El presidente y el portavoz del episcopado no comunican ni crean agenda

El escandaloso silencio de la Conferencia Episcopal Española

Las 'estrellas' de la Cope suplantan la voz de los obispos y sostienen tesis contrarias a las del Papa

El escandaloso silencio de la Conferencia Episcopal Española
Ricardo Blázquez y José María Gil

Como la CEE calla, la gente identifica el pensamiento de los obispos con lo que transmiten sus grandes medios de comunicación, especialmente la Cope y algunas de sus estrellas, especialmente Carlos Herrera

(José M. Vidal).- Si una institución como la Iglesia católica española quiere recuperar el inmenso caudal de credibilidad perdido en la época del cardenal Rouco Varela, tiene que hacerse presente socialmente y comunicar lo que hace y lo que piensa. Tiene que hacer llegar sus mensajes a la sociedad a través del testimonio y de la palabra. Tiene que volver a convencer a la gente de que ha pasado página y ha dejado de ser aduana, para convertirse en hospital de campaña.

Es decir, tiene que comunicar con hechos y palabras. Como hace el Papa Francisco, ejemplo acabado de testimonio y comunicación y, por eso, consagrado por todo el mundo como el líder que cuenta con la mayor autoridad moral del planeta.

Está claro que se ha consolidado en la gente el cliché (ganado a pulso) de que la jerarquía española es carca, retrógrada, casada con las derechas y renuente a seguir al Papa Francisco. Levantar esa losa consolidada en la mentalidad popular le va a llevar tiempo y esfuerzos a la institución. Y todavía más, si no comunica, si se recluye en sus cuarteles de invierno, si no sale a la plaza pública, si no se moja, si no arma lío, si no se implica a fondo con las causas de la justicia. Si no sigue a Francisco.

Los que conocemos el universo eclesiástico sabemos que son muchas las realidades eclesiales que dan trigo. No hay diócesis que no tenga un programa pastoral en pro de los más desfavorecidos. No hay parroquia que no atienda a los más pobres. Religiosos que abren sus casas a los emigrantes. Monjas que acogen a los refugiados, drogodependientes o enfermos de Sida. Comedores sociales y atención primaria dispensada por infinidad de asociaciones y organizaciones de Iglesia.

Pero este cúmulo de bondad y misericordia (que no se hace para exhibirlo, sino por amor al hombre y seguimiento del Evangelio) se queda en lo oculto, porque no se sabe o porque no se quiere dar a conocer. No vaya a ser que los pobres colapsen nuestros centros de ayuda.

La Iglesia y sus instituciones han suavizado el impacto de la crisis en los más pobres, pero la gente se ha quedado únicamente con el nombre de Cáritas (que ya no es poco), disociándolo o separándolo de la institución eclesial. Cáritas es Cáritas y los obispos (y la Iglesia) son otra cosa, para mucha gente.

Como es evidente, no se trata de presumir ni de exhibirse, pero tampoco de esconderse bajo la manida y malinterpretada frase de que «tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha». Se trata de dar a conocer la realidad de lo que se hace y se vive en clave de misericordia. La maldad y la bondad se contagian. Cuanto más se difunda el bien más se contagiará.

Y dejémonos de ‘zarandajas’. Si la Iglesia quiere evangelizar y proclamar su buena noticia a la sociedad lo primero que tiene que hacer es recuperar su credibilidad social. Nadie le comprará su ‘mercancía’ si se percibe como averiada. La mala imagen eclesial es un obstáculo, en muchas ocasiones insalvable, para evangelizar. Impide el primer contacto, esa relación previa al anunció explícito del Evangelio.

Salir del jardín de la sacristía

Por otra parte, debería ser algo plenamente asumido por todos en la Iglesia que vivimos en una sociedad mediática, donde lo que no sale en los medios no existe. Podemos hacer muchísimas buenas obras que, si no las damos a conocer, seguirán quedándose, como hasta ahora, en el jardín de la sacristía.

En la sociedad de la información las que comunican son las élites, los líderes de la organización. Hay que ponerle cara a la Iglesia. Hay que personalizar la información. Hay que contar con ‘estrellas mediáticas’ o, dicho de otra forma, con obispos capaces de transmitir, con seguridad y credibilidad, lo que la Iglesia hace y piensa. Portavoces humildes, nada prepotentes ni orgullosos, de la actual realidad eclesial.

