Director de la Cátedra de Refugiados e Inmigrantes Forzosos de Comillas

J. Iglesias: «No invertir en la integración de refugiados es un fracaso absoluto»

"La inmigración y el refugio forman parte de nuestra sociedad, no tienen vuelta atrás"

J. Iglesias: "No invertir en la integración de refugiados es un fracaso absoluto"
Juan Iglesias, Director de la Cátedra de Refugiados e Inmigrantes de Comillas RD

En España funcionan prejuicios y representaciones muy negativas -yo diría que casi coloniales- con respecto a la inmigración, como que son analfabetos y primitivos

(Jesús Bastante).- El principal problema con el que tienen que lidiar los refugiados e inmigrantes forzosos que llegan a España no es el sistema que les acoge, ni los problemas que puedan traer consigo. Según Juan Iglesias -director de la Cátedra de Refugiados e Inmigrantes Forzosos de la Universidad Comillas- el desafío son los «mecanismos estructurales» de la sociedad española, que se ceban con este colectivo, tales como la dependencia en el trabajo barato, los prejuicios de clase y la discriminación étnica.

Estamos con Juan Iglesias. Bienvenido a Religión Digital.

Gracias por la invitación y por la posibilidad de hablar sobre estos temas.

Siempre es un placer hablar sobre estos temas que están, desgraciadamente, tan de actualidad pero, afortunadamente, con la capacidad de que los podamos poner de vez en cuando en la agenda.

Juan es director de la Cátedra de Refugiados e Inmigrantes Forzosos de la Universidad Pontificia de Comillas. Acabáis de presentar un informe sobre la realidad en España y sobre posibles situaciones que -aunque el título es más largo- contiene la pregunta: ¿Acoger sin integrar?

Vamos a empezar por ahí, si te parece. «Acoger sin integrar», con interrogaciones, ¿es posible?

Lo primero sería decir que este informe tiene que ver con una investigación:

Hace dos años nos planteamos, tres instituciones muy cercanas a la Compañía; Comillas, Deusto y SJM, la necesidad de mirar el sistema de acogida y ver en qué condiciones estaba, en un contexto de plena crisis de protección internacional, en Europa y en España.

En ese momento ya había muchos informes y muchas críticas sobre el sistema nacional de acogida e integración de solicitantes de protección. Nos interesaba conocer el sistema y ver en qué condiciones estaba la gente; cómo eran las condiciones de trabajo y de vida en sus cinco primeros años de incorporación a la realidad española. Y desde ahí lanzamos la investigación.

El informe es la primera presentación pública de resultados de esta investigación, que va a contener también artículos de investigación, libros, etc.

Los resultados no son muy alentadores.

No, no lo son. En realidad tiene luces y sombras; pero, en términos de integración, no son nada alentadores. Si miras a la población de origen inmigrante y sus primeros años de incorporación, los resultados vienen a decir que los refugiados repiten las condiciones de integración de las personas inmigrantes: se incorporan en la parte baja de la estructura social, en fuertes condiciones de precariedad, etc.

Estamos hablando de personas que, en su mayor parte, tenían un trabajo, unos estudios y una vida que podría ser perfectamente como la de cualquiera que nos esté leyendo, e incluso con un estatus mayor al nuestro y que, por una circunstancia muy concreta como es la guerra, la violencia, la destrucción de su medio de vida, de su tierra, se ven obligados a buscar una salida para salvarse ellos y sus familias.

Estamos hablando de emigración forzosa, que cae dentro de los casos que son recogidos dentro de la Convención de Ginebra como protección internacional y que, por tanto, acceden al estatuto de refugiado.

El problema es, aunque no hay datos exactos, que estamos hablando de gente que en un 20% -de personas solicitantes de protección en España- tiene un perfil de estudios universitarios, y en gran mayoría estudios más elevados que secundaria, con trayectorias profesionales y que encuentran muchos problemas para homologar sus estudios y sus cualificaciones. Estamos ante personas que se encuentran con que sus conocimientos, tanto universitarios como de cualificación profesional, no son reconocidos por el mercado de trabajo español, y que esto hace que su integración sea más difícil todavía.

