"Francisco es audar, sana y santamente valiente"

De la ‘pena de muerte’ al ‘fuego eterno’

En Doctrina de la Fe, en otro tiempo, fueron confirmadas las condenas a pecadores y herejes

De la 'pena de muerte' al 'fuego eterno'
Las manos de un preso condenado a muerte. DP

Lo del "fuego eterno" del "infierno" sigue mereciendo capítulo aparte. Cualquier día, el catecismo se nos vuelve a convertir en reconfortante noticia evangélica y evangelizadora. El papa Francisco tiene la palabra

(Antonio Aradillas).- Cuando desde perspectivas no tan próximas, ni tan «en caliente», la historia eclesiástica reseñe y juzgue no pocas palabras y gestos del papa Francisco, se llegará a la conclusión de que su ritmo reformador al frente de la Iglesia católica no fue ni tan pausado como algunos pensaron. Fue, y sigue siendo, audaz, sana y santamente valiente y, gracias sean dadas a Dios, en consonancia salvadoramente feliz con lo que demandan los tiempos presentes.

Es esta una de las primeras conclusiones a las que en cristiano, y también en humano, se llega, al leer la «Carta de la Doctrina de la Fe a los obispos de todo el mundo», firmada por el mismo pontífice, y cuyo encabezamiento y titulares populares ha sido distribuída por los medios de comunicación social, de la siguiente e inteligible manera: «El papa «saca» del catecismo la pena de muerte. Su inserción en el mismo atentaba contra la inviabilidad y la dignidad de la persona».

Las palabras del papa Francisco pronunciadas con toda solemnidad, vivencia, testimonio de vida y en respuesta a tantas perversiones que registra la historia pasada y presente, pudieron suponer en tiempos no demasiadamente pretéritos, otras tantas justificaciones para graves cismas dentro de la misma Iglesia. Era precisamente entre sus muros y dicasterios, en donde fueron firmadas y confirmadas el mayor número de penas de muerte contra pecadores y herejes, tan cristianos y tan bautizados como sus firmantes, poniendo a Dios sacrílegamente por testigo de que, de esta manera y sin ahorrarse torturas y miedos, su «santa voluntad» era cumplida a la perfección, como acto de adoración, y al servicio de «Nuestra Santa Madre la Iglesia», así como al de toda la humanidad.

 

 

Basta y sobra con aducir parte de la doctrina recopilada y defendida por el Maestro de Maestros Teólogos, formadores de sacerdotes, obispos, arzobispos y papas, que fue y sigue siendo santo Tomás de Aquino, de la orden de Padres Predicadores, quien en su documentada obra «Summa Theológica» (II, II, q.11, a.3), afirma que «los herejes -todos los herejes- merecen la ejecución por la aplicación de la pena de muerte«. La letanía de sentencias antievangélicas y antihumanas distribuida por más «Santos Padres y Doctores de la Iglesia», y practicadas después, con «torturas aplicadas con amor y misericordia», por los Inquisidores autorizados por los propios papas, avergüenzan y causan estupor en los lectores de innumerables páginas, capítulos y tratados de teología, de la religión y de las religiones, católicas, o no.

Y es que el catecismo-catecismo está anhelantemente a la espera de que en muchos de sus capítulos y páginas, se esté haciendo todavía efectivamente presentes y activos numerosos principios evangélicos y «se saquen » lo antes posible, con penitencia, arrepentimiento y propósito de enmienda y reparación, otros casos más, cuya formulación y «dogma» respondieron mayoritariamente a intereses personales, de clase, de grupos o de instituciones.

Me limito aquí y ahora a apuntar a cuantos se relacionan con la ética y la moral, con los rezos y devociones, con falaz y sacrílega identificación de lo «religioso» con lo ritual y ceremonioso, como si tal función fuera la única, o la más importante, en cualquier planteamiento de la relación entre religión y el hombre con Dios.

Por diversidad de razones, o sinrazones, todo cuanto se sintetiza con la idea de la sexualidad -sexualerías, reclama un replanteamiento ético- moral profundo y claro, sano y ascético, que facilite su expresión ante Dios y ante el resto de la comunidad, con sumo respeto, veneración y agradecimiento al plan divino, en el que la felicidad en esta y en la otra vida, es meta y justificación inapelable.

De esta manera, y con antecedentes tan esperanzadores como con los relacionados con la pena de muerte, ya extinguida su vigencia en el catecismo, la lógica, el evangelio y la misericordia de Dios facilitarán operaciones similares en tantos otros apartados, mantenidos y sustentados por rutinas, magias, miedos y misterios, unos «sacramentalizados» y otros todavía sin «sacramentalizar» .

Lo del «fuego eterno» del «infierno» sigue mereciendo capítulo aparte. Cualquier día, el catecismo se nos vuelve a convertir en reconfortante noticia evangélica y evangelizadora. El papa Francisco tiene la palabra.

 

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Autor

Jesús Bastante

Escritor, periodista y maratoniano. Es subdirector de Religión Digital.

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