"La Obra nos ha culpabilizado, desacreditado, humillado, vejado y maltratado hasta la extenuación"

Juan Cuatrecasas: «El Opus ha destrozado la vida de un niño y de su familia»

"Necesita mas que nunca limpiar sus filas, tanto o más que la iglesia católica en su conjunto"

Juan Cuatrecasas: "El Opus ha destrozado la vida de un niño y de su familia"
Sede central del Opus Dei en Roma

Mis pasos y los de mi hijo son ahora más libres que los de ellos y saben que ellos, pobres de espíritu, nunca lo entenderán

(Juan Cuatrecasas, padre de la víctima del Gaztelueta).- Que la calle que honra la memoria y la identidad de un sindicalista y político socialista como el italiano Bruno Buozzi, víctima mortal del fascismo, de cobijo en el número 73 a la autodenominada Prelatura della Santa Croce e Opus Dei, puede resultar paradójico. Un casual galimatías o como bien dijo Voltaire «lo que llamamos casualidad no es ni puede ser sino la causa ignorada de un efecto desconocido».

Confieso que mis pasos de estos días por el empedrado romano no me han conducido ni siquiera por casualidad a Villa Tevere, ese recóndito lugar espiritual donde se mezclan los ritos con los símbolos y la ambigüedad con las concesiones peligrosas del difunto Papa Juan Pablo II a un ente etéreo de difícil digestión racional para muchos ciudadanos de a pie, católicos o no.

Y si mis pasos no me han llevado a ese lugar en donde según su fundador «la filiación divina es el fundamento de nuestro espíritu», no es por desidia, torpeza, olvido o despiste. Más bien por sentir que desde ese lugar recóndito del mundo se ha maltratado de forma sistemática y muy cobarde a mi hijo, víctima de abusos sexuales de uno de sus numerarios, además de profesor de religión, preceptor del abusado.

Desde un silencio torturador, silencio dosificado como fórmula de manipulación, a veces, el silencio es la peor mentira, como ya advirtió el genial Unamuno, el Opus Dei ha jugado y sigue haciéndolo incluso con una sentencia con hechos probados, pruebas periciales no de parte y pruebas periféricas indudables y claras, con la víctima y su familia, un juego macabro, impropio de quienes dicen defender ese concepto de filiación divina, defendiendo al pederasta inmerso en sus filas y faltando al respeto, dignidad e integridad de una víctima, de una de sus víctimas.

Y lo han hecho usando a otro de sus numerarios, un chico bilbaíno que sacó más pecho del debido y que cuando cuatro magistrados y cinco peritos psicólogos y psiquiatras manifestaron no tener duda alguna de que la víctima lo era, antes de reconocer que «la guerra ha terminado», decidió seguir viviendo en la realidad paralela, en el mundo irreal de los falsos recuerdos, ese que pretendieron cargar a las espaldas de mi hijo durante el juicio, con negativos resultados y más bien logrando hacer poco menos que el ridículo en vista judicial pública.

El actual prelado de la Obra

Los falsos recuerdos de un Opus Dei cuyo portavoz en Euskadi se jacta de que «no podemos reconocer que tenemos un pederasta en nuestras filas aún después de la sentencia de 11 años de condena». O las ensoñaciones y aventuras mentales conspiranoicas de otro de sus representantes en Euskadi que se lanzó abiertamente a imaginar una campaña organizada para acabar con la Prelatura en la que lo mismo incluía jesuitas y masones que una historieta recurrente con Robert Langdon o Guillermo de Baskerville como protagonistas.

«La familia, el matrimonio, el trabajo, la ocupación de cada momento son oportunidades habituales de tratar y de imitar a Jesucristo, procurando practicar la caridad, la paciencia, la humildad, la laboriosidad, la justicia, la alegría y en general las virtudes humanas y cristianas», decía Josemaría Escrivá de Balaguer. Nosotros hemos recibido lo contrario a las virtudes humanas y cristianas, dolor, sufrimiento, abusos, presiones en todos los ámbitos, doble victimización, ninguneo alevoso, descrédito e innumerables faltas de respeto.

Han destrozado la vida de un niño, hoy en día joven, y de su familia, nos han culpabilizado, desacreditado, humillado, vejado y maltratado hasta la extenuación. Y siempre dirigiendo la acción tutilimundi desde una filosofía del esperpento, más propia de Valle Inclán, aunque con mucho menos arte que el genial dramaturgo gallego, que de una congregación inserta en la iglesia católica.

Lo del Opus Dei en la dramática historia del caso Gaztelueta debería servir para que en el Vaticano y en la Congregación para la doctrina de la fe tomaran buena nota y puestos a limpiar exigieran de una vez por todas que quienes actúan desde la soberbia y la ambigüedad de unas privilegiadas y más que dudosas concesiones del pasado, vieran rebajadas soberbia, prepotencia, impunidad y mala fe.

Porque el Opus Dei ha trazado en el caso Gaztelueta un plan de choque contra la pederastia basado en defender a su pederasta y en atacar, como si no fuera suficiente con el daño producido mediante el abuso del victimario, a su alumno, a su víctima. El Opus Dei no da la cara, nunca en todo este tiempo, se preocupó por el estado del abusado, por las necesidades del mismo. Nunca apareció en escena delante de esta familia, antes bien prefirió usar sus peleles, sus juglares e histriones, para atormentar a esta familia.

El Opus Dei necesita mas que nunca limpiar sus filas, tanto o más que la iglesia católica en su conjunto, sacando de debajo de las alfombras de Villa Tevere y de su sede madrileña, el estiércol espiritual, la ceguera premeditada, los instintos soberbios y las delirantes e insustanciales pretensiones de pureza propia. El Opus Dei sabe lo que pasó en su colegio buque insignia de Leioa en los cursos 2008-09 y 2009-10. El Opus Dei y sus autómatas parlantes del colegio Gaztelueta saben con absoluta certeza que su pederasta lo es, que la víctima es mi hijo y que la condena no es baladí ni se corresponde a la palabra de uno contra la del otro.

O lo saben o su letrado les está engañando. Y como es obvio, esto último, no me lo creo. Pero el Opus Dei es incapaz de actuar con los principios y virtudes de los que tanto presumía su fundador en papel mojado porque para la prelatura lo realmente importante no es la verdad, mucho menos la salud de un menor abusado en uno de sus colegios. Lo realmente importante es la imagen, la fama y la reputación cristalina. Sin darse cuenta de que las tres cosas a día de hoy han huido de su lado, por culpa de la cobardía y la mentira.

En efecto mis pasos en el pasado me llevaron a Gaztelueta, colegio en donde deposité mi confianza. Ahora me arrepiento, pero ya es tarde. Porque su lema «sea tu si, si, sea tu no, no» y aquella milonga de la educación en libertad, son para mi una broma de mal gusto.

Mis pasos hoy no me llevan al número 73 de la Vía Bruno Buozzi, porque si algo me han dejado claro hasta la saciedad, es que en sus filas este aserto de Voltaire está escrito con letras de oro «las falsedades no sólo se oponen a la verdad, sino que a menudo se contradicen entre sí.»

Mis pasos y los de mi hijo son ahora más libres que los de ellos y saben que ellos, pobres de espíritu, nunca lo entenderán.

El que, pudiendo, no evita el delito, lo consiente. El que lo encubre, lo repite.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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