Esta capilla abierta de la casa de Pedro es una de las obras de la que me siento feliz
(Maximino Cerezo cmf).- Los encuentros de oración de la comunidad que vivía en la casa de Pedro -¡su ‘palacio’ episcopal!-, en Sao Felix, se hacían al aire libre, siempre que el tiempo lo permitía, en un rincón del quintal, a la sombra de un hermoso árbol y al lado de una tabla en la que alguien talló la frase ‘Eu sou o pao da vida’. En el proyecto de la nueva capilla abierta la incorporé, colocándola en uno de los pilares de ladrillo. Era una reliquia.
En alguna de mis visitas a Pedro, surgió la idea de hacer una capilla en el quintal, pero que necesariamente estuviese abierta a los árboles, a los vecinos, al sol y a la sombra.
Dibujé la idea, a mano alzada, en uno de los sobre de las revistas que Pedro recibía. Un esbozo con las cotas, detalles constructivos y el diseño fundamental, a partir del cual Pedro Solá, que fue claretiano y uno de los primeros compaleros de Pedro en Brasil, comenzó a trabajar. Como maestro de obras, a él se deben muchas de las iglesias que se construyeron en la Prelazia en sus primeros años. También la catedral de Sao Felix.
Esta capilla abierta de la casa de Pedro es una de las obras de la que me siento feliz. Capilla que se mantiene hasta hoy. Lugar de oración, de celebración de la eucaristía diaria entre el rumor de las hojas de los árboles, el canto de los gallos de los vecinos y el indolente paseo de los gatos que rondan por allí. Lugar del encuentro semanal con los agentes pastorales más próximos; y también allí se han grabado bastantes de las entrevistas que periodistas llegados de muchas partes del mundo hicieron a Pedro.
Con el tiempo añadí algunas cosas: la pintura del sagracio, el frente del altar, y la placa de aluminio repujado -sobre un trozo que recorté de una vieja heladera rescatada de un basurero de la ciudad-, que sirve de fondo a la caja de las reliquias de los mártires: un pedazo de la casulla ensangrentada del arzobispo Romero y un fragmento del cráaneo de Ignacio Ellacuría. Hay también recortes de fotos de monseñor Romero, de monseñor Angelelli, del P. Joao Bosco, de Rodolfo Lunkenbein, de Francisco Jentel y de los estudiantes claretianos mártires de Barbastro.
Durante muchos años estuvo sobre el pequeño altar la terracota de una paloma de la paz, que le llevé a Pedro desde Ica, Perú. Obra de un campesino que había sido torturado por las fuerzas de seguridad del país y que fue liberado gracias a las denuncias y gestiones de la Comisión de DDHH de la región.