Desde el cisma hacia la unidad cristiana

Lutero: V centenario de la Reforma Protestante (y III)

"Tenaz en su carácter y obsesivo en sus ideas, Lutero las vivió apasionadamente"

Lutero: V centenario de la Reforma Protestante (y III)
Las tesis de Lutero Agencias

Aunque la Declaración católico-luterana de Aubsburgo (31 octubre 1999) fue un paso muy avanzado en el ecumenismo, sin duda aún queda camino por recorrer

(Saturnino Rodríguez).- Martín Lutero es una figura crucial de la Edad Moderna en Europa, la influencia del conjunto de sus teorías y doctrinas (que suele denominarse luteranismo) se extendió, más allá de la religión, a la política, la economía, la educación, la filosofía, el lenguaje, la música y otros espacios de la cultura. Martin Lutero obtuvo gran popularidad entre el pueblo, y también su considerable influencia en el clero. La contribución de Lutero a la civilización occidental se consideran más allá del ámbito religioso. Sus traducciones de la Biblia ayudaron a desarrollar una versión estándar de la lengua alemana y se convirtieron en un modelo en el arte de la traducción y el desarrollo de la lengua.

La obra escrita

Las obras escritas por Lutero desde 1517 a 1530 suman 50, siendo más abundantes de 1524 a 1528. Algunas de las cuales fueron al menos esbozadas por algunos de sus amigos, como Melanchthon. Lutero también escribió sobre la administración civil y eclesiástica y sobre el hogar cristiano. El estilo literario de Lutero era polémico, llegando incluso a insultar a sus oponentes cuando el tema le apasionaba. Al igual que otros reformadores era muy intolerante con otras creencias y con los puntos de vista opuestos al suyo, lo cual pudo contribuir a exacerbar la Reforma protestante en Alemania.

Las obras más destacadas

Por su traducción de la Biblia, Lutero es considerado además uno de los fundadores de la literatura en alemán. Hasta la publicación definitiva de la Biblia completa traducida en 1534 Lutero iba trabajando en ello, escribiendo y publicando partes dela misma desde el año 1521 que comenzó en su destierro del castillo de Warbuirg hasta 1530. Tanto la Reforma protestante como la consecuente reacción católica, la Contrarreforma, supusieron un importante desarrollo intelectual en Europa, por ejemplo: mediante el pensamiento escolástico de los jesuitas en el caso del catolicismo.

Martín Lutero articuló su doctrina básica en sus primeros escritos: «De la libertad cristiana «(1519), «A la nobleza cristiana de la nación alemana» (1520), «El cautiverio babilónico de la Iglesia» (1520), «De la esclavitud del arbitrio» (1525)- y sus publicaciones más conocidas y populares «Catecismo Mayor» «Pequeño catecismo» (1529) donde expone la teología de la Reforma evangélica comentando brevemente, en forma de preguntas y respuestas: los Diez andamientos, el Credo Apostólico, el Padrenuestro, el Bautismo y la Eucaristía.

Las secuelas de la doctrina de la Reforma protestante tendría sus secuelas inmediatas en Alemania y en los países europeos donde se extendió. En los territorios luteranos disminuyó grandemente el poder absoluto de los reyes. Católicos y protestantes sostuvieron entre sí terribles guerras religiosas. Un siglo después de las «protestas» de Lutero, una revuelta en Bohemia provocó la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), un conflicto entre católicos y protestantes que arrasó gran parte de Alemania e implicó a CASI TODA Europa hasta la Paz de Westfalia y la Paz de los Pirineos.

Lutero fue la primera persona que imprimió un libro: la Biblia alemana, traduciendo de un manuscrito sagrado a la lengua materna de Alemania. Cuando la mayoría de la sociedad era analfabeta y adquiría sus conocimientos a través de la transmisión oral, la memorización y la repetición de los textos bíblicos, la Iglesia tenía el control del conocimiento y sus miembros eran estudiosos y educados. Lutero hizo posible el acceso al conocimiento, la información y la educación, desmitificando la Biblia con el fin de lograr la búsqueda de la verdad.

Cabe destacar que Lutero, personalmente, no fundó la iglesia luterana como institución, ni planeaba llegar a una nueva «denominación cristiana». Por el contrario, expresó que eso no ocurriera: «Ruego por que dejen mi nombre en paz. No se llamen así mismos ‘luteranos’, sino Cristianos. ¿Quién es Lutero?, mi doctrina no es mía. Yo no he sido crucificado por nadie…Dejen, mis queridos amigos, de aferrarse a estos nombres de partidos y distinciones; fuera a todos ellos, y dejen que nos llamemos a nosotros mismos solamente cristianos, según aquel de quien nuestra doctrina viene».

A pesar de ello, en la historicidad de la reforma protestante, se fue designando el apelativo «luterano» y «luteranismo» para referirse a la doctrina interpretativa y enseñanzas que Lutero hizo acerca del cristianismo.

Lutero es reconocido en el calendario litúrgico de la Iglesia Luterana que celebra la festividad de la Reforma el 31 de octubre (fecha en que clavó las 95 tesis). La iglesia Episcopal de Estados Unidos celebra la fiesta el 18 de febrero como su día litúrgico.

La «justificación» tema clave en la obra de Lutero

Dicho en cuatro palabras la doctrina de la «justificación» ( o» justicia de Dios») supondría, conforme confesaba la Iglesia, que el hombre se hiciera justo. Pero ese supuesto – pensaba Lutero- era imposible porque al hombre le separa un abismo infinito de Dios que también con infinito amor le «justifica» a través de Jesucristo, con lo que el hombre no necesita para ello de las «mediaciones» de la Iglesia. Y es en este punto central en el que se ha dado un acercamiento casi total entre la iglesia católica y la reformada en el camino del ecumenismo, como veremos en la 4ª parte de esta serie al hablar sobre el camino del Ecumenismo. Buena parte de las otras «diferencias» derivan de ésta fundamental.

Desligado de la obediencia romana, Martín Lutero emprendió la reforma de los sectores eclesiásticos que le siguieron y que conformaron la primera Iglesia protestante, a la que dotó de una base teológica. El luteranismo se basa en la doctrina de la «justificación» (inspirada en escritos de San Pablo y de San Agustín de Hipona) de que el hombre puede salvarse sólo por su fe y por la gracia de Dios, sin que las buenas obras sean necesarias ni mucho menos suficientes para alcanzar la salvación del alma; en consecuencia, expedientes como las bulas de indulgencias que vendía la Iglesia no sólo eran inmorales, sino también inútiles e incluso la mediación y poder jerárquicos de la Iglesia.