Y no solo está el problema de la acogida, se añade el problema del reconocimiento de su dignidad a todos los niveles; profesional, escolar… Lo que supone vivir en un lugar del mundo con la misma dignidad que cualquiera de sus habitantes.

En 2015 el debate estaba en si acogemos o no, en si pueden solicitar protección o no y en cuántos niveles de refugiados acogemos en España, que son debates importantes, eran centrales en aquel momento y lo siguen siendo ahora.

Pero, tan importante como eso es ver las trayectorias de los que están aquí y qué hacemos; qué pasa con ellos, su contribución al país, en qué condiciones están o qué posibilidades tienen de mejorar. Y eso nos movía, poner el interés en los dos focos; no solo en la acogida, sino ver qué pasaba en esos primeros años.

¿Qué conclusiones sacáis de este estudio?

Las que te comentaba antes; que las condiciones de integración no son buenas en líneas generales. Como rasgos comunes las condiciones laborales son precarias. La gente está en estos ciclos de desempleo, empleo precario y empleo informal. Y muy ligados a ocupaciones manuales de baja cualificación, como servicio doméstico, limpieza, camareros… A esas ocupaciones que están asociadas a nuestro modelo productivo, que es intensivo en trabajo asalariado y en el que ganamos competitividad reduciendo los costes laborales.

Los refugiados, independientemente de sus cualificaciones y formación, se insertan como la población de origen inmigrante en general. Hablamos de bajos salarios, temporalidad y jornadas de trabajo muy intensivas. Y con jornadas parciales no deseadas, pero que se ven obligados a aceptar.

En términos residenciales, yo diría que hay tres rasgos:

El primero es que la gente acaba viviendo en los barrios populares de una determinada clase social, como siempre. No en el conjunto de la sociedad en abstracto, sino en una determinada clase. Y por renta y por nivel económico, la gente acaba viviendo en los barrios populares periféricos de las grandes ciudades, sobre todo.

Lo segundo es una fuerte itinerancia residencial en estos últimos años. Pero no en términos positivos, sino de que la gente no termina de quedarse en su sitio y tiene que cambiar mucho de piso, le cierran los alquileres, y ese movimiento es contrario al arraigo. Más en los casos de las familias, por los cambios de colegios, de los centros de salud, etc. Como digo, esto es contrario al arraigo.

A todo esto se añade que la unidad residencial básica no es la vivienda, como pensamos que es la unidad residencial básica en España, sino que es la habitación en piso compartido. Ellos piensan en términos residenciales de esta manera porque no se pueden permitir otra cosa.

Y esto impide un desarrollo familiar normal, claro.

Lleva asociados muchos problemas. La gente aguanta; es una estrategia de resistencia.

Y si la convivencia es complicada en una sola familia, imagina varias distintas que se ven forzadas a convivir bajo el mismo techo.

Tienen muchos problemas de convivencia. Sorprendentemente, en algunas ocasiones sale bien, hablan de buenas experiencias. Pero ese tipo de unidad residencial tiene asociados muchos problemas y dificultades. Esta situación, que tiene que ver con la intimidad y con el descanso, te afecta mucho en tu vida personal.

¿Por qué sucede esto? ¿Por qué no hemos encontrado una alternativa más digna de acogida? ¿Por qué esa integración no se da como debería?

Normalmente se dice que es por dos cuestiones: una, el sistema de acogida; no seré yo quien lo defienda. Ciertamente tiene fallos. Y la otra, dice que es el resultado de las características individuales de las personas refugiadas.

Lo cierto es que estas dos ideas son falsas; influyen, pero lo que de verdad influye en la gente es que nada más llegar e incorporarse a la sociedad, se activan los mecanismos estructurales que tenemos en nuestro sistema, que hacen que la población refugiada y la población inmigrante esté en la parte baja de la estructura social. Que hay una serie de factores en marcha que conducen a estas personas a esas condiciones sociales.

