Una Navidad vaga, centelleante de color y alegría, utilizada con mil trucos y magias para enajenar, olvidar, entretener y ganar dinero
(Benjamín Forcano).- Este año 2016, el Cabildo Metropolitano quiso felicitar la Navidad a la ciudad de Zaragoza, presentando el itinerario litúrgico musical LUX, con el fín, según leo, «de ofrecer por la belleza de la fe que dialoga con la razón la novedad del misterio de la Navidad, como respuesta amorosa de Dios al ser humano que caminaba en tinieblas» y «Para que podamos acompañar a María en el acontecimiento más importante de toda la historia de la humanidad».
Con razón se considera el nacimiento de Jesús como el acontecimiento más importante de la historia. El tiempo, la vida y la historia de la humanidad comienzan a contarse de manera distinta a partir de su nacimiento, que marca un antes y un después: antes de Cristo y después de Cristo. El año 752 del calendario Juliano se convierte en el año 1 de la era cristiana.
Este cambio no es efecto de la arbitrariedad o casualidad. Se produce a raíz de la importancia que supuso el nacimiento de Jesús. La calidad de su vida y la excepcionalidad de su mensaje sobrepasaron las expectactivas de cuantos lideres ilustres pudieron precederle. Mensaje que se centró en anunciar un nuevo proyecto para el vivir humano, que él llamaba Reino de Dios, y que proclamó abiertamente en una sociedad dominada por el imperio romano y el Sanedrín judío.
Sorprendentemente Jesús de Nazaret cuestionó a ambos poderes por su tiranía e hipocresía, por sus graves errores, y esto provocó que civilmente le llamaran subversivo y religiosamente blasfemo. Acaparó el interés popular en tal grado que las autoridades se vieron obligadas a ponerle el ojo encima: lo espiaron, lo pusieron a prueba, lo calumniaron, lo persiguieron y, al fin, lo juzgaron y lo condenaron a ser crucificado. Pero, cuando lo daban por muerto, se produjo lo inesperado: resucitó.
A partir de tan inimaginable suceso, su nombre y enseñanza comienzan a circular por unas y otras partes. Nadie, sonaban las palabras de Jesús, puede oprimir a nadie, porque nadie es mayor que nadie; todos los hombres son hermanos y todos son hermanos porque tienen a Dios como Padre. La ley que da sentido a la vida es una: amar a Dios y al prójimo, pero en unidad inseparable. Este amor es el criterio seguro para saber si el camino que uno lleva es recto o torcido. Y también para saber si está distante del egoísmo, del odio, la enemistad, la codicia, la explotación y la dominación, sea del tipo que sea: racista, nacionalista, religiosa, social, sexual, política.
Para «dejar de caminar en tinieblas» y celebrar el misterio de la Navidad Jesuánica, el compromiso es doble: hay que reconstruir el reino de Dios individual y comunitariamente, en cada persona y en todos conjuntamente. Muchos siglos después, la humanidad vendría a rarificar las novedad fundamental de Jesús: «Puesto que todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y están dotados de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros» (Declaración universal de los Derechos Humanos, Art. 1).
De esta fraternidad universal apostatan quienes, guiados por el dios dinero, monopolizan las riquezas de este mundo y pasan cínicamente ante las necesidades y derechos de mayorías sociales: «Dejad de amontonar riqueza en la tierra, porque donde tienes tu riqueza, tienes el corazón» (Mt 16, 19-21). «Nadie puede estar al servicio de dos amos… No podéis servir a Dios y al dinero» (Mt, 6,24).
De manera que, en este mensaje original, los que ponen al dios dinero en el altar de su vida, son ateos del Dios de Jesús, por muy religiosos que pretendan aparentar. «Vosotros habéis convertido el templo en una cueva de bandidos» ( Luc 19, 45-46) «Cuidado con los letrados, esos que se pasean con su holapandas, buscan los primeros puestos en los banquetes y se comen los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos» (Lc 20,46-47). .
La Navidad de Jesús alude al día de su nacimiento, y hoy estamos celebrando el 2016 aniversario de su nacimiento. Y una gran mayoría se limita a celebrar ese día, atraídos por el espectáculo de un niño, que nace en una gruta, y que dicen ser imagen viva de Dios: Enmanuel, Dios con nosotros. Pero, a la hora de la verdad, todo se queda en el recuerdo de un niño, tierno, vulnerable, que estrena la vida, sin detenerse a ponderar la vida posterior de ese niño, que fue adolescente, joven, adulto, murió crucificado y resucitó. Si nos quedamos en en este día primero del niño, poco o nada sabremos de su proyecto, decisivo para él, para la historia y el tiempo presente.