Cuadro de Lucas Cranach explicando la doctrina clave de Lutero de «la justificación por la fe»

Este retablo del pintor Lucas Carnach- el gran pintor de Lutero refleja el pensamiento de Lutero de que la salvación sólo se adquiere con la fe personal y la lectura directa de la Sagradas Escrituras.Las imágenes llevan un número que aclaramos aquí:

1. Lutero con una Biblia en la mano señalando un pasaje de la II epístola de San Juan «La sangre de su hijo Jesús nos purifica de todo pecado»

2. Un chorro de sangre de Jesús crucificado cae sobre la figura del pintor Lucas Cranach padre

3. Personificación de los verdaderos creyentes que reciben sin ningunas mediación por parte de la jerarquía católica

4. A su lado San Juan Bautista señalando a Cristo, y al pie de la Cruz vemos a Jesús como el «cordero de Dios» que quita el pecado del mundo

5. A la izda. de la Cruz aparece Cristo resucitado…

6. Clavando el asta de su bandera al demonio. Al fondo, a la izquierda muestra la escena de la expulsión del hombre del Paraíso…

7. Fuente del pecado original y a su derecha Moisés maldice a los que no cumplen los mandamientos

Como consecuencia de esta primera fundamentación Lutero negaría otras prácticas asumidas por la Iglesia católica a lo largo de la Edad Media, como la existencia del Purgatorio o la necesidad de que los clérigos permanecieran célibes y para dar ejemplo él mismo contrajo matrimonio con una antigua monja con la que tuve cuatro hijos. De los sacramentos católicos, Lutero sólo consideró válidos los dos que halló reflejados en los Evangelios: En su obra «Sobre el Cautiverio Babilonico de la Iglesia» (1520), rechaza el «sacramentalismo de la Iglesia», diciendo que en las Sagradas Escrituras solo se distinguen dos sacramentos: ll Bautismo y la Eucaristia (la «cena del Señor»), rechazando los demás como tales «sacramentos».

Lutero defendió la doctrina del «sacerdocio universal», que implicaba una relación personal directa del individuo con Dios en la cual desaparecía el papel mediador de la Iglesia, privando a ésta de su justificación tradicional. «Sacerdocio universal» que se adquiría en el bautismo sin otras mediaciones.

La interpretación de las Sagradas Escrituras no debías ser monopolio del clero, sino que cualquier creyente podía leer y examinar libremente la Biblia, que debía ser traducida, por tanto a idiomas que todos los creyentes pudieran entender. El propio Lutero la tradujo al alemán, creando un monumento literario de gran repercusión sobre la lengua escrita en Alemania en los siglos posteriores.

Aunque suele insistirse en ello no eran los abusos de los clérigos ni su modo de vida disoluto que vivió en su viaje a Roma en 1510 lo que más le inquietaba a Lutero. Era que la Iglesia había perdido la brújula, había abandonado el ministerio de la Palabra y había olvidado su misión universal: predicar al pueblo de Dios la Verdad. No era una reforma eclesiástica lo que buscaba sino una reforma espiritual, una reforma de la vida interior. «Unus quisque robustus sit in conscientia sua» (Que cada uno sea fuerte en su conciencia).

La «libertad cristiana» de Lutero en 1520, que es un hito en el paso de la Edad Media a la Moderna, plantea una revolución en la tradicional relación entre religión y libertad al decir que «un cristiano está sujeto sobre todo al Señor y a nadie más que a él, incluido quien escribe», así como la traducción del Nuevo Testamento (1522) que tuvo gran repercusión en la «Guerra de los campesinos alemanes».

La argumentación de Martín Lutero en su escrito «La libertad cristiana» (1520), fue de alguna manera un detonante pero no es menos cierto que Lutero jamás animó estos movimientos sino que los condenó en su obra titulada «Contra las hordas ladronas y asesinas de los campesinos» en 1525.

Con la Biblia en la mano los campesinos podrían cuestionar los privilegios que aducían los nobles basados en la voluntad divina como su liberación del vasallaje como postularon en los «Doce artículos y reglamentos de la liga de campesinos » dirigidos a la Asablea de campesinos.

La argumentación de Martín Lutero en su escrito «La libertad cristiana» (1520) encontrarían eco en Ulrico Zuinglio en Zúrich (Suiza) y Thomas Müntzer en Allstedt (Sajonia, Alemania) que difundieron las tesis de que todos los hombres podían encontrar, sin necesidad de intermediarios, el camino hacia Dios y lograr la salvación de sus almas.

La doctrina luterana era ambivalente en cuanto podía interpretarse en doble sentido: resultaban atractivas tanto a los príncipes y nobles como a los burgueses, aunque no lo pretendiese, porque ponía en sus manos el destino y la administración del país, sin intervenciones foráneas de la Iglesia.

Pero no es menos cierto que impactaba ese nueva noción de Iglesia opuesta a la Iglesia jerárquica y material de Roma con la visión de una Iglesia espiritual compuesta por todos los integrantes de la verdadera fe, sin intermediarios ni vicarios, una relación directa entre el corazón de los hombres y Dios.

Al rechazar la autoridad centralizadora de Roma, Lutero proclamó la independencia de las Iglesias nacionales, cuya cabeza debían ser los príncipes legítimos de cada Estado lo que hizo que estos lo recibieran con alborozo al entender que podían hacerse con propiedades del dominio de las Iglesias locales y también de las conciencias de sus fieles y facilitando la extensión de la Reforma. Tanto más cuanto que Lutero insistió en la obediencia al poder civil, contribuyendo a reforzar el absolutismo monárquico y desautorizando movimientos populares inspirados en su doctrina, como el que desencadenó la «guerra de los campesinos» (1524-25).

