Si algo se advierte en la sociedad mallorquina es que no interactúan sus diferentes integrantes
(Gregorio Delgado del Río).- Iniciamos un nuevo año. Si, desde una atalaya neutral, echamos una mirada a la realidad social y política de Mallorca, contemplaremos un panorama preocupante. Todo nos lleva a pensar que las cosas seguirán en la misma dirección. Conformamos una sociedad muy plural en la que no sabemos convivir.
Este hecho es innegable desde hace muchas décadas. Sin embargo, el nacionalismo cultural, político y hasta religioso, fiel a su ADN, lleva también décadas en la idea de imponer a todos una sociedad uniforme (la que ellos quieren -además integrada en el pancatalanismo-), y no democrática.
Llevan años -desde los tiempos de Cañellas- adoctrinando en las escuelas. Desprecian todo cuanto suene a español y, muy especialmente, en el terreno lingüístico. Por no respetar, no respetan ni tan siquiera los derechos de los menores. Apelan a sentimientos que separan, dividen, odian a quien no se somete. Y todo ello se hace con la complicidad de una sociedad anestesiada por unos medios de comunicación, que «quieren que no pensemos», que diría Onfray.
Con semejante espíritu, tan corto de miras, tan de andar por casa, llevan u obligan al resto de la sociedad a encerrarse en sí misma o a desentenderse de cualquier proyecto colectivo. Si algo se advierte en la sociedad mallorquina es que no interactúan sus diferentes integrantes.
Los que aspiran a imponerse a fin de no mezclarse y mancharse con los otros y, por esta vía, adulterarse. El resto -mallorquines o no- porque, como consecuencia de su ‘pasotismo’, no tienen otra opción que la de refugiarse en el propio cascarón. El resultado ya es conocido: una sociedad cada día más dividida, más separada, más enfrentada, más infeliz e incómoda y menos satisfecha con la calidad de vida que disfruta. Una sociedad cada día menos solidaria y menos democrática.
En el anterior marco, les propongo un ejercicio de reflexión y, a tal efecto, les sugirió algunas preguntas:
¿No es cierta en muchos la tendencia a vivir encerrados en el aislamiento del núcleo familiar propio? ¿Es verdad que, en muchos ámbitos políticos y sociales, se valora la llegada de gentes de fuera de modo negativo o, al menos, con evidentes reticencias y reparos? ¿Acaso no se piensa en muchos ambientes sociales y políticos que quienes nos visitan y, sobre todo, quienes deciden permanecer entre nosotros sobran y no interesan? ¿No se potencia al máximo -en ciertos medios- todo lo que pueda servir a la causa nacionalista y se oscurece o tapa lo que expresa reticencias al respecto? ¿Acaso es casualidad que, al frente de las instituciones, no se hallen -salvo excepción- personas venidas de fuera? ¿Por qué no se premia también la contribución social que realizan estos ciudadanos? ¿Qué tenemos en Mallorca que no hayamos antes recibido? ¿Acaso no hemos asistido, en los últimos tiempos, a una enloquecida reacción social, religiosa y política contraria a la igualdad de trato en la educación y favorable -por supuesto- al adoctrinamiento en la escuela?
Sobre determinados aspectos de lo que está ocurriendo en el ámbito educativo, llama poderosamente la atención el hecho del silencio de la Iglesia. Silencio, al menos cómplice, que se detecta también a nivel del resto del Estado español. Al igual que en otros pagos, el pueblo fiel no acaba de entender cómo es posible que, para nuestros Obispos, no haya nada que decir ni orientar ni criticar en relación con las prácticas habituales del nacionalismo, en general, y del separatista, en particular.
¿Acaso, a nuestros Obispos, les parece bien y aprueban la politización y manipulación de los menores? ¿Por qué no reaccionan y se limitan a responder, como máximo, con el silencio, cargado de ambigüedad y equidistancia? ¿Qué tiene que ver todo ello con el bien común al que tantas veces aluden nuestros Obispos? ¿Por qué no descienden al terreno de lo que ocurre en la vida social y política y superan la abstracción doctrinal que tanto les gusta?
¡Tú mismo! No te dejes manipular. Nada esperes de la política. El ciudadano, en nuestro sistema político, no puede, al final, elegir nada. Todo, absolutamente todo, está vendido al mercado, hasta la formación de la propia conciencia. ¡Sé tú mismo! Todo pretende ser impuesto desde la pantalla, la red, el tuit.
Aquí reside el máximo peligro para la autonomía y la libertad personal. Los medios de comunicación masifican y transforman a la sociedad en muchedumbre. Y ésta no suele pensar, ni reflexionar, ni analizar. Se limita a seguir el camino que le sugieren los propios medios con ciertos eslóganes interesados. Tampoco esperes demasiado de las instancias religiosas, que, sin lugar a duda alguna, también acreditan servir -en más ocasiones de las deseadas- a ciertos intereses no confesables.
Es lo que estamos, con complicidad manifiesta, secundado. ¡Piénsalo y responde con coherencia! De lo contrario, todo seguirá igual.