Cuántas veces una madre a la cabecera de su hijo enfermo, o un hijo que se ocupa de su padre anciano, o un nieto que está cerca del abuelo o de la abuela, confían su súplica en las manos de la Virgen
(RV).- «Confiar en Jesús misericordioso como María: Hagan lo que Él les diga», es el título del Mensaje del Papa Francisco para la XXIV Jornada Mundial del Enfermo 2016. El documento presentado la mañana del jueves 28 de enero en la Oficina de Prensa de la Santa Sede tiene como inspiración la narración evangélica de las bodas de Caná, tomado del Evangelio de San Juan.
Solemne celebración en Tierra Santa
En su mensaje, el Santo Padre subraya «que este año dicha Jornada será celebrada solemnemente en Tierra Santa», ya que es el lugar «donde Jesús realizó su primer milagro gracias a la mediación de su Madre». El tema elegido, se inscribe en el marco del Jubileo extraordinario de la Misericordia. Por ello, el Pontífice señala que «la Celebración eucarística central de la Jornada, el 11 de febrero de 2016, memoria litúrgica de Nuestra Señora de Lourdes, tendrá lugar precisamente en Nazaret, donde la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros» (Jn 1,14). Es allí donde Jesús inició su misión salvífica, en favor de los pobres y oprimidos.
La enfermedad nos acerca a Jesús
En el documento, el Obispo de Roma afirma que «la enfermedad, sobre todo cuando es grave, pone siempre en crisis la existencia humana y nos plantea grandes interrogantes». Ante esta situación, la primera reacción puede ser de rebeldía, dijo el Papa, ¿por qué me ha sucedido precisamente a mí? Podemos sentirnos desesperados, pensar que todo está perdido y que ya nada tiene sentido. «En esta situación, la fe en Dios se pone a prueba, pero al mismo tiempo revela toda su fuerza positiva. No porque la fe haga desaparecer la enfermedad, el dolor o los interrogantes que plantea, afirma el Pontífice, sino porque nos ofrece una clave con la que podemos descubrir el sentido más profundo de lo que estamos viviendo; una clave que nos ayuda a ver cómo la enfermedad puede ser la vía que nos lleva a una cercanía más estrecha con Jesús, que camina a nuestro lado cargado con la cruz».
María: un corazón maternal lleno de misericordia
Una clave la encontramos en la escena de las Bodas de Caná y nos la proporciona María, su Madre, explica el Sucesor de Pedro, ella aparece como la mujer atenta que se da cuenta de un problema muy importante para los esposos: se ha acabado el vino, símbolo del gozo de la fiesta. «María descubre la dificultad, en cierto sentido la hace suya y, con discreción, actúa rápidamente. No se limita a mirar, y menos aún se detiene a hacer juicios, sino que se dirige a Jesús y le presenta el problema tal como es».
¿Qué enseñanza podemos obtener del misterio de las bodas de Caná para la Jornada Mundial del Enfermo? Se pregunta el Papa. «El banquete de bodas de Caná es una imagen de la Iglesia: en el centro está Jesús misericordioso que realiza la señal; a su alrededor están los discípulos, las primicias de la nueva comunidad; y cerca de Jesús y de sus discípulos está María, Madre previsora y orante. María participa en el gozo de la gente común y contribuye a aumentarlo; intercede ante su Hijo por el bien de los esposos y de todos los invitados». La figura maternal de María, nos llena de confianza y nos abre a la gracia y a la misericordia de Cristo, subraya el Papa, su intercesión nos permite experimentar la consolación, María es la Madre «consolada» que consuela a sus hijos.
Los enfermos al centro de la misión de Jesús
«En Caná la petición de María, durante el banquete nupcial, puesta por el Espíritu Santo en su corazón de madre, manifestó no sólo el poder mesiánico de Jesús sino también su misericordia, explica el Vicario de Cristo, en la solicitud de María se refleja la ternura de Dios. Y esa misma ternura se hace presente también en la vida de muchas personas que se encuentran junto a los enfermos y saben comprender sus necesidades, aún las más ocultas, porque miran con ojos llenos de amor. Cuántas veces una madre a la cabecera de su hijo enfermo, o un hijo que se ocupa de su padre anciano, o un nieto que está cerca del abuelo o de la abuela, confían su súplica en las manos de la Virgen».