Derivaciones doctrinales y prácticas de la doctrina de la «justificación»

– La justificación de la salvación sólo es por la fe. Sólamente un autentico arrepentimiento puede resolver la cuestión de la culpabilidad y el castigo, y que depende única y exclusivamente de Cristo

– Solo hay un Mediador entre Dios y los Hombres, Jesucristo

– Ni un Papa ni un sacerdote, tienen el poder de remover los castigos temporales de un pecador. (La «confesión»)

– La culpa por el pecado no puede ser anulada por medio de la compra de las Indulgencias (Sus 95 tesis)

– Rechazo de la autoridad del Papa y repudio la jerarquía de la iglesia

– La Biblia es la única autoridad de fe y practica para los cristianos

– La soberanía de Dios es superior al libre albedrio humano

– Existencia de sólo dos sacramentos: El Bautismo y la Eucaristía (llamada «Cena del Señor»)

-Defensa de la doctrina de Consubstanciación en lugar de la Transubstanciación

– Rechazo a la veneración de Santos, al uso de imágenes en la iglesias, uso de reliquias

– Rechazo al celibato clerical

– Abogó para la separación entre la Iglesia y el Estado

– Abogó por la educación de los fieles en las escuelas parroquiales

Aclaraciones a «malos entendidos» sobre Lutero

– Lutero no quería romper la unidad eclesial, sino reformar la Iglesia de su época, una institución constantiniana que había llegado a estar casada con el poder, mundana, rica y corrupta

– En sus 95 tesis el religioso agustino lanzó severas amonestaciones y manifestó un profundo deseo de purificación, evitando la «mundanización» en que había caído la Iglesia

– Pero Lutero no comenzó sus reflexiones criticando la vida y costumbres de los jerarcas de la Iglesia sino buscando su regeneración

– Sólo cuando la tensión por ambas partes llegó al extremo es cuando terminó cuestionando la autoridad del Papa, llegando al extremo de denominarle «Anticristo»

– Lo fundamental en la obra y doctrina de Lutero es su fe en la persona de Jesucristo como salvador por la «justificación»

– Basta con recordar la reciente visita del papa Francisco a Suecia y sus contactos con jerarcas de la Iglesia Luterana para confirmar lo anterior. El camino del ecumenismo en los últimos tiempos ha llegado a ver las incomprensiones por ambas partes que hay que corregir para llegar a la Unidad

– En realidad la Reforma Protestante no es un «invento» de Lutero. Toda esa letanía de confesiones evangélicas (protestantes) que vendrían después poco o nada tienen que ver con la verdadera «Reforma»

– Lutero era un cristiano de una profunda fe que le llevó a optar por la vida religiosa ingresando en un monasterio agustino. Una vez allí se especializó en el estudio de las Sagradas Escrituras como fundamentación de la fe cristiana

– Indignado por el modo de vida que llevaban los dignatarios eclesiásticos en Roma centró sus críticas en el rechazo de una bula papal que otorgaba indulgencias y remisión de pecados a los fieles que quienes contribuían con sus limosnas a la construcción de la Basílica de S. Pedro en el Vaticano


De la Reforma y Contrareforma al Ecumenismo Teólogos pro y contra la Reforma

La división creada en el cristianismo entre la doctrina católica y luterana se ha reflejado históricamente en las obras publicadas por autores de ambas confesiones tanto sobre Lutero como su obra y doctrina; obras dominadas por la tensión que se ha ido objetivizando gracias a los importantes pasos dados por ambas partes en favor se la unión, gracias al movimiento ecuménico del que hablaremos en la 4ª parte de este serie. De momento destacamos cuatro figuras de cuatro destacados autores. 

Johannes Cochlaeus (en alemán Dobeneck (1479-1552) sacerdote, humanista y teólogo polémico de Lutero que en 1531 publica libro «Comentarios acerca de los hechos y escritos de Martín Lutero». Retrata a Lutero como una figura abominable,. dominado por el orgullo, la soberbia y la ambición con un carácter hipócrita e iracundo. Esta imagen perduraría en el ámbito católico hasta comienzos del s.XX.
Heinrich Seuse Deniffle (1855-1905) Paleógrafo e historiador austriaco se educó en el seminario episcopal de Brixen, comenzó sus estudios universitarios en Grazt que continuaron en Roma y Marsella e ingresó en la orden dominicana en 1861 y fue muchos años profesor de Filosofía y un elocuente predicador en Grazt.

Sus investigaciones en los archivos Vaticanos y otras bibliotecas le llevaron por un lado a desmontar ciertos infundios sobre Lutero pero por otro lado al estudiar su teología refuta su doctrina de la justificación. Su gran obra aparecida en 1904 «Lutero y el luteranismo en el primer desarrollo» cayó como una bomba entre los admiradores del reformador especialmente los famosos profesores alemanes Seeberg, Harnack y otros seis a los que respondió en la segunda parte «Lutero en la iluminación racionalista y cristiana».

Denifle, muy estimado por León XIII y Pío X , fue director de la Comisión de Estudios Cardenalicios, miembro de la Academia Imperial de Ciencias (Viena) y de la de París , Praga, Berlín, Göttingen, doctor honorario de las universidades de Münster e Innsbruck, miembro de la legión de Honor, de la orden de la Corona de Hierro etc.

Cuando iba a recibir el doctorado dee la Universidad de Canmbridge falleció. El nobramiento dde ía del acta le fue concedido por arrojar más luz sobre la carrera y carácter de Lutero que todos los editores de las obras de Lutero y todos los biógrafos juntos.

Hartmann Grisar, (1845-1932) era un alemán-austríaco jesuita y historiador de la iglesia, profesor en la Universidad de Insbruck y luego en Roma en 1902 regresando a Alemania donde se dedicó por entero al estudio de Lutero y de la Reforma a partir de las fuentes documentales.

En sus obras «Lutero» (1911-1912) y la biografía en un tomo, «Vida de Martín Lutero y su obra», 1926, Grisar encuentra aspectos positivos en el reformador y demuestra que no era un hombre inmoral y corrompido reconociendo que Lutero no inventó nuevas doctrinas con el fin de justificar una vida disoluta. Según Grisar la causa de la crisis de Lutero es su orgullo y obstinación que derivan de una enfermedad psíquica, una neurosis traumática lo que abría las puerta a los estudios posteriores de moda vía psicoanálisis. En todo caso era un avance en el entendimiento.

Joseph Lorz (1887- 1975) 18125-1880) Nacido en Luxemburgo fue un sacerdote católico que estudió filosofía y teología en la Universidad Gregoriana de Roma y en la Universidad de Friburgo en donde fue influenciado por el profesor dominicano y erudito de Patrología Johann Peter Kirsch. Fue profesor de las Universidades de Mainz y de Münster en Westfalia.

