Yo siempre fui callejero. De cardenal me encantaba caminar por la calle, ir en colectivo, subte. La ciudad me encanta, soy ciudadano de alma
(Juan Berretta, La Voz del Pueblo -Tres Arroyos-) En un pequeño y sencillo salón de la residencia Santa Marta, en el Vaticano, el Papa Francisco recibió a LA VOZ DEL PUEBLO sin presencia de terceros y una sola condición: «Lo único que te pido es que me juegues limpio«, dijo antes de que el grabador entrara en acción. Luego, durante los 45 minutos que se extendió el encuentro, confesaría que en otros tiempos le tenía «pánico a los periodistas». Queda claro que es un trauma superado.
Jorge Bergoglio se animó a pasear por su intimidad, a contestar con ganas y gestos cuando la pregunta lo entusiasmaba, y también a hacerlo seco y tajante ante una consulta que, según su respuesta, podía generar mucho ruido fronteras afuera de la Santa Sede. La soledad, la pizza, el miedo al dolor físico, su magnetismo, las cosas que lo hacen llorar, la presión, la televisión, el valor de las utopías… Esos fueron algunos de los puntos que recorrió durante la charla, que tuvo como punto de partida su nombramiento.
– ¿Soñaba con ser Papa?
– ¡¡¡Nunca!!! Tampoco con ser presidente de la República o general del Ejército. Viste que hay algunos pibes que sueñan con eso. Yo no.
– ¿Pero avanzando en el servicio episcopal tampoco fantaseó con esa posibilidad?
– Después de que estuve 15 años en puestos de mando en los que me fueron poniendo, volví al llano, a ser confesor, cura… La vida de un religioso, de un jesuita, va cambiando según las necesidades. Y con respecto a la posibilidad, yo estaba en la lista de los papables en el otro cónclave… Pero esta vez, la segunda, por la edad, 76 años, y porque además había gente más valiosa ciertamente… Así que a mí nadie me nombraba, nadie. Además decían que era un «kingmaker» (o hacedor de reyes, como se denomina aquellos cardenales que debido a su experiencia y autoridad son más capaces que otros para pesar en el resultado electoral), que podía influir en los cardenales latinoamericanos para que votaran. Tanto era el asunto que ni una foto mía salió en los diarios, nadie pensaba en mí. En las casas de apuestas de Londres estaba en el número 46 (se ríe con ganas). Yo tampoco pensaba en mí, ni se me ocurría.
– ¿A pesar de que en 2005 fue el segundo más votado luego de Ratzinger?
– Esas son cosas que se dicen. Lo cierto es que al menos en la otra elección estaba en los diarios, aparecía entre los papables. Adentro era claro que tenía que ser Benedicto y hubo casi unanimidad por él y eso a mí me gustó mucho. Era clara su candidatura, en la segunda no había ningún candidato claro. Había varios posibles, pero ninguno fuerte. Por eso me vine a Roma con lo puesto y con pasaje para volver el sábado a la noche y poder estar en Buenos Aires en el Domingo de Ramos. Incluso dejé hecha mi homilía sobre el escritorio. Nunca pensé que iba a pasar.
– ¿Y cuándo fue elegido qué sintió?
– Antes de la elección definitoria sentí mucha paz. «Si Dios lo quiere…», pensé. Y me quedé en paz. Mientras que se hacían los escrutinios, que son eternos, yo rezaba el rosario, tranquilo. Tenía a mi lado a mi amigo el cardenal Claudio Hummes, que en una votación anterior a la definitiva me decía, «no te preocupes eh, que así obra el Espíritu Santo…» (vuelve a reírse).
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