Pikaza: "El nombramiento de Ladaria es uno de los mayores aciertos de Francisco"

«‘Placuit Deo’ es uno de los mejores documentos de Magisterio que la Iglesia ha publicado en los últimos decenios»

"La Carta sirve para defender el programa y el camino eclesial del Papa Francisco"

"'Placuit Deo' es uno de los mejores documentos de Magisterio que la Iglesia ha publicado en los últimos decenios"
Luis Ladaria, con el Papa Francisco

Es breve, pero sustancial; es claro, parece sencillo (poco pretencioso) y, sin embargo, plantea y resuelve con gran precisión, sin críticas inoportunas, sin proposiciones grandilocuentes, uno de los temas más urgentes de la vida de la Iglesia actual

(Xabier Pikaza).- Sólo Ladaria ha podido escribir y firmar (con su equipo) esta Carta de la Congregación para la Doctrina de la fe, sobre los dos riesgos de la Iglesia y de la sociedad actual:

— Una gnosis espiritualista, que busca la salvación fuera de la «carne» (de la humanidad y de la historia).
— Un pelagianismo activista, que busca la salvación sólo en las obras de los hombres, como la perfección suprema (el cielo) fuera lo que ellos hacen.

Sólo ha podido escribirla Mons. L. F. Ladaria, siguiendo la inspiración y magisterio de Francisco, empeñado en superar estos dos riesgos, de forma que podemos afirmar que en el fondo lo han escrito los dos a una sola mano.

En esa línea, parece claro que la Congregación de la Doctrina de la Fe ha querido escribir esta breve y sustanciosa Carta no sólo para exponer la recta doctrina y praxis de la Iglesia, sino también para defender el programa y camino eclesial del Papa Francisco, a quien muchos (sobre todo dentro de la «casa») le han acusado de hombre ambiguo en la fe y poco teólogo.

Entre los «acusadores» del Papa parece estar el propio Müller que fue, antes de Ladaria, el poderoso Prefecto de la Congregación de la Doctrina de Fe, a quien Francisco dejó a un lado para nombrar en su lugar a Ladaria (con gran y público disgusto del germano).

 

 

El nombramiento de Ladaria (que era vice-prefecto con Müller) ha sido a mi juicio uno de los mayores aciertos de Francisco. Por un lado, ha sido un nombramiento «normal»: Acabado el tiempo de Müller era lógico que le siguiera su «vice» (¡nombrado por Benedicto XVI, no por Francisco). Por otro ha sido un nombramiento «revolucionario», pues significa un cambio de rumbo en la Congregación de la fe.

He leído bastante bien a Müller (a quien conocí cuando venía a dar cursos a Salamanca, de la mano de D. Olegario González de Cardedal). Pero conozco mucho mejor a Ladaria, pues hemos sido «colegas» en la misma asignatura, él en Comillas, yo en Salamanca. Además, le traje y presenté algunas veces (con el inolvidable Nereo Silanes) en las Semanas de Estudios Trinitarios, donde tuve ocasión de dialogar con él.

Le he dedicado además varias recensiones de colega, amistosas y a veces discrepantes (¡como es lógico, en un plano de búsqueda universitaria), en la revista Estudios Trinitarios, y una semblanza detenida y elogiosa en mi Diccionario de Pensadores Cristianos (Verbo Divino, Estella 2010, 525-527).

Puedo decir, sin miedo a equivocarme, que Ladaria es un «lujo de Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe», hombre sensible y humano, artista y pensador, gran maestro (en Comillas y en la Gregoriana), quizá el mejor conocedor actual de la vida y doctrina de los Padres de la Iglesia, en cuyo magisterio se funda este documento titulado, titulado Placuit Deo: Dispuso Dios en su sabiduría (Ef 1, 9).

Texto castellano de la Carta de la C. para la Doctrina de la fe:
http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2018/03/01/plac.html

 

Un gran comienzo

Debo seguir diciendo que éste es uno de los mejores documentos de Magisterio teológico y eclesial que la Iglesia de Roma ha publicado en los últimos decenios. Es breve, pero sustancial; es claro, parece sencillo (poco pretencioso) y, sin embargo, plantea y resuelve con gran precisión, sin críticas inoportunas, sin proposiciones grandilocuentes, uno de los temas más urgentes de la vida de la Iglesia actual.

Francisco ha encontrado un gran Prefecto de la Doctrina de la Fe, y por su parte Ladaria es «digno» de Francisco, no sólo porque los dos son jesuitas, sino porque se complementan, uno que fue gran «pastor» del gran y difícil Buenos Aires, y otro porque fue gran «rector» de la Universidad Gregoriano, amigo de los alumnos, director de tesis doctorales (yo mismo le encomendé el «cuidado» de uno de mis mejores doctorandos…). Ambos se complementan, pido a Dios que duren y sigan muchos años, para bien de la Iglesia.