Destacado historiador y ecumenista de la Reforma muy apreciado que ofrecería una visión más respetuosa y comprensiva que las anteriores.. En 1939 publica su obra en 2 volúmenes «La Reforma en Alemania» considerada un cambio crucial en la manera de presentar la imagen de Lutero y de enfocar la Reforma, desde la perspectiva católica contribuyendo a la transformación del clima en las relaciones entre ambas Iglesias en las últimas décadas. Sus escritos jugaron un papel en el pensamiento que se manifestó en el Decreto del Concilio Vaticano II sobre el Ecumenismo , Unitatis Redintegratio (21 noviembre 1964).

Un perfil psicológico de Lutero

En un tema en el que tanto se insistió en los años de la tensión católico-luterana vamos a intentar ser lo más objetivos resumiendo el trabajo que publicó hace ya unos años el profesor de Historia Moderna Joan Basa i Elías de la Universidad de Barcelona y de la Facultad de Teología de Barcelona («Una vida atormentada» en «Cuadernos Historia 16,» 1985).

Lutero – escribe él casi textualmente – es una psicología fuera de lo normal como lo es también su propia personalidad. Tenaz en su carácter y obsesivo en sus ideas las vive apasionadamente y se irrita tremendamente contra todo aquel o todo aquello que se opone a su manera de ver las cosas.

Lo que llama la atención si se con la afectuosa y paternal preocupación que se le nota en su etapa de vicario territorial agustino y más aún en su vida de Witemberg como padre de familia…

Su proclividad a la tristeza, quien sabe si la melancolía maniática, aparece ya en el año 1509 con insistencia y le acompaña hasta su vejez, vivida en sus últimas etapas con un cierto hastío y pesimismo. La evidente hondura de su preocupación llega a la angustia cuando se trata de la salvación personal, que quiere palpar y experimentar, que le lleva a buscar una teología iluminada por la cruz de Cristo, en la que la justificación salva por la fe en Cristo salvador. Su conciencia de profeta le llevará a decir años más tarde «yo soy el profeta de los alemanes» (1535). Ya en Erfur, universitario aún, descubre la Biblia, a la que se entregará de lleno en la etapa conventual y a, treinta y dos años de magisterio en Witemberg. Resultar difícil encajar en su esquema el pequeño tratado «Sobre la libertad cristiana» (1520) y aun en el «Comentario al Magnificat» (1521) con estas otras actitudes violentas y duras.

Quien no está conmigo está contra mí parecía ser el lema de Lutero. Y de ahí la actitud violenta y dura , que asombra en su trabajo de polemista, y de la que no escapan los católicos, y tampoco algunos de su propio círculo. Recordemos Contra Karsitadt por su doctrina sacramentarias; los llamados «profetas anabaptistas» de Zwickau por su iconoclastia, Tomás Munzer por su predicación de la Iglesia del Espíritu; los campesinos por su rebeldía a los señores y contra los que escribía durísimas palabras en un opúsculo; con Erasmo de Rotterdam, el humanismo capaz de aceptar sus críticas demoledoras contra la Iglesia y los curiales pero en absoluto ante su desprecio por la libertad del hombre, el don más preciado por un humanista; contra Ulrico Zuinglio y su sucesor Juan Enrique Bullinger por su doctrina sobre la Eucaristía; con el propio Mellachthon por sus equilibrios irenistas en la Confesión de Ausburgo (1539) y en los artículos de Esmalcalda (1536).

Lutero únicamente pierde este iono polémico, común a todas sus obras, cuando redacta sus dos Catecismos: el mayor dedicado a los párrocos (abril 1529) y el menor (mayo 1529) redactado de forma de preguntas y respuestas , acompañadas de consejos y oraciones en cuyo texto procura evitar todo aquello que pueda parece anti-algo.

El Cisma de la Iglesia Ortodoxa

Como el objeto de esta serie de 4 presentaciones en Powert Point era recordar el V Centenario de la Reforma de Martín Lutero – que celebran conjuntamente por primera vez las Iglesias Católica, Ortodoxa y Reformada o protestante – al llegar esta última parte dedicada al «Camino ecuménico de la Unidad» de las tres confesiones no sería lógico ni justo no haber dedicado espacio a la Iglesia Ortodoxa por ello lo hacemos ahora porque en realidad fue la primera escisión del tronco común cristiano y por otro lado la más próxima a la Católica.

A las tres iglesias incumbe la tarea del Ecumenismo y de la Unidad y por ello vamos a comenzar esta 4ª y última parte dedicando espacio al que fue el primer Cisma en la Iglesia rompiendo con Roma.

El primer cisma: la Iglesia ortodoxa

El Cisma de Oriente y Occidente, o el Gran Cisma (usado también para referirse al Cisma de Occidente) hace referencia a un hecho conflictivo de carácter religioso que en el año 1054 produjo la mutua separación y excomunión entre el máximo jerarca de la Iglesia católica en Roma, el Papa u Obispo de Roma (y la cristiandad de Occidente) y los jerarcas eclesiásticos de la Iglesia ortodoxa ( y la cristiandad de Oriente) especialmente del principal de ellos, el Patriarca Ecuménico de Constantinopla. Vamos a recorrer brevemente los pasos dados hasta la separación.

La Iglesia ortodoxa también conocida con los nombres de Iglesia católica apostólica ortodoxa, Comunión de Iglesias Ortodoxas, Iglesia Ortodoxa del Este, o Iglesia ortodoxa Bizantina es una confesión cristiana separada de la Iglesia de Roma desde el año 1054, por lo que tradicionalmente ha mantenido que su origen se remonta a Jesús y a los doce apóstoles, a través de una sucesión apostólica nunca interrumpida.

Se considera heredera de todas las comunidades cristianas de la mitad oriental del Mediterráneo. Su doctrina teológica se estableció en una serie de concilios, de los cuales los más importantes son los primeros Siete Concilios, llamados «ecuménicos» que tuvieron lugar entre los siglos IV y VIII. La Iglesia ortodoxa está en realidad constituida por 15 iglesias autocéfalas que reconocen sólo el poder de su propia autoridad jerárquica pero mantienen entre sí comunión doctrinal y sacramental y siendo el Patriarca de Constantinopla el «primus inter pares» como designación honorífica.

Santa Madre Sofía o Hagia Sophia, Estambul es la antigua basílica patriarcal ortodoxa desde su dedicación en el año 360, que hasta 1453 sirvió como catedral ortodoxa bizantina de rito oriental de Constantinopla, excepto en el paréntesis entre 1204 y 1261 en que fue reconvertida en catedral católica de rito latino, durante el patriarcado latino de Constantinopla del Imperio latino, fundado por los cruzados. Tras la Conquista de Constantinopla por el Imperio otomano, el edificio fue transformado en mezquita imperial, desde 1453 hasta 1931, fecha en que fue secularizado. El 1 de febrero de 1935 fue inaugurado como museo.