Pienso que hay recuperar el significado propio de este 2016 Natalicio del Nazareno. En la cristiandad, el Adviento y la Navidad no llegan a celebrarse oficialmente hasta el siglo VI. En los siglos primeros, sus seguidores recordaban su vida pública, pues en ella se definió, proclamó su proyecto y es el que ha llegado hasta nosotros como fundamento y clave de su 2016 aniversario.
Fue San Francisco de Asís, en el año 1223, quien planeó por primera vez, reproducir en vivo en una cueva del monte Greccio, próxima a la que él habitaba, la gruta en la que se produjo el nacimiento de Jesús. Y de ahí nacieron los belenes que se extendieron progresivamente a todas las partes. Y es maravillosa – incomprensible y escandalosa para la mente humana- la presentación de que Dios, infinito e inabarcable, se presencializa , viene a convivir con nosotros, en la pequeñez y ternura de un niño y no en el lujo y grandeza de palacios imperiales.
Pero, hoy aprovechando que la Navidad es fiesta de enorme repercusión mundial, se la rodea, amplifica y reemplaza por elementos comerciales y consumistas inconmensurables. Casi en todas partes se desea, por todos, una Feliz Navidad, una Navidad transida de luces, músicas, bailes, juegos, viajes, reuniones, comidas, regalos, pero sin conocer la autoría, ni el significado ni consecuencias de quien la justifica. Una Navidad vaga, centelleante de color y alegría, utilizada con mil trucos y magias para enajenar, olvidar, entretener y ganar dinero.
Y junto a esta navidad, absorvente en el Primer Mundo, el desfile cotidiano, en nuestras pantallas y ondas radiales, de miles y millones de seres humanos que no tienen donde caerse de miseria, enfermedad, hambre, persecución, ruina, sufrimiento y desesperación. ¿Cómo hemos logrado compaginar a la vez extremos tan opuestos, sin que se nos parta el alma y gritemos a una y paralicemos tanta locura?
Esta Navidad no es mi Navidad, nos demandaría con razón Jesús; no hace honor a su nombre, no celebra lo que él fue, no anuncia el mensaje de fraternidad, igualdad y liberación por el que le quitaron violentamente la vida crucifincándolo.
En nuestra sociedad, hay un mal supremo que Jesús maldeciría: La soberbia y prepotencia de quienes, por sí y ante sí, se declaran dueños del mundo, como si fuera ese el destino que Dios les señala, y no aspiran sino a explotarlo y dominarlo, a mantener su superioridad con la diabólica ley de la fuerza, despreciando la ley del amor, de la razón y del derecho, que son artífices del respeto, del diálogo, de la negociación, de la cooperación y de la solución pacífica.
Hay muchos que celebran con obras, con fundado júbilo y esperanza, la fiesta del Nazareno en su 2016 aniversario. Muchos los que viven y transmiten el sentido auténtico de su Navidad: son los que hacen realidad su Evangelio, luchan por transformar esta sociedad tan seducida y esclavizada, los que no se recluyen en sus casas para gozar de su bienestar y egoísmo, los que implicados en los campos de la ciencia, la economía, la ética y la política tratan de enlazar los valores de la razón, el derecho, la justicia y la libertad, con el proyecto de Jesús, que los esclarece, asegura y potencia con luz y energía mayores.
Cuantos ejercen el poder con tiranía y se muestran arrogantes con su dinero, no son de Dios, no son humanos, ahondan el abismo entre ricos y pobres, causan los mayores desgracias y nos imponen estar atentos, lúcidos, solidarios y firmes para no dejarnos arrebatar el secreto, que él nos dejó, de poder descifrar la gran crisis que nos envuelve y que su Evangelio brinda justa, libre y pacífica solución.
Jesús, por aportar alternativa a los poderes de su tiempo, hubo de afrontar una muerte ignominiosa. Pero, sus vencedores perecieron y El resucitó y sigue vivo entre nosotros. «Dichosos , repite, aunque no hablen bien de vosotros como de los ricos»,(Luc 6,26), «Dichosos vosotros los limpios de corazón, los sedientos de justicia, los que prestáis ayuda, los que trabajáis por la paz» (Mt 5, 1-10).
Estos sí que celebran la Navidad de Jesús, porque se centra en la justicia, el amor, la solidaridad , la libertad y el bien de todos.