"Unidad a través de la diversidad"

Frente a la inhumanidad total

"Me emocionan tantas gentes salvando en el Mediterráneo a personas hundidas (física y moralmente)"

Frente a la inhumanidad total
Imagen del "pequeño Samuel" en la playa donde fue encontrado

Ser humano es pertenecer a nuestra especie pero a la vez es asumir unos valores propios como el reconocimiento del prójimo o del ciudadano vecino o lejano y su vulnerabilidad

(José Luis Pinilla, sj).- El 27 de enero de 2017, en la Playa de la Mangueta de Zahora (Barbate) en Cádiz, no lejos del faro, un paseante alertó a la Guardia Civil al encontrar el cadáver de un niño emigrante. Samuel se llamaba. Dicho paseante se quedó esperando mientras venían junto al cadáver infantil… «No iba a dejarlo solo…», dijo, con palabras que emocionan.

A los pocos días un montón de gente se abrazaba en un gesto orante colectivo. Un gesto pleno de humanidad -tanto el del paisano que «vela» el cadáver como el de la gente abrazándose- para que su abrazo llegara a Samuel: rememorado hace pocas semanas por iniciativa de la delegación Diocesana de Migraciones de Cádiz la principal institución que desveló el caso de «nuestro Aylan».

El 15 de enero pasado para comprender con hechos la necesidad de actuar lo que la jornada eclesial de migraciones pedía un día antes –acoger, proteger, integrar, promover a emigrantes y refugiados– sucedió el primer naufragio del año, cerca de la Costa Teguise de Lanzarote, en el que fallecieron siete personas. Varios gestos de humanidad desveló esta tragedia. Por ejemplo la de un guardia civil y un vigilante de la playa que cogieron una moto acuática y, lo más rápidamente que pudieron, se lanzaron a su encuentro. Cuando alcanzaron la lancha se encontraron con cinco muertos. Estaban a punto de alcanzar su sueño europeo. Luego salvaron a otros mientras no pudieron hacerlo con dos más.

En total 7 cadáveres de migrantes al comienzo del año. Siete. Un número que tiene el simbolismo bíblico más conocido de todos. Representa la perfección. Por eso Jesús dirá a Pedro que debe perdonar a su hermano hasta 70 veces 7. El Apocalipsis es el que más lo emplea: 54 veces para describir simbólicamente las realidades divinas. La tradición cristiana continuó este simbolismo del 7, y por eso fijó en 7 los sacramentos, los dones del Espíritu Santo, las virtudes, etc.

Casi se puede decir que el 7 es un número «redondo». Pues así de redondo en inhumanidad ha comenzado nuestro año migratorio por las políticas migratorias. Y las cifras del año al terminar seguro que también serán redondas. Las que sean.

Cada vez importa menos el número y ya casi hasta la noticia. Aunque es muy grave la tragedia de un solo emigrante ahogado por nuestras faltas de políticas migratorias integrales, una inhumanidad de 7? ¿O no lo es también la muerte por aplastamiento de las dos mujeres porteadoras cruzando la frontera del Tarajal? A las cinco y media de la mañana. Madrugadora muerte que pilla desprevenida a mujeres que sueñan con hacer algún viaje más de ida y vuelta a lo largo del día y seguir sobreviviendo. Anónimas porteadoras de la dignidad… por intentar salir adelante.

En el  mensaje del Papa para la Jornada de las Migraciones (replicado y contextualizado en España por nuestros obispos), además de dejar volar sus sueños para responder al reto de las migraciones forzadas con verbos muy inspiradores, termina aterrizando en medidas muy concretas. Tanto como apenas había yo percibido en mensajes papales anteriores.

Muchas veces se critican los mensajes eclesiales tiñéndolos de etéreos y generalistas. Este desde luego no. Acoger, proteger, promover e integrar a los emigrantes y refugiados, los verbos que utiliza no son solamente inspiraciones o evocaciones sino empujes que hacen descender los vuelos que sugieren el aterrizaje necesario como el pan de cada día.

Para que todos hagamos algo parecido a un lobby colectivo (de ahí la propuesta de veinte puntos para los pactos globales en la ONU). Y así presionar sobre los medios, los gobiernos, las empresas, las mismas comunidades católicas, las administraciones públicas… especialmente en lo relativo a las decisiones políticas y económicas -y por supuesto pastorales- para borrar de inhumanidad las políticas migratorias.

Habrá que seguir insistiendo hasta 70 veces siete. Porque de lo que se trata es humanizar. Ser humano es pertenecer a nuestra especie pero a la vez es asumir unos valores propios como el reconocimiento del prójimo o del ciudadano vecino o lejano y su vulnerabilidad. O los valores de la compasión, la amabilidad, la afabilidad y la cordialidad entre otros.