En la Iglesia Ortodoxa el apóstol san Andrés, hermano mayor del apóstol san Pedro es conocido como Protocletos «el Primer Llamado» porque fue el primer apóstol de Jesús. Según su tradición el Patriarca de Constantinopla es considerado sucesor de Andrés el Apóstol tal como el Papa católico es considerado sucesor de su hermano, Simón Pedro y en Egipto el Papa copto (Egipto) – que también utilizan la denominación de «Papa» – es considerado sucesor de Marcos el Evangelista.

Precedentes del Cisma

Cuando en 324 el emperador romano Constantino I fijó su nueva capital en Bizancio dándole el nombre de Constantinopla, convocó en el año 325 el I Concilio Ecuménico en Nicea que organizó la Iglesia en patriarcados y diócesis, otorgándose el mismo rango a las sedes patriarcales de Roma, Alejandría, Antioquía y Jerusalén, cuyos titulares recibieron el nombre de arzobispos.

En el año 381 el II Concilio Ecuménico en Constantinopla se estableció que el obispo de Constantinopla recibiese el título de Patriarca con preferencia honororífica tras el obispo de Roma.

El año 451 el IV Concilio Ecuménico, en Calcedonia reconoció a Constantinopla el mismo primado que a Roma, aunque al Obispo de Roma se le reconocía una autoridad moral sobre el resto de los Patriarcados. El papa León I » Magno» (440-461) se opone a estas medidas y decide resaltar su primacía única sobre el resto de patriarcados adoptando el título de Pontifex Máximus que habían abandonado los emperadores romanos desde el 382, lo que al final conduciría al Cisma en 1054.

El Cisma definitivo ya tuvo un procedente en el año 857, cuando el emperador romano de Oriente Miguel III (840-867), llamado «el Beodo», y su ministro Bardas expulsaron de su sede en Constantinopla al patriarca San Ignacio (797-877) hoy recordado como santo en las Iglesias ortodoxa y católica reemplazándole por Focio (820-893),, que tuvo que recibir todas las órdenes sagradas de la Iglesia en seis días para ser nombrado Patriarca de Constantinopla. Focio comenzó a entrar en desacuerdo con el Papa Nicolás I «Magno» (858 a 867) y recibió la entronización siendo hoy venerado como santo por la iglesia ortodoxa. Fue la principal figura influyente en la evangelización de los eslavos por los santos Cirilo y Metodio y también en el llamado «Cisma de Focio» (863).

El problema del «Filioque»

Otro tema doctrinal que también contribuía al cisma creando distanciamientos fue el caso del añadido al Credo conocida como del «filioque». En la teología cristiana la cláusula «Filioque» es una inserción en la versión latina del Símbolo Niceno-Constantinopolitano del Concilio de Constantinopla I (381). Esa inserción expresa la doctrina católica por la que el «Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo». En latín el término «Filioque» significa: «y del Hijo». La inserción de esta cláusula en el Credo litúrgico de la Iglesia latina originó una disputa entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa.

La doctrina de la Iglesia católica, afirmada dogmáticamente ya en el año 447 por el papa León I el Magno, se basa en el testimonio de los Padres de la Iglesia tanto latinos como alejandrinos y significa que el Espíritu Santo procede del Padre en cuanto Padre del Hijo. Durante el Tercer Concilio de Toledo, en el año 589, donde tuvo lugar la solemne conversión de los visigodos al catolicismo, se produjo la añadidura en el Credo del término «Filioque» (traducible como «y del Hijo»), por lo que el Credo pasaba a declarar que el Espíritu Santo procede no exclusivamente del Padre, como decía el credo de Nicea, sino del Padre y del Hijo (Filioque).

Actualmente el teólogo ortodoxo profesor A. Edward Siecienski, que ha estudiado exhaustivamente el problema, señala que en las últimas décadas se observan pasos significativos hacia una situación en la que el «Filioque» ya no será un obstáculo para la plena comunión entre las Iglesias católica y ortodoxa. El Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos publicó en 1995 la Nota Las tradiciones griega y latina en relación a la procesión del Espíritu Santo, en general bien recibida en los círculos ortodoxos, que clarifica la posición católica y explica su contexto.

En 1014 con motivo de su coronación como emperador del Sacro Imperio, Enrique II (104-1024) (declarado santo por la Iglesia) solicitó al Papa Benedicto VIII (1012-1024) la recitación del Credo. El Papa, necesitado del apoyo militar del Emperador, accedió a su petición y lo hizo según la praxis vigente por entonces en Europa: de este modo, por primera vez en la historia, el «Filioque» se usó en Roma y en la iglesia latina. Hecho de tal trascendencia que sería la justificación para la separación de las Iglesias Ortodoxas orientales tras el cisma de Oriente de 1054.

Excomunión mutua y Cisma

En 1054, el Papa León IX amenazado por los normandos, buscaba una alianza con Bizancio y mandó una embajada a Constantinopla encabezada por su colaborador, el cardenal Humberto de Silva Candida, y dos arzobispos que al llegar a Constantinopla y pese a ser bien recibidos por el emperador Constantino IX negaron el título de «ecuménico» (autoridad suprema) al Patriarca Miguel I Cerulario que atacó ásperamente la idea del primado petrino el Obispo de Roma. El cardenal tras burlarse de las costumbres griegas abandonó la ciudad tras excomulgar a Cerulario mediante una bula que depositó el 16 de julio de 1054 sobre el altar de la Iglesia de Santa Sofía. Pocos días después (24 de julio), Cerulario respondió excomulgando al cardenal y a su séquito, y quemó públicamente la bula romana, con lo que se inició el Cisma. Alegaba que, en el momento de la excomunión, León IX había muerto y por lo tanto la del cardenal de Silva no habría tenido validez; añadía también que se excomulgaron individuos, no Iglesias.

El reencuentro: Atenágoras y Pablo VI (1965)

Ambas excomuniones permanecieron vigentes desde el año 1054 hasta la declaración conjunta realizada el 7 de diciembre de 1965 por el papa Pablo VI y el Patriarca Ecuménico Atenágoras I, en la que se decide «borrar de la memoria y de la Iglesia las sentencias de excomunión del año 1054», importantísimo paso hacia la unidad.

