Maridos presentes, ¿entendéis esto? Amar a la propia mujer como Cristo ama a la Iglesia. Esto no es una broma. Esto es serio
(José M. Vidal).- En una plaza, llena como siempre, el Papa detiene su papamóvil y se baja para saludar a los fieles chinos, en un claro guiño a la potencia asiática. En la homilía sobre el matrimonio, Francisco asegura que «el matrimonio cristiano construye la Iglesia» y es «un recurso esencial para todo el mundo».
Lectura de San Pablo a los Efesios: «Maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a su Iglesia…Amar a su mujer es amarse a sí misma».
Algunas frases del Papa
«La belleza del matrimonio cristiano»
«No es sólo una ceremonia con fotos, vestidos y flores»
«Es un misterio grande, como dice San Pablo»
«El amor entre los cónyuges es la imagen del amor de Cristo y de su Iglesia»
«Una analogía imperfecta, pero en sentido espiritual, que es revolucionario y sencillo a la vez»
«Maridos presentes, ¿entendéis esto? Amar a la propia mujer como Cristo ama a la Iglesia. Esto no es una broma. Esto es serio»
«Original reciprocidad de la dedicación y del respeto fue madurando lentamente en la historia y, al final, ha prevalecido»
«Amar sin reservas»
«Todo matrimonio va sobre el camino del amor de Cristo con la Iglesia»
«La decisión de casarse en el Señor contiene una dimensión misionera»
«Hace falta coraje para eso, para amarse como Cristo ama a la Iglesia»
«La Iglesia necesita la valiente fidelidad de los esposos a la gracia de su sacramento»
«Camino en la fe y en la esperanza»
«Es la ruta del amor»
«Fuerza y ternura de Dios que se transmite de familia en familia»
«Llevar este tesoro en vasijas de barro»
«Las familias cristianas son un recurso esencial para la Iglesia y para todo el mundo»
Texto íntegro del saludo del Papa en español
Queridos hermanos y hermanas:
La catequesis de hoy está dedicada a la belleza del matrimonio cristiano, que no es simplemente la belleza de la ceremonia que se hace en la iglesia, sino del belleza sacramento que hace a la Iglesia iniciando una nueva comunidad familiar.
El matrimonio es un gran misterio que tiene la dignidad de reflejar el amor de Cristo a su Iglesia. Todos los cristianos estamos llamados a amar como Cristo nos amó, pero el marido, dice el apóstol Pablo, debe amar a su mujer «como a su propio cuerpo», como Cristo «ama a su Iglesia». Esta radicalidad evangélica restablece la reciprocidad originaria de la creación.
El sacramento del matrimonio es un acto de fe y de amor, en el que los esposos, mediante su libre consentimiento, realizan su vocación de entregarse sin reservas y sin medida.
La Iglesia está totalmente implicada en cada matrimonio cristiano: se edifica con sus logros y sufre sus fracasos. Asumamos seriamente la responsabilidad que se desprende de este vínculo indisoluble.
La decisión de «casarse en el Señor» tiene también una dimensión misionera, pues requiere que los esposos estén dispuestos a ser transmisores de la bendición y de la gracia del Señor para con todos.
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Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los Oficiales de la Academia Superior de Policía de Colombia, así como a los grupos venidos de España, México, Argentina, Guatemala, Venezuela y otros países latinoamericanos. Queridos hermanos y hermanas, pidamos para que el matrimonio y las familias sean un reflejo de la fuerza y de la ternura de Dios en nuestra sociedad. Muchas gracias.
Saludo en italiano
Recuerda el 70 aniversario del final de la II Guerra Mundial en Europa. «Que la sociedad humana aprenda de los errores del pasado y, ante los coflictos actuales que lacertan alguna sregiones del mundo, todos los responsables civiles se empeñen en la búsqueda del bien común y en la promoción de la cultura de la paz»
Texto completo de la catequesis del Papa
Queridos hermanos y hermanos, ¡buenos días!
En nuestro camino de catequesis sobre la familia tocamos hoy directamente la belleza del matrimonio cristiano. Esto no es simplemente una ceremonia que se hace en la Iglesia, con las flores, el vestido, la foto…El matrimonio cristiano es un sacramento que tiene lugar en la Iglesia y que también hace a la Iglesia, dando comienzo a una nueva comunidad familiar.
Es aquello que el apóstol Pablo resume en su célebre expresión: «Éste es un gran misterio – esto del matrimonio – y yo digo que se refiere a Cristo y a la Iglesia.» (Ef. 5, 32). Inspirado por el Espíritu Santo, Pablo afirma que el amor entre los cónyuges es imagen del amor entre Cristo y la Iglesia. ¡Una dignidad impensable! ¡Pero, en realidad, está inscrita en el designio creador de Dios, y con la gracia de Cristo innumerables parejas cristianas, aún con sus límites, sus pecados, la han realizado!