Mucho tiene que ver con nuestro modelo productivo; tenemos competitividad empresarial a través de incorporar trabajo barato. Este trabajo barato lo han proporcionado los inmigrantes, y ahí caen los refugiados. Tiene que ver con políticas institucionales que son discriminatorias; que se tarde tanto en homologar estudios y cualificaciones hace que la gente tenga que trabajar en lo primero que encuentra.

Existe un factor de clase. Cuando tu hogar está en situación de pobreza e inseguridad tú, necesariamente, vas a coger lo que te salga. No tienes forma de protegerte ni a tus hijos. Coges los primeros trabajos porque tienes que sobrevivir y salir adelante.

Y, por último, tiene que ver con procesos claros de discriminación étnica. Con esas representaciones que hacemos, de la población de origen inmigrante, tan devaluadas.

Con muchos prejuicios y, en algunos casos, con tintes racistas incluso.

España es un país curioso, porque nuestros niveles de hostilidad y de racismo, no solo para los solicitantes, -lo hemos encontrado en la investigación- sino para la población inmigrante, no son altos comparados con Europa. Y, sorprendentemente, todos los estudios dicen que no han crecido durante la crisis salvo entre las capas populares, donde sí se ha disparado un poco más.

Pero, a la vez que tenemos esos niveles de hostilidad bajos, la población de origen inmigrante está en las peores condiciones; en el último escalón de la pirámide social, y esto quiere decir algo. Y ahí sí funcionan prejuicios y representaciones muy negativas -yo diría que casi coloniales- con respecto a la inmigración, como que son analfabetos y primitivos. Se les asocia enseguida a trabajos manuales de esfuerzo y de carga, cuando su realidad no es esa; es más parecida a la estructura de España, tanto social como educativa.

Conociendo esa realidad a través de los informes de la cátedra y los de los expertos con los que contáis, también sobre el terreno, ¿hay fórmulas, propuestas; algo que pueda conducir a mejorar esta situación? ¿Acabar, en la manera de lo posible, con esa pirámide, con esa discriminación?

Para las ordenanzas de protección internacional hay fórmulas propuestas, hay fórmulas funcionando.

Te lo digo porque parece que nos conformemos, como sociedad, con que la única manera de «salvarles la vida» sea esa. Y que, bueno, algo hacemos. Y aunque sí que se hace, se puede trabajar de otra manera.

Nosotros, desde la cátedra y desde la universidad, nos planteamos también en términos éticos el compromiso con esa realidad. Pero, en términos políticos estratégicos, el tener a la población en esas condiciones, el no invertir en integración, es un fracaso absoluto. Es no tener visión político-estratégica a medio-largo plazo. Porque invertir en esa población es invertir no solo en ellos, sino en nuestra propia sociedad. Ya somos una sociedad diversa. Tenemos que cambiar el estereotipo.

Estamos ahora viendo el tema de las pensiones. Y también se puede considerar a esta población como material humano.

Claro, e invertir en esa población, que tengan acceso a oportunidades y a trayectorias de movilidad social ascendente, es invertir en nosotros mismos. También, invertir en las soluciones. ACNUR tiene claro que la integración es una de las principales soluciones a medio-largo plazo. Y que cuando se dan las condiciones de repatriación y retorno, la gente que tiene mejores niveles de integración está más preparada para trabajar, para retornar, para mantener vínculos o para invertir en su país de origen.

Esa es otra; la diferencia entre los migrantes tradicionales y los refugiados de estas situaciones. Entiendo que ellos cuando, ojalá, se solucione la situación en Siria y demás, querrán regresar a su tierra.

Pues hay de todo; gente que tiene claro que está un tiempo aquí y va a retornar, y otros que arraigan.

Te lo digo porque, a lo mejor, hay políticos que piensan que esto es una situación de emergencia puntual y que no se va a sostener en el tiempo.

No. No lo es por muchas razones. Primero, porque las situaciones de refugio prolongadas en el ACNUR son cada vez mayores. La solución de determinadas situaciones en origen a veces no son viables. Otras veces se producen esas soluciones, pero tardan mucho tiempo en cuajar.

