Hoy la Iglesia de Base se entristece con la pérdida de quien siempre será reconocido como un profeta que luchó el buen combate
(Luis Miguel Modino).- Se ha convertido en una frase célebre aquella que el Papa Francisco pronunció el día 16 de marzo de 2013, pocos días después de su elección como Obispo de Roma, en una Aula Pablo VI llena de periodistas: «Como me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres». La muerte del Cardenal Paulo Evaristo Arns me lleva a decir que él consiguió construir esa Iglesia pobre y para los pobres, esa Iglesia que siempre estuvo al lado de quienes la sociedad descarta.
Desde que fue escogido obispo auxiliar de São Paulo en 1966, sede que asumió como titular en 1970, hasta su renuncia en 1998, siempre tuvo como foco principal de su acción pastoral a los habitantes de las periferias de una de las mayores ciudades del Planeta. Para ello creó multitud de Comunidades Eclesiales de Base, lo que hizo posible la evangelización de los más pobres, así como la defensa y promoción de los derechos humanos, sobre todo en la época de la Dictadura Militar, contra la que se enfrentó abiertamente y que nunca consiguió callarle.
El Cardenal Arns fue alguien que no dejaba a nadie indiferente, que provocaba reacciones encontradas, desde aquellos que lo admiraban y ensalzaban, hasta quienes le despreciaban abiertamente. Esto fue consecuencia de su encarnación en una realidad nada fácil de enfrentar. Cabe recordar como en 1973, indignado con la situación de los presos políticos, después una conferencia sobre los Derechos Humanos en la radio de la Archidiócesis, ésta fue cerrada por el Gobierno sin ninguna acusación con base legal.
Dentro de la propia Iglesia no fue diferente. Muchos nunca le perdonaron la llamada «Operación Periferia», en la que construyó multitud de centros comunitarios en las zonas más pobres de la archidiócesis que pastoreaba. Para ello decidió vender el Palacio Episcopal y destinar el 25 por ciento de todo lo que era recaudado. No son pocos los que afirman que la posterior división de la Archidiócesis de São Paulo, en 1989, y el nacimiento de cuatro nuevas diócesis, por deseo expreso de Juan Pablo II, de quien nunca se sintió próximo, fue una forma de reducir el poder de influencia del cardenal brasileño. Diócesis en las que, por otra parte, fueron colocados obispos de una línea conservadora, totalmente diferente a la del Cardenal Arns.
Con su muerte nos deja uno de más de los muchos obispos profetas que tuvo Brasil en los años que siguieron al Vaticano II, gente comprometida hasta el extremo. Podemos citar entre otros a Helder Cámara, Aloysio e Ivo Lorscheider, Tomás Balduino, Luciano Mendes de Almeida… de quienes se puede decir que anteponían la vida y los derechos de los más pobres a su propia vida, que no pasaban de largo cuando alguien estaba tirado a la vera del camino.
Hoy la Iglesia de Base, de los pequeños, los movimientos populares, los seguidores de la Teología de la Liberación, se entristecen con la pérdida de quien siempre será reconocido como un profeta que luchó el buen combate y que va a continuar inspirando a quienes creen que el Evangelio es válido cuando se convierte en vida en abundancia para todos, cuando es instrumento que inspira la lucha por un mundo mejor, por un Reino que Paulo Evaristo Arns, religioso franciscano, se esforzó en hacer realidad a lo largo de sus 95 años de vida, 71 de sacerdote, 50 de obispo y 43 de cardenal.
Toda una vida de servicio, «de esperanza en esperanza», como dice su lema episcopal. Que en el cielo se encuentre con su hermana Zilda Arns, fundadora de la «Pastoral da Criança», quien murió en el terremoto de Haiti, en 2010, en cuanto daba una conferencia en la que defendía la importancia de cuidar de los niños como un bien sagrado. Son estos hombres y mujeres de Dios quienes nos hacen ver que Él continúa presente entre nosotros y que no podemos dejar de caminar de esperanza en esperanza.