Este documento es signo del mejor comienzo teológico de ambos, y así quiero decirlo, como colega de Ladaria, como admirador de Francisco. Ciertamente, matizaría algunas de sus prioridades (sobre todo en el aspecto sacramental de la Iglesia, y en la forma de plantear su presencia y acción en el mundo actual). Pero eso es en el fondo secundario. Lo que importa son las «bases», la forma de superar un peligroso gnosticismo y un flaco pelagianismo, que al fin deja vacíos a los auténticos creyentes, a los amenazados y marginados de este mundo.

 

 

Y sin embargo el camino sigue abierto y debe recorrerse

Al plantear la temática del hombre y de la Iglesia actual entre gnosticismo y maniqueísmo, Francisco y Ladaria han rendido un gran servicio no sólo a la Iglesia a la Teología cristiana, sino a la vida y esperanza de los hombres, según el evangelio. Pero aquí, precisamente aquí, noto una falta, siendo un vacío: Pienso que el documento debía haber más al fondo, buscando el verdadero núcleo del problema y, a mi juicio, eso sólo puede hacerse desde el Evangelio.

Ladaria (con Francisco) ha planteado de forma insuperable un tema clave de la iglesia y de la humanidad actual, apelando a San Ireneo (sobre el gnosticismo) y a San Agustín (sobre el maniqueísmo). No tengo nada que objetar, tanto Ireneo como Agustín son dos puntales de la Iglesia de occidente (de todas las iglesias). Pero con ellos puede y debe recorrerse más camino, a partir del evangelio o, mejor dicho, en búsqueda de evangelio. Desde aquí, sin entrar en detalles, quiero indicar cuatro limitaciones de este documento:

1. Gnosis y apocalipsis. La oposición entre gnosis y maniqueísmo es importante, pero en el Nuevo Testamento acaba siendo mucho más importante la que opone (¡ vincula!) la tendencia más gnóstica y la más apocalíptica, representada por un lado por el Evangelio de Juan (y en línea más fuerte por el Tomás) y por otro por el Apocalipsis de Juan. Creo que esta oposición podría haber ayudado a recuperar algunos temas medulares de la Encíclica Laudato Sí, en la que Francisco ha destacado los riesgos de destrucción cósmica y humana que nos amenazan.

2. Fe y obras, línea paulina. Pienso que más importante que la oposición entre gnosis y maniqueísmo es para la Iglesia (y para el futuro de la humanidad) la que Pablo ha descubierto y radicalizado entre las obras de la ley (en una línea más maniquea) y la fe, vinculada al encuentro personal con Dios y a la justificación de los pecadores. Hemos celebrado los 500 años de la Reforma Protestante, sin haber planteado de forma radical esta problemática. En ese contexto, entre fe y obras, se sigue jugando el futuro de la Iglesia y de la Humanidad. La Iglesia de Roma se dice heredera no sólo de Pedro, sino también de Pablo. Esto debería tenerse quizá más en cuenta.

3. Me ha enviado a anunciar la buena noticia a los pobres… (Lc 4, 17-18). La problemática planteada por la oposición entre gnosis y maniqueísmo sólo se puede resolver volviendo al principio, desde la opción radical de Jesús, que no es sólo la de evangelizar a los pobres, sino la de dejar «que los pobres nos evangelicen», en la línea de la primera misión cristiana formulada en Mc 6, 1-6, Mt 10, 2-15 y paralelos. Sin este retorno al principio del mensaje de Jesús y de la Iglesia (Iglesia de Marcos y Lucas…) el evangelio pierde su sal, queda estéril. Sólo desde este fondo (sin negar a Pablo, ni a Juan evangelista, ni al Apocalipsis…) puede iniciarse y recorrerse la nueva evangelización, que no ha de ser sólo nueva «en su ardor, en sus métodos y en su expresión» (cfr. Juan Pablo II, Puerto Príncipe, 9-3-1983), sino por su mismo contenido radical de evangelio.

4. Volver al evangelio, sin glosa. Éste es, a mi juicio, el mayor «hueco» de este espléndido documento de fe y vida de iglesia, de antropología y compromiso cristiano a favor del hombre, en clave de Iglesia o comunidad creyente. Ciertamente, no todo se puede decir en unas pocas y densas páginas. Además, el argumento base del texto no era el evangelio, sino los riesgosde neo-gnosticismo y neo-maniqueísmo, por lo que había que volver a Ireneo y Agustín. Pero, a pesar de ello, creo que hubiera sido bueno retomar las claves del Nuevo Testamento (Pablo, Evangelio de Juan….), en especial las que nos ponen en la raíz del «evangelio sin glosa», como querían Francisco de Asís: Las Bienaventuranzas, el amor al enemigo, la no violencia activa (¡poner la otra mejilla!), la oposición de Mt 6,24 par entre Dios y Mammón, Mt 25, 31-46 etc.

Por todo eso quiero volver a saludar con gozo este documento (recordando en especial a Luis F. Ladaria), para decir que es lo mejor que se ha podido decir sobre el tema, en línea de Iglesia y de experiencia creyente… pero añadiendo que es preciso ir más allá, a las raíces del evangelio, para hacer que este comienzo dé todo su fruto, en línea personal y eclesial.

 

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Autor

Jesús Bastante

Escritor, periodista y maratoniano. Es subdirector de Religión Digital.

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