Cuánto valora y aprecia Dios que seamos servidores de los demás, alienta el Santo Padre, esta es de las cosas que más nos asemeja a Jesús, el cual «no ha venido a ser servido sino a servir». Estos personajes anónimos del Evangelio nos enseñan mucho, agrega. No sólo obedecen, sino que lo hacen generosamente. Se fían de la Madre, y con prontitud hacen bien lo que se les pide, sin lamentarse, sin hacer cálculos.
Colaboradores en la misión sanadora de Dios
«En esta Jornada Mundial del Enfermo – afirma el Papa – podemos pedir a Jesús misericordioso por la intercesión de María, Madre suya y nuestra, que nos conceda esta disponibilidad para servir a los necesitados, y concretamente a nuestros hermanos enfermos». También nosotros podemos ser manos, brazos, corazones que ayudan a Dios a realizar sus prodigios, con frecuencia escondidos. También nosotros, sanos o enfermos, podemos ofrecer nuestros cansancios y sufrimientos como el agua que llenó las tinajas en las bodas de Caná y fue transformada en el mejor vino.
Antes de concluir su mensaje, el Obispo de Roma invita a hacer de cada hospital o clínica «un signo visible y un lugar que promueva la cultura del encuentro y de la paz, y en el que la experiencia de la enfermedad y del sufrimiento, así como también la ayuda profesional y fraterna, contribuyan a superar todo límite y división». A todos los que están al servicio de los enfermos y de los que sufren, les deseo, agrega el Papa, que estén animados por el ejemplo de María, Madre de la Misericordia. «La dulzura de su mirada nos acompañe en este Año Santo, a fin de que todos podamos descubrir la alegría de la ternura de Dios».
Mensaje del Papa Francisco para la XXIV Jornada Mundial del Enfermo 2016
Confiar en Jesús misericordioso como María: «Hagan lo que Él les diga» (Jn 2,5)
Queridos hermanos y hermanas:
La XXIV Jornada Mundial del Enfermo me ofrece la oportunidad de estar especialmente cerca de vosotros, queridos enfermos, y de todos los que os cuidan.
Debido a que este año dicha Jornada será celebrada solemnemente en Tierra Santa, propongo meditar la narración evangélica de las bodas de Caná (Jn 2,1-11), donde Jesús realizó su primer milagro gracias a la mediación de su Madre. El tema elegido, «Confiar en Jesús misericordioso como María: «Haced lo que Él os diga»» (Jn 2,5), se inscribe muy bien en el marco del Jubileo extraordinario de la Misericordia. La Celebración eucarística central de la Jornada, el 11 de febrero de 2016, memoria litúrgica de Nuestra Señora de Lourdes, tendrá lugar precisamente en Nazaret, donde «la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros» (Jn 1,14). Jesús inició allí su misión salvífica, aplicando a sí mismo las palabras del profeta Isaías, como dice el evangelista Lucas: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4,18-19).
La enfermedad, sobre todo cuando es grave, pone siempre en crisis la existencia humana y nos plantea grandes interrogantes. La primera reacción puede ser de rebeldía: ¿Por qué me ha sucedido precisamente a mí? Podemos sentirnos desesperados, pensar que todo está perdido y que ya nada tiene sentido…
En esta situación, por una parte la fe en Dios se pone a prueba, pero al mismo tiempo revela toda su fuerza positiva. No porque la fe haga desaparecer la enfermedad, el dolor o los interrogantes que plantea, sino porque nos ofrece una clave con la que podemos descubrir el sentido más profundo de lo que estamos viviendo; una clave que nos ayuda a ver cómo la enfermedad puede ser la vía que nos lleva a una cercanía más estrecha con Jesús, que camina a nuestro lado cargado con la cruz. Y esta clave nos la proporciona María, su Madre, experta en esta vía.
En las bodas de Caná, María aparece como la mujer atenta que se da cuenta de un problema muy importante para los esposos: se ha acabado el vino, símbolo del gozo de la fiesta. María descubre la dificultad, en cierto sentido la hace suya y, con discreción, actúa rápidamente. No se limita a mirar, y menos aún se detiene a hacer juicios, sino que se dirige a Jesús y le presenta el problema tal como es: «No tienen vino» (Jn 2,3). Y cuando Jesús le hace presente que aún no ha llegado el momento para que Él se revele (cf. v. 4), dice a los sirvientes: «Haced lo que Él os diga» (v. 5). Entonces Jesús realiza el milagro, transformando una gran cantidad de agua en vino, en un vino que aparece de inmediato como el mejor de toda la fiesta. ¿Qué enseñanza podemos obtener del misterio de las bodas de Caná para la Jornada Mundial del Enfermo?