Existen muchas conjeturas para explicar la escisión y Cisma, una de ellas supone que el Cisma fue resultado de un largo período de relaciones difíciles entre las dos partes como el de la suprema autoridad (el título de «Ecuménico» asumido por el Papa de Roma frente a la exigencia de autoridad del Patriarca de Constantinopla.

El Obispo de Roma reclamaba autoridad sobre toda la cristiandad, incluyendo a los cuatro Patriarcas más importantes de Oriente. Tema este de interpretaciones contradictorias sobre lo que supone «la sagrada tradición apostólica» y «las santas escrituras»: los Patriarcas y primados, en comunión plena con estos, alegaban que el Obispo de Roma solo podía ser un «Primus inter pares» (Primero entre iguales), dejando a la voluntad de Jesucristo la primacía infalible en toda la Iglesia y negaban toda estructura piramidal sobre las Iglesias hermanas.

Desde el Cisma ambas iglesias se reunieron en 1274, en el II Concilio de Lyon – que para la Iglesia católica es el XIV Concilio Ecuménico y el VI de los celebrados en Occidente – y en 1439, en el Concilio de Basilea, pero en cada una de estas ocasiones, las intenciones conciliares se vieron frustradas por el mutuo repudio posterior. En cualquier caso la proximidad es más evidente entre la iglesia católica y la Iglesia ortodoxa que entre las reformadas (luteranas o protestantes), así sea porque la diferencia doctrinal es menos acusada con la iglesia ortodoxa.

El camino de la unidad cristiana

El V centenario del nacimiento de Lutero se celebró el año 1983, pero este año las iglesias tanto católicas como protestantes y ortodoxas, como fruto de los esfuerzos ecuménicos por alcanzar la Unidad de las iglesias cristianas, celebramos por primera vez conjuntamente el V Centenario de la «Reforma» protestante que nació tras el 31 de octubre de 1517 fecha en que el sacerdote agustino Martín Lutero clavaba en la capilla del castillo de Witemberg 95 tesis contra «las indulgencias de sus pecados» decretadas por el Papa León X en a favor de quienes contribuyesen con sus donativos a la construcción de la basílica de San Pedro en Roma.

Las últimas semana de enero celebrábamos tanto católicos como ortodoxos y protestantes la anual «Semana por la Unidad de los Cristianos » siempre coincidente con la festividad de la conversión de San Pablo.

La Conferencia Episcopal Española (CEE) al recordar este hecho afirmaba que «una de las notas más destacables de este Centenario es que tiene lugar por primera vez en una época ecuménica, después de años de diálogo y de varios acuerdos teológicos alcanzados en temas importantes, habiéndose hecho un importante esfuerzo por dejar atrás la mutua desconfianza y las lecturas parciales y tendenciosas de la historia».

Los obispos españoles recuerdan a su vez el documento «Del conflicto a la comunión», elaborado por la Comisión Luterano-Católico Romana sobre la Unidad como crucial para entender el trabajo en pos de la unidad y para «llegar a un entendimiento compartido de la conmemoración». Así, «después de siglos de mutuas condenas y vilipendios, los católicos y los luteranos en 2017 conmemorarán por primera vez juntos el comienzo de la Reforma».

El Consejo Pontificio para la promoción de la Unidad de los Cristianos y la Comisión Fe y Constitución del Consejo Mundial de Iglesias de cara a la Semana de Oración por la Unidad elaboraron en común este documento para el V Centenario de la Reforma. La Santa Sede reconoce a Lutero como «un testigo del Evangelio».

La Canciller alemana Ángela Merkel, al anunciar la celebración del V Centenario de la reforma protestante invitaba a celebrar esta efeméride de la Reforma «en un espíritu ecuménico», expresaba cómo Martín Lutero «con su trabajo ayudó a definir la imagen de un ser humano «maduro y responsable». A pesar de que católicos y protestantes no hayan logrado ponerse de acuerdo sobre un marco común de las celebraciones no podemos olvidar lo que ya afirmaba la Declaración conjunta de Ausburgos (31 octubre 1999) como añadía la canciller alemana Ángela Merkel.

Antecedentes de reformas en la Iglesia

En sus comienzos el fraile agustino Martín Lutero lo que deseaba honestamente era un reforma – que la Iglesia de aquellos momentos necesitaba – no una rotura con la misma. Esos mismos deseos alentaban las preocupaciones desde mucho antes. Desde la Baja Edad Media y hasta bien entrado el Renacimiento habían sido muchos los movimientos con propuestas de reforma, la mayoría movidos por un espíritu sincero, pero habían fracasado. San Bernardo y San Francisco figuran entre los primeros «reformadores». El primero, en el siglo XI, con la renovación del monacato hacia una mayor austeridad que dio lugar al Císter; y el segundo, a comienzos del XIII, con el inicio de las «órdenes mendicantes», como un nuevo modelo de iglesia pobre en medio de la ciudad y de imitación evangélica de Jesús.

Los reformadores

Nos alargaríamos demasiado buscando antecedentes que nos hicieran entender mejor la Reforma protestante. Habría que remontarnos al clima creado por el Renacimiento, la corriente «humanista», el propio Cisma de la Iglesia de Occidente, Avignon (1378- con dos y hasta tres obispos disputándose ser Papa y el papel de eclesiásticos como Juan Wiclef en Inglaterra (1320-1384) Juan Huss en Praga (1369), Ulrico Zwinglio en Suiza (1484), Philipp Melanchthon en Alemania (1497 y Juan Calvino en Francia (1509). Buscaban un cambio profundo en los usos y costumbres de la Iglesia católica, negando la negar la jurisdicción del Papa sobre toda la cristiandad.

Desde el 1518 los protestantes alemanes reclamaban la convocatoria de un concilio alemán, y el emperador Carlos V del Sacro Imperio Romano Germánico intentaba cerrar las diferencias entre católicos y reformistas para hacer frente a la amenaza turca. El movimiento de la Devotio moderna en Alemania y Países Bajos a finales del s.XV buscaba «una elevación en la práctica religiosa» centrada en Cristo. A las escuelas de los «Hermanos de la vida común» en los Países Bajos llegaron a estudiar grandes personajes, como Erasmo de Rotterdam, Juan Calvino, Tomás de Kempis e Ignacio de Loyola. Humanismo que sin duda impactó en el sacerdote agustino Martín Lutero, que revisó la doctrina de la Iglesia católica según el criterio de su conformidad a las Sagradas Escrituras.

