"El Evangelio de Jesucristo desconcierta todas las estructuras de poder"

Aquino Junior: «No hay problema teológico para que ministros no celibes presidan la Eucaristía»

"Con Francisco se abren un poco más las ventanas de la Iglesia para poder airearla"

Aquino Junior: "No hay problema teológico para que ministros no celibes presidan la Eucaristía"
Francisco Aquino Junior

Uno de los mayores males de la Iglesia es el clericalismo”. Por eso, es necesario “pensar la Iglesia no en términos de jerarquía y laicado, sino en términos de comunidades, carismas y ministerios

(Luis Miguel Modino).- Uno de los referentes de la teología de la liberación entre las nuevas generaciones de teólogos, no sólo en Brasil, sino en América Latina, Francisco Aquino Junior, sostiene que su reflexión parte de la Iglesia en la que nació, “en la Iglesia de la liberación, en el contexto de las comunidades de base, de las pastorales sociales, en el contexto de una Iglesia comprometida con las luchas populares”.

Desde ahí señala “que me siento a veces un poco sólo”, en una “Iglesia excesivamente volcada o reducida al culto y la doctrina, poco abierta, sensible, comprometida con los problemas, con las causas, con el sufrimiento del pueblo”. Él se define como alguien “de la Iglesia de los pobres”, una Iglesia que nació en el Vaticano II, que en América Latina se inculturó en Medellín y Puebla y que el Papa Francisco ha retomado e impulsado. Por eso, cincuenta años después, es necesario recuperar la visión eclesial de Medellín, “una Iglesia que se inserta en las luchas populares, que asume las causas del pueblo”.

Aquino Junior, no duda en afirmar que “el Evangelio de Jesucristo desconcierta todas las estructuras de poder, sea en la Iglesia, sea en la sociedad”. En su opinión, no podemos olvidar que “Jesús también fue perseguido”, y desde ahí, “una Iglesia que asume la causa de los pobres, una Iglesia que defiende la justicia, que lucha por la justicia, está claro que eso incomoda a los grandes”.

En el año del Laicado, que se está celebrando en Brasil, el sacerdote de la diócesis de Limoeiro do Norte, estado de Ceará, nos recuerda las palabras del Papa Francisco, quien ha afirmado reiteradamente que “uno de los mayores males de la Iglesia es el clericalismo”. Por eso, es necesario “pensar la Iglesia no en términos de jerarquía y laicado, sino en términos de comunidades, carismas y ministerios”, a partir de “la vocación bautismal, de la igual dignidad de todo el Pueblo de Dios”.

Este año del laicado ha de servir también para reflexionar sobre nuevos modos de celebrar la Eucaristía, pues es necesario que “la Iglesia tenga la sensibilidad y la abertura para buscar medios para que todas las comunidades cristianas puedan celebrar la Eucaristía, porque eso es algo esencial en la vida de la Iglesia”. Se puede dar ese paso, pues “desde el punto de vista teológico eso es algo que no tiene problema… El celibato no es una condición para el ministerio presbiteral”.

Ante la situación socio-política por la que Brasil atraviesa, reconoce que “la Iglesia de Brasil también se alejó bastante, en su conjunto, de los grandes problemas del país”, motivado por “una centralización en el culto, en la catequesis, en la celebración”, lo que tiene como consecuencia que “la Iglesia tiene mucha dificultad, en su conjunto, de enfrentarse como Iglesia con esos problemas, porque parece que no es problema de la Iglesia”.

Eres considerado uno de los referentes de la Teología de la Liberación entre las nuevas generaciones de teólogos brasileños, ¿hasta que punto se puede decir que eso es verdad?

Bueno, yo nací en la Iglesia latinoamericana, en la Iglesia de la liberación, en el contexto de las comunidades de base, de las pastorales sociales, en el contexto de una Iglesia comprometida con las luchas populares, nací y crecí en la Pastoral de la Juventud del Medio Popular, en las organizaciones de base.

Entonces yo soy hijo de esa Iglesia, soy hijo de esa tradición y después entré en el seminario, para prepararme para asumir el ministerio presbiteral en la Iglesia, hice los estudios teológicos y acabé siguiendo en el estudio, en la profundización teológica, y evidentemente continué haciendo teología dentro de esa tradición eclesial en la cual yo vivo mi fe.

