En ese tiempo se decía que ayudar al ilegal era un delito, pero yo no entendía cómo dar de comer podía serlo
(Jesús Bastante).- Los peligros no han limitado la labor de entrega que las Patronas de Veracruz llevan realizando durante dos décadas. Norma es una de ellas desde el principio, y ha venido a hablarnos de cómo se pusieron en el zapato del pobre, ese zapato que a todos nos queda pequeño, y empezaron a atender y hablar con los migrantes centroamericanos del tren ‘La Bestia’. Mujeres de fe, encontraron en las vías algo más difícil pero más satisfactorio que dar catequesis.
¿Quiénes son «las Patronas»?
Somos mujeres campesinas que iniciamos en 1995 la labor por el hermano migrante de Centroamérica que viaja en La Bestia. Cuando lo conocimos, no sabíamos qué podíamos hacer por ellos, y entonces Dios nos invitó a su proyecto: servir y hacernos más conscientes de la realidad que estaban viviendo nuestros hermanos.
¿Qué es La Bestia?
Es el tren de carga que lleva mercancías como el trigo, el arroz y el frijol, el cemento y muchas veces automóviles, en el que muchas veces también viajan hermanos migrantes: gente que está buscando salir de sus países para luchar por un mejor futuro.
¿De dónde vienen?
Son gente de El Salvador, Honduras, Nicaragua, Guatemala. Atraviesa toda Centroamérica rumbo a Estados Unidos. Pero tienen que cruzar México.
Y ahí está el peligro: la frontera de México y el muro de Arizona.
Desafortunadamente, alguien de El Salvador, por ejemplo, tiene que atravesar a Honduras, de Honduras a Guatemala… No sólo La Bestia les quita el dinero, sino que mucho antes de entrar a México ya vienen asaltados. Les quitan lo poquito que traen pero, aunque robados, ahí vienen luchando.
Cuéntame de dónde nace esta experiencia. Por qué se os ocurre a este grupo de mujeres.
Nosotras, cuando iniciamos, no teníamos ni idea de lo que iba a pasar. Dos de mis hermanas fueron a comprar el pan y la leche para el desayuno y, de repente, cuando el tren venía, vieron a esa gente. Seres humanos que desconocíamos de dónde eran: ¡pensábamos que eran mexicanos que se subían al tren para conocer el país desde un transporte donde nadie les cobraba! Pero después de verlos les escuchamos: «Regálanos tu pan, tenemos hambre!». ¿Por qué pedían comida con tanta insistencia? El tren volvió a pasar. Cada día tenían sed y tenían hambre. Entonces optamos por darles esa mocha de pan y esa caja de leche y la sonrisa fue inmensa: su rostro se convirtió en una gran bendición. Nos daban las gracias y bendecían.
Ese primer día, cuando volvieron a casa sin lo que les había mandado comprar, me explicaron que esas personas pedían comida. Tenían un acento diferente al mexicano, venían de lejos y estaban necesitados. Entonces elaboramos la canasta básica para compartir con ellos. Gracias a Dios, nuestras tierras siempre han sido bendecidas porque todo lo que se siembra se da en abundancia. Y nos organizamos: una mujer pone el arroz, tú con los frijoles, la otra con las tortillas… El primer día dimos treinta raciones y nos llenó de mucha satisfacción ver la cara de agradecimiento de esas personas. Nos dimos cuenta de que querían más comida: en lugar de treinta dimos sesenta. Y así estuvimos los primeros ocho años, dando de nuestros propios productos, porque Dios ha querido que a nosotros no nos falten.
En nuestros huertos recolectábamos el mango, naranjas, guayaba o el aguacate del que Dios nos provee, y empezamos a compartirlos también, pero el flujo cada día era mayor. En esos ocho años me di cuenta como mujer que, sin saberlo, estaba sirviendo a Dios. Hablé con un sacerdote un día y le dije sinceramente que yo estaba en la iglesia pero que lo que hacía ahí (dar catecismo…) no me parecía suficiente pero no me costaba en el corazón. Yo quería servirle más, a través de los rostros de esa Bestia. Me reía y le decía que yo sabía que Dios, teniendo tanta gente que le suplica, no iba a escuchar mis cuestiones. Pero un año después de empezar, en el 96, recibí el signo que yo estaba esperando: después de terminar la jornada nos fuimos todos a descansar y a las once y media de la noche llegó una de las compañeras que estaban conmigo a la orilla de las vías y me dijo: «Norma, el tren acaba de parar y hay como 500 personas». Yo me asusté: ya había pasado dos veces aquel día y habíamos repartido toda la comida. Lo que la había impactado a ella no era lo de la comida, sino que había una persona enferma. «¿Qué tan enferma viene?», le pregunté. «No sé. Aquí está su esposa». Cuando salí a verla, lo primero que esa mujer hizo fue arrodillarse y pedirme por favor que los ayudara. Cuando vi esa expresión en su rostro, le dije que yo no era digna de ningún arrodillamiento y que se levantara.