Todo aquello que lleva a decirnos que la definición de humano no se centra en mi ombligo. Recordando a Terencio en «El atormentador de sí mismo»: «Soy humano y nada humano pienso que me es ajeno». La actual situación de los emigrantes forzosos en los cuatro puntos cardinales parece contradecirlo. Lo que nos lleva a veces a la degeneración como especie si no llega a despertarse nuestra conciencia y nuestro sentido de pertenencia a los que llamamos ser humano.

Este a veces queda aterradoramente sepultado por casos donde lo único que se pretende es el provecho y el beneficio tangible normalmente a costa de otros (casi siempre de los más pobres). Y así, ser humano resulta algo beneficioso para quien lo ejerce solo si saca réditos para sí o para su clan o para su mafia.

El último caso es el desastroso discurso de Donald Trump despreciando la acogida de los habitantes de El Salvador, Haití y otros países africanos porque vienen de «países de mierda» -así habla este gran orador de tuits incapaz de generar ningún discurso mayor de 140 caracteres- no son nada comparables a las paradisíacas aguas de Noruega de donde sí quiere que lleguen a Estados Unidos.

Algo parecido («Todos tienen sida»), dijo Trump en junio del año pasado, también en el Despacho Oval, sobre 15.000 haitianos que habían llegado a EE UU. Y sobre los 40.000 nigerianos, el republicano pidió: «Que vuelvan a sus cabañas en África». Lo peor del caso es que esa forma de ejercer la inhumanidad termina siendo simplemente gratuita porque se quiere hacer gracia o porque así se demuestra -con un desprecio insultante- hasta donde llega el poder personal (¡lo dice en el Despacho Oval!). Eso nos lleva a la cruel constatación de que hay posturas y palabras que se asemejan a la de los criminales desinteresados.

«Shakespeare», escribía brillantemente Fernando Savater en un articulo en El País, «dio voz turbiamente elocuente a malhechores movidos por la ambición, los celos o la envidia pero no sé cómo se las habría arreglado para hacer comprensibles a los criminales desinteresados». Esa inhumanidad que se ejerce porque sí. Ajena a todo razonamiento exterior o a propuestas que ni siquiera se aprecian lo más mínimo.

Quedan desvirtuadas por el poder del ombligo, más que por la validez o no de las mismas. A veces pienso que los que se dedican a las migraciones se hacen enemigos de muchos sin pretenderlo. Simplemente porque defienden a los emigrantes. Simplemente. O son enemigos. O son de otro bando. O su voz no alcanza el nivel necesario en la encuesta que marca tendencias. Ni da votos (que ya nos encargaremos de tendenciar mediáticamente el peligro de las avalanchas de los migrantes).

No es extraño que resuene como último baluarte de humanidad la voz de Sócrates argumentando en el Gorgias que es mejor padecer injusticia que cometerla, mientras Calicles se negaba a escucharle. Aceptarla o rebelarse ante ella. La inhumanidad tiende a hacer, cada vez más, verdad lo primero. Me resisto. Me rebelo.

Me está costando mucho releer lo anterior. Porque yo soy de los que creo en la humanidad. Sobre todo en la humanidad doliente. Incluso creo que los rasgos de inhumanidad pueden que no lleguen a ser definitivos. Porque creo en la humanidad y por eso creo en la esperanza. Porque me emocionan tantas gentes e instituciones salvando en el Mediterráneo por ejemplo a personas hundidas (física y moralmente).

Creo en la esperanza y la posibilidad de una nueva respuesta más humana, incluso cuando me entero de asesinos jovencitos que prenden fuego al mendigo que duerme arrebujado en mantas de cartón, o en aquellos (naciones enteras) que temen perder «su identidad» si se rozan con identidades diversas olvidando que el arco iris (alianza de Dios con la tierra) es una necesaria visualización del abrazo y la acogida de la misma diversidad trinitaria hacia la humanidad: tres personas, distintas… y un solo Dios verdadero. Unidad a través de la diversidad.

Este año el mensaje del Papa ( y de los obispos ) nos habla de poner muros y murallas a la inhumanidad. Y esto se canta en La Muralla de Quilapayun (y de Ana Belén):

-¡Tun, tun! -¿Quién es?-Una rosa y un clavel…-¡Abre la muralla!
-¡Tun, tun!-¿Quién es?-El sable del coronel…-¡Cierra la muralla!
-¡Tun, tun!-¿Quién es?-La paloma y el laurel…-¡Abre la muralla!
-¡Tun, tun! -¿Quién es?-El gusano y el ciempiés…-¡Cierra la muralla!

(….) Y perdón para terminar por la corrección en el primer verso del párrafo final:

Todos sabemos que se habla de una «muralla que vaya». Creo que la intención de los autores era la que osadamente propongo en negrita: Una muralla que «se abra», desde la playa hasta el monte, desde el monte hasta la playa, allá sobre el horizonte.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA
Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

Lo más leído