El diálogo no puede empezar con la perspectiva de alcanzar la unidad de una única interpretación porque a los individuos se les puede convence pero a toda una Iglesia es poco menos que imposible
(Manuel Mandianes).- Tan convencidos de que tienen la razón como están los católicos, lo están los ortodoxos, los protestantes y los anglicanos. Todos nos creemos en la verdad. Aunque, en el fondo, sea una única verdad puede tener varias expresiones y cada uno de los interlocutores expresa esa vedad a su manera.
Hay que admitir que las diferencias no sólo se dan entre Iglesias distintas sino que dentro de una misma Iglesia hay distintas interpretaciones, al menos, de ciertos pasajes del texto sagrado. Admitir diferentes interpretaciones es permitir a un texto significar tanto cuanto pueda. El problema está en que interpretaciones particulares se alzan con pretensión universal.
Las interpretaciones serán un espacio de conversaciones, de diálogo. Antes que querer hacer prevalecer una interpretación sobre otra se debería permitir a un texto significar tanto cuanto pueda. El texto es un espacio abierto, sobreabundante pero siempre en falta. Tenemos la obligación de hacerle decir todo lo que pueda. Y con el correr de los años, hacerle decir de otra manera lo mismo y fundamental para que los habitantes del mundo de cada época, tengan acceso al mensaje. El lenguaje, en nuestro caso, es la formalización de lo que hemos entendido y captado de un texto. La interpretación que yo hago me parece la norma. Lo que formalizan el genio, los líderes sirve a toda una comunidad. Las interpretaciones conducen a lo que yo creo que es la verdad que no se puede confundir con la realidad.
No se trata de cuestiones que puedan ser probadas en laboratorio sino de conceptos y proposiciones que tienen una historia de comprensión e interpretación inconclusa. Leer es involucrarse en lo que se lee, y es siempre una aventura biográfica. Cada lector lee desde su existencia un texto que fue escrito por unos autores que interpretaron lo que había dicho y hecho Jesús de Nazaret, muerto y resucitado. Hacer decir a los textos es siempre una empresa cultural histórica. La Iglesia, comunidad funda en el amor, es la mediación para que el mensaje revelado llegue a los fieles que lo van a plasmar en costumbres, hábitos, creencias; van a crear un mundo cristiano. El mundo cristiano japonés puede ser muy distinto del español, éste del nigeriano y éste del paquistaní.
Cada mundo integra, sin duda, el espacio de su memoria. A las diferencias culturales entre los distintos mundos añadamos las diferencias existentes entre las Iglesias. La inmovilidad es un espejismo pero, tratándose del texto revelado, en las respuestas de ahora, de antes y en las de después, estará siempre lo esencial.
Pienso con los griegos, que nosotros no nos encontramos de golpe y de un golpe de vista con la verdad completa sino que la vamos desocultando, poco a poco; cada Iglesia la va desocultando. Eso que aún se nos oculta y que cada Iglesia podría vislumbrarlo en lo que ven las otras Iglesias, y ella no ha visto hasta ahora, también forma parte de la verdad. La diferencia entre las diferentes interpretaciones de las Iglesias es lo que va entre la palabra y el texto; ese punto de sutura constituye la diferencia. El encuentro con la palabra une a todas las Iglesias y, al mismo tiempo, las diferencia.
Cada Iglesia que «busca adoctrinar y convencer a la otra no es siempre diálogo sino, con frecuencia, propaganda y predicación». Pero el diálogo tampoco consiste en que una renuncie a convertir a la otra; en este caso el diálogo consistiría en un anodino intercambio e opiniones que de antemano renuncia querer decir algo esencial y vinculante para la otra. Es fundamental para estar abierta al diálogo que cada Iglesia no identifique su actual estado de conocimiento con la esencia absoluta del Evangelio, ni con la misión histórica entera de su desarrollo», escribió K. Rahner. El diálogo no puede empezar con la perspectiva de alcanzar la unidad de una única interpretación porque a los individuos se les puede convence pero a toda una Iglesia es poco menos que imposible.
El diálogo se enriquece dialogando y llevará a los cristianos a la verdad común, lo cual no quiere decir a las mismas proposiciones y conceptos. El dialogo entre las distintas Iglesia consistirá en poner en común todas las interpretaciones, no para reducirlas a una sino para enriquecerse cada una con lo de todas. Las interpretaciones que hacen las distintas Iglesias es una riqueza más a incorporar a la interpretación que prevalece en mi Iglesia. Si una Iglesia no es capaz de abrirse a la busca de una verdad común es prueba de que no tiene vocación de futuro. El otro, las otras Iglesias, no son «el enemigo», como decían los antiguos manuales de teología de todo el que no pensaba exactamente como el autor (que tenía siempre la pretensión de se el alta voz de la Iglesia), sino otro aspecto que la mía aún no ha descubierto. La fusión amorosa puede permitir guiarse todos por la esencia de la cosa, dar un ejemplo de amor y entendimiento diciendo lo mismo de distintas maneras. «Ubi caritas et amor, Deus ibi est».