En ese tiempo se decía que ayudar al ilegar era un delito, pero yo la ayudé. No entendía cómo podía ser un delito compartir tu alimento con la persona que no tiene. Le dije a mi esposo que iba a ver al enfermo y yo, que siempre he sido una mujer de fe, me di cuenta de que estaba iluminada en mi camino, porque siempre se lo había pedido a Dios. Fui caminando hacia las vías mientras oraba, y cuando llegué no sé cómo explicar lo que sentí: algo me cubría, como una protección o una valentía. Después de unos segundos, igual que sentí que me envolvía sentí que se me iba quitando y entonces fue como si me lo dijera: «ahora sí. Ve a ayudarles». Se acercaron los migrantes y dije que iba a ayudar al que venía enfermo. Ellos me dijeron que si le ayudaba a él, les ayudaba a ellos. Ahí no había religión ni nada separado: estábamos unidos por amor a una persona que estaba enferma. Pregunté dónde estaba y me indicaron el vagón. Mientras esperábamos pregunté qué había pasado. La esposa me dijo que habían querido abusar sexualmente de ella y al defenderla lo habían acuchillado.
A Tierra Blanca, que es el siguiente albergue más cercano, hay tres horas de distancia, y él estaba desangrándose. Ya tenía la temperatura y la infección y prácticamente parecía muerto. Pero yo tenía la certeza de que Dios no tenía nada contra nosotros. Lo empezamos a bajar y entonces le contemplé: era una persona negra, muy negra, pero estaba descendiendo como las imágenes de Cristo crucificado. La gente se apiló para poder deslizar ese cuerpo y vi cómo lo agarraban de manos y pies. Aprendí que Cristo tiene un rostro que está vivo, que a veces es negro, a veces blanco, ¡como sea! Conseguimos descenderlo porque todos quisieron ayudar, porque todos lo tocaron. Lo montamos en la camioneta que me habían dejado y dije que me lo tenía que llevar porque estaba muy mal. Todos me dieron las gracias sin pensar en ellos, sino en su hermano. Bendijeron que luchara. Pero cuando llegué a la clínica me dijeron que no podían atenderlo: que era una persona ilegal y no querían meterse en problemas. Del pueblo lo llevé a casa de mi madre y pensamos qué hacer. Llamé a un amigo que sabía de primeros auxilios pero creo que también tuvo miedo porque me dijo que no podía venir y sólo me indicó que le diera un baño de agua fría, lavara bien sus heridas y le echara sal para que cauterizaran. Entonces tuve que ir corriendo a una farmacia de nuestro municipio. Busqué un médico pero también nos negó el servicio. Así que conseguimos los medicamentos, se los estuvimos dando y a las seis de la mañana el hombre despertó. Creo que fue el signo: Dios me puso a prueba y, como estuve dispuesta, me ayudó. Creo que hemos pasado la prueba: llevamos hasta ahora veinte años.
¿Cuántas personas han podido pasar?
Sin número. Nosotras atendemos a más de seiscientas personas diarias.
¿Se curó esa persona?
Estuvo más de veinte días. Yo no sé qué religión profesaba pero le dimos una imagen de una Virgen de la que somos muy devotas, para que pasara el milagro. Se recuperó, se marcharon en septiembre y en diciembre nos avisaron de que habían cruzado y estaban bien. El muchacho me dijo que tenía con él la imagen de la Virgen y que la quería mucho.
¿Cuál fue la siguiente experiencia?
