Antonio Aradillas

Informadores con olor a incienso

Censuras frente a la "voluntad de Dios"

Informadores con olor a incienso
Antonio Aradillas

"Evangelizar" para el papa Francisco, no es solo "anunciar". Es también, y sobre todo, "denunciar"

(Antonio Aradillas).- Es explicable, natural y hasta casi sobrenatural, que los informadores religiosos huelan a incienso. Los gastrónomos participan y hacen participar a sus lectores de las exquisiteces que emanan de los productos cocinados, en la rica diversidad de platos pertenecientes a las dietas mediterránea y otras.

El sentido del olfato de quienes nos tienen al corriente de las proezas llevadas a cabo en el mundo de la velocidad -motos y coches de carrera- ha crecido, y hasta se ha deformado a consecuencia de su constante exposición al olor producido por los motores de sus respectivos vehículos. Los informadores de los hipódromos desprenden otra clase de olores, por muchas sesiones de duchas a las que sean sometidos sus instrumentos de comunicación y trabajo. A sangre «huelen» los expertos en sucesos. Y a naturaleza, los ecologistas. Otros informadores no huelen a nada, o a casi nada, y tal situación no se sabe si es mejor o peor para sus clientes y lectores.

Y en relación con el incienso, casi todos estamos ya suficientemente informados de que en la historia de las más remotas culturas, fue siempre símbolo de buen olor. Del olor divino. La resina del arbusto «borwel-loia-carteri», que se exportaba del Sur de Arabia, de la India y del África Oriental, se empleó ritualmente para expulsar a los demonios y para el culto a los muertos en Grecia y en Roma, por lo que, al ser tal culto rechazado por los cristianos, estos frecuentemente fueron martirizados en los tiempos de las persecuciones.

Religiosamente, entre los judíos, el humo del incienso los sanaba y además les señalaba a las almas los caminos del cielo. El incienso era el símbolo más preciado en la relación personal y comunitaria con Dios. Con su humo se adoraba a Dios, se reconciliaba con Él y con los demás hermanos y se sacralizaban personas y cosas de su pertenencia, como en el caso de las ofrendas y de los sacerdotes.

 

 

El efecto purificador se hizo presente ya desde el principio, y el movimiento circular que al incensario le imprime el sacerdote que lo usa, es señal inequívoca de que tal objeto posee condición y carácter divinos. En la cultura maya, precolombina, las cenizas del incienso de bebían, con el convencimiento de que las enfermedades habrían de curarse y, al igual que en la sempiterna liturgia de la Iglesia, aplicaciones de buenas dosis de incienso eran efectivas para erradicar toda clase de miasmas, con inclusión de las más dañinas para la fe católica.

Con experiencias tan universales como estas, es lógico deducir que, quienes informen sobre temas religiosos, y más en la Iglesia, han de oler necesariamente a incienso. No hay otra opción ni religiosa, ni civil, ni social, y por tanto, profesional o laboral. Así está establecido, por lo que, quienes se extrañen de ello, o tal situación les parezca insufrible, es que «viven, o pretenden vivir, en el mejor de los mundos».

Para los informadores religiosos, el término «¡AMÉN¡» es tema y lema, a la vez. También este término, o equivalente, rige, actúa e impera en otras esferas de la información. Pero en el entorno eclesiástico es de obligado cumplimiento y sus consecuencias tanto o más graves, sobre todo cuando «el bien de la Iglesia» y la «voluntad de Dios» se hacen presentes como regla e inspiración inapelable.

La crítica, y más la autocrítica, está desterrada y anatematizada por la Iglesia que, por sí, por su naturaleza, y por quienes la representan y presentan, son santos, ya canonizados o canonizables el día de mañana, como en el caso de los papas, cardenales, obispos y fundadores de Órdenes o Congregaciones Religiosas.

El hecho de que haya, o pueda haber, más crítica y más penitencia-conversión en los estamentos civiles, colectivos y aún personales, públicos y privados, que dentro de la institución eclesiástica, predica y evangeliza que el pueblo de Dios, y quienes lo componen y lo viven, está muy por encima de comportamientos «oficiales» , canónicos y litúrgicos, cargados muchos de ellos, de hipocresías y fariseísmos. Personas e instituciones tienen el valor que representa y posea su capacidad de renovación y reforma. Esta es la que nos define ante Dios, ante los hombres y ante las instituciones.

De verdad de la buena, que los profesionales-profesionales del periodismo religioso con sus respectivos e innumerables medios, no son los que más destacan hoy en cualquier otro ámbito de comunicación. Y conste que no son las falsas humildades lo que explican hecho tan luctuoso como este. Ni la falta de interés acerca de los temas sagrados de tan singular relevancia. Son las censuras, el olor soporífero y las nubes de incienso los elementos que impiden ver la realidad en toda su extensión y relieve, o los que transforman esta por motivos espurios de intereses personales o de grupos.

La condición de «rastrero», en su benévola acepción de «dicho de una cosa que va por el aire, pero casi tocando el suelo», por imponderable que sea la capacidad de misericordia y compresión, corre pareja tanto en las esferas políticas y «terrenales» en general, como en las religiosas.

«Evangelizar» para el papa Francisco, no es solo «anunciar». Es también, y sobre todo, «denunciar».

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Autor

Jesús Bastante

Escritor, periodista y maratoniano. Es subdirector de Religión Digital.

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