Hay dos momentos considerados claves en el nacimiento de Luteranismo: La «Protesta de Espira» y las «Confesiones de Ausburgo». La «Protesta de Espira» (19 abril 1929) es la que 6 príncipes y 14 ciudades libres de Alemania presentaron en la Dieta reclamando tolerancia religiosa y «protestando» al Emperador Carlos V en 1529 que había publicado un edicto derogándola con el fin de reprimir al movimiento de Reforma y que anteriormente ya había sido concedida a los principados alemanes. Está considerado como uno de los documentos más importantes por el que serían nombrados posteriormente como «protestantes»…

El otro momento clave es el de las «Confesiones de Ausburgo» (1530) (ciudad del Sacro Imperio Romano Germánico) redactadas por Philipp Mellanchton y presentadas ante el Emperador Carlos V que constituyen la exposición oficial de los principios de la reforma de Lutero. Hoy son considerados como los textos básicos de las Iglesias Protestantes de todo el mundo y forma parte del Libro de la Concordia luterano.

La Iglesia católica reaccionó a la Reforma protestante de Lutero con lo que ha dado en llamarse la Contrareforma o Reforma Católica especialmente con el Concilio de Trento celebrado en periodos discontinuos del año 1545 al 1563. Si bien es cierto que quiso corregir los excesos que Lutero denunció en sus 95 tesis no es menos cierto que insisitió más en la condena luterana.

Fue necesario otro Concilio más cercano, el Concilio Vaticano II (1962-1965) convocado por Juan XXIII y clausurado por Pablo VI para que se produjese un avance importante en la reforma de la Iglesia y especialmente en el tema ecuménico del encuentro y acercamiento entre ambas iglesias cristianas. Esfuerzo que se prolongó en todos los pontificados posteriores. Y por ahí comenzamos…

Buscando la unidad

Entre las muchas personalidades relevantes que tienen o tuvieron influencia en el desarrollo de la conciencia ecuménica se encuentran Robert Gardiner, el teólogo católico Yves Congar, el hermano Roger Schutz -fundador de la Comunidad ecuménica de Taizé-, Chiara Lubich -fundadora del Movimiento de los Focolares-, el patriarca Atenágoras I, los papas Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II, el papa Francisco, y el arzobispo de Canterbury Rowan Williams.

El profesor y cardenal Ratzinger que después sería Benedicto XVI escribía años antes intentando entender las críticas de Lutero que llevaron a la Reforma: «Prescindiendo del problema de la localización histórica de la promesa del Primado, podemos afirmar que, para el pensamiento bíblico, la simultaneidad de roca y Satanás no tiene nada de imposible. ¿No ha sido fenómeno constante que el Papa haya sido a la par petra y skándalon, roca de Dios y piedra de tropiezo? Lutero conoció con opresora claridad el factor Satanás y no dejaba de tener razón en ello» (Joseph Ratzinger en «El nuevo pueblo de Dios», 1969).

Momentos claves hacia la «unidad cristiana»

Los pasos dados en el camino del Ecumenismo han sido importantes. El primero de ellos con la Iglesia ortodoxa en el encuentro en Jerusalén el 5 de enero de 1964 entre Pablo VI y Atenágoras I, guías espirituales de los cristianos católicos y ortodoxos del mundo respectivamente. Artífices ambos del acercamiento entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa después de casi mil años del Gran Cisma (1054). Un año después (7 dic 1965) suscribirían una declaración conjunta cancelando de la memoria de la Iglesia la sentencia de excomunión que había sido pronunciada en aquel Cisma de Oriente.

El 30 noviembre 1979 y recordando el «primer paso» dado por Pablo-VI y Atenágoras 50 años antes en Jersusalén, (1964) Juan Pablo II y Dimitrios volvían a verse en Turquía iniciando una serie de encuentros entre las iglesias Católica y Ortodoxa declarando que creaban una comisión mixta abriendo una etapa de diálogo teológico continua entre ambas. Escogían la fecha por coincidir con la festividad del apóstol Andrés, hermano del apóstol Pedro, «el primer llamado» o primer patriarca como le considera la iglesia ortodoxa.

El 3 de diciembre de 1987 el Patriarca de Constantinopla Dimitrios devolvía la visita a Juan Pablo II con una estancia de cinco días en el Vaticano. Los encuentros entre ambas iglesias, católica y ortodoxa, continuaron durante los pontificados de Benedictio XVI y el papa Francisco.

Con la Iglesia Luterana el 31 octubre 1999 en Augsburgo se firmó la «Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación», por parte del cardenal Edward Cassidy en nombre de la Iglesia católica como presidente del Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos, y el obispo Christian Krause presidente de la Federación Luterana Mundial que recogía los frutos de 30 años de diálogo ecuménico surgido tras el Concilio Vaticano II entre ambas iglesias. La «justificación por la fe» ha sido el problema teológico más relevante que dividía a luteranos y católicos. La Declaración fue acogida por el Consejo Metodista Mundial en 2006.

El 30 noviembre 2006 tiene lugar el encuentro de Benedicto XV con el patriarca ecuménico Bartolomé I en el que recordaban las tareas de la comisión mixta creada por Juan Pablo II y el patriarca Dimitrios en 1979. En una declaración conjunta en la que ejerciendo un «ecumenismo en acción» «dirigían su mirada a los lugares del mundo actual donde viven cristianos y la las dificultades que deben afrontar, especialmente la pobreza, las guerras y el terrorismo, pero también las diversas formas de explotación de los pobres, de los emigrantes, de las mujeres y de los niños».

El 25 mayo 2014 el Papa Francisco y Patriarca Ecuménico Bartolomé I peregrinan a Jerusalén con ocasión del 50 aniversario del encuentro entre Pablo VI y Atenágoras. Los esfuerzos de diálogo ecuménico fueron más adelante cuando ambos declaraban: «Invitamos a todos los cristianos a promover un auténtico diálogo con el Judaísmo, el Islam y otras tradiciones religiosas. La indiferencia y el desconocimiento mutuo conducen únicamente a la desconfianza y, a veces, desgraciadamente incluso al conflicto».

«Reconocemos que el hambre, la pobreza, el analfabetismo, la injusta distribución de los recursos son un desafío constante. Es nuestro deber intentar construir juntos una sociedad justa y humana en la que nadie se sienta excluido o marginado».