A los veinte días de que ellos se hubieran ido, el tren se paró y fuimos a lanzar los alimentos. Me encontré con un muchacho de Guatemala que me preguntó por qué les daba de comer. Le dije que eran mis hermanos, que sabía que lo que estaban viviendo era injusto y que podía ofrecerles comida. De repente me preguntó cuál era mi religión. Yo siempre he dicho que todas las religiones son muy buenas, siempre que tengamos ética y respeto, pero quise decirle que soy católica. Él me dijo que también lo era y se agachó para sacar de su mochila un Cristo negro. Me lo dio para que me acordara de él y siempre le pidiera a Dios por él y por los que vendrían detrás. Le pregunté si ese Cristo tenía nombre y me dijo que era el Cristo negro de Esquipula, que se venera en Guatemala. Me contó la historia y entonces me di cuenta: esto, de nuevo, era de Dios. Me había dado una gran familia, un gran esposo, un hijo…¡todo!, y tenía que agradecérselo sirviendo. Fui teniendo signos y más signos a través de los migrantes. Impulsos para todas nosotras.
¿Fuisteis catorce desde el principio?
Llegamos a ser veinticinco, pero hay mucha gente que en vez de ayudar se dedica a meter miedo a quien ayuda. Les dijeron que se estaban metiendo en un rollo ilícito a sus maridos, ¡tantas cosas! Para no tener problemas, al final se salieron. Nos quedamos quince mujeres, pero una se quitó porque tenía que trabajar, y seguimos las catorce. Dos hombres se han integrado también y así persistimos, aunque hayamos vivido momentos difíciles.
¿Por ejemplo?
Cuando alguien cae y lo mutila el tren. Hemos visto a gente que tiene la mala fortuna de morir en las vías.
¿Qué sucede con los que sí cruzan y llegan al muro de Arizona? Si personajes como D. Trump llegan a mandar, va a ponerse todavía más dura la separación…
Sí. Nosotras sólo sabemos de los que han pasado por nuestra comunidad y han guardado nuestro contacto. Llaman y nos cuentan que están en tal lugar de los Estados Unidos. Efectivamente, los que lo logran quedan alegres. Están con hermanos suyos en Los Ángeles o en otros estados… Yo los bendigo, porque van a poder ayudar a su familia.
¿Cómo lidiais con esas autoridades que piensan que estáis cometiendo un supuesto delito?
Eso lo dice la gente que no quiere ayudar: compartir el alimento no es delito y no tenemos miedo. Empezamos a informarnos de cuáles eran las autoridades, las dependencias del migrante, para ayudarles sin poner en peligro a nuestras familias. Nos informamos primero a través del contacto de asociaciones que trabajaban por los derechos; dialogamos y nos explicaron las leyes. Así me empecé a integral y hasta hoy, que hemos hecho una gran red de defensores de los migrantes.
No sólo dais de comer, sino que también asesoráis a las personas sobre los problemas del camino.
Sí. Desde que nos conocemos todos, lo que no puede ayudar uno lo compensa el otro. La alimentación, la salud, diversas atenciones…
Vienen de la realidad centroamericana, que es muy complicada.
La situación de violencia que hoy hay en los países hermanos ha hecho que huyan. Antes era solamente por la falta de oportunidad para los jóvenes, pero ahora vemos a mujeres con sus familias al completo. Las maras, la violencia… es lamentable cómo las pandillas les han conducido a la desesperación.
El tema de la migración no es un problema que nada más tenga que ver con Centroamérica, sino que es mundial. México, además, es un expulsor de migrantes: nada se queda aquí porque no hay oportunidades. Ahí es donde uno quisiera que nuestros gobiernos se pusieran las pilas y se dieran cuenta. El deseo del migrante no es estar fuera, sino quedarse en su país.
Pero si no hay trabajo ni otras oportunidades dentro…
Son gente de mucho valor. Cuando les conocemos, vemos su inteligencia y su respeto. Es gente que lo único que desea es progresar y asegurarle a su familia la salud y una educación. Todos tenemos derecho al trabajo, igualmente. La realidad es muy triste, porque hay personas sin don de caridad a las que no les importa lo que les pase a los demás. Este señor Trump es inhumano. Ese odio le está enfermando y va a hacer que otras personas reaccionen como él.
Todo ser humano tiene derecho a buscar un refugio y un lugar donde poder realizarse. Hay países que dan visas temporales de trabajo y los demás deberían imitarles: lo que quieren es trabajar y después regresar con sus familias, a su país. Todos los migrantes que han pasado por nuestra casa se sienten muy orgullosos de su país; no emigran por gusto.