San Pablo, hablando de la nueva vida en Cristo, dice que los cristianos – todos – están llamados a amarse como Cristo los ha amado, es decir, «sometidos los unos a los otros (Ef. 5, 21), que significa al servicio los unos de los otros. Y aquí introduce la analogía entre la pareja marido-mujer y aquella de Cristo-Iglesia. Es claro que se trata de una analogía imperfecta, pero debemos captar el sentido espiritual que es altísimo y revolucionario y, al mismo tiempo, simple, al alcance de todo hombre y mujer que se confían a la gracia de Dios.
El marido – dice Pablo – debe amar a la esposa «como el propio cuerpo» (Ef. 5, 28); amarla como Cristo «como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella» (v. 25). ¿Pero ustedes maridos que están aquí presentes, entienden esto? Amar a la propia mujer como Cristo ama a la Iglesia. ¡Éstas no son bromas, es serio! El efecto de este radicalismo de la dedicación pedida al hombre, por el amor y la dignidad de la mujer, sobre el ejemplo de Cristo, debe haber sido enorme, en la misma comunidad cristiana.
Este germen de la novedad evangélica, que restablece la originaria reciprocidad de la dedicación y del respeto, ha madurado lentamente en la historia, pero al final ha prevalecido.
El sacramento del matrimonio es un gran acto de fe y de amor: testimonia el coraje de creer en la belleza del acto creador de Dios y de vivir aquel amor que empuja a seguir adelante siempre más allá, más allá de sí mismos y también más allá de la misma familia. La vocación cristiana a amar sin reservas y sin medida es lo que está en la base también del libre consentimiento que constituye el matrimonio.
La misma Iglesia está plenamente involucrada en la historia de todo matrimonio cristiano: se edifica en sus logros y padece en sus fracasos. Pero debemos interrogarnos son seriedad: ¿aceptamos completamente, nosotros mismos, como creyentes y como pastores también, este vínculo indisoluble de la historia de Cristo y de la Iglesia con la historia del matrimonio y de la familia humana? ¿Estamos dispuestos a asumirnos seriamente esta responsabilidad, es decir, que todo matrimonio va en el camino del amor que Cristo tiene a la Iglesia? ¡Esto es grande!
En esta profundidad del misterio de lo creatural, reconocido y restablecido en su pureza, se abre un segundo gran horizonte que caracteriza el sacramento del matrimonio. La decisión de «casarse en el Señor» contiene también una dimensión misionera, que significa tener en el corazón la disponibilidad a hacerse intermediario de la bendición de Dios y de la gracia del Señor para todos. En efecto, los esposos cristianos participan, como esposos, en la misión de la Iglesia. ¡Y se necesita coraje para eso, eh! Por esto cuando yo saludo a los flamantes esposos, digo: «¡He aquí los valerosos!» Porque se necesita coraje para amarse así como Cristo ama a la Iglesia.
La celebración del sacramento no puede dejar afuera esta corresponsabilidad de la vida familiar con respecto a la gran misión de amor de la Iglesia. Y así, la vida de la Iglesia se enriquece cada vez con la belleza de esta alianza nupcial, como también se empobrece cada vez que ésta es desfigurada. ¡La Iglesia, para ofrecer a todos los dones de la fe, del amor y de la esperanza, tiene necesidad también de la valerosa fidelidad de los esposos a la gracia de su sacramento! El pueblo de Dios tiene necesidad de su cotidiano camino en la fe, en el amor y en la esperanza, con todas las alegrías y las fatigas que este camino comporta en un matrimonio y en una familia.
La ruta así está marcada para siempre, es la ruta del amor: se ama como ama Dios, para siempre. Cristo no cesa de cuidar a la Iglesia: la ama siempre, la cuida siempre, como a sí mismo. Cristo no cesa de quitar del rostro humano las manchas y las arrugas de todo tipo. Es conmovedora y tan bella esta irradiación de la fuerza y de la ternura de Dios que se transmite de pareja a pareja, de familia a familia. Tiene razón San Pablo: ¡esto es realmente un «gran misterio»! Hombres y mujeres, suficientemente valientes para llevar este tesoro en los «vasos de barro» de nuestra humanidad. Estos hombres y mujeres, que son así valientes son un recurso esencial para la Iglesia, también para todo el mundo. ¡Dios los bendiga mil veces por esto! Gracias.