Cada obispo en su diócesis intenta ser este líder de opinión necesario. Algunos lo consiguen, porque, además, los medios regionales y provinciales ofrecen mayor espacio y se siguen mostrando proclives a dar cancha a las noticias de Iglesia, algo que está desapareciendo a marchas forzadas de los grandes medios nacionales, donde la institución sólo sale cuando es noticia, es decir cuando alguno de sus miembros hace algo malo, sucio o feo.

En una especie de venganza mediática que puede enunciarse así: ‘Estos, que van de buenos y que nos dicen y hasta quieren imponernos a los demás cómo debemos comportarnos, mirad cómo predican, pero no dan trigo; mirad cómo también caen en lo mismo que critican, cuando, además, a ellos hay que exigirles un plus de ejemplaridad’.

El problema comunicacional de la Iglesia radica, pues, en el ámbito nacional, a nivel de conjunto, a nivel de toda la organización. La que no comunica es la Iglesia jerárquica en su conjunto. La que no funciona informativamente hablando es la Conferencia episcopal española.

A imagen y semejanza de los partidos políticos (y aunque la Iglesia no lo sea o sea más que un partido), los que comunican, los que tienen presencia pública son los líderes nacionales, en representación del Gobierno o del partido a nivel nacional.

Los obispos también tienen una estructura nacional de apoyo y coordinación: la Conferencia episcopal española. Con su presidente, vicepresidente, comité ejecutivo, comisión permanente y plenaria. Un organigrama muy parecido al de cualquier partido político. Es cierto que teológicamente el presidente de la CEE no es el presidente de los obispos. Cada prelado es dueño y señor en su diócesis y sólo responde ante el Papa.

Pero también es cierto que los obispos, reunidos en Plenaria, eligen cada tres años a sus líderes, para que los coordinen y, sobre todo, para que los representen y hablen por ellos a nivel nacional. Los medios buscan a las cúpulas, a los líderes. La Iglesia los elige y los tiene, pero después les pone sordina o son incapaces de comunicar de una manera fluida, sencilla, directa y constante.

Mas aún, la Conferencia episcopal tiene un portavoz designado y elegido, con un mandato de cinco años. Es, junto al presidente de la Conferencia, el encargado de poner todo esto en solfa mediática. El presidente es el cardenal Ricardo Blázquez y el portavoz, el sacerdote José María Gil Tamayo. Este último se parecía o quería parecerse a Federico lombardi, cuando llegó. La realidad es que se ha ido desinflando. O quizás habíamos puesto demasiadas expectativas en su nombramiento. Tengo en alta consideración a ambos eclesiásticos. Por eso, al final, la culpa es de ellos, pero también de la política comunicativa de la CEE, que depende no sólo de ellos dos, sino del episcopado en su conjunto.

Ni tanto ni tan calvo como Camino

Si la CEE no comunica es culpa fundamentalmente de ellos dos, porque son los líderes máximos y los encargados específicos de esta tarea. Y la verdad es que la CEE no comunica, está ausente de los debates públicos. Está muda. En época de Rouco, la CEE estaba ‘rouca’ ante los grandes problemas sociales del país y, en cambio, comunicaba demasiado sobre los problemas morales, por boca de su insaciable portavoz, Juan Antonio Martínez Camino.

Camino, a veces en contra del parecer de la mayoría del episcopado, pero siempre sostenido por su ‘jefe’, el cardenal Rouco, aparecía constantemente en los medios e, incluso, marcaba agenda. El problema es que comunicaba de una forma tan dura e inmisericorde, que, cada vez que salía en los medios, bajaba el pan de la Iglesia y ahondaba el socavón de la mala imagen eclesial.

Ricardo Blázquez es un gran cardenal, muy querido por sus pares y que huye de una dirección presidencialista de la CEE. Le va más la colegialidad y la corresponsabilidad, pero eso que tiene sus ventajas teológicas, también tiene sus inconvenientes sociales. Porque implica que, para no significarse, deja absolutamente desguarnecido el ámbito de la comunicación.

Si el presidente no comunica asiduamente y el secretario-portavoz hace lo mismo, la CEE no está presente en la agenda comunicativa y lo que es peor deja libre un espacio que otros ocupan, cuando no deberían hacerlo. Hablando en plata: la Cope y Trece han sustituido en el imaginario colectivo a la voz de los obispos. Como la CEE calla, la gente identifica el pensamiento de los obispos con lo que transmiten sus grandes medios de comunicación, especialmente la Cope y algunas de sus estrellas, especialmente Carlos Herrera.

