"Jesús murió como un fracasado"

El crucificado y los crucificados

"Anunció un mundo nuevo, sin ambiciones, sin discriminaciones, sin violencia"

El crucificado y los crucificados
La cruz de los emigrantes

Porque sólo el que reconoce al crucificado en los crucificados de hoy experimentará la gloria de la Vida eterna

(Fernando Bermúdez, teólogo).- Estamos asistiendo estos días a los desfiles procesionales conmemorando la pasión y muerte de Jesús. Es una explosión religiosa y artística. Bellas imágenes, tronos adornados de flores, tambores, música… Pero en medio de este bullicio nos preguntamos: ¿quién fue realmente Jesús de Nazaret, quiénes le mataron y por qué le mataron? La respuesta a estas preguntas cambiaría notablemente nuestra semana santa. En estos días es obligado tratar de responder a estos interrogantes si no queremos caer en una celebración meramente costumbrista, folclórica y sin sentido.

Jesús de Nazaret fue un hombre sencillo, un campesino y artesano del pueblo de Nazaret en la provincia de Galilea, en la Palestina del siglo I. Él no fue sacerdote, ni levita, ni maestro de la Ley. Era un laico. Por eso la gente se preguntaba: «¿No es éste el carpintero, el hijo de José, de dónde le viene esta sabiduría?». Sus coetáneos lo consideraban un profeta. Jesús fue proclamando por pueblos y aldeas que Dios ama a este mundo y su voluntad es que todos los hombres y mujeres vivamos como hermanos.

Anunció un mundo nuevo, sin ambiciones, sin discriminaciones, sin violencia, sin armas, sin guerras, sin hambre. Llamó a construir una sociedad justa, solidaria y fraterna. Su preocupación fue aliviar el sufrimiento humano. Proclamó la esperanza de una vida nueva y feliz para toda la humanidad. A este proyecto le llamó Reino de Dios. Su predicación despertó entusiasmo entre la gente sencilla, entre los pobres y marginados. Sin embargo, las autoridades religiosas y políticas y los poderosos de Israel lo vieron como sospechoso y peligroso para sus intereses. Por eso lo descalificaron, lo difamaron y lo persiguieron hasta eliminarlo, ajusticiándolo en una cruz.

Jesús no fue crucificado por los impíos porque estos estuvieran en contra de la doctrina divina, sino que fue crucificado por los religiosos que se creían en posesión de la verdad divina (González Faus). No lo mataron los terroristas, sino las fuerzas del orden. No lo mataron los barrabases, ni los samaritanos, ni los zelotes, ni los publicados, ni las prostitutas, sino los escribas, los fariseos, los saduceos, los sumos sacerdotes, el Sanedrín y Pilatos. Todo eso son palabras hebreas y en hebreo todavía tolerables, pero en castellano significan que no le crucificaron los enemigos de la patria, ni los comunistas, sino los curas, las jerarquías religiosas, las fuerzas armadas, los poderes económicos y los gobernantes.

Jesús murió como un fracasado. Lo que Jesús sintió en la cruz es lo que siente tanta gente buena que sufre y muere por buscar el bien de la humanidad. Es el grito de los mártires.

El grito de los esclavos de todos los imperios, el grito de los millones de indígenas masacrados por los europeos, el grito de los seis millones de judíos muertos en las cámaras de gas de los nazis, el grito de los refugiados sirios e iraquíes que huyen de la muerte encontrándose con una Europa que les cierra las fronteras, el grito de aquel hombre que vio morir bajo las bombas a su mujer y a sus cinco hijos, el grito de las víctimas del terrorismo yihadista, el grito de los niños hambrientos del África subsahariana, el grito de los desahuciados de sus viviendas, el grito de los inmigrantes que habiendo dejado su tierra para buscar una vida digna mueren ahogados en el Mediterráneo, el grito de los campesinos latinoamericanos despojados de sus tierras por las empresas multinacionales, el grito de tantos damnificados por fenómenos naturales, el grito de enfermos incurables…

Estos son los crucificados de hoy. ¿Los tenemos presentes al ver las imágenes de nuestras procesiones?

Dios nos llama a contemplar en ellas los rostros sufrientes de Cristo que se perpetúan a lo largo de la historia. Y es aquí donde quiero hacer una llamada de atención para no quedarnos contemplando tan solo lo que aconteció hace más de dos mil años. Porque Cristo está hoy sufriendo y nos está demandando solidaridad y compromiso por hacer un mundo sin crucificados, porque para eso fue enviado por Dios, tal como nos lo recordaba recientemente el Papa Francisco.

Sería una hipocresía, la hipocresía de los fariseos de aquel tiempo, quedarnos rezando pero permaneciendo indiferentes ante los crucificados de nuestro tiempo. Jesús dijo: todo lo que hagáis por uno de estos hermanos hambrientos, desahuciados, perseguidos, inmigrantes, enfermos…, conmigo lo hacéis. Entonces, su resurrección será nuestra resurrección. Porque sólo el que reconoce al crucificado en los crucificados de hoy experimentará la gloria de la Vida eterna.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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