"Valiente Francisco, como siempre"

El Papa, el padrenuestro y la oración de petición

La iniciativa de colaborar con Él es nuestro compromiso, no la petición

El Papa, el padrenuestro y la oración de petición
Francisco, valiente como siempre, con los refugiados de Moria

Pedir y suplicar a Dios, traslada la iniciativa a nosotros y pone la pasividad en Él, ocultando la iniciativa absoluta de su amor

(Andrés Torres Queiruga).- Valiente el papa Francisco, como siempre. Como papa que piensa y vive desde el Evangelio. Papa pastor, con teología viva que habla al corazón y aclara la inteligencia. Acaba de demostrarlo con la versión del Padrenuestro en la liturgia, que, como se sabe, está hecha sobre la versión latina: «et ne nos inducas in tentationem»:

Esta vez, la versión castellana (y la gallega y la catalana) es la que él defiende y quiere hacer general. Porque, fuere cual fuere el sentido que en el contexto cultural de su tiempo pueda tener la palabra aramea pronunciada por Jesús, el papa Francisco enuncia su segura verdad teológica. Porque el significado real, interpretado desde el Dios anunciado por Jesús como Abbá (padre, con la connotación de infinita ternura insinuada por el mismo sonido de invocación infantil: «papá»), no puede implicar por su parte ningún tipo de negatividad para nosotros.

Pensar hoy que Dios nos induzca a la tentación o nos introduzca en ella (dejemos ahora aparte el complejo significado original de que esta palabra: prueba, tentación, amenaza…, también necesita interpretación teológica no atada a la letra). Dios es sola, única y exclusivamente salvación. Porque Dios es amor, porque todo su ser consiste en estar amándonos, apoyándonos y promoviéndonos hacia el bien. Hacia la realización plena, simbolizada por su «Reino» o su «Reinado» de amor, justicia y felicidad.

Por eso, sean cuales sean los avatares, peligros o sufrimientos inevitables que la vida nos obligue a atravesar, todos ellos se oponen a su intención y proyecto, por la misma e idéntica razón de que se oponen a nuestro bien. En la finitud de la vida y en el conflictivo decurso del mundo, es donde hay que buscar esa «tentación». Jamás en Dios, pues justamente el Padre «trabaja desde el principio» (Jn 5,17). Dios, el Anti-mal.

Pero, si me he animado a escribir estas líneas, es ante todo, porque este valiente paso del Papa -teólogo como pastor y pastor como teólogo- está abriendo la puerta para un segundo próximo y urgente. La lógica de la nueva sensibilidad cultural y nuestra necesidad de ser «honestos con el Dios de Jesús», lo están pidiendo. Si Dios consiste en estar amando, si «mucho más» que cualquier padre o madre humanos, está con gratuidad y dedicación infinitas tratando de dar todo lo bueno a sus hijas e hijos (Mt 7,11; Lc 11,13 ); si ya sabe lo que necesitamos antes incluso de que sintamos la necesidad de pedírselo (Mt 6,7)), entonces es preciso sacar la consecuencia. No es a Dios a quien tenemos que pedir y convencer, pues Él ya lo está dando todo sin precio, ni reserva. Somos nosotros los que necesitamos escuchar su llamada, acoger su petición y dejarnos convencer por su preocupación insistente por nuestro bien y por el de nuestro prójimo.

La Biblia, cuando se sabe leerla con una hermenéutica que toma como centro su preocupación salvadora, no nos dice otra cosa: escoger la vida frente a lo que nos pierde o nos destruye, y colaborar con Él contra el hambre del pobre, el desamparo de la viuda y el impío descarte de todos los marginados. Persistir en la petición, mantiene ciertamente la confesión de que Dios es bueno y compasivo, puede también mostrar el reconocimiento de nuestra impotencia. Son valores ciertos y verdaderos, que es preciso conservar. Pero, expresados en forma de petición que nosotros hacemos a Dios, invierten la relación y pueden pervertir esos mismos valores. Porque pedir y suplicar a Dios, traslada la iniciativa a nosotros y pone la pasividad en Él, ocultando la iniciativa absoluta de su amor.

No ver los estragos terribles que esta inversión produce en la imagen de Dios y en la credibilidad de la fe, sería ignorar la enorme fuerza configuradora que el lenguaje tiene sobre el espíritu y la cultura. Cada vez que le pedimos, le suplicamos y osamos decirle que tenga compasión de los niños que mueren de hambre o de los inmigrantes que se ahogan en las pateras, nuestro inconsciente está recibiendo un mensaje terrible: si los niños siguen hambrientos y los inmigrantes ahogándose, es porque Dios ni escucha ni tiene piedad. Este modo de orar, dicho en privado cada día y repetido en público cada domingo por miles de personas, va minando la imagen de Dios, oscureciendo la ternura infinita de su rostro y generando el fantasma idolátrico de un dios indiferente, cuando no cruel y favoritista.

La costumbre y la rutina impiden verlo así, pero se trata de un envenenamiento progresivo del imaginario cultural, de un auténtico disangelio, de una «mala noticia» que oculta al Dios padre y madre anunciado por Jesús, y amenaza con ir sustituyéndolo por un dios a quien, sin pretenderlo, estamos anunciando como menos compasivo que nosotros y menos interesado por el bien y la salvación del mundo. Nadie pretende tal perversión. Pero confieso que cada día me asombra más que esta evidencia no cale en la conciencia creyente y, sobre todo, que los teólogos y los pastores sigan despreocupados ante esta gravísima alerta. Los procesos culturales son lentos, pero implacables. En las condiciones de una cultura secularizada y muy trabajada por la crítica antirreligiosa, acabará manifestando sus efectos devastadores para la fe. No es exagerado advertir que proseguir en este rumbo equivale a una siembra de ateísmo.

 Nuestro papa está dando pasos de entrañable coraje evangélico. El referido a la oración central enseñada por Jesús, supone un avance importante. Para este segundo avance no sé si le ha llegado el momento entre tantas urgencias que lo ocupan y tan injustos e increíbles impedimentos que le oponen quienes deberían ayudarle. Pero al menos deseo de corazón que su talante evangélico y su increíble capacidad para encontrar modos de expresión comprensible y de anuncio eficaz, vayan abriendo la puerta. Dios no nos induce a caer en la tentación, ni siquiera se limita a no dejarnos caer en ella. Dios está volcado con todo su amor, fiel, compasivo e incansable, en ayudarnos para que no caigamos en ella.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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