Pablo VI siguió por televisión el alunizaje de Armstrong, del que hoy se cumplen 49 años

La metafísica de la conquista de la Luna

El Papa Montini calificó el hecho de "gran día, día histórico para la humanidad"

La metafísica de la conquista de la Luna
Pablo VI siguió por televisión el alunizaje de Armstrong, del que hoy se cumplen 49 años Agencias

Esperamos que el progreso que hoy celebramos, una victoria sublime, pueda ser dirigido hacia los verdaderos bienes -temporales y morales- de la humanidad

(Guillermo Gazanini, México).- El 20 de julio de 1969, cuando el Apollo 11 alunizó, era domingo. Paulo VI fue quizá uno de los soberanos más entusiasmados por la odisea espacial. En esa semana del 20 al 24 de julio, dedicó cuatro veces pensamientos y meditaciones sobre el papel de la Iglesia y su respuesta a este cambio de época al final de una década vertiginosa.

Esa noche, mientras se unía al fervor de millones por ver el alunizaje de Neil Armstrong y Buzz Aldrin, el santo pontífice vio por televisión las imágenes borrosas que todos conocemos cuando el primer hombre descendía del Eagle para pronunciar la inmortal frase del pequeño paso para el hombre, el gran salto para la humanidad. Y como si tratara de estar él mismo en la superficie del Mare Tranquilitatis, escrutaba los cielos a través del tubo y espejo de la specola, el telescopio de su residencia veraniega:

 

«Aquí, desde su observatorio en Castel Gandolfo, cercano a Roma, el Papa Paulo VI habla a ustedes, astronautas. Honor, saludos y bendiciones a ustedes, conquistadores de la luna, luz pálida de nuestras noches y sueños. Porten con su presencia viva, con la voz del espíritu, un himno a Nuestro Dios, Creador y Padre. Estamos cercanos a ustedes con nuestros buenos deseos y oraciones, Juntos, con toda la Iglesia Católica, el Papa Paulo VI, los saluda».

 

Para Montini, la odisea abría un amplio abanico de preguntas. ¿Cómo debería responder la fe católica? ¿Qué desafíos se elevaban en el horizonte del porvenir y desarrollo tecnológico? En el ángelus de ese domingo al que calificó de «gran día, día histórico para la humanidad», sembró la inquietud a los fieles para tener una pausa y reflexionar en la prodigiosa conquista del espacio:

«Sí, es verdad que esta noche los hombres pondrán sus pies en la luna… La admiración, el entusiasmo y la pasión por los instrumentos, por los productos de la mano del hombre, nos fascinan -quizá hasta el punto de la locura- pero este es el peligro, debemos guardarnos contra esta idolatría… Entre las alegrías de este día azaroso, no debemos olvidar la necesidad y el deber que tiene el hombre de dominarse a sí mismo… Hoy todavía sufrimos tres guerras en marcha en la Tierra: Vietnam, África y el Medio oriente. Una cuarta ha estallado con muchas víctimas en El Salvador y Honduras en estos últimos días y además el hambre afecta a poblaciones enteras. Esperamos que el progreso que hoy celebramos, una victoria sublime, pueda ser dirigido hacia los verdaderos bienes -temporales y morales- de la humanidad. A ese fin van dirigidas nuestras plegarias».

Más allá, el Papa vería este «significado metafísico» de la carrera especial y de la conquista de la Luna con las siguientes preguntas: «Sería bueno meditar sobre este acontecimiento extraordinario y sorprendente, meditar ante el Cosmos que descubre ante nosotros su faz muda y misteriosa… ¿Qué es el universo? ¿Dónde, cómo y por qué? Sería bueno meditar sobre el hombre, su genio prodigioso, su valor intrépido, su fantástico progreso».

 

 

El domingo 20 de julio tuvo significados profundamente religiosos y teológicos. En el mundo, pensadores y filósofos hacían disertaciones sobre la presencia humana en el espacio. En medio de este furor por los «héroes de la Luna», se hicieron proyecciones extraordinarias para que, en 1972, hubiera un laboratorio especial orbitando la Tierra observador del sistema solar y de las profundidades del universo mismo sin las interferencias naturales de nuestro hogar en la galaxia. Así sucedió. En 1973, Skylab fue puesto en órbita bajo condiciones que le hicieron una estación destartalada y de alcances limitados alojando a tres astronautas por 84 días. Después orbitó la Tierra sin ocupante alguno para terminar desintegrándose sobre Australia, hace 39 años, el 12 de julio de 1979, cuando el reingreso a la Tierra la incineró.

