Antonio Aradillas

Libros religiosos (con licencia eclesiástica)

"Los tiempos no están ya en la Iglesia como para que uno tenga que someter a examen de conciencia lo que escribió en su libro"

Libros religiosos (con licencia eclesiástica)
Antonio Aradillas

Me resulta incomprensible y chocante que editoriales tan acreditadas tengan que seguir advirtiendo que lo expuesto en las páginas del libro que van a leer, cuenta con las bendiciones y el "Visto Bueno" de la jerarquía eclesiástica

(Antonio Aradillas).- Comprendo que el número de libros «piadosos» que, con «las debidas licencias» se publican -«Nihil obstat» e «Imprimatur»- episcopales, decrece de manera muy significativa. Pero todavía su listado es notable, por lo que no están de más estas reflexiones.

El daño que a la Iglesia, a la religión y a la cultura en general las «debidas licencias» le han ocasionado y ocasionan en la actualidad, ha sido y es inconmensurable. Escribir con la intención de publicar lo escrito, sabiendo que antes habrá de pasar por el cedazo o criba del censor, es poco menos que antinatural, y hasta casi inmoral.

Sí, pero todavía así lo establecen las normas y los cánones a los que autores y editores «religiosos» o no, y en determinadas materias… Precisamente por eso la inmoralidad del hecho resulta ser más patente, necesitada por tanto, y con urgencia, de su modificación y desaparición.

El dato, comprobable y comprobado, de que determinadas empresas editoras se sometan a tal disciplina, ante el temor de que, de no hacerlo así, pudieran retirarles su «placet» oficial a libros escolares por ellas publicados, aumenta en mayor proporción la descalificación con la que afronto este tema.

En tiempos pasados, y aún en los presentes, los señores censores diocesanos no juzgaban los libros, sometidos a examen, teniendo rigurosamente en cuenta la doctrina y las pautas de comportamiento de la Iglesia-evangelio. Ejercían, y ejercen, su labor -«némine discrepante»- al dictado de sus convicciones justicieras, siempre al socaire del obispo que firmaría el «Imprimatur», si tener que reseñar aquí que tal ortodoxia y teología resultaban ser «a marcha martillo», -con firmeza, solidez y seguridad-, «católicas, apostólicas y romanas» de toda la vida y sin posibilidad alguna de reforma.

Las «debidas licencias» avalaban, más que la coincidencia con la doctrina del santo evangelio, y los testimonios de vida de Jesús, la «autoridad» magistral y administrativa que se gloriaban profesar quienes hubieran sido designados para tan inquisitorial ministerio y empeño.

Aunque la lógica, el sentido común y el «sensus fidelium» hubieran demandado otra cosa, prevalecía el «a mí no me gusta», «no es de mi agrado» y «esto me exime de escribir otro libro sobre el mismo tema», con aportación de imposibles y poco, o nada fiables, «argumentos». La documentación personal de la que dispongo convencería a los más incrédulos.

Y así las cosas, ante el panorama de la Feria del Libro, en la que casetas y títulos «religiosos» tienen buena acogida, me resulta incomprensible y chocante que editoriales tan acreditadas y al servicio perenne de la difusión de doctrina y criterios cristianos en años tan largos y tan fructíferos, en la importante página de sus «créditos», tengan que seguir advirtiendo, «por orden superior» y para tranquilizar a algunos de sus lectores, que lo expuesto en las páginas del libro que van a leer, cuenta con las bendiciones y el «Visto Bueno» de la jerarquía eclesiástica, en conformidad con lo así decidido por el censor de turno, de quien se supone que lo haya entendido.

Los tiempos no están ya en la Iglesia como para que, por ejemplo, un rector de una Universidad Pontificia cualquiera, con sus grados académicos y el mandato oficial de la Congregación, Orden Religiosa u Obispo, tenga que someter a examen de conciencia lo que es y escribió en su libro. Aunque tal determinación «canónica» carece de más importancia que la de ejercitarse en la humildad, previa la penitencia de la aceptación de un rito, no me parecería decente y ni siquiera merecedor de este comentario.

Lectores, autores, instituciones y editoriales «religiosas», somos ya suficientemente mayorcitos -casi adultos-, como para no tener que seguir necesitando a perpetuidad -«por los siglos de los siglos»-, esta clase de andaderas. Estas estuvieron, y siguen estando, al servicio de criterios ancestrales y de beneméritas tradiciones, al dictado, y sin respeto a la feliz autonomía proclamada por el Vaticano II y por intérpretes de tanta consideración, preparación y evangelio como el papa Francisco, poco, es decir, nada, proclive a los «Nihil Obstat» e «Imprimatur». ¿A cuantas declaraciones, encíclicas, exhortaciones, discursos y contestaciones a entrevistadores del papa, la autoridad oficial eclesiástica romana, y la de otras diócesis foráneas, no les habría negado su «placet»?

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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