregación hubiera enumerado estos casos de «graves y excepcionales circunstancias».
Yo en Filipinas puedo hablar de la pobreza de la gran mayoría. Muchos filipinos ni siquiera pueden comprarse o alquilar una casa ni un nicho en el cementerio. Tampoco pueden permitirse el lujo de un ataúd. Algunos, por no estar lo suficientemente instruidos sobre la posibilidad de la incineración ya permitida por la Iglesia, construyen los ataúdes de sus seres queridos utilizando cajas de cartón o madera de desecho.
No me parece aceptable, como se reza en el número 7 de la instrucción, que no se puedan «invocar razones higiénicas, sociales o económicas». Yo creo que la Iglesia también debe respetar la cultura, los sentimientos de los dolientes y no pensar demasiado en filosofías extrañas como el «panteísmo, naturalismo o el nihilismo».
Me parece natural e incluso cristiano que las cenizas sean esparcidas en tierra, agua o aire. Como nos recuerda la liturgia de Miércoles de Ceniza: «Acuérdate de que eres polvo y al polvo has de volver» (Gén. 3, 19). A lo mejor los firmantes del documento se han olvidado de que existe una mística cósmica que también es cristiana como la de san Francisco de Asís y la de san Juan de la Cruz.
Esta mística no es panteísta, nihilista, etc. sino que encuentra huellas, como san Buenaventura, de Dios en toda la creación. Recuérdese aquel verso sanjuanista del Cántico Espiritual: «Mi Amado, las montañas, los valles solitarios nemorosos, las ínsulas extrañas, los ríos sonorosos, el silbo de los aires amorosos».
Yo personalmente he encontrado a Dios mi Amado en mi soledad, en la naturaleza, y me encantaría unirme a ella incluso tras mi muerte para alabar al Creador, sabiendo que soy nada, pues soy finito, culpable y contingente. A pesar de esto soy Todo en el Amado que ha compartido conmigo no solo la vida sino toda la creación, puesta por él en mis manos para su mayor gloria. Honra que consiste, parafraseando a san Ireneo, en mi plenitud de vida dentro de la creación: junto a ella, cuidando de ella, amándola desde el Creador.
No entiendo la paranoia de la Congregación frente a las posibles influencias de los sistemas filosóficos mencionados en el Documento. Los filipinos (y la gran mayoría de cristianos en el mundo) no somos tan sofisticados o germánicos como los firmantes de los documentos para pensar en la posible o real o aparente adhesión a ciertas doctrinas. Solo sabemos que si un ser querido ha muerto, tenemos que pedir por él y buscar medios para llevar a cabo un funeral digno y sencillo sin tirar la casa por la ventana, aunque muchas veces los filipinos nos pasamos también en esto con los catering: con las sesiones de cerveza y bebidas alcohólicas o los partidos de Póker (con cartas francesas), Sakla (con cartas españolas) o Mahjong (con tablas chinas) cuya finalidad es la de recaudar fondos para el funeral que es también un acontecimiento social.
El número 8 es lo que menos me gusta del documento, pues significa excomunión para el difunto. Claramente, no tienen sentido común pastoral los firmantes y los responsables del Documento. Es simplemente anticristiano y antirrealista.
Me parece absurdo excomulgar a un difunto por estas razones. Es estúpido, incluso diabólico, castigar a un difunto. Aunque su alma ya goza de su visión beatífica, algunos sectores de la jerarquía de la Iglesia, que pretenden saberlo todo, quieren enviarle al infierno o a un purgatorio extendido negándole las exequias.
Dirán algunos que la directiva no habla de excomunión. Sí, de acuerdo, pero negar las exequias cristianas a un difunto es de facto una excomunión. A la gente sencilla- y la gran mayoría de cristianos lo son- las distinciones finas del Derecho Canónico no le llegan o no le importan. Negar las exequias a un cristiano difunto es como excluirlo de la comunidad cristiana.
El número 8 del documento, desde luego, no es caritativo ni es comprensivo. Es el producto de una mente pueblerina. El número 8 es, para mí, pura chabacanería. No solo va en contra de la línea del Papa Francisco sino que va en contra sobre todo del mismo Jesucristo quien nunca negaría los últimos consuelos a los dolientes. Menos mal que Dios, en la glorificación de los difuntos, no tiene que seguir las directivas de la Congregación de la Doctrina de la Fe.
El documento tiene mucha filosofía y teología –a la CDF le encanta explayarse con categorías filosóficas y teológicas sin tener en cuenta la mentalidad de la inmensa mayoría– pero carece de sentido pastoral, que es lo más importante.
Espero que nuestros pastores y dirigentes en las comunidades cristianas tengan más sentido común y pastoral que parecen tener algunos purpurados. Soy consciente de que mis comentarios deberían matizarse más pero para este foro creo que lo que dejo escrito basta por el momento. Y para terminar: quisiera saber qué opina la Congregación de los muchos misioneros generosos y valientes -por ejemplo, agustinos y dominicos (porque yo conozco mejor la historia de estas dos órdenes en Filipinas)- que perecieron durante la larga travesía desde España y que fueron sepultados en el mar.
Yo creo que los miembros de la Congregación, debido a su insistencia en los lugares sagrados para los restos de los difuntos, tienen una obsesión pagana con los totem y los monumentos fúnebres cuando nuestra fe nació precisamente porque la tumba estaba vacía.
El Hipponense ya nos dijo que éramos un pueblo pascual y que Aleluya era nuestro canto. La tumba o lo que contiene no debería ser el tema de nuestras aclamaciones. Al parecer, en su insistencia en los lugares sagrados para los restos de los difuntos, los dirigentes de la Congregación quieren limitar el poder resucitador de Dios que supera todos los límites temporales, espaciales y circunstanciales.
«Creo en la resurrección de la carne». ¡Aunque Dios tuviera que recoger mis restos o cenizas desde diversas partes del cosmos inmenso creado por Él por amor -incluso desde las cloacas más oscuras y sucias de la Manila de mi nacimiento terrestre-, me glorificaría! Así sea.