El Cenáculo nos recuerda la comunión, la fraternidad, la armonía, la paz entre nosotros. ¡Cuánto amor, cuánto bien ha brotado del Cenáculo!
(Jesús Bastante).- Misa histórica en el Cenáculo. El mismo lugar donde hace más de dos mil años Jesús se despidió de sus discípulos, partió el pan, bendijo el vino, lo compartió y les pidió que hicieran eso en memoria suya, Francisco presidió una Eucaristía. Una vuelta a los orígenes de un Papa que representa como nadie a los primeros cristianos por su autenticidad y su compromiso. «Aquí nació la Iglesia», dijo Francisco.
Ha resultado un viaje agotador para Bergoglio, al que se le nota visiblemente cansado. Flanqueado por sus maestros de ceremonias, y por el secretario de Estado, Pietro Parolin; y el patriarca de Jerusalén, Faouad Twal, Francisco reivindica el lugar «donde Jesús vivió su última cena con los apóstoles, donde el espíritu santo se posó sobre la virgen y los apóstoles. Aquí nació la Iglesia». No hubo ninguna reivindicación territorial. Sólo espiritual. «Aquí nació la Iglesia».
«De aquí partió el espíritu de amor en el corazón», señala el Papa, quien recuerda que en este lugar también, «Jesús resucitado, enviado por el Padre, comunicó a los apóstoles su espíritu y con su fuerza les envió a renovar la faz de la Tierra».
«Debemos custodiar la memoria de lo que aquí ocurrió»
Algunas palabras del Papa
El Cenáculo nos recuerda el servicio, el lavatorio de pies que hizo Jesús como ejemplo a sus discípulos. Lavarse los pies unos a otros significa aceptar, amarse, servirse unos a otros. Servir al pobre, al enfermo, al excluido, al que me es antipático, al que me fastidia
El Cenáculo nos recuerda, con la Eucaristía, el sacrificio. Jesús se ofrece por nosotros al Padre
No dejemos de servir, dice Jesús a los doce
El Señor se rinde a sus amigos, se confía a la voluntad del Padre y se da.
Esta experiencia del cristiano, en modo particular del sacerdote: hacerse amigo del señor Jesús
Jesús no nos deja, no nos abandona nunca. Nos precede en la casa del Padre y nos hará ir allí con él.
Pero el Cenáculo también recuerda la mezquindad, la curiosidad, la traición…
Es aquí donde uno de nosotros, cuando tratamos mal al prójimo, con nuestro pecado traicionamos a Jesús
El Cenáculo recuerda la fraternidad, la armonía, la paz entre nosotros. Cuánto amor, cuánto bien, sale del Cenáculo. Cuánta caridad surge de aquí, como el río cuando sale de la fuente.
Todos los santos han salido de aquí. El gran río de la santidad de la Iglesia siempre tiene origen aquí, del corazón de Cristo, de la Eucaristía, del Santo Espíritu.
El Cenáculo recuerda el nacimiento de la nueva familia, la Iglesia. Nuestra Santa Madre Iglesia jerárquica, constituida por Jesús resucitado. Una familia que tiene una madre, la Virgen María
Una Iglesia que lucha y con fuerza para caminar y renovarse, a través de las fatigas las pruebas de la vida
Somos invitados todos los fieles de Dios, de todo pueblo y lengua, todos hermanos e hijos del único Padre que hay en el cielo. Este es el horizonte del Cenáculo
De aquí parte la Iglesia, animada por el espíritu.
Una renovada efusión del Espíritu santo
Ven Espíritu y renueva la faz de la Tierra
Esta fue la homilía del Papa en el Cenáculo
Queridos hermanos:
Es un gran don del Señor estar aquí reunidos, en el Cenáculo, para celebrar la Eucaristía. Aquí, donde Jesús consumó la Última Cena con los Apóstoles; donde, resucitado, se apareció en medio de ellos; donde el Espíritu Santo descendió abundantemente sobre María y los discípulos. Aquí nació la Iglesia, y nació en salida. Desde aquí salió, con el Pan partido entre las manos, las llagas de Jesús en los ojos, y el Espíritu de amor en el corazón.
En el Cenáculo, Jesús resucitado, enviado por el Padre, comunicó su mismo Espíritu a los Apóstoles y con esta fuerza los envió a renovar la faz de la tierra (cf. Sal 104,30).
Salir, marchar, no quiere decir olvidar. La Iglesia en salida guarda la memoria de lo que sucedió aquí; el Espíritu Paráclito le recuerda cada palabra, cada gesto, y le revela su sentido.
El Cenáculo nos recuerda el servicio, el lavatorio de los pies, que Jesús realizó, como ejemplo para sus discípulos. Lavarse los pies los unos a los otros significa acogerse, aceptarse, amarse, servirse mutuamente. Quiere decir servir al pobre, al enfermo, al excluido.
El Cenáculo nos recuerda, con la Eucaristía, el sacrificio. En cada celebración eucarística, Jesús se ofrece por nosotros al Padre, para que también nosotros podamos unirnos a Él, ofreciendo a Dios nuestra vida, nuestro trabajo, nuestras alegrías y nuestras penas…, ofrecer todo en sacrificio espiritual.
El Cenáculo nos recuerda la amistad. «Ya no les llamo siervos -dijo Jesús a los Doce-… a ustedes les llamo amigos» (Jn 15,15). El Señor nos hace sus amigos, nos confía la voluntad del Padre y se nos da Él mismo. Ésta es la experiencia más hermosa del cristiano, y especialmente del sacerdote: hacerse amigo del Señor Jesús.
El Cenáculo nos recuerda la despedida del Maestro y la promesa de volver a encontrarse con sus amigos. «Cuando vaya…, volveré y les llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estén también ustedes» (Jn 14,3). Jesús no nos deja, no nos abandona nunca, nos precede en la casa del Padre y allá nos quiere llevar con Él.
Pero el Cenáculo recuerda también la mezquindad, la curiosidad -«¿quién es el traidor?»-, la traición. Y cualquiera de nosotros, y no sólo siempre los demás, puede encarnar estas actitudes, cuando miramos con suficiencia al hermano, lo juzgamos; cuando traicionamos a Jesús con nuestros pecados.
El Cenáculo nos recuerda la comunión, la fraternidad, la armonía, la paz entre nosotros. ¡Cuánto amor, cuánto bien ha brotado del Cenáculo! ¡Cuánta caridad ha salido de aquí, como un río de su fuente, que al principio es un arroyo y después crece y se hace grande… Todos los santos han bebido de aquí; el gran río de la santidad de la Iglesia siempre encuentra su origen aquí, siempre de nuevo, del Corazón de Cristo, de la Eucaristía, de su Espíritu Santo.
El Cenáculo, finalmente, nos recuerda el nacimiento de la nueva familia, la Iglesia, constituida por Cristo resucitado. Una familia que tiene una Madre, la Virgen María. Las familias cristianas pertenecen a esta gran familia, y en ella encuentran luz y fuerza para caminar y renovarse, mediante las fatigas y las pruebas de la vida. A esta gran familia están invitados y llamados todos los hijos de Dios de cualquier pueblo y lengua, todos hermanos e hijos de un único Padre que está en los cielos.
Éste es el horizonte del Cenáculo: el horizonte del Resucitado y de la Iglesia.
De aquí parte la Iglesia en salida, animada por el soplo del Espíritu. Recogida en oración con la Madre de Jesús, revive siempre la esperanza de una renovada efusión del Espíritu Santo: Envía, Señor, tu Espíritu, y renueva la faz de la tierra (cf. Sal 104,30)