Herrera, el prescriptor

El ‘rey de la mañanas rdiofónicas’ ha levantado económicamente a la emisora de la Iglesia, pero a costa de dejarse en la gatera la Doctrina social de la Iglesia, lo que dice y hace el Papa Francisco y hasta lo que sostienen (sotto voce) los propios dueños de la cadena.

Por ejemplo, en materia de emigración y de refugiados, Herrera sostiene lo contrario del Papa. Y sus ideas, transmitidas diariamente a través de la cadena del episcopado, la gente se las endilga a la jerarquía y convierte al locutor en el prescriptor eclesial.

Otro ejemplo. ¿Cómo es posible que los obispos dejen campar por sus fueros a su estrella matutina, apostando a fondo por la prisión permanente revisable (eufemismo de la cadena perpetua), cuando esa postura elimina el «derecho a la esperanza» de le reinserción de todo ser humano, que proclama el Papa?

Lo acaba de decir en Chile, en su visita a una cárcel de mujeres:

«Nadie puede ser privado de la dignidad. Estar privadas de la libertad no es sinónimo de pérdidas de sueños y esperanzas…No nos dejemos cosificar. Díganse ‘No soy un numero, soy fulano de tal, que gesta esperanza».

Y aladía: «La sociedad tiene la obligación, la obligación, de reinsertarlas a todas. Y cuando digo a todas, digo a cada una. ¡Eso métanselo en la cabeza y exíjanlo! ¡No se dejen cosificar!»


Para concluir: «La sociedad tiene la obligación, obligación de reinsertarlas a todas. Cuando digo reinsertarlas, digo reinsertarlas a cada una, cada una con el proceso personal de reinserción, una por un camino, otra por otro, una más tiempo, otra menos tiempo, pero es una persona que está en camino hacia la reinserción. Y eso métanselo en la cabeza y exíjanlo».

Se puede decir más alto, pero no más claro. El mensaje del Papa se da de patadas con lo que sostiene la radio de los obispos por boca de su líder de audiencia de la mañana. Y, como es lógico, la mayoría de la gente no ha escuchado el discurso del Papa en Chile, pero al locutor, sí. Y, como es lógico, la gente le atribuye lo que piensa Herrera a lo que sostienen los obispos. Porque, si los dueños callan, es porque otorgan. Y porque la Cope es la cadena de los obispos.

Y, como es lógico, la gente que no sabe lo que dice el Papa al respecto, deduce que tanto él como los obispos españoles están por la cadena perpetua. Así de lineal, así de lógico, así de triste.

¿Qué esperan la cúpula eclesiástica para posicionarse en éste y en otros temas? Por ejemplo, mientras el Papa denuncia un día sí y otro también la corrupción como el escándalo y el pecado de nuestro tiempo, ¿por qué Blázquez y Gil Tamayo no hacen lo mismo?

La portavocía de la CEE ha enmudecido. Por prudencia miedosa, porque el portavoz es un simple sacerdote, por no repetir la autosuficiencia y exageración de su predecesor, por comodidad, por mantener un perfil bajo…O por todo eso junto.

Y eso que la CEE sigue conservando su capacidad de convocatoria. Y, siempre que convoca a los medios, asisten en torno a 15-20 periodistas de casi todos los medios de comunicación. La institución sigue siendo relevante para los medios, pues. Pero no lo aprovecha. Y, sobre todo, no se adelanta a los acontecimiento, no marca agenda, que es lo que intenta hacer cualquier organización que se precie.

Don Ricardo, por el bien de la Iglesia, venga más a menudo a Madrid y póngase a disposición de los medios (como hacía su predecesor, monseñor Yanes). Aunque no lo quiera y aunque chirríe a su humildad, es usted el líder de la Iglesia española. Ejerza.

Don José María Gil, a usted le exige su cargo que comunique a diestro y siniestro, a tiempo y a destiempo, durante la semana y los fines de semana. Se le exige que esté usted permanentemente a disposición de los periodistas y que mantenga con ellos una relación cordial, fluida y profesional, sin acepción de personas ni de medios, con trato igualitario.

Tras haber dejado atrás la época en la que los medios éramos considerados ‘enemigos’, inaugure la época de los medios ‘amigos’ o, al menos, ‘instrumentos imprescindibles y necesarios’ para comunicar el Evangelio. Se lo exige su cargo. Y si no quiere, no puede o no le dejan, presente su renuncia y que alguien tome su relevo. La Iglesia española no puede enmudecer. La luz no puede colocarse bajo el celemín.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA
Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

Lo más leído