En ese sentido me siento parte de esa tradición eclesial de la Iglesia de los pobres, de la Iglesia de la liberación, y en la medida en que paso a reflexionar sobre esa experiencia de fe, entonces es así que va naciendo la teología de la liberación.

Durante mucho tiempo, muchos teólogos de la liberación fueron reprimidos y muchas veces fueron prohibidos de escribir y de hablar. ¿La llegada del Papa Francisco ha cambiado eso?

La llegada del Papa Francisco creó un ambiente eclesial más favorable. En el contexto de la celebración de los cincuenta años del Concilio, desde un primer momento se puede decir que con Francisco se abren un poco más las ventanas de la Iglesia para poder airearla, con un poco más de libertad. Ese modo de ser Iglesia viene del Concilio, evidentemente que Francisco cambió la Iglesia, no está trayendo algo absolutamente nuevo, pero Francisco retoma, desde la autoridad y la función del ministerio que él ejerce, esas grandes perspectivas del Concilio Vaticano II, inclusive desde la forma como eso fue recibido en América Latina a partir de las Conferencias de Medellín y de Puebla.

En ese sentido, creó un ambiente un poco más favorable, pero no podemos olvidar que tenemos un modelo de Iglesia, una perspectiva de acción pastoral, evangelizadora, que va a contracorriente de esa perspectiva que el Concilio abrió, de una Iglesia encarnada en los problemas del mundo, y concretamente una Iglesia comprometida con los pobres, como se ha dado en América Latina.

Hemos vivido en los últimos años un proceso que en Europa se llama invierno eclesial, pero que en el Nordeste de Brasil, donde yo vivo, llamaríamos sequía eclesial, lo que significa una perspectiva de Iglesia que se aparta de los problemas del mundo, que se entra en el culto, en la doctrina.

Este año se cumplen cincuenta años del Documento de Medellín. Acabas de hablar de Medellín, de Puebla, ¿qué significó Medellín para la Iglesia da América Latina?

Muchos hablan de Medellín como el gran Pentecostés de la Iglesia de América Latina, como el bautismo de la Iglesia de América Latina, en el sentido de que en Medellín la Iglesia asume la realidad latinoamericana, asume la tarea de ser en esa realidad concreta, marcada por profundas injusticias, un signo del Evangelio de Jesucristo.

En ese sentido, Medellín inaugura un modo verdaderamente latinoamericano de ser, y verdaderamente latinoamericano no en un sentido medio folclórico como algunos pueden querer pensar, sino latinoamericano porque asume eclesialmente, evangélicamente las realidades y los desafíos de América Latina y se esfuerza por ser ahí un signo del Reino de Dios.

¿Y por qué eso provocó tanto miedo en Europa, en el Vaticano, por qué esa forma de hacer teología fue tan reprimida?

Primero porque el Evangelio de Jesucristo desconcierta todas las estructuras de poder, sea en la Iglesia, sea en la sociedad. No olvidemos que Jesús también fue perseguido en el ambiente religioso, social y político en que Él vivió. Está claro que si se piensa, por ejemplo, en una Iglesia que asume la causa de los pobres, una Iglesia que defiende la justicia, que lucha por la justicia, está claro que eso incomoda a los grandes. Por eso la persecución a la Iglesia de América Latina. ¿Por qué tantos mártires en la Iglesia de América Latina? Porque eso incomodaba, porque eso asustó a los poderosos de este mundo que siempre tuvieron también en la Iglesia una gran aliada.

Por otro lado, dentro de la propia Iglesia, como comunidad, Pueblo de Dios, con la igualdad fundamental del bautismo, con los diferentes carismas y ministerios, también se van creando relaciones nuevas dentro de la Iglesia, que termina siendo también una afronta a toda la ideología clerical que se ha apropiado de la Iglesia, y que por más que el Concilio haya abierto perspectivas nuevas, no consiguió superar, tanto que el Papa Francisco ha insistido que uno de los mayores males de la Iglesia es el clericalismo.

Este modo de ser Iglesia, por un lado termina siendo una afronta a esa lógica más jerárquica, clerical de la Iglesia, que divide la Iglesia en dos grandes clases, una clase que puede, que manda y otra clase que obedece. Entonces está claro que eso incomoda a mucha gente y, por otro lado, en la medida que asume la lucha de los pobres, la causa de los pobres, también incomoda a las grandes fuerzas políticas y económicas de la sociedad.

