Su voz es lluvia fuerte, trueno y quejido eterno cuando denuncia a los sicarios de la droga que segaron las esperanzas de los más jóvenes
(Aureliano García, Hermano Marista, Medellín).- Cae la tarde sobre un Medellín lluvioso, como caen los viejos esquemas, ritos y oropeles de antaño cuando el hombre de blanco camina hacia el micrófono con paso firme. Su palabra es serena y directa.
Apenas han pasado dos minutos y el hombre de blanco comienza a llover palabras que hablan de un Dios nuevo que nos «primerea», que elije «callejear» la vida y seguir hambreando humanidad en medio de tantos seres humanos descartados. El núcleo de lo humano está en su vulnerabilidad y Dios, este Dios nuevo y distinto, quiso hacerse vulnerable con los vulnerables.
El hombre de blanco habla desde la lógica de la encarnación y despliega, sin concesiones hacia los guardianes de negro, su modelo de Iglesia: una casa común donde todos caben y nadie es excluido, una tienda de campaña donde se curan las heridas y donde se cuida especialmente a los más pequeños. La voz de Francisco llueve con más fuerza cuando desenmascara a los que entraron en esta casa para ser servidos y buscar honores.
Su palabra suena casi como el trueno, como el quejido eterno del «poverello de Asís» que surca los siglos de la historia: «El diablo entra siempre por el bolsillo; no se puede servir a Dios y al dinero». Su voz es lluvia fuerte, trueno y quejido eterno cuando denuncia a los sicarios de la droga que segaron las esperanzas de los más jóvenes.
Es una mezcla de realismo y esperanza, de teología y de sentido del humor, de lo divino y de lo humano. Es una invitación a estar siempre en camino, a huir de los administradores de desgracias y a contemplar la realidad con la mirada del buen samaritano. Su palabra es un brindis por el ser humano y una llamada de atención que no admite dobles interpretaciones: «No viváis de añoranzas ni encorsetéis el misterio… ¡dejad ya de contestar a preguntas que nadie se hace! Vivid con alegría. Sed hombres y mujeres reconciliados para poder reconciliar. No seáis consagrados con cara de estampita».
Cae la tarde sobre Medellín. Y llueve. Y me gusta la lluvia del hombre de blanco que empapa esta tierra colombiana sedienta de un nuevo amanecer. Es una lluvia cálida que cala adentro.
Y contrasta. ¡Siempre contrasta el blanco sobre negro!