Si se acabara la guerra de Siria mañana, el país está destrozado, derruido, la sociedad está dividida. Necesitaríamos de un plan Marshall inicial, que yo no sé si la comunidad internacional estaría dispuesta a sufragar, para poner en marcha eso. Entonces, una de las palancas en las que se podría sostener, es en haber apoyado la integración efectiva de la población solicitante de protección internacional en los países desarrollados. Y buscar formas de implicación, en un contexto donde sea posible trabajar con origen.

Pero, insisto, no es esta la situación. El ACNUR sabe que la principal solución es la integración. La gente arraiga. En estos primeros años, encontramos gente que está todavía pendiente de qué va a pasar, aunque centrada en resolver sus situaciones aquí. Pero hay mucha gente que arraiga, y mucha que se quiere ir a Europa.

Se supone que deberían arraigar aquí con mucha mas facilidad.

Pero es muy difícil, sí. La inmigración, y el refugio como parte de ella, no tiene vuelta atrás. Lo seguimos vendo como algo externo a nuestras sociedades, o algo que, incluso poniendo restricciones, podríamos empujar hacia afuera.

Pero la población de origen inmigrante y entre ellos la solicitante, forma parte de nuestra sociedad. Y sobre todo la población joven. Esto es una realidad; la España que vamos a ser en el futuro es la que está ahora en las aulas, y es una España diversa, plural, con mucho origen étnico. Y es la España en al que hay invertir y la que tenemos que empezar a imaginar. Porque seguimos pensando en una España blanca, diferente, de los españoles de los años 80 y 90. Pero esto ha cambiado radicalmente y el mundo hacia el que vamos no es ese.

Y no tiene por qué ser malo, al contrario; es una oportunidad excelente para hacer de este mundo un lugar realmente globalizado. De convivencia. Que no se generen esos conflictos que aquí también hemos padecido. ¿Es posible? ¿Se puede educar en esta conciencia a las nuevas generaciones, a los políticos y a nosotros mismos? ¿Es factible y real?

Yo creo que no hay que partir de planteamientos absolutos o de enfrentamiento y confrontación. Hay que partir de experiencias de encuentro, de conocimiento, de relatar, de descubrir. Hay mucha gente que no termina de ver que nuestra sociedad ha cambiado. Y esto sería muy importante; tiene que ver con una pedagogía pública, que no tenemos ni la hemos tenido en la crisis.

Al revés, los discursos que crecen son más bien nativistas de «primero nosotros», cuando el primero es ya inmigrante, es ya diverso. Como sabes, los niveles de nacionalización en España son elevadísimos.

Primero, tiene que ver con la pedagogía y después, tiene que ver con políticas de integración. No solo para solicitantes de protección internacional, sino para la población de origen inmigrante en general. Y esas políticas de integración tienen que tener dos patas básicas: una es cohesión social, es decir, tenemos que empezar a pensar que el precariado no puede ser la solución para una gran mayoría de la población. Tenemos que empezar a pensar qué tenemos que poner en marcha para que esas condiciones tan estrechas vitales no sean la expectativa de tanta gente en nuestra sociedad.

Y después con la gestión de la diversidad, que tiene que ser una competencia básica desde pequeños. No nos damos cuenta, pero hay otros sitios donde se dan cuenta y reaccionan, incluso, porque vamos hacia ese mundo. No hay marcha atrás; vamos a vivir en familia, con pareja y vecinos que pertenecen a mundos y orígenes étnicos muy diferentes.

El mundo ese en que toda tu familia estaba a cincuenta kilómetros a la redonda, y era donde encontrabas a tu pareja, un pequeño mundo que no se movía y donde nos encontrábamos seguros, ha desparecido. Y es una grandísima oportunidad porque -lo decían los que viajaban cuando antes nadie lo hacía- te cambia el pensamiento y se te abre el corazón a todo.

