Antonio Aradillas

Las mitras no hacen Iglesia

"La reforma del episcopado es tarea ineludible, y habrá de ser meta de obligado cumplimiento pontificio"

Las mitras no hacen Iglesia
Antonio Aradillas

¡Por pudor, estética, liturgia, catequesis y amor a la Iglesia, señores obispos y allegados, quítense cuanto antes las mitras, con lo que les será mucho más fácil ser y ejercer de personas normales!

(Antonio Aradillas).- Me ronda el convencimiento de que la sola redacción del título de estas reflexiones haya de provocar en unos, sorpresas pastorales, sustos éticos en otros, y en no pocos, escándalos. Adelanto que si así aconteciera, no sería mía la responsabilidad, entre otras razones porque la cantidad y calidad de noticias episcopales -«mitradas»-, con las que día a día nos nutren los medios de comunicación, algunos silencios y tantas presunciones que podrían desvelarse, y se desvelarán, hubieran ya facilitado la creencia de que también en la Iglesia «no es oro cuanto reluce». Como más autorizado -supremo- argumento pueden y deben aducirse muchas y dolorosas intervenciones escritas y llevadas ya a la práctica por el mismo papa Francisco, con advertencias, descalificaciones públicas y privadas y hasta con «desmitrificaciones».

Así las cosas, y sin generalizar, las mitras ni hicieron, ni hacen, ni pueden hoy hacer Iglesia. La reforma del episcopado es tarea ineludible, y habrá de ser meta de obligado cumplimiento pontificio, a la vez que esperanzadora aspiración del pueblo, con reiterada y santa mención para los sacerdotes y, en idéntica, o superior proporción, para los laicos.

En una cultura, y más la religiosa, en la que los símbolos son doctrina, enseñanza y palabras, el esmero con el que estos han de emplearse, constituirá una de las preocupaciones jerárquicas más relevantes. Dados los cambios a los que la sociedad está hoy expuesta, equivocarse en la interpretación-aplicación de los símbolos puede llegar a ser gravemente negativo y contradictorio.

La mitra, «gorro alto formado por dos piezas, una delantera y otra trasera, terminadas en punta, que utilizan los obispos y arzobispos en las grandes celebraciones», se halla a la cabeza -nunca mejor dicho- de los símbolos litúrgicos, pastorales y canónicos con los que se hace presente y patente la Iglesia. «Mitra» y «cuernos cultuales» en las antiguas y paganas culturas, establecieron de por vida una relación catequística adoctrinadora ciertamente indisoluble, dado que los cuernos son, sin más, las armas de los bóvidos, como fiel expresión de su fuerza, agresividad y poder.

En el antiguo Egipto, Hatlor, la diosa del cielo, se representaba dotada con una cabeza de vaca. El dios Amón, con cornamenta de carnero. Con este mismo tocado de poderío y autoridad, fue representado también el emperador Alejandro Magno. Al descender del monte Sinaí, Moisés llevaba unos cuernos, tal y como traduce el texto sagrado de la «Vulgata» -«facies cornuta»-, aunque Miguel Ángel los convirtiera iconográficamente en «rayos de luz». Los sacerdotes, en estado de trance, «bramaban como toros y les crecían en la cabeza una cuernos traslúcidos». Como símbolos de fuerza divina, los mencionan san Lucas y el sagrado libro del Apocalipsis. En el también sagrado libro de los Reyes se refiere que «Sedecías, el hijo de Canana, se había fabricado unos cuernos de hierro y, puestos, gritaba: ‘¡Así habla el Señor: con estos vencerás a los arameos hasta que los hayas destruido!'».

Con mitras como símbolos episcopales, interpretados e interpretables a la luz de las más vetustas religiones, no es posible el diálogo. Ni ejercer de obispos, vigilantes y custodios de doctrinas e idearios evangélicos y de quienes, en calidad de sacerdotes y de laicos, son sus diocesanos. La mitra-cuerno ni enseña, ni adoctrina. Defiende y se defiende. Endiosa a sus portadores. Con mitra-cuerno resulta impensable pensar. Si además en su confección se invirtieron considerables cantidades de dinero «piadoso», que tonó a las mitras en otros tantos objetos de lujo y de arte, su destino jamás debiera ser la cabeza de un obispo, sino ubicarse en cualquier rincón del museo diocesano, para admiración y escándalo de creyentes e increyentes.

La simbología religiosa precisa con urgencia revisiones profundas y en consonancia con los tiempos nuevos. Las mitras y el uso y poderío que sistemáticamente se hace de ellas, y más en las solemnes «funciones sagradas», no tienen presente, ni tendrán futuro. A los jóvenes, por ejemplo, no es posible predicarles, y contribuir a la formación-información de su fe, con lenguaje taurómaco. Convenientemente ilustrados, las mitras no fomentarán jamás la piedad. Son además frívolas de por sí. Les sobran ligerezas y les falta religión. Forman parte de un espectáculo que dicen «religioso», en el que las mismas «ínfulas» que las exornan, la RAE las define como «señales de presunción, o soberbia y de darse importancia».

El panorama «mitrado» actual, tanto académica, como pastoral y teológicamente, es preocupante. Del mismo tiene experiencia el papa Francisco quien con pena infinita, claridad y reiteración apostólica, no hay día que no le llame la atención a algún -algunos- «mitrados». «Los obispos son para guardar el rebaño, no para escalar puestos en una carrera eclesiástica».

No me explico cómo, iluminados con estas palabras, algunos «mitrados» no suplicaron ya con santas prisas su jubilación emérita. Con el símbolo cornúpeta de las mitras de los viejos dioses paganos, no se piensa. Se embiste. ¡Por pudor, estética, liturgia, catequesis y amor a la Iglesia, señores obispos y allegados, quítense cuanto antes las mitras, con lo que les será mucho más fácil ser y ejercer de personas normales, de padres, de hermanos y de parte cordial del pueblo de Dios, sobre todo, de quienes son y están más necesitados…!

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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