En la Cañada, desde la parroquia de Santo Domingo de la Calzada, Paco Pascual, profeta laico, lleva trabajando ocho años por el empoderamiento y la dignidad de este poblado chabolista
(Lucía López Alonso).- La tarde del martes 10 de mayo fui a conocer una escuela en el llamado Gallinero, en la Cañada Real. A sólo quince kilómetros de Madrid, capital de España y sueño de ciudad olímpica existe esta escombrera, donde un barracón de alfabetización de mujeres y jóvenes abre todas las tardes por empeño y coraje de Mensajeros de la Paz Madrid y gracias a la presencia constante de su director, Rodrigo Pérez Perela.
La ley les impide los accesos a la normalidad. Y el común de los normales no se creería, mientras tanto, que sus infraviviendas estén tan cerca, con vistas al IKEA de Santa Eugenia. Viven al aire libre, pero, ¿es eso una sociedad abierta? Chatarra y ratas, flora y fauna.
¿Haití? ¡Sí ! pero ahítienes, también. En la Cañada, desde la parroquia de Santo Domingo de la Calzada, Paco Pascual, profeta laico, lleva trabajando ocho años por el empoderamiento y la dignidad de este poblado chabolista, que parece un oasis de psicosis, droga y pobreza, inmerso entre Coslada y el ensanche de Vallecas.
Pero no es un espejismo. Es de verdad. Como lo son Paco, Rodrigo, Agustín, Javier y los voluntarios A,B,C,… que, cada día, se quitan la venda de los ojos y se atreven a reconocer la existencia de un lugar así tan cerca de Getafe y de Rivas-Vaciamadrid.
Porque no es un mito. La Cañada Real es real. Y por eso, como a tierra de misión, vienen los de Pueblo de Dios (de la 2) a filmar este lugar donde no hay ni letrinas. Pero que, con la ayuda de Mensajeros, va teniendo letras.
¿QUÉ VES?
Has llegado con tu coche a la señal
de destino en desvío.
Al lugar donde viven
los desviados;
los desvividos
pechos pecuarios.
Los que no tienen
más horizonte.
Abren la puerta, te miran.
Las paredes de la escuela
huelen a gallina.
Baño de obra, claustrofobia,
y Hola bonita.
Me llamo Lucía y vengo a ver
cómo lees,
vengo sobre todo a eso,
a mirar.
Vengo a darte
palmaditas en la espalda;
a decirte que muy bien, guapa,
que la ce con la hache hace che.
Vengo a sonreírte,
a pretender descubrirte acuclillándome a tu lado.
Vengo a quitarme
las alas fugitivas,
a hacerme la valiente.
Me han enseñado a ser indulgente,
a vivir para escribirlo,
a hablar en cifras
y calcular las palabras.
¿Tú cómo te llamas?
Yo soy Karina Sonrisa Sonrisa.
Vengo a avergonzarme
de mi ignorancia,
a silabearte las palabras,
a ponerme colorada.
Vengo a escribir que tengo
tantos hermanos en casa
que no puedo ir al colegio.
Abres la puerta, necesitas
un recambio de sonrisa.
Sobre todo respirar.
Dice cada estadística
que nosotros hablamos de cifras
mientras ellos se incineran
cada día.
Y voy a empezar
a hacer un cálculo mental:
Quinientos niños sin escolarización,
dos kilómetros para las piernecitas raquíticas
de los que vuelven del cole a la chabola.
¿Y cuál es la Carga Máxima Autorizada de su corazón?
Doscientas casas de droga,
catorce camellos a caballo,
treinta y cinco mil personas.
Y en el resto como siempre los residuos
-Centro de Residuos Urbanos
donde dice una pintada
que «veo, veo,
¿qué ves?».
Tu cara adormida,
tu niño que llora,
tu abrazo de barro,
tu moco en mi mano.
Porque no vengo a taparte
la cara con pañuelos;
Porque no vengo a taparme
la nariz con el pañuelo;
que si tuviera clínex
los repartiría por el poblado
como si fuesen caramelos,
porque también se llora sin lágrimas,
se llora por dentro,
se llora como vosotros reís.
Veo un jabalí
en medio de Madrid.
Y yo voy a tirarle
la mejor portada.
Precisaré el ajuste de mi cámara,
no me olvidaré de difuminar
este sky-line del IKEA y demás vaguadas,
el fondo de los que no tienen
más horizonte.
No tenéis agua.
Lo que lleva tu madre en su garrafa
son las lágrimas
que os llegan de la ciudad,
de la luna de lana,
del IKEA y demás vaguadas.
Porque nosotros somos
los tristes felices.
Y vosotros sois
los infelices alegres,
los piojos que ríen.
La arena
en el pelo
y el cielo
en barrena.
«Este niño dice
que traes dinero en tu bolso».
Y yo he de decirte
con mi tono de rebozo,
mis palabras con pañuelos
y mi discreto decoro,
que cerraré el puño
para que no me robes mis anillos.
Que no me quiero casar con este sitio,
no quiero comprometerme contigo,
y sin ellos ya no escribo.
Que las manos desnudas
son las tuyas.
Que los besos resecos
son los tuyos.
Que el veneno del vertedero
es sólo tuyo,
todo tuyo,
Residuo Urbano,
humano tan sólo por resiliencia,
por tu energía de deformación,
por tus ojos lacrimohosos,
tus lágrimas ojisucias,
tu porca miseria.
…Has regresado con tu coche a la señal.
Y vuelves a tu senda ciclable,
que discurre por jardines,
bosques y parques.
La rica en zonas verdes,
vaguadas, lanas, lunas,
ayuntamientos que no ayudan
y anillos escribientes.