El mundo moderno se ha saltado lo fundamental del Evangelio, eternamente inconmovible, la persona de Cristo, su sabiduría
(Manuel Mandianes).- Querido Papa Francisco: el mundo actual es ciencia sin sabiduría, confort sin seguridad y creencias sin fe. La globalización se hizo sobre la nulidad, el vacío. El mundo actual nace en el vacío, no goza de la alegría que da estar en contacto con la certeza que nace de la verdad que mana en lo más profundo de la persona.
La sociedad se ensaña sobre su propio cadáver, pone barreras al verdadero reino del amor, se priva de gustar los verdaderos sabores del vivir de verdad, ha perdido la clave de la vida y por eso se zambulle en la acción. Un mundo sin expectativas es como un derrumbe viral, un desbarajuste interior sin solución, un baile entre el poder y la violencia, un desierto lleno de pesadillas. Es la falta de proyecto y convicciones lo que hace la vida gris y, con frecuencia de un negro profundo. Porque el mundo actúa y no piensa, vive una noche oscura.
El hombre moderno está revestido de máscaras, de apariencias; hace, inventa, crea sectas e ideologías para saciar el vacío de sentido que no darán nunca ni la ciencia ni la. La vida del hombre de hoy es pálida y vacía, fruto de su vacío interior y de sus miedos. Ha construido una tienda sobre el vacío que cobija al mundo en el vacío; se herido, ha perdido la capacidad de conectar con los demás.
De aquí vienen tantos muertos antes de morir renunciando a tomar en mano su existencia. Rimbaud escribió: «Muerte a Dios» y Nietzsche: «Dios ha muerto». Multitudes se sienten inadaptadas y venden su alma al absolutismo, al pensamiento único: el placer, las ideologías, el fútbol, la moda; maneras de ensayar el zambullirse en la eternidad y de sondear el tiempo y la creación.
La humanidad se da cuenta de que vive en el fracaso pero no se conforma con fracasar; levanta la cabeza y Dios la inclina. Tal vez el mundo de hoy, por el conocimiento que tiene del mal, resiste hasta donde le alcanzan las fuerzas para que la rendición y la postración a los pies de Dios sean totales.
Escoger a Dios, con los ojos bien abiertos, sabiendo lo que se coge y lo que se deja, con un deseo que sobre pasa todos los otros deseos, es un privilegio de los seres libres. Ser cada día más consciente, más cargado de conocimiento, más doblegado por el pecado, es sólo un privilegio del hombre, de ningún otro ser de la creación. A pesar de que Dios ha dado al hombre razón y voluntad para poder elegir, en su sabiduría infinita, Dios es el que escoge al hombre.
El hombre sabe que necesita a Dios pero en su orgullo no quiere admitirlo. Toda la verborrea sobre la felicidad no es más que un grito buscando a Dios ausente de la vida del mundo desarrollado. En la oscuridad de la matriz, el mundo actual busca inconscientemente la luz que es difícil de manejar y aparece a veces con tal claridad que no deja ver, y entonces cierra los ojos: ignorancia más que falta o maldad.
El futuro es de los verdaderos emisarios de otro mundo que llevan vida a la literatura no literatura a la vida, que se esfuerzan por romper amarras y nos invitan a volar con ellos sobre las alas del espíritu que anuncian con mucho adelante el mundo nuevo.
Nadie es poeta por hacer versos con rima sino porque es capaz de cambiar profundamente el mundo. La poesía tiene por misión despertar al mundo. La poesía es materia de vida. No hacen falta papel ni lápiz para ofrecer poesía y repartirla, sino pasión, previsión, lucidez y el coraje ni la fe. Para muchos sectores de la Iglesia, eres un poeta que vives delante de su tiempo. Por eso miran con lupa tus gestos y los comparan con los de tus predecesores para tildarte de inconformista, visionario y poeta. Y te dicen lo que a Cristo el Gran Inquisidor «No tienes ningún derecho a añadir nada a cuanto ya nos has dicho. ¿Para que has venido a estorbarnos? Porque es muy cierto que has venido a estorbarnos, y lo sabes perfectamente. […]. No sé quien eres y no quiero saberlo. No sé si eres realmente tu o tan sólo su apariencia».
