"Iglesias jóvenes, alegría y esperanza", lema del Día de Hispanoamérica

Modino: «Ser voz de los que nadie quiere escuchar es algo que nos complica la vida»

"Los misioneros son los últimos en salir; nadie está dispuesto a abandonar a aquellos a los que ama"

Modino: "Ser voz de los que nadie quiere escuchar es algo que nos complica la vida"
Misioneros españoles en Hispanoamérica OMP

La Iglesia particular de origen, sea el misionero sacerdote o laico, tiene la obligación de estar cercana y ayudar a quien está en la misión para que pueda llevar a cabo su trabajo con unas condiciones mínimas

(Luis Miguel Modino, en revista Misioneros).- La vinculación misionera entre la Iglesia española y los diferentes países hispanoamericanos es una tradición que se remonta en el tiempo y que ha supuesto un mutuo enriquecimiento a lo largo de más de cinco siglos.

En un primer momento, esta tarea misionera fue llevada a cabo por diferentes órdenes y congregaciones religiosas, tanto masculinas como femeninas. En los últimos 70 años, el clero diocesano también ha colaborado en esta labor, principalmente a través de la OCSHA (Obra de Cooperación Sacerdotal Hispanoamericana) y del IEME (Instituto Español de Misiones Extranjeras).

No son pocos -como recoge el Mensaje de la Pontificia Comisión para América Latina con motivo del Día de Hispanoamérica, que se celebra hoy- los que, «incluso desde muy jóvenes, decidieron entregar sus vidas y ponerlas al servicio del anuncio evangélico en las jóvenes Iglesias de América Latina».

Muchos conocemos misioneras y misioneros que han ido gastando su vida al servicio de los más pobres, asumiendo un estilo de vida evangélico junto a los preferidos de Dios, siendo señal de alegría en medio del sufrimiento en el que muchos hermanos y hermanas del continente latinoamericano viven. La misión precisa de operarios, de gente dispuesta a hacer la maleta y embarcarse en nuevos desafíos.

Este año el lema del Día de Hispanoamérica nos dice: «Iglesias jóvenes, alegría y esperanza», haciendo una llamada a descubrir en el trabajo misionero una posibilidad de servicio a la Iglesia. Son muchos los jóvenes españoles que llevan a cabo experiencias misioneras en diferentes diócesis de América Latina, algunos por unos meses, otros durante periodos más prolongados. Esta invitación a la juventud también debe ser dirigida a los sacerdotes que están comenzando su servicio ministerial, pues este tipo de experiencias les puede ayudar decisivamente en su vida como presbíteros.

La Iglesia en España, las diferentes diócesis, son llamadas a fomentar esta dimensión misionera entre el clero. Los seminarios tienen que ser semilleros de vidas sacerdotales que contemplen la misión ad gentes como algo necesario en la vida del presbítero, de la diócesis y de la Iglesia. Los obispos deben animar y apoyar a sus sacerdotes en ese sentido, entendiendo que, por encima de la falta de clero, está la misión universal de la Iglesia, que debe ser asumida en común.

 

 

Una historia de casi 70 años

La historia la construyen rostros concretos. En el caso de la OCSHA, han sido más de 2.300 los sacerdotes diocesanos que, desde 1949, han asumido la misión en tierras hispanoamericanas como un servicio eclesial. Un servicio llevado a cabo en más de una veintena de países y centenares de Iglesias particulares, y con el que la mayoría de las veces han contribuido a su crecimiento, hasta llegar a una autonomía vocacional y material.

Resulta común encontrar, entre los más de 300 misioneros de la OCSHA que hoy trabajan en Latinoamérica, a hombres curtidos en mil batallas, gente que ha dedicado más de 50 años de su vida a la misión en América. Su historia es un testimonio vivo de lo que supone salir de casa y no mirar hacia atrás, de una vocación a la misión ad vitam que han ido renovando y actualizando cada día, independientemente de las circunstancias y dificultades por las que cada uno haya podido pasar.

Son personas a las que el paso de los años ha hecho descubrir la alegría que supone ser misioneros y convertirse en instrumentos de Dios en la vida de aquellos con los que conviven, y en cuya cultura y costumbres encuentran un enriquecimiento para su vida personal y ministerial.

Hombres que hablan con pasión de aquello que hacen, de su trabajo pastoral, de los pueblos que forman parte de su día a día, de quienes con frecuencia dicen haber recibido mucho más que lo que han podido dar; pues en la misión el primero que es evangelizado es el propio misionero, casi siempre por la gente más sencilla, que se convierte en ejemplo de cómo vivir desde la confianza en un Dios que siempre está a nuestro lado.

