Antonio Aradillas

¡Qué tropa de politicastros!

"Les faltan sistemáticamente educación y aprecio del diálogo"

¡Qué tropa de politicastros!
Antonio Aradillas

No sirven al pueblo. Se sirven del mismo y de sus votos, que es lo que constitucionalmente les reporta "legitimidad" y beneficios, no siempre bajo el preceptivo control

(Antonio Aradillas).- La acepción de la palabra «tropa» a la que aquí me refiero, no tiene relación académica con el ejército. Define sin ambages y rodeos la «muchedumbre o multitud de personas», término del que procede con toda licitud «tropear», referido también al «ganado para conducirlo».

De «politicastro», -la RAE solo lo registra todavía, como del género masculino- se dice sin rubor, con acierto y autoridad, que es «el político poco honesto que actúa» con fines y medios turbios». Generalizar no tiene cabida en mi reflexión, por lo que tampoco sería aplicable a otros colectivos como periodistas, curas, frailes, sindicalistas o miembros de tantas profesiones o estamentos sociales. No hay razón que justifique fijar la atención en el entorno político, sin descartar la posibilidad de hacerlo también en otros.

Políticos y politicastros hay muchos y en todos los niveles constitucionales y anexos. Parte importante del presupuesto económico global y parcelado se destina a sus sueldos y gabelas, en «A», en «B» o en tantas otras fórmulas o letras del abecedario contributivo.

Y que conste que tales emolumentos suelen ser bastante más generosos, puntuales y seguros que los percibidos por el resto del personal de igual o superior categoría, pero en la esfera privada. Y, sobre todo, con el privilegio social superior que les brindan, a ellos y a sus obras, los medios de comunicación que, con frecuencia, y de una u otra manera, viven y perviven de sus donaciones o contribuciones. Un político, por politicastro que sea y ejerza, «disfruta» de mayores prebendas sociales que cualquier otro colega no dedicado a la actividad pública.

Los ejemplos que políticos y politicastros les proporcionan a la colectividad social a la que sirven, no siempre son constructivos. Aún más, con la facilidad que se les ofrece de disponer de espacios televisivos, y de los otros, sus comportamientos deterioran cualquier programa e intento del mismo, predicado o vivido por educadores, familiares y amigos. El relato, con documentos, datos y detalles familiares sancionados tantas veces por los correspondientes tribunales de justicia, resulta denigrante y desolador.

 

 

Destaca la falta de preparación de los políticos para afrontar los temas y actividades que les hayan sido asignadas. Están convencidos de «sabérselas todas», por ciencia infusa, por recomendación, o por la agilidad de la que estén dotados para la busca y captura de votos, o al menos, para conservar los ya conseguidos.

Pese a tan reiteradas confesiones de que «no vale todo en política», la terrible conclusión a la que llegan los administrados votantes, es que en la política vale y cabe todo, aún lo más impensable e irrepetible en cualquier esfera de la actividad profesional o comercial, y más si sus beneficiarios directos son los familiares o amigos, inscritos, o a punto de serlo, en sus organizaciones propias o adjuntas.

De por sí, el político -politicastro se siente y actúa siempre y en todo como omnisciente y todopoderoso. Con las «meteduras de para», obras inútiles y espectaculares que inspiraron, sin más rentabilidad que la del provecho propio o la de su partido, decisiones escandalosamente tomadas y tantas otras sinrazones, además con el convencimiento de que el dinero público no es de nadie, resulta sorprendente y hasta milagroso, que no se haya ya arruinado el país, a la vez que explicable que hijos, nietos y biznietos sean deudores, y con pignoración de sus bienes y trabajo, a perpetuidad, en esta vida y hasta en la otra.

La ligereza e insensatez que inspiran comportamientos políticos de muchos, en frecuentes y tristes ocasiones, es plenamente coincidente, y aún supera, a las de los colectivos, grupos o personas pertenecientes al gremio de la farándula y titiriteros, o al de los componentes asiduos de los programas televisivos o radiofónicos de los «dimes y diretes» sociales, que inundan espacios de audiencia y «videncia» palabrera, barriobajeros y maleducados.

A los políticos-politicastros les faltan sistemáticamente educación y aprecio del diálogo. Y comunicación-integración en la vida ajena. Y capacidad de interpretación sagrada de los votos de quienes confiaron en ellos, o de quienes fueron «comprados» de alguna manera y procedimientos. Les faltan diccionario y compromisos con las promesas predicadas en sus programas e idearios. La honradez con relación con la palabra dada, brilla por su ausencia. La corrupción está a la orden del día y de las tinieblas. Por encima de todo, y en dosis considerables, les sobran endiosamientos y «supremacismos», y en ocasiones propicias, hasta signos y «santos» litúrgicos, manipulando sentimientos popularmente religiosos y hasta católicos, apostólicos y romanos…

Los políticos-politicastros no sirven al pueblo. Se sirven del mismo y de sus votos, que es lo que constitucionalmente les reporta «legitimidad» y beneficios, no siempre bajo el preceptivo control. Para no pocos componentes del gremio o «tropa», de los políticos, su actividad es una carrera o negocio, sin más, con todas sus consecuencias, para ellos beneficiosas y nefastas para los administrados…

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Autor

Jesús Bastante

Escritor, periodista y maratoniano. Es subdirector de Religión Digital.

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