Hay que formar sacerdotes emprendedores. Sólo así la generación de los nativos digitales será trascendental para el futuro de la Iglesia quien, como los partidos político, no quiere escuchar cosas que no haya pensado ella. La libertad de expresión tiene que proceder de la libertad de pensamiento. La Iglesia funciona, de alguna manera en lo social, en base al dualismo: hombre/ mujer. Las mujeres son relegadas a funciones secundarias, mínimas, ínfimas: sacristanas, lectoras los domingos, miembros del coro; tendría que dar más importancia a las mujeres y confiarles puestos importantes no sólo administrativos sino ministeriales.
La Iglesia tarda mucho en adaptarse a las nuevas situaciones; busca que la gente siga fiel a las estructuras de siempre sin revisarlas ni cambiarlas. Las motivaciones que mueven a actuar al poeta son subterráneas y no tienen la misma longitud de honda que las del común de la gente.
El cristiano, especialmente el sacerdote, debería ser un poeta. Pero estos como muchos poetas de hoy no escriben para el mundo sino para sus congéneres, los unos para os otros. Viven encerrados en sus barricadas que les defienden de la contaminación mundana. Los poetas actuales no tocan el alma de la gente, muchos no hacen más que crónicas informativas. Los poetas de hoy utilizan un lenguaje oculto, abstracto, inaccesible, esotérico, hermético, su esfuerzo de comunicación es nulo, cero.
La moda hace que nos hablen de sus obsesiones, de sus ilusiones, de su yo; en todo caso, casi siempre dando vueltas alrededor de si mismos. «Nos dan álgebra en vez de vida, fórmulas en vez de imágenes», vapor de charcos en vez de delirios divinos, escribió H. Miller en El tiempo de los asesinos. Es esto lo que ha provocado su muerte.
El edificio poético se ha desmoronado delante de nosotros. ¿Cuál es la utilidad del poeta si no nos hace concebir una nueva visión de la vida? Muchos te tienen pavor porque tus gestos, tus palabras, hacen crecer la conciencia, tocan la intimidad del hombre; hacen ver, sentir, tomar conciencia de que el hombre no puede obtener la paz interior sino es en lucha consigo mismo; tratas de romper las cadenas que se deben a verdaderos espantajos que postran a la Iglesia en un servilismo de sí misma y corroen el corazón del Evangelio.
Tú deseas ir más allá del mundo oficial, de la Iglesia jerárquica. Se oye decir que tu lenguaje no es elevado. Cierto, no es el lenguaje de los científicos sino del pastor. Tu leguaje está reservado a los recovecos del corazón, es el lenguaje del alma contra el lenguaje muerto, pasado, trasnochado, sin contacto con la realidad porque sabes que el meollo de la renovación evangélica está en el corazón.
Tus palabras son el alfabeto original e indestructible del alma, una relación armoniosa y lógica entre el futuro y el pasado, la tradición y la innovación. Tu misión es la de abrir ventanas sobre un mundo de relaciones infinitamente complejas que no entienden el lenguaje de la teología escolástica. Encarnas lo nuevo y lo antiguo, la novedad y la tradición; estás con los que adoran vivir y luchan por la vida sabiendo que la vida debe de estar al servicio de algo que nos sobrepasa para que sea fecunda. Tus raíces se hunden en el pasado y chupan del futuro. Por eso a veces, tu lenguaje parece desatinado, insensato.
Unos se sienten próximos a ti porque, en un sentido u otro, se ven reflejados en ti como en un espejo; otros te detestan porque ven en ti lo que ellos quisieran ser y no son capaces de serlo porque detestan lo nuevo por la única razón de ser diferente de la tradición. Vives en nuestro mundo pero, como los santos, pareces de otro mundo; tu ejemplo nos seduce y hace insoportable este mundo chato y miope. Para ti la Iglesia no es desierto reservado a las almas afligidas que han renunciado al espíritu y a los cambios del mundo sino una comunidad viva, palpitante y misteriosa en la que los hombres pueden vivir y deben vivir libremente por poco que de ello se preocupen.
Has visto y sentido que la religión se ha convertido, para muchos, en una farsa, como la ciencia y la política para otros. Pero mucha gente de iglesia espera al día siguiente y no te escucha como tampoco escucha a los profetas de nuestros días.