El banquete de bodas de Caná es una imagen de la Iglesia: en el centro está Jesús misericordioso que realiza la señal; a su alrededor están los discípulos, las primicias de la nueva comunidad; y cerca de Jesús y de sus discípulos está María, Madre previsora y orante. María participa en el gozo de la gente común y contribuye a aumentarlo; intercede ante su Hijo por el bien de los esposos y de todos los invitados. Y Jesús no rechazó la petición de su Madre. Cuánta esperanza nos da este acontecimiento. Tenemos una Madre con ojos vigilantes y compasivos, como los de su Hijo; con un corazón maternal lleno de misericordia, como Él; con unas manos que quieren ayudar, como las manos de Jesús, que partían el pan para los hambrientos, que tocaban a los enfermos y los sanaba. Esto nos llena de confianza y nos abre a la gracia y a la misericordia de Cristo. La intercesión de María nos permite experimentar la consolación por la que el apóstol Pablo bendice a Dios: «¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos consuela en cualquier tribulación nuestra hasta el punto de poder consolar nosotros a los demás en cualquier lucha, mediante el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios! Porque lo mismo que abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, abunda también nuestro consuelo gracias a Cristo» (2 Co 1,3-5). María es la Madre «consolada» que consuela a sus hijos.
En Caná se perfilan los rasgos característicos de Jesús y de su misión: Él es Aquel que socorre al que está en dificultad y pasa necesidad. En efecto, en su ministerio mesiánico curará a muchos de sus enfermedades, dolencias y malos espíritus, dará la vista a los ciegos, hará caminar a los cojos, devolverá la salud y la dignidad a los leprosos, resucitará a los muertos y a los pobres anunciará la buena nueva (cf. Lc 7,21-22). La petición de María, durante el banquete nupcial, puesta por el Espíritu Santo en su corazón de madre, manifestó no sólo el poder mesiánico de Jesús sino también su misericordia.
En la solicitud de María se refleja la ternura de Dios. Y esa misma ternura se hace presente también en la vida de muchas personas que se encuentran junto a los enfermos y saben comprender sus necesidades, aún las más ocultas, porque miran con ojos llenos de amor. Cuántas veces una madre a la cabecera de su hijo enfermo, o un hijo que se ocupa de su padre anciano, o un nieto que está cerca del abuelo o de la abuela, confían su súplica en las manos de la Virgen. Para nuestros seres queridos que sufren por la enfermedad pedimos en primer lugar la salud; Jesús mismo manifestó la presencia del Reino de Dios precisamente a través de las curaciones: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan» (Mt 11,4-5). Pero el amor animado por la fe hace que pidamos para ellos algo más grande que la salud física: pedimos la paz, la serenidad de la vida que parte del corazón y que es don de Dios, fruto del Espíritu Santo que el Padre no niega nunca a los que se lo piden con confianza.
En la escena de Caná, además de Jesús y su Madre, están también los que son llamados «sirvientes», que reciben de Ella esta indicación: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2,5). Naturalmente el milagro tiene lugar por obra de Cristo; sin embargo, Él quiere servirse de la ayuda humana para realizar el prodigio. Habría podido hacer aparecer directamente el vino en las tinajas. Sin embargo, quiere contar con la colaboración humana, y pide a los sirvientes que las llenen de agua. Cuánto valora y aprecia Dios que seamos servidores de los demás. Esta es de las cosas que más nos asemeja a Jesús, el cual «no ha venido a ser servido sino a servir» (Mc 10,45). Estos personajes anónimos del Evangelio nos enseñan mucho. No sólo obedecen, sino que lo hacen generosamente: llenaron las tinajas hasta el borde (cf. Jn 2,7). Se fían de la Madre, y con prontitud hacen bien lo que se les pide, sin lamentarse, sin hacer cálculos.
En esta Jornada Mundial del Enfermo podemos pedir a Jesús misericordioso por la intercesión de María, Madre suya y nuestra, que nos conceda esta disponibilidad para servir a los necesitados, y concretamente a nuestros hermanos enfermos. A veces este servicio puede resultar duro, pesado, pero estamos seguros de que el Señor no dejará de transformar nuestro esfuerzo humano en algo divino. También nosotros podemos ser manos, brazos, corazones que ayudan a Dios a realizar sus prodigios, con frecuencia escondidos. También nosotros, sanos o enfermos, podemos ofrecer nuestros cansancios y sufrimientos como el agua que llenó las tinajas en las bodas de Caná y fue transformada en el mejor vino. Cada vez que se ayuda discretamente a quien sufre, o cuando se está enfermo, se tiene la ocasión de cargar sobre los propios hombros la cruz de cada día y de seguir al Maestro (cf. Lc 9,23); y aún cuando el encuentro con el sufrimiento sea siempre un misterio, Jesús nos ayuda a encontrarle sentido.