Participaste del encuentro intergeneracional de teólogos de la liberación promovido por Amerindia en octubre del año pasado. Amerindia va a organizar un encuentro de teólogos en El Salvador sobre los cincuenta años de Medellín. ¿Qué es lo que ese encuentro y esa reflexión teológica sobre Medellín puede traer de vuelta para la Iglesia latinoamericana?

La celebración de los cincuenta años de Medellín, y ese encuentro de El Salvador se inserta dentro de ese contexto, todo ese proceso de celebración puede tener una función muy importante, que es recuperar las grandes intuiciones de Medellín, no para repetir Medellín, sino las grandes intuiciones de Medellín, que es una Iglesia que se inserta en las luchas populares, que asume las causas del pueblo. Eso implica también ver la realidad actual, para comprender los procesos actuales, las resistencias actuales, y fortalecer la presencia y la participación de la Iglesia en esos procesos.

El Papa Francisco ha hablado mucho de Iglesia en salida para las periferias, o sea, una Iglesia que se piensa a sí misma a partir y en función de la misión de ser en el mundo signo e instrumento de salvación y de estar sobre todo donde hay sufrimiento. El Papa Francisco ha hablado tanto de periferias sociales como de periferias existenciales, sean situaciones de negación de derechos, de concentración de renta, de discriminación, de injusticias, sean aquellas varias situaciones de sufrimiento que marcan la vida de gran parte de la población.

El Papa Francisco pienso que recupera inclusive esa gran intuición fundamental de Medellín, una Iglesia en salida para las periferias, una Iglesia que se piensa no a partir y en función de sí misma, sino una Iglesia que se piensa a partir y en función de la humanidad sufridora, de ser para la humanidad sufridora un signo de la bondad, de la ternura de Dios.

Salir para las periferias supone muchas veces quedarse a la intemperie, desprotegido. ¿Por qué ese miedo a salir para las periferias?

Porque como tú mismo dices, eso produce inseguridad. El Papa Francisco ha usado inclusive algunas imágenes para decir que cuando la Iglesia sale, ella se puede accidentar, se puede embarrar. Quien está en el mundo corre riesgo, y a veces muchos prefieren la seguridad del templo. De ahí la resistencia a salir del espacio cómodo, seguro, de los privilegios. Porque no se trata también simplemente de salir, de salir para no tener sufrimientos. Se trata de salir al encuentro de las personas, de las comunidades, de los grupos que sufren por la negación de derechos, o muchas situaciones que causan sufrimientos.

Has hablado del clericalismo. Este año la Iglesia de Brasil está celebrando el Año del Laicado. ¿Cómo enfocar eso desde la teología, hasta que punto puede ayudar a hacer una teología del laicado más comprometida, una teología del laicado que sea más respetada y valorada por parte de la Iglesia como un todo?

Creo que algo muy importante es superar esa forma de entender la Iglesia, o la estructura social de la Iglesia, dentro del binomio jerarquía y laicado. Esa es una forma que divide a la Iglesia en dos clases y eso va contra las grandes intuiciones del Concilio, a pesar de que el Concilio no haya conseguido acabar con todas las consecuencia de eso.

Yo pienso en la línea del documento anterior, Vocación y Ministerio de los Laicos, que decía que debemos pensar la Iglesia no en términos de jerarquía y laicado, sino en términos de comunidades, carismas y ministerios. En comunidad hablamos de aquello que es común a todo el Pueblo de Dios, de la vocación bautismal, de la igual dignidad, de todo el Pueblo de Dios, y dentro del Pueblo de Dios existen muchos carismas y muchos ministerios, de entre ellos el ministerio de presidencia de la Iglesia, el ministerio ordenado en la Iglesia.

Pero pensar la Iglesia en términos de jerarquía y laicado, ese es a veces uno de los peligros del Año del Laicado, que queramos pensar en el laico como aquel que no es ordenado. Y pensar en el laico como aquel que no es ordenado y que tiene una función en el mundo, y el ordenado como quien tiene una función dentro de la Iglesia, esa es una visión clerical de pensar en la Iglesia. Yo soy ministro ordenado, pero soy laico, porque soy pueblo de Dios. Si laico significa Pueblo de Dios, todos los miembros de la Iglesia son Pueblo de Dios, y de entre esos algunos asumen un tipo de ministerio, otros asumen otro ministerio, y todos los ministerios son para que la Iglesia pueda desempeñar mejor su función.