Tu relación con el mundo no es de orden científico, teológico sino vital, de gracia. Tu modestia y tu ascetismo son propios de las almas entregadas, de los santos. Dices a todo el mundo: «Si tenéis necesidad coger y tomar de esto que me pertenece porque no es mío sino de quien lo necesite». A veces nos das la impresión de ser un lobo solitario que necesita más espacio y más libertad, que arde en deseos de que el futuro sea la inevitable realización de los deseos profundos del ser humano.
Tu nos recuerdas que la única manera de vivir es haciendo parte de la creación que cambia, que nos debemos preguntar constantemente qué podemos esperar y por qué lo debemos de esperar, que la Iglesia debe de sacudirse de encima la tristeza húmeda y mohosa del tiempo y la afligida resignación: la falta de fe. Das techo a los mendigos de Roma, y deseas lo mismo para los de todo el mundo, y tendrás muchas veces la sensación del Maestro: «Las raposas tienen madriguera pero yo no tengo en donde reclinar la cabeza».
A veces eres la voz no sólo de los sin voz sino la voz del silencio. Del silencio interior de millones de personas, de los que reinan en el silencio y en la noche oscura. La voz del que grita en el desierto es el silencio. Sabes mejor que nadie que el mundo es doble, mal y bien, luz y oscuridad, del amanecer y del crepúsculo, dominio de la confusión. Sabes lo que tiene necesidad de reforma, de reajuste. Al oírte nos damos cuenta de cuán poco moderno es este mundo nuestro, de cuanto muchos hombres de Iglesia hacen por pone parabrisas y liquidar este aire nuevo que está llegando a las sacristías. No se trata de una educación verbal sino de un desenvolvimiento y desarrollo espirituales. No es el deseo de gloria ni de liderazgo sino la fe la que lo inspira y le hace hablar. Sus sueños son como pájaros migratorios que van de sol en sol. Tus sueños de un mundo renovado no son más que la reverberación de los latidos de tus anhelos de esperanza.
Todos aquellos que buscan a Dios aunque digan palabras que lo niegan te escuchan atentamente. Por el contrario, muchos que dicen buscarlo, reniegan de la claridad de tus palabras y la bondad de tus gestos. Para escucharte y dejarse penetrar tu palabra no hace falta más, pero es necesario, convertirse, echar por la borda toda toma previa de partido. Sabes como nadie que toda criatura viva tiende a la comunión con lo más alto o lo más bajo y que todo mal uso del poder no sólo no bendice a Dios sino que mancha y tacha la creación e impide que la Navidad se realice plenamente. El camino del cielo pasa, para mucha gente, por el infiero hasta no pode vivir consigo mismos. Tal vez a las puertas del infierno es donde mejor se deja ver y luce la salvación. No buscas el poder y sin embargo eres hoy el director de la gran orquesta del mundo. Tu afán es aprovechar el potencial que tienen todos y cada uno de los creyentes para difundir el mensaje de Jesús. Esta es una manera de decir si a la vida y al Creado y de cantar alabanzas a Dios en cada una de sus creaturas.
A nadie gusta que le recuerden lo que no ha hecho o lo que ha hecho mal y tu recuerdas a la Iglesia que es vieja, que no está de acuerdo con el mundo en que vivimos, que durante mucho tiempo ha vivido ajena al verdadero y sencillo mensaje de Jesús, que muchas cosas que hace es perder el tiempo. Peor aún, le recuerdas que llevamos a veces lleva a cuestas un evangelio inventado por los hombres, en vez de la vida, la alegría del Evangelio. El mundo moderno se ha saltado lo fundamental del Evangelio, eternamente inconmovible, la persona de Cristo, su sabiduría. Por mucho empeño que hayan puesto los hombres en crear el mundo excelente, un Paraíso, no han logrado superar el mundo que nos enseñó Cristo.
Sus bases son sencillas: el amor, la misericordia, la compasión. Una lucha permanente entre la audacia y la timidez, por ser libre; apetito de conocimiento, insaciable curiosidad. Disfrutas como un niño escuchando los cuentos de los sin techo, delos viejos desahuciados y marginados, cosas inútiles a los ojos de nuestra sociedad, llevado siempre por un deseo de cambiar la vida del mundo. El mundo parece un escenario demasiado pequeño para todo lo que quieres hacer. Tu meta no es otra que la realización de tus sueños: un mundo fraternal, una Iglesia testigo de la Buena Nueva.