Si sabemos escuchar la voz de María, que nos dice también a nosotros: «Haced lo que Él os diga», Jesús transformará siempre el agua de nuestra vida en vino bueno. Así, esta Jornada Mundial del Enfermo, celebrada solemnemente en Tierra Santa, ayudará a realizar el deseo que he manifestado en la Bula de convocación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia: «Este Año Jubilar vivido en la misericordia pueda favorecer el encuentro con [el Hebraísmo, el Islam] y con las otras nobles tradiciones religiosas; nos haga más abiertos al diálogo para conocernos y comprendernos mejor; elimine toda forma de cerrazón y desprecio, y aleje cualquier forma de violencia y de discriminación» (Misericordiae Vultus, 23). Cada hospital o clínica puede ser un signo visible y un lugar que promueva la cultura del encuentro y de la paz, y en el que la experiencia de la enfermedad y del sufrimiento, así como también la ayuda profesional y fraterna, contribuyan a superar todo límite y división.
Son un ejemplo para nosotros las dos monjas canonizadas en el pasado mes de mayo: santa María Alfonsina Danil Ghattas y santa María de Jesús Crucificado Baouardy, ambas hijas de la Tierra Santa. La primera fue testigo de mansedumbre y de unidad, ofreciendo un claro testimonio de la importancia que tiene el que seamos unos responsables de los otros importante es que seamos responsables unos de otros, de que vivíamos al servicio de los demás. La segunda, mujer humilde e iletrada, fue dócil al Espíritu Santo y se convirtió en instrumento de encuentro con el mundo musulmán.
A todos los que están al servicio de los enfermos y de los que sufren, les deseo que estén animados por el ejemplo de María, Madre de la Misericordia. «La dulzura de su mirada nos acompañe en este Año Santo, a fin de que todos podamos descubrir la alegría de la ternura de Dios» (ibíd., 24) y llevarla grabada en nuestros corazones y en nuestros gestos. Encomendemos a la intercesión de la Virgen nuestras ansias y tribulaciones, junto con nuestros gozos y consolaciones, y dirijamos a ella nuestra oración, para que vuelva a nosotros sus ojos misericordiosos, especialmente en los momentos de dolor, y nos haga dignos de contemplar hoy y por toda la eternidad el Rostro de la misericordia, su Hijo Jesús.
Acompaño esta súplica por todos vosotros con mi Bendición Apostólica.
Presentación de la Jornada Mundial del Enfermo
Esta mañana en la Oficina de Prensa de la Santa Sede ha tenido lugar la presentación de la XXIV Jornada Mundial del Enfermo que se celebrará en Nazaret (Tierra Santa), el próximo 11 de febrero, festividad de Nuestra Señora de Lourdes y cuyo tema este año es »Confiar en Jesús misericordioso como María: »Haced lo que Él os diga», tomado del relato de las bodas de Caná según el evangelio de san Juan.
Han intervenido el arzobispo Zygmunt Zimowski, Presidente del Pontificio Consejo de los Agentes Sanitarios (Pastoral de la Salud),Mons. Mons. Jean-Marie Mate Musivi Mupendawatu, Secretario de ese dicasterio; el revdo. Augusto Chendi, subsecretario del mismo, el rev.do P. Pietro Felet, S.C.I., Segretario general de la Asamblea de los Ordinarios Católicos de Tierra Santa y Referente locale para la Organización de la Jornada Mundial del Enfermo 2016.
El lugar de la celebración de la Jornada, Nazaret, Tierra Santa, es el primer punto a destacar en esa Jornada, dijo el arzobispo Zimowski. Nazaret es el lugar de la Encarnación, donde Jesús comenzó su misión salvífica y en Galilea realizó muchas curaciones, como narra el Evangelio de san Marcos -leído en estos días- en el que Cristo llama a los enfermos para sanarlos y a su vez es llamaado por ellos. »Todos estamos llamados constamente aunque cada uno de una manera diferente -explicó el prelado- El ser humano sufre en diferentes lugares y, a veces, sufre terriblemente y llama a otra persona porque necesita su ayuda y su presencia. Puede ser que nos intimide el hecho de no poder «curar», de no poder ayudar como Jesús. Pero intentemos superar estse embarazo. Lo importante es ir. Estar al lado de quien sufre que, quizá más que la curación, necesita la presencia, el corazón humano lleno de misericordia, de solidaridad».