Pero hablar de la OCSHA también es hacerlo del organismo de la Conferencia Episcopal Española a través del cual se encamina y acompaña el trabajo misionero de la mayoría de los sacerdotes diocesanos que trabajan en América Latina. Es, sobre todo, agradecer a las personas concretas que, de forma callada y eficiente, realizan una labor que no siempre se ve y se aprecia, pero sin la cual resultaría difícil que la Iglesia española hubiese sido y continúe siendo importante para las Iglesias del continente latinoamericano.

 

 

Riqueza de las Iglesias que envían

El dinamismo misionero de una diócesis siempre es uno de los factores más decisivos para que esta tenga más vida. Cuando una diócesis apuesta decididamente por la misión, los frutos aparecen. El testimonio de los misioneros siempre despierta conciencias adormecidas y vocaciones de jóvenes que se sienten llamados a un compromiso de vida mayor.

Muchas veces, sobre todo en los últimos años, vamos viendo que esa falta de preocupación por fomentar esa dimensión misionera se ha instalado en no pocas Iglesias particulares de nuestra España. Razones prácticas y de índole numérica se han impuesto a la hora de decidir dónde emplear nuestras fuerzas y situar nuestras prioridades, olvidando que en la mayoría de los territorios de misión las necesidades son mucho mayores y la atención pastoral mucho más escasa.

En ese sentido, bueno sería reflexionar sobre la forma de ser Iglesia, sobre la organización de la vida pastoral y sobre la importancia que damos a la labor que todos llevan, o pueden llevar a cabo, dentro de aquella; también los laicos, hombres y mujeres que en los territorios de misión asumen responsabilidades que ayudan decisivamente en el trabajo evangelizador.

Sin duda, eso ayudaría a superar uno de los pecados mayores de nuestra Iglesia, en palabras del papa Francisco, que no es otro que el clericalismo. Por eso, no podemos pasar por alto la valentía de algunas diócesis que continúan asumiendo misiones diocesanas, en algunos casos con una presencia muy significativa y que ayuda decisivamente a que esas regiones cuenten con un mínimo acompañamiento sacerdotal.

Tengamos en cuenta que en muchas áreas de América Latina los sacramentos son cosa poco habitual. En numerosas zonas del interior, la eucaristía se celebra una vez al mes, situación que se agrava en los lugares más apartados, donde en algunos casos solo hay misa una o dos veces al año.

Frente a esa escasa presencia, encontramos la respuesta de un pueblo que agradece ese «estar ahí» del misionero, que participa con fe de un momento que supone una fuerte vivencia para la comunidad. Abandonar a su suerte a estas gentes no es el mejor modo de ser fieles a aquello que debe fundamentar nuestra vida cristiana, que es el anuncio del Evangelio hasta los confines del mundo.

 

 

Más que una fría distribución

No podemos entender el trabajo pastoral desde los números, desde las frías estadísticas, desde las necesidades inmediatas, desde querer rellenar los huecos existentes. La dimensión espiritual y el espíritu evangélico deben ser actitud primordial a la hora de llevar a cabo los planes y proyectos pastorales.

La Iglesia católica, por su propia naturaleza, tiene una dimensión universal, que somos obligados a cuidar y fomentar. Pensar en resolver única y exclusivamente nuestros problemas es algo que nada tiene que ver con nuestra fe cristiana. En la medida en que queremos responder a los desafíos de nuestro mundo actual, no podemos dejar de abrir nuestras mentes y nuestras miras, y pensar en algo más que en nosotros mismos, en nuestros problemas particulares, por muchos que estos puedan ser.

Del mismo modo que muchas veces se reclama un trabajo y pensamiento común en nuestras Iglesias particulares, lo que es una actitud válida y que sin duda mejora la vida pastoral, no podemos dejar de seguir el mismo criterio en cuanto Iglesia católica, universal, que busca objetivos comunes y se empeña en llevar a cabo una misión confiada por el Señor.

Donde nadie quiere estar

No conozco muchos misioneros que hayan ido a la misión para instalarse y mejorar de vida; bien al contrario, son muchos los que nunca dudaron en hacerse presentes en los lugares más adversos. Es frecuente escuchar relatos de misioneros en los que, hablando de su trabajo pastoral, cuentan cómo se desplazan durante horas por caminos pedregosos y polvorientos para visitar una comunidad. Lo mismo pasa con otros que entran dentro de un barco o de una pequeña canoa durante varios días.

Uno de los criterios que deben ser prioritarios en la vida del misionero es buscar lugares donde las dificultades sean mayores. El jesuita Claudio Perani, misionero en la Amazonia, fallecido en 2008, cuando decidió crear el llamado Equipo Itinerante, formado por religiosos, religiosas y laicos que se hacen presentes en las comunidades de la región, dijo que su presencia debería ser donde nadie quiere estar, con quien nadie quiere estar y como nadie quiere estar.