Estás convencido de que todos podemos ser victimas de un error cuyo ángulo no conocemos y nos acecha sin darnos tregua; confiesas sin tapujos que, muchas veces, todos hacemos lo que no queremos hacer y no hacemos lo que quisiéramos hacer. Tus palabras rezuman aquello que escribió Hölderlin: «Nada puede crecer y nada puede hundirse tan profundamente como el hombre», en Hiperión. Sabes que ante la realidad de la vida suenan pálidas todas las ensoñaciones, todas las ideologías, todos los sueños. Todo el que no acepta la condición de su vida, se condena a si mismo, pierde su alma. El hombre que resiste y el que se rinde, hacen parte del mismo, son las dos caras de la misma humanidad. Estás convencido de que a veces las más nobles naturalezas han sido pasto de escarnio de las gentes que van por la calle convirtiendo así las apariencias en guías de su viva. «Y hacéis esto», vienes a decirnos, «porque habéis perdido la fe en todo lo grande». Muchas veces la teología no ha sido más que una máscara del Evangelio, no se preocupó de los hechos sino de la abstracción, tal vez un refugio para escapar del mundo exterior y contra la cegadora claridad del Evangelio, del amor, de la persona de Jesús.
Sin conceptos o con ellos, con teología o sin ella, todos los hombres tienen acceso a Dios. Se le puede encontrar en todo y en todo tiempo. Hasta los que luchan contra Dios lo buscan pero dando la espalda a la luz. Tus palabras muestran que estás convencido de que a veces la palabrería teológica no nos han cegado pero si nos ha impedido ver y mirar e frente a as cosas. Muchas veces, la teología de los teólogos es un sistema y sus alrededores. Tu te has dado cuenta de que al hombre le basta con amar, y querer a Dios; que a Dios se llega a través de la confusión del mundo, que la maneras y formas de llegar a Él son cambiantes e inciertas, que el cielo está lejano pero al alcance de la mano, que la vida es nuestra y, la mismo tiempo, nos es ajena. Querer comprender a Dios es querer dejar de ser hombre para ser un dios.
Preguntas al mundo lo que Dostoievski: «¿Crees que realmente todo el mundo tiene derecho a decidir quién es digno de seguir viviendo y quién no lo es?», en Hermanos Karamazov. Sabes como nadie que todos somos iguales en la capacidad para errar y para e sufrimiento. Solo no le pasa a quien o siente. La humanidad ve en ti la realidad de aquello que pensó Pessoa: «El instinto infantil dela humanidad que hace que el más orgulloso de nosotros, si es un hombre y no un loco, anhele, […], la mano paternal que lo guie a través del misterio y de la confusión del mundo», en Libro del desasosiego. Muchas personas se vuelven dioses vagabundos para encontrar el verdadero Reino y pueden cambiar de tal manera su identidad que no se conocerán así mismos. Entonces la imaginación y la acción se hacen la misma cosa para entonar un cantico de acción de gracias. Los que viven de creencias tienen miedo de tus palabras que mastican el Evangelio, no son capaces de aceptar tus esperanzas no dichas pero dadas a entender.
Tal vez el mundo aún no está maduro para aceptar y disfrutar de la luz sino que está creando dioses mágicos y viviendo según una nueva ley que el mismo se ha dado antes de que Dios haya fijado su posición. Todas esas divinidades son una proyección de la pujanza interior del hombre en su más alto grado de exaltación para exorcizar las tinieblas. «La imaginación crea la sustancia», escribió Baudelaire. El hombre actual se ha integrado al corazón de la naturaleza, iluminado por el fuego de la esencia divina, y hasta tal punto se cree divino que está convencido de que no necesita más que abrirse para irradiar divinidad. Nos das a entender que el funesto orgullo ahoga muchas veces en cada uno de nosotros el grito de amor. Por eso nos insistes: «Digan te quiero», con la sencillez e inocencia de los niños porque solo éstos viven al amparo de las melodías puras sin disonancias ni estridencias.