Antes hablabas de persecución, ¿alguna vez te sentiste perseguido por el modo de hacer teología?

No diría que perseguido, sino que diría que me siento a veces un poco sólo, en el sentido de que hay una forma de pensar y de vivir la Iglesia excesivamente volcada o reducida al culto y la doctrina, poco abierta, sensible, comprometida con los problemas, con las causas, con el sufrimiento del pueblo. Cuando uno trae esos problemas, a veces es mal comprendido, que eso no es cosa de la Iglesia, que eso no es tarea de la Iglesia, porque la Iglesia es para rezar.

Por otro lado, en la medida en que uno apoya al pueblo en sus luchas, denuncia las situaciones de injusticia, uno no deja también de crear conflictos con personas de clase media-alta, que también participan de la Iglesia y que se sienten atacados, con políticos, con medios de comunicación también. En la medida en que uno se implica también dentro de esos procesos, acaba experimentando el conflicto que la gente vive.

A partir del Año del Laicado y de otras ideas que van apareciendo, inclusive algunos obispos aquí en Brasil y sobre todo en América Latina, están planteando la posibilidad de cambiar el modo de celebrar la Eucaristía en algunas regiones, sobretodo en la Amazonia y en otras regiones donde la presencia presbiteral es muy limitada, a veces una vez por año. ¿Cómo enfocar eso desde la teología, cómo enfocar esa presidencia eucarística por un ministro laico?

Vea bien, la Eucaristía es la expresión máxima de la vida eclesial, fuente y culmen de la vida cristiana. La liturgia en general, y la Eucaristía de un modo particular, como ya decía el Concilio Vaticano II. El problema es que aquello que es esencial y central en la vida de la Iglesia, de eso está privada una gran parte del Pueblo de Dios por la forma como está organizado el ministerio de la presidencia de la Eucaristía.

Eso exige que la Iglesia tenga la sensibilidad y la abertura para buscar medios para que todas las comunidades cristianas puedan celebrar la Eucaristía, porque eso es algo esencial en la vida de la Iglesia. En ese sentido es necesario repensar el ministerio de la presidencia de la Eucaristía. El Papa Francisco tiene una sensibilidad pastoral muy grande, y en el caso de la Amazonia concretamente es necesario buscar formas de no privar a la comunidad de la celebración de la Eucaristía.

Creo que es una de las cosas que la Iglesia necesita enfrentar, y el Papa Francisco ha levantado eso, está discutiéndose en el contexto de la Amazonia, no sé hasta donde eso va a llegar, pero desde el punto de vista teológico eso es algo que no tiene problema, que la Iglesia pueda escoger y nombrar ministros para presidir la Eucaristía que no sea en esa forma que tenemos en Occidente, necesariamente con ministros célibes. El celibato no es una condición para el ministerio presbiteral.

Es en el contexto actual de reglamentación de la Iglesia, pero la Iglesia puede rever eso, y el Papa Francisco, por lo menos lo que hemos escuchado a obispos que hasta ya llegaron a comentarle, tiene abertura para eso, pero espera que eso venga de las conferencias episcopales. Entonces eso también va a depender mucho del episcopado amazónico, brasileño y de otros países, si van a tener sensibilidad para eso. Si van a poner en primer lugar la necesidad que la comunidad eclesial tiene de celebrar la Eucaristía, o una forma específica de reglamentar el ministerio.

¿La Iglesia está preparada para eso? ¿Por qué cuando el Papa reclama esas iniciativas, después no se concretan?

Diría que por un lado tenemos una perspectiva eclesial bastante clerical y que hay mucha resistencia, no sólo por parte de obispos, de sacerdotes, sino de la gente en general. Pero por otro lado, hay abertura en amplios sectores de la Iglesia y en la medida en que algo venga no simplemente para decir que es una moda, que es una novedad, que es una ruptura, sino que viene para atender una necesidad de la comunidad, creo que la Iglesia integraría o iría poco a poco integrando eso sin mayores problemas, sin mayores dificultades porque no se trata aquí de decir así, tú estás rompiendo, estás creando una novedad que es una moda. No, se trata de atender a una necesidad pastoral de la comunidad.