Cuando las condiciones mejoran y el deseo de asumir ese lugar aumenta, especialmente por parte del clero local, es un buen momento para buscar nuevos ámbitos. En ese sentido, podemos decir que entre los misioneros españoles nunca han faltado personas que han asumido esa forma de entender el trabajo evangelizador; gente que ha dedicado su vida a trabajar al lado de aquellos que más lo necesitan, que se han ido gastando y desgastando al servicio de quienes más sufren. Y eso no es algo cuantificable en el tiempo, pues existen lugares donde los avances son lentos, o inclusive no llegan a producirse.

 

 

Detrás del objetivo

En la actualidad la comunicación es más fácil, tenemos la capacidad de hacer partícipe a mucha gente de aquello que estamos haciendo o viendo de forma inmediata. Hay imágenes que nos impactan y que llevan a reaccionar a aquel que las contempla.

No es extraño que, ante una foto que un misionero manda, las respuestas sean «qué bien vives», «eres un aventurero», «eso es un paraíso», «voy a hacer la maleta y me voy contigo»… No siempre se ve todo lo que está detrás del objetivo.

La belleza de la creación, de la naturaleza, es solo una parte de la vida cotidiana del misionero. Junto con eso también está el sufrimiento de la gente, que sin duda afecta a nuestros sentimientos. Sirva como ejemplo la vida de las comunidades indígenas, ya sea en las profundidades de la selva amazónica o en los altiplanos andinos.

Gente que sufre ante el abandono institucional, que les priva de poder satisfacer necesidades básicas de salud, educación, alimentación, derechos fundamentales…, y que encuentra en el misionero una señal de esperanza, alguien dispuesto a alzar la voz y reclamar sus derechos.

Lo mismo podemos decir de quienes, desde las periferias de muchas ciudades, en villas miseria, favelas, asentamientos urbanos, acompañando la vida de las comunidades eclesiales de base -que siempre tuvieron como principio de acción la unión estrecha entre fe y vida, a la luz del concilio Vaticano II-, han ido anunciando y denunciando. Y ello, en la continua tentativa de hacer realidad un mundo mejor para todos, el Reino de Dios.

Ser voz de los que nadie quiere escuchar es algo que nos complica la vida. De hecho, todos sabemos de misioneros que han sido perseguidos, y que inclusive han llegado a entregar su vida, por defender los derechos de los más pobres, en un compromiso que nace de una fe que tiene sus raíces en Jesucristo.

Los aventureros llegan, ven lo que hay y se van con la música a otra parte. Los misioneros casi siempre son los últimos en salir, pues nadie está dispuesto a abandonar a aquellos a los que ama.

Nuevas formas de misión

Durante mucho tiempo la misión era algo propio del clero y de la vida religiosa. Actualmente son cada vez más los laicos que dedican un tiempo de su vida a la misión. La Iglesia española debe reflexionar sobre esto y trabajar para que existan equipos misioneros formados por sacerdotes, religiosos y laicos que asumen trabajos pastorales comunes.

Gente que es enviada, pero que también tiene que ser acompañada, inclusive materialmente. La Iglesia particular de origen, sea el misionero sacerdote o laico, tiene la obligación de estar cercana y ayudar a quien está en la misión para que pueda llevar a cabo su trabajo con unas condiciones mínimas.

Son pocas las diócesis que entienden de forma práctica que un sacerdote en la misión debería tener el mismo apoyo que uno que lleva a cabo su labor pastoral dentro de la propia diócesis. Lo mismo podemos decir de los misioneros laicos, a veces acompañados de sus hijos. Todos son enviados por sus obispos, que firman y renuevan sus contratos periódicamente.

 

A modo de conclusión

Como apunta el Mensaje del Día de Hispanoamérica, seamos conscientes de la necesidad de asumir un nuevo entusiasmo misionero, no dejemos que nuestra fe envejezca, seamos una Iglesia joven, en salida, «una Iglesia que no se queda anquilosada en las formas o en esquemas petrificados en el tiempo, sino que se renueva constantemente por su creatividad misionera».

Esta Jornada es un buen momento para que la Iglesia en España pueda «renovar su vocación misionera», sabiendo que «¡el mundo necesita de su testimonio alegre y esperanzador! ¡La Iglesia necesita de su vitalidad y de su entusiasmo!«.

Que nadie dude de que es algo que vale la pena y de que todos ganamos con la misión. Nuestro corazón se llena de alegría y de una esperanza que transborda y llega a todos.

 

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Autor

Jesús Bastante

Escritor, periodista y maratoniano. Es subdirector de Religión Digital.

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