Misa del Papa en el Parque O'Higgins

Gracias, Francisco, por tanta emoción despertada

"Confiamos en que su fuerza expresiva y carismática seguirá alentado la esperanza"

Gracias, Francisco, por tanta emoción despertada

Esta vez las palabras de un Papa resonaban con una fuerza distinta, porque salían de un palacio de gobierno, con lo que aquel gesto de dolor y de perdón a las víctimas de abusos se expresaba a todo un pueblo

(Marco A. Velásquez).- Chile despertó de madrugada este martes. Muchos lo hicieron a la medianoche, para asegurar un lugar de privilegio en el Parque O’Higgins, donde a las 10:30h el Papa presidiría la Eucaristía. Las puertas del recinto fueron abiertas a las 2 de la madrugada, hora a la que llegó la mayoría de los asistentes.

La capacidad del parque a las 8h estaba a su pleno límite, con la asistencia de cerca de 400.000 entusiastas participantes. El numeroso clero ya estaba instalado en el gigantesco escenario, donde concelebraría con el Papa. Los animadores mantenían un ambiente festivo y de celebración, donde se respiraba expectación y fraternidad. Todo funcionaba a la perfección, destacando el coro, el orden, la seguridad, el aseo y la higiene. También estaban dispuestos los espacios para atender urgencias, extravíos de personas y de objetos.

La escenografía era majestuosa, donde destacaban cuatro rostros queridos de esta tierra: San Alberto Hurtado, Santa Teresa de los Andes y los beatos Laurita Vicuña y el chileno-argentino Ceferino Namuncurá.

Desde el parque se seguía la trayectoria de Francisco en pantallas gigantes. La expectación era máxima a la llegada del Papa al Palacio de Gobierno, La Moneda, donde era recibido por la Presidenta Michelle Bachelet, su gabinete en pleno, los presidentes del Senado, de la Cámara de Diputado y de la Corte Suprema. También estaban los colaboradores de distintos servicios del Estado, sus familias y trabajadores del palacio de gobierno. Estaba también el expresidente, y mandatario recientemente electo, Sebastián Piñera, así como el ex presidente Ricardo Lagos, ambos acompañados de sus esposas.

Los saludos protocolares del Papa eran respondidos con respeto por la asamblea reunida en el parque, hasta que el nombramiento del presidente electo despertó una espontánea ovación que agradeció la mención del próximo presidente.

La multitud seguía con atención y orgullo la significativa acogida que todo el pueblo de Chile, representado en sus autoridades, le brindaba al Papa en el corazón emblemático del poder político de la nación.

En ese lugar, Francisco llamó a los chilenos al amor, a la justicia y a la solidaridad, a construir ese concepto de nación de San Alberto Hurtado, donde nación «es una misión a cumplir». Llamó a escuchar a los parados, a los pueblos originarios, a los migrantes, a los jóvenes, a los ancianos y a los niños.

Fue ahí, cuando, desde La Moneda, se vivió uno de los momentos más emotivos de la mañana. Mientras el Papa pedía escuchar a los niños, hizo un doloroso mea culpa por el flagelo de los abusos contra los menores. En ese contexto dijo: «Y aquí no puedo dejar de manifestar el dolor y la vergüenza que siento ante el daño irreparable causado a niños por parte de ministros de la Iglesia».

La respuesta de Chile entero, de la multitud del Parque O’Higgins, de los asistentes al Palacio de La Moneda y de todos los rincones del país, fue un conmovedor aplauso lleno de dolor, de respeto y de solidaridad a esas víctimas inocentes que siguen hiriendo el alma de la Iglesia. Esta vez las palabras de un Papa resonaban con una fuerza distinta, porque salían de un palacio de gobierno, con lo que aquel gesto de dolor y de perdón se expresaba a todo un pueblo. Sin duda, hay mucho por avanzar en esta delicada materia.

Finalmente, desde el Palacio de La Moneda abrió la agenda que seguramente desarrollará en los sucesivos encuentros. Así, habló del cuidado de la casa común; del poder económico; del bien común y de la sabiduría de los pueblos originarios.

Desde allí, comenzó a acercarse al Parque O’Higgins, donde la multitud aumentaba la ansiedad y las expectativas por la pronta llegada del Papa. Apenas llegado Francisco al recinto las emociones se encendieron y la euforia acompañó el largo recorrido del Papa en medio de la multitud.

Con el comienzo de la Eucaristía, el ambiente pasó de la euforia al recogimiento.

La solemnidad acompañó cada momento de la Misa, con una liturgia extremadamente rigurosa y calculada. Los cantos de inicio llamaban a la participación, mientras las expectativas estaban puestas en la homilía. El Evangelio de las Bienaventuranzas era propicio para recibir un mensaje de aliento y reconfortante.

El Papa habló de las actitudes de Jesús que lo llevan a las bienaventuranzas, que comienza por ver, para «mirar el rostro de los suyos», de donde brota el corazón compasivo. En ese punto reconoció el tesón de los chilenos para levantarse de tantos «derrumbes.» Habló de apostar al futuro, de «sembrar la paz a golpe de proximidad, de vecindad y de trabajar por la justicia». De paso previno contra la resignación, contra los espejismos que prometen una felicidad fácil.

Pero también hizo una dura crítica a quienes tiene una actitud pasiva frente a la realidad, a los profetas de desventuras, contra las actitudes criticonas, contra la «palabrería barata» o contra los que siembran división.

A propósito de esto último, me preguntaba: ¿Acaso el movimiento de Osorno, las críticas de las víctimas de Karadima, la persistente denuncia de la crisis de la Iglesia chilena eran parte de esa crítica pontificia?

Curiosamente me pareció entender que el Papa tenía la visión de una Iglesia chilena en crisis, pero por causa de mensajeros o por profetas de calamidades, más que por causas intrínsecas de la jerarquía.

Y luego vino esa otra fase de la misa, donde la liturgia terminó por languidecer y opacar completamente la celebración eucarística. Claramente se impuso una liturgia ritualista, que apagó la espontaneidad, desconectó a la gente con el Papa y vino el aburrimiento.

Extensos y reiterados silencios parecían promover un recogimiento que se había esfumado. El protagonismo del Papa desapareció, mientras la liturgia se tornó ritual y tediosa. Era más importante la liturgia que quien actuaba «in persona Christi». Fue como si una acartonada liturgia le pusiera una camisa de fuerza al Papa, arrebatándole esa libertad celebrativa y al pueblo, desconectándolo con un misticismo agobiante. Quedó en evidencia un pueblo «aborregado» por una liturgia enajenante.

Y como broche de oro, vino la esperada comunión. En medio de la complejidad que implica alimentar eucarísticamente a una multitud, la rigidez se tornó máxima.

Cientos de ministros de comunión se desplegaron por la amplia geografía del parque y esperaban una señal para iniciar sincronizadamente. La sorpresa vino al momento de comulgar, porque no había autorización para recibir la hostia en la mano. Fue una imposición indebida que dejó al descubierto la infantilización y sometimiento que ha alcanzado la Iglesia de Santiago. En muchos aspectos la celebración parecía transportada a una época pre conciliar.

A ratos me sentí como participando de la misa en una Vicaría Castrense.

Aun así, confiamos en que la fuerza expresiva y carismática de Francisco seguirá alentado la esperanza en esta tierra que tiene una profunda ansia de Dios y de una Iglesia renovada y servicial. Gracias Francisco por tanta emoción y esperanza despertada en una tierra que estaba triste antes de tu llegada.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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