Son las malas circunstancias, no el capricho.
Verdaderamente añoran sus tierras y, cada vez que hablan con sus familias, les escuchamos la tristeza. La melancolía cuando nos dicen que a esa hora se reunían todos a tomar el café con su mamá y platicar. ¿Por qué tener que salir y dejar a los demás?
Se ha fallado el premio Princesa de Asturias de la Concordia. Estábais propuestas con el apoyo de la Conferencia Episcopal Española. Más allá de ese reconocimiento, ¿cómo crees que os ve la Iglesia a nivel internacional?
Trabajamos en red con muchos sacerdotes comprometidos realmente. Nuestros pastores de Iglesia nos hacen mucha falta. Nos hemos unido porque pensamos que esta causa nos compromete a todos como sociedad. Hacer algo por los que no tienen una casa para su familia ni dinero… Nadie quisiera estar en el lugar de ellos, por eso hay que ayudarles. Desafortunadamente están ahí y los que tenemos esa fe no podemos ningunearlos. Dios nos enseña a no limitarnos. Ojalá todos los pastores de la Iglesia, sea de la que sea, ayuden a construir el bien común también para los migrantes.
La Iglesia, en general, tendrá que ir sumándose, porque lo ha dicho el Papa Francisco: hoy le tenemos como verdadero ejemplo de lucha e inmensa solidaridad.
Fue el primero en acudir a Lampedusa después de la vergüenza. Ya sabes que en Europa estamos asistiendo estos días a casos que esperemos que no mueran en los medios de comunicación con el tiempo. La migración es un fenómeno lamentable, porque en un mundo global no tendría que haber parcelas y exclusiones. Dejamos fuera a aquellos que tienen el mismo derecho que nosotros a vivir en este mundo, pero menos suerte. Vosotras nos ponéis en alerta de que este mundo es para todos y tenemos derecho a vivirlo con garantías, teniendo también la responsabilidad de cuidar a los que están en él.
Cuidamos a los que vienen en La Bestia porque efectivamente todos somos responsables de estas injusticias. En lo personal, cuando vemos al Papa actuar de esa manera, nos impulsa enormemente. Él está viendo la situación y está luchando por cambiarla. Su forma de expresarse en Lampedusa fue tan sincera; era el coraje que él tenía de ver cómo es que Dios había permitido tantas muertes inocentes. ¡Cómo es que nosotros, como hermanos, no podemos ser conscientes de todo lo que estas personas sufren?
No es tanto que haya gente que tenga que jugarse la vida, sino que haya otra que vuelva la vista a otro lado y les ponga un muro.
Claro. Que les impidamos poder salvar a sus niños o parejas. Pero el rostro del Papa sí era de impotencia. Sentía lo que nosotros. Cada vez que trabajamos con un migrante le pedimos a Dios poder hacerlo y seguir enamorando a más gente para que se sume a la causa por nuestros hermanos.
Permíteme darte las gracias a ti para todas las Patronas, por el trabajo que hacéis sin necesidad de títulos: lo importante son esos rostros que os apremian y lo que hay detrás de cada uno de ellos. Compartís vuestra vida porque ninguna persona es ilegal. Tenemos todos la misma dignidad y hay que seguir luchando por ello. Vuestro ejemplo nos hace ver que es difícil, pero posible.
Claro que sí. Si todos tenemos esta conciencia, seremos parte de un cambio. Podemos hacer algo por los demás y Dios siempre va a estar de nuestra parte. Cada obra que se realice será en su nombre.
Muchísimas gracias, Norma, por venir a dar un testimonio que encanta a cualquiera. Estás en tu casa.
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Les dije a los migrantes que ayudaría al que estaba enfermo y contestaron que así también ayudaba a los demás
Descendieron del vagón a un acuchillado y en él vi la imagen de un cristo negro en la cruz
Los médicos del pueblo no nos querían ayudar para no meterse en problemas
Hemos visto a gente morir en las vías, mutilada por el tren
Actualmente somos una gran red de defensores de los migrantes en la que participan muchos sacerdotes
Antes salían por la falta de oportunidad; ahora las familias completas escapan de la violencia de maras y pandillas