Las proyecciones religiosas llegaron al Mar de la Tranquilidad con esa pausa deseada por Paulo VI para meditar sobre los acontecimientos. La hizo Buzz Aldrin al comer un pan bendecido y beber un poco de vino para agradecer por la odisea. Edwin Aldrin no es católico; el 21 de julio, los diarios de Ciudad de México ofrecieron los pormenores de cómo ese pedazo de pan fue esencial para el singular ágape en el módulo lunar. El periódico Excélsior ofreció la respuesta. Para Dean Woodruff, el pastor de la Iglesia presbiteriana de Webster de la cual el segundo hombre en pisar la Luna era feligrés, era «el símbolo de la comunión de todas las religiones«. Él lo dio a Aldrin quien lo comería en una pausa espacial «para unirse simbólicamente a todas las personas de la Tierra». Ese día, el servicio religioso estuvo dedicado a los tres hombres y Woodruff, dicen las crónicas de la época, pronunciaría la siguiente plegaria: «Protégeles Señor en este viaje; concédeles juicio certero, mente clara, cuerpo sano».

El tercer hombre de la misión Apollo 11 fue Michael Collins. Católico practicante y heredero de la fe gracias a una larga ascendencia irlandesa, permaneció en el módulo de mando, Columbia, enlace vital entre el Águila y Houston. Nació en la eterna Roma en 1930 cuando su padre, el mayor James Lawton Collins, era agregado militar de los Estados Unidos en Italia; a los 39 años, mientras Niel y Buzz dejaban sus huellas en el Mar de la Tranquilidad, Michael veía 16 veces en un día el amanecer en la Luna, surgiendo de la cara oculta, donde nunca hay un halo de luz. En una entrevista publicada en mayo 2015 por el diario La Nación, el tercer hombre en realizar una caminata espacial, recordaría esa soledad y lo qué representó para él: «Cuando Neil pronunció sus famosas palabras, ‘un pequeño paso para el hombre y un gran salto para la humanidad’, yo fui el único que no pudo escucharlo -recuerda-; en ese momento estaba recorriendo la órbita por el lado oscuro de la Luna y mi radio no podía recibirlos ni a ellos ni a la Tierra. Creo que desde los tiempos de Adán nadie se había quedado tan solo«.

 

 

De Neil Armstrong, se dice, mostró un respetuoso silencio cuando Buzz comió y bebió el pan y el vino. Criado en una familia metodista, el piloto de la marina de los Estados Unidos siempre recordó su infancia libre de imposiciones religiosas. Mucho se especuló sobre su fe y creencias hasta afirmar que se convirtió al islam por una rara -e infundada- experiencia mística en el Mar de la Tranquilidad. En esas conjeturas, cristianos, ateos y musulmanes se reclaman para sí mismos a Armstrong como de su propiedad. Lo cierto es que, el 20 de julio, mientras las familias Collins y Aldrin atendían los servicios religiosos católicos y presbiterianos en sus congregaciones y comunidades, la esposa e hijos de Neil permanecían en su casa donde, según los voceros de la Nasa, y como reportó el diario Excélsior, pronunciaron en la intimidad sus plegarias para ocuparse después del enjambre de visitantes y periodistas.

¿Y en la Iglesia de México?

Es raro conocer qué pasó en la Iglesia católica mexicana y saber qué pensaron los obispos sobre la conquista de la Luna; sin embargo, al adentrarse en las noticias de la época, también se notaba esta ansiedad por el futuro de la especie humana y la exploración del universo. El domingo, día del Señor, Mons. Miguel Darío Miranda, quien apenas era flamante y primer cardenal del Arzobispado de México, al ser creado en el consistorio de abril de 1969, pronunciaría una plegaria especial deseando éxito a los astronautas: «Oramos por ellos y deseamos de todo corazón que su histórico viaje se vea coronado por el éxito» y el Primado de México hizo votos para que los beneficios del viaje a la Luna fueran para bien de la humanidad.

Esta metafísica sobre el sentido del viaje a la Luna aconteció en una misa singular de unidad ecuménica. Se trató de la reunión de las distintas ramas de la cristiandad cuando, en la parroquia de Balvanera de las calles de Correo Mayor y Uruguay, la comunidad libanesa en México agasajó al cardenal Miguel Darío Miranda en la bendición de la primera piedra de la casa de la capilla maronita en la calle de Naranjo de la colonia Florida. En ese acto ecuménico estuvieron el embajador del Líbano en México, Younes Rezk, Mons. Francisco Orozco Lomelín, vicario y obispo auxiliar de México y un joven clérigo ortodoxo, Antonio Chedraoui, quien desde 1966 era el primer obispo de la Iglesia ortodoxa de Antioquía en México. Misteriosa metafísica, sin duda. Eran otros tiempos.

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Autor

Jesús Bastante

Escritor, periodista y maratoniano. Es subdirector de Religión Digital.

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