Tú eres de la universidad de la Compañía de Jesús: ¿cuál es la capacidad, la misión, o la responsabilidad que puede tener la Iglesia, sus instituciones y los cristianos -dado que el mensaje del Evangelio no deja de ser un mensaje de integración, entre muchas cosas más- para colaborar y que esta situación cambie?

Ahí sí hablaría muy a nivel personal, no institucional. Yo, lo que sí creo es que la Iglesia, en general, tiene un papel fundamental. Ahora te comento cómo lo vivimos y nos planteamos la cátedra, y su relación con la Compañía. El papel fundamental tiene que ver con que dentro de la Iglesia existe -no hay que inventársela- una cultura de acogida y de hospitalidad muy fuerte, que creo puede ser un bien y un tesoro para el conjunto de la sociedad.

Hay bienes de la Iglesia que pertenecen a su tradición, que están en la realidad y que tienen relación con experiencias concretas; no solo con discurso o pensamiento. Esto es un bien que debe de abrirse a la sociedad: experiencias de acogida, de integración, de acompañamiento. Y tiene que ver también con la experiencia que tiene la Iglesia de acompañar a los últimos, a los que más sufren, a los que peor están. Es un tesoro que la Iglesia tiene que poner en clave colectiva porque son dos puntos que, junto a otros, podrían ayudar a construir una sociedad mejor, unas políticas de integración mejores y a repensar mucho más nuestro sistema de acogida.

El problema de la Iglesia, no de toda la Iglesia, es que a veces nos falta, bajo mi punto de vista, diálogo con otras entidades e instituciones que no son de Iglesia. Sentarnos en la mesa con ellas para pensar soluciones compartidas. Y nos falta asumir también toda la parte que tiene que ver con los procesos estructurales. Pienso que es necesario unir lo que le está pasando a los últimos y cómo los acompañamos, con algo que también es muy de la Iglesia, con la capacidad de pensarlo en conexión con los grandes procesos sociales, cuáles son las razones últimas y proponer soluciones. Y este es un terreno político en sentido amplio, no de partidos.

De participación pública, y compartida en la solución de los problemas que, a veces, nos sucede que tenemos soluciones, pero se tienen que hacer a nuestra manera. Y de lo que se trata es de construir.

Hace nada, coincidiendo con de la presentación del informe, tuvisteis la oportunidad, vuestra cátedra, de ser recibidos en Santa Marta por el papa Francisco que es, probablemente, el líder mundial que más se ha posicionado a favor de una verdadera acogida de integración para los refugiados. El primero que alzó la voz y habló de la vergüenza de lo que estaba pasando en el Mediterráneo, que se estaba convirtiendo en un gran cementerio. Incluso pidiendo a las comunidades eclesiales de Europa, a las parroquias, que acogieran cada una a una familia de refugiados y que apostaran decididamente por esa integración.

Entiendo, y así decía la nota que nos envió, que el Papa apoyaba fervientemente este tipo de medidas, que son muy ignacianas, muy de Iglesia, y también de ciudadano comprometido.

Es una experiencia muy íntima, la de estar cerca de Francisco. Y esa sensibilidad se le percibe, supongo.

Sin duda, la tiene. Yo destacaría, primero, la generosidad de la acogida y el poder presentar allí el proyecto. Fuimos un grupo de personas en torno a estos temas de inmigración y refugio. Venía Alberto Ares, que es el delegado del sector social de la Compañía, José Manuel Aparicio, que es profesor de Moral social, profesor del Instituto de Inmigración y experto en temas de religión e integración. Isabel Lázaro, con un proyecto para acogida de mujeres en situación de trata y de sus hijos. Y después, iba yo por parte de la cátedra.

La visita a Roma era al Papa, pero también al Dicasterio de Inmigraciones, a la Sede central del JRS, y al proyecto de acogida de mujeres migrantes que ha puesto en marcha el Papa en Roma, o está tratando de ponerlo. La acogida, la recepción, la oportunidad de podernos vincular a cosas que ya están en marcha, es para destacarla.