»Se trata -continuó- de los médicos, de los enfermeros. De todos los representantes de los profesionales sanitarios. Se trata de las instituciones que sirven a la salud humana…Debemos, por lo tanto, a toda costa sostener esa buena tradición: la obra del médico o del enfermero se trata no sólo como una profesión, sino también, y quizá sobre todo como un servicio, una «vocación». El cuidado de los disminuidos físicos y de los ancianos, el cuidado de los enfermos mentales, estos sectores son, más que cualquier otro sector de la vida social, la piedra de parangón de la cultura de la sociedad y del Estado».
En segundo lugar, el arzobispo recordó que la Jornada se inserta en el Jubileo extraordinario de la Misericordia y que durante ella se visitará la basílica del Santo Sepulcro y de la Agonía (Getsemaní), los lugares donde Cristo se entregó por nuestra salvación. »Jesús unió a la humanidad a través de su cruz, y la celebración de la Jornada Mundial de los Enfermos en Tierra Santa nos ayudará a poner en práctica el deseo que el Papa Francisco expresó en la Bula de indicción, el de que el Año Jubilar vivido en la misericordia pueda favorecer el encuentro con el Judaísmo, el Islam y con las otras nobles tradiciones religiosas; nos haga más abiertos al diálogo para conocernos y comprendernos mejor; elimine toda forma de cerrazón y desprecio, y aleje cualquier forma de violencia y de discriminación. Cada hospital o casa de cura puede ser un signo visible y un lugar para promover la cultura del encuentro y de la paz, donde la experiencia de la enfermedad y el sufrimiento, así como la ayuda profesional y fraternal contribuyan a superar todos los límites y todas las divisiones».
Por último el arzobispo habló del papel de los servidores en las bodas de Caná a los que María pide que hagan lo que Cristo les diga .»Por supuesto -recordó- el milagro se lleva a cabo a través de la obra de Cristo. Sin embargo, Él quiere contar con la ayuda humana para obrar el prodigio. Habría podido hacer que el vino apareciese directamente en las tinajas. Pero quiere valerse de la colaboración humana, y le pide a los sirvientes que las llenen de agua. ¡Cuánto es inapreciable y agradable a Dios hacerse siervos de los demás! Esto, más que cualquier otra cosa, nos asimila a Jesús, que «no vino para ser servido, sino para servir» .
»El fruto de esta Jornada -concluyó- debe ser concreto, la proximidad de nuestro corazón que se expresa en la misericordia para con los enfermos y necesitados, a los que tenemos que hacer sentir la cercanía material y espiritual de toda la comunidad cristiana. Es importante no dejarlos en el abandono y la soledad, mientras se enfrentan a un momento muy delicado en su vida».
El Padre Chendi ilustró el programa de la Jornada que se articula en tres momentos: litúrgicos; de profundización teológico- pastorales, en los que participan el 9 de febrero en el Pontificio Instituto Notre Dame Center de Jerusalén los Ordinarios Católicos, así como los patriarcas y obispos de las Iglesias hermanas de Tierra Santa; en actos concretos de caridad, como la visita a diversos hospitales y estructuras de cura y acogida en el territorio.
El Subsecretario recordó ante todo la indulgencia plenaria concedida por el Santo Padre para los que participen en esta Jornada con la intención explicíta de que a través de la práctica de las obras de misericordia corporales y espirituales »encuentren un testimonio renovado y auténtico y descubran el sentido cristiano del sufrimiento y de compartirla con los hermanos».
Por cuanto respecta a la dimensión teológico- pastoral, el congreso del 9 de febrero ‘brindará la oportunidad de verificar los problemas, también de tipo ético y pastoral que son urgentes tanto desde el punto de vista clínico-asistencial como legislativo. En particular, a la enseña del valor inviolable de cada vida humana y de la dignidad singular de la que está revestida toda persona, se afrontarán los problemas vinculados con el final de la vida y con la acogida de personas con diversas patologías invalidantes física o psíquicamente».
En relación a la dimensión caritativa, el Padre Chendi, explicó que las visitas previstas a algunas estructuras católicas y no católicas que trabajan en Tierra Santa, constituirán »el signo tangible de lo que el Papa Franciso indica en su Mensaje como la »ternura premurosa» de María en Caná de Galilea que se traduce en la disposición al servicio de los necesitados y concretamente de nuestros hermanos y hermanas enfermos».