El 25 mayo 2014 el Papa Francisco y el Patriarca Ecuménico Bartolomé I celebran un encuentro en Jerusalén recordando el abrazo histórico de Pablo VI y el Patriarca Ecuménico Atenágoras. En ese nuevo encuentro de los Obispos de las Iglesias de Roma y Constantinopla, fundadas a su vez por dos hermanos, los Apóstoles Pedro y Andrés, mostraban la común preocupación profunda por la situación de los cristianos en Medio Oriente y por su derecho a seguir siendo ciudadanos de pleno derecho en sus patrias.

El 30 noviembre 2014 firmaron una declaración conjunta en la que reafirman la voluntad de continuar del camino de la unidad delos cristianos. «No podemos resignarnos a un Medio Oriente sin cristianos – denunciaban – que han profesado allí el nombre de Jesús durante dos mil años».

El 12 febrero 2016, el papa Francisco y el patriarca de Moscú y de todas las Rusias Cirilo I firman una Declaración conjunta en este encuentro histórico tenido en Cuba, donde se abrazaron después de casi mil años de separación de sus iglesias.

En abril de 2016 el papa Francisco junto a los patriarcas ecuménico de Constantinopla Bartolomé I y Ieronymos II arzobispo de Atenas y Toda Grecia, firmaron en el campo de refugiados de Mória, Lesbos (Grecia) una Declaración conjunta para manifestar su preocupación por la situación trágica de los numerosos refugiados, emigrantes y demandantes de asilo, que han llegado huyendo de su situación a Europa.

El 31 octubre 2016 (aniversario de la Reforma de Lutero) el papa Francisco y el obispo luterano Munib A. presidieron en Lund, Suecia, la ceremonia de inicio de las conmemoraciones por los cincos siglos de división cristiana. Un gesto histórico, fruto de un largo tiempo de reflexión y de encuentro iniciado hace 50 años en el Concilio Vaticano II y que marcó el horizonte de unión fomentado por ambas confesiones cristianas. El papa Francisco decía: «La diversidad es lo que quizá nos hizo tanto daño a todos y hoy procuramos la manera de encontrarnos después de 500 años. Creo que lo primero que hay que hacer es orar juntos. Después debemos trabajar por los pobres, los refugiados, tantas personas sufriendo, y, por último, que los teólogos procuren estudiar juntos… Se trata de un largo camino».

El Papa Francisco en el encuentro en Lund (Suecia) da un paso en el ecumenismo al descubrir una nueva forma de ejercerlo: el ecumenismo de la carne del pobre y del refugiado, es decir el «ecumenismo práctico» de una Iglesia unida en la conciencia samaritana, que descubre en los «descartados» la carne de Cristo. El Papa dijo también que estábamos pasando del «ecumenismo del lobo» (comerse a las ovejas para unirlas al rebaño) al ecumenismo de la «unidad en la diferencia». Lutero – dijo también – «dio un gran paso para colocar la Palabra de Dios en manos del pueblo».

En éste encuentro ecuménico de Suecia el año 2016 el papa Francisco recordaba la importancia de aquella Declaración conjunta de Augsburgo en 1999 con estas palabras. «En este punto tan importante Lutero no estaba errado. Él era un reformador, tal vez algunos métodos no fueron correctos, más en aquel tiempo, la Iglesia no era precisamente un modelo a imitar. Había corrupción, apego a la riqueza y al poder», reconocía el Papa Francisco.

Y continuaba: «Y por eso protestó. Era inteligente y dio un paso adelante para justificar por qué lo hizo», (…) «Y hoy luteranos y católicos, protestantes y todos, estamos de acuerdo en la Doctrina de la Justificación: en este punto tan importante no se había equivocado. Elaboró un medicamento para la Iglesia, que después se consolidó en un estado de cosas: en una disciplina, una forma de creer, una forma de hacer, una forma litúrgica» (…) «‘No olvidemos que recorremos juntos el camino de la amistad, del respeto mutuo y de la investigación teológica».

Uno de los principales actos del viaje del Papa Francisco a Suecia fue la oración ecuménica conjunta en la Catedral luterana de Lund. Allí, el Papa Francisco y Martin Junge, Secretario General de la Federación Mundial Luterana hablaron de la unidad de los cristianos. A su llegada a la catedral, el Pontífice fue acogido por el Primado de la Iglesia de Suecia, el Arzobispo Antje Jackelèn, y por el Obispo católico de Estocolmo Mons. Andres Arborelius, con los cuales se dirigió hasta el altar central. «Reconocemos que es muchísimo más lo que nos une, que lo que nos separa. Somos ramas de una misma vid», dijo el Papa entre otras cosas.

En la declaración conjunta: Las diferencias teológicas estuvieron acompañadas por el prejuicio y por los conflictos, y la religión fue instrumentalizada con fines políticos.

El Papa Francisco concedió una entrevista publicada en la revista católica «La Civiltá Cattolica»,(24 sept 2016) en la que habló sobre diversos temas antes de su viaje a Suecia el 31 de noviembre de octubre y 1 de noviembre . Entre otras cosas decía: Me vienen a la mente dos palabras: ‘Reforma’ y ‘Escritura’. Trataré de explicarme. La primera es la palabra ‘Reforma’. Al inicio el de Lutero fue un gesto de reforma en un momento difícil para la Iglesia. Lutero quería proponer un remedio a la situación complicada. Después este gesto – también a causa de situaciones políticas, pensemos también en el «cuius regio eius religió» (religión según la región) – se transformó en un «estado» de separación, y no en un «proceso» de reforma de toda la Iglesia, que sin embargo es fundamental, porque la Iglesia es «semper reformanda» (está en permanente reforma).

… aunque reste mucho camino por andar…

Aunque la Declaración católico-luterana de Aubsburgo (31 octubre 1999) fue un paso muy avanzado en el ecumenismo, sin duda aún queda camino por recorrer.

Camino y retos ecuménicos que recoge de alguna forma el apartado 43 de la última Declaración conjunta para la celebración del V Centenario (31 octubre 2017):

«Al respecto, subsisten cuestiones de mayor o menor importancia que requieren ulterior aclaración, entre ellas, temas tales como: La relación entre la Palabra de Dios y la doctrina de la iglesia, eclesiología, autoridad en la iglesia, ministerio, los sacramentos y la relación entre justificación y ética social. Estamos convencidos de que el consenso que hemos alcanzado sienta sólidas bases para esta aclaración».

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA
Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

Lo más leído