Luego, la sencillez. Me sorprendió la sencillez del Papa; es una persona accesible, con muy poco boato alrededor. Esa cercanía me impactó, aunque lo vimos solo un momento: era muy pronto y había mucha gente. Yo no le dije nada, íbamos cuatro y tenía que ser algo rápido.

Y tercero, destacar también su compromiso con este tema que es público, notorio, contracorriente y esto me llama la atención. Yo no soy experto en moral social ni en teología, pero hay algunas declaraciones del Papa y de la Iglesia sobre esta tema que son totalmente contracorriente en la Europa actual. La pregunta que se hace, o que plantea, tiene que ver con la acogida: ¿cómo no vamos a atender a personas que lo están pasando tan mal? ¿Cómo no vamos a abrir nuestras casas? Más allá, incluso, de los datos, porque es verdad que Europa es un poco cicatera en términos de acogida de emigrantes forzosos y de refugiados. La pregunta tiene que ver con una primera propuesta; no necesariamente tenemos que abrir nuestras casas, nuestras sociedades.

Sí, la que nace del corazón, de la conciencia.

Este planteamiento va a contracorriente de Europa, que siempre está con el cálculo, con la preocupación, con el interés, con el coste social, económico… Y las palabras del Papa entran, son palabras frescas; rompen con eso y lo plantean de una manera mucho más abierta: somo una sociedad global, una sola familia y, por tanto, los problemas de los otros nos afectan.

Yo creo que sí, que la Iglesia tendría mucho que decir -aparte de todo lo que hace, de todos los proyecto que lleva adelante-. Y el Papa, no lo olvidemos, es un señor que viene del otro lado del mundo a Roma, y que está internacionalizando el colegio cardenalicio y cambiando la forma de entender el centro de la anteriormente llamada cristiandad.

La Iglesia es una de las pocas entidades, realmente universales, que puede marcar caminos de esa universalidad hospitalaria, de acogida e integración. Cosas que teníamos un poco olvidadas en el cajón de lecturas y que el Papa nos está volcando. Entiendo que para vosotros significa un respaldo no solo institucional, sino a nivel personal.

Encaja perfectamente. Y por experiencia vas conociendo mucha gente que trabaja en Iglesia, en el tema de integración y de acogida. Que están trabajando en origen, en tránsito en las fronteras, y en nuestras sociedades desarrolladas.

Y que se están empezando a coordinar. Porque, ciertamente, es complicado encontrar instituciones que trabajen en todos los ámbitos.

Es dificilísimo.

Si logras ponerte de acuerdo en compartir experiencias, debe ser menos difícil que elaborar un itinerario.

Cada vez va habiendo más redes para eso. Pero para estos grupos es, sin duda, un respaldo la figura del Papa y su posición, insisto, en un momento en que el discurso mayoritario es otro. Es un discurso defensivo, restrictivo, más cicatero, con ese cálculo horrible. Yo creo que en política hay que ser muy pragmático, pero los principios no pueden ser de esa catadura. Hay que reclamar y pensar soluciones más fuetes, más globales, más arriesgadas. Y, precisamente, inmigración es uno de los temas clave de la agenda de futuro.

Vosotros estáis en ello y ayudando a que haya esa esperanza en un camino nuevo, unas nuevas políticas y un modo distinto de entender esta realidad que, como comentas, es ya una realidad plural, diversa y muy, muy interesante, en la que tenemos que saber acoger el sufrimiento, la vida y las experiencias de otros. Aprender de ellas; dejar de ser el hermano blanco que viene a evangelizar o que deja que lleguen otros a su casa para darle las sobras de la comida.

Juan, espero que tengamos más ocasiones para poder seguir desentrañando el informe y las propuestas que entiendo vais a seguir desarrollando y publicando. Es necesario que, desde aquí, en la medida de nuestras posibilidades, aportemos nuestro granito de arena. Muchas gracias por venir. Juan Iglesias, director de la Cátedra de Refugiados e Inmigrantes Forzosos de la Universidad Pontificia de Comillas. Esta es tu casa.

Gracias a vosotros.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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