Nos enseñas que la vida es lo que es y por eso es tan hermosa porque has capturado en tu corazón la belleza de la naturaleza, que no se puede amar a la humanidad sino que hay que amar a este ser humano que está a mi lado, que si tuviésemos fe, la vida nunca nos parecería algo vacío. Nos enseñas que la vida es como una esfera, cuanto más se ensancha más nos queda por ver, por aprender porque cada paso que damos nos lleva a lo que ignoramos. Nos enseñas con tu vida que ser crisiano es buscar ser el hombre que no existe pero que debemos hacer existir; que no son suficientes impresiones sino que se necesitan convicciones, que hay que estar muchas veces en desacuerdo con el mundo y con uno mismo, que lo inútil para el mundo es lo grande ante Dios: amar al pobre, entregar la propia vida al necesitado, acompañar a quien se siente solo, visitar al enfermo y al encarcelado, consolar al triste. Nos enseñas que la felicidad está en hacer lo que puedes hacer y debes hacer por los demás. Detestas que nos entendamos en la medida en que nos ignoramos como detestas que la vida sea un caminar entre la grandeza que no hay y la felicidad que no puede haber.
A veces, Francisco, das la sensación de que te has dado cuenta de que en la Iglesia no hay plaza para un hombre como tú y que estas deseando llegar a viejo para retirarte. A veces te veo como un cóndor encadenado en las montañas de los Andes y no te mueres porque las ansias de libertad te devoran por dentro, o un Vikingo en la Corte de Luis XIV en medio de unos clérigos anclados en tiempos pasados. A ti no te da miedo la luz por eso no renuncias a la creación pastoral, teológica, social;
A los poetas de la vida, tu eres uno de ellos, les cuesta encontrar un recoveco en el mundo. Tal vez buscan un mundo ideal en donde puedan cerrarse todas las heridas y olvidas el vacío que se puede crear entre el ideal y la realidad. Buscas un mundo fértil, rico, apasionado, misterioso que compense todo lo negativo del mundo en que vivimos, buscas el gran milagro de la comunión entre todos los hombres. Pero eres consciente de que no podemos conseguir lo imposible más que por los sueño, a veces, un poco fuera de la realidad, casi locos. Sin timón ni ancla, este mundo estaría destinado a vagar a la deriva sin personas como tú. No eres temerario sino audaz y tu audacia resulta certidumbre. Como grande que eres, estás profundamente ligado al espíritu de tu tiempo, a los problemas fundamentales que le dan color y lo identifican.
Aunque todos, en lo esencial, estamos solos, más que nadie quien pone su libertad como bandera. Tu rebeldía nace de las profundidades, como si de un barco borracho se tratase; eres una especie de iconoclasta, teniendo un gran respeto por la imagen, llegas a temerla porque tienes miedo de ser como el resto, de ser un funcionario, de ser alguien que mire la vida con indiferencia. En tus palabras escucho: «no hay salvación más que en la libertad de cada ser humano». Tu vida y tu palabra es la liberación del espíritu, del corazón, de la carne, del alma, del ser humano contra todos los que hacen todo lo posible por maquillar la verdad, nos ayudas a bendecir y dar gracias por vida y a vivirla desde dentro, a hacerla estallar. Creo, Padre Francisco, que sientes la libertad tan pegada a tu piel como las plumas de las aves al suyo.
Soy consciente, querido Padre Francisco, de que intentar estudiar personalidades como la tuya es correr el riesgo de descubrir lo escondido, lo oculto, lo inacabado. Los más grandes hombres son los más envueltos en el misterio. Se diría que vinieron al mundo para descubrirnos su secreta naturaleza. Por eso a veces, su lenguaje nos parece desatinado, insensato. Los espíritus libres como el tuyo que nacen antes de tiempo sufren tormentos e incomprensión y pueden estar tentados de tirar la toalla sin darse cuenta de que sus sufrimientos no son más que el reflejo del mundo que ellos tratan de transformar. Tal vez alguna vez hayas pensado como Rimbaud: «hay cosas que hay que destruir necesariamente» para que todo nazca de nuevo. Sabiendo que nunca la lograremos, buscas la perfección como un ideal al cual debemos tender. Creo que prefieres afrontar cualquier peligro y gustar todos los caminos antes de abandonar en ruta, creo que, como Santa Teresita del Niño Jesús o Rimbaud, quisieras ser todo para hacerlo todo.