Inclusive hay siempre esa perspectiva del Papa Francisco, que no es ruptura por ruptura, no es novedad por novedad, sino que es encontrar medios para responder a los desafíos pastorales de la comunidad.

Ante la situación que Brasil está viviendo actualmente, ¿qué piensas de la reacción que la Iglesia está teniendo, no sólo los obispos como la Iglesia en general? Desde tu punto de vista, ¿la postura del episcopado, de los sacerdotes y hasta de los propios laicos, está siendo adecuada para dar una respuesta a esa situación?

La Iglesia de Brasil también se alejó bastante, en su conjunto, de los grandes problemas del país. También la Iglesia de Brasil vivió ese proceso de retracción, de distanciamiento de los grandes problemas, de los grandes desafíos de la sociedad, vivió un proceso de vuelta hacia dentro de sí misma, una centralización en el culto, en la catequesis, en la celebración. Tal vez menos que en otros lugares, pero de una forma bastante acentuada. Entonces la Iglesia tiene mucha dificultad, en su conjunto, de enfrentarse como Iglesia con esos problemas, porque parece que no es problema de la Iglesia, eso por un lado.

Por otro, necesitamos considerar la complejidad del proceso que estamos viviendo, porque también amplios sectores de izquierda que acabaron ganando espacio y poder en el ámbito legislativo y ejecutivo en los últimos años, también entraron en la lógica del poder corrompido y corruptor. No es tan sencillo tomar postura, porque no se trata muchas veces de defender personas inocentes y honestas. Se trata de todo un juego corrompido de la política en que amplios sectores de la izquierda entró también.

No es tan sencillo, porque tú no tienes simplemente inocente y víctima, tú tienes inclusive un complot de amplios sectores de la élite junto con esos sectores. Quien dio el golpe eran los aliados. La política que está llevando a cabo el gobierno Temer es una radicalización de la política que ya venía siendo realizada en los gobiernos Dilma y Lula. Por más que haya programas sociales importantes que han hecho mucho bien a la población, la política económica era la misma, no se cambió la estructura del país.

No es por acaso que los banqueros nunca ganaron tanto como en los gobiernos Dilma y Lula. No es por acaso que en los datos de concentración de renta, no hubo ninguna alteración en la concentración de la renta del país. Seis personas tienen la renta de cien millones de personas en el país. La coyuntura política que vivimos es muy difícil, porque tenemos un proceso de profundización, de radicalización del modelo neo liberal en la economía, en la política. Pero tenemos también, y eso es muy grave, que asumir que amplios sectores de la izquierda están en esa misma lógica de poder.

Ante esa comodidad, ¿no sería el momento de recuperar las escuelas de fe y política, la formación política que tanto acompañó la vida de la Iglesia de Brasil hace algunas décadas?

Tal vez, una de las peores cosas que sucedieron en esos últimos años fue la captación de muchos líderes de muchos movimientos sociales, de muchas pastorales sociales, por parte de gobiernos de carácter más popular o más democrático. Muchos líderes pasaron a asumir cargos de gobierno y dejaron de movilizar a la sociedad, pasaron inclusive a frenar los procesos de movilización.

Inclusive entidades sindicales, organizaciones populares aliadas al gobierno, al contrario de movilizar a la sociedad, desarrollar el sentido crítico en la población, pasaron a justificar todas las cosas del gobierno, a decir no, no podemos criticar, porque eso es hacer el juego a la derecha y eso acabó contribuyendo para que los gobiernos de centro-izquierda fuesen, cada vez más, tomando caminos de la derecha y aliándose con los grandes grupos.

En ese sentido, pienso que una cosa fundamental es el proceso de organización en la base, es el proceso de movilización social, de fortalecimiento de la resistencia, de las luchas populares, es la formación en la base, la formación política, social, eclesial. Pienso que ese hoy es un desafío fundamental, necesitamos mirar a largo plazo.

Es una ilusión quien piensa que en 2018 puede haber alguna salida para Brasil. Con o sin Lula no hay salida, necesitamos construir, retomar el proceso de organización popular, toma de conciencia política, movilización de la sociedad, y tener claro que no podemos ilusionarnos en pensar que va a transformarse el mundo a través de un gobierno, de un partido, de un parlamento, por más que ese sea un instrumento importante.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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