Hoy me acompañan estos chicos. Muchos piensan que fuese mejor para ellos que se quedasen en sus tierras. Pero allí sufrían tanto. Son nuestros refugiados, nuestros hermanos
(José M. Vidal).- Audiencia papal en una plaza a rebosar, como siempre, y a dos días de la visita de Francisco a Armenia, acompañado de un grupo de refugiados, a los que hizo sentar a su lado. Y enus catequesis proclamó: «¡Son nuestros hermanos!». También confesó que todas las noches, antes de acostarse, reza cinco padrenuestros y esta breve oración: «Señor, si quieres, puedes purificarme».
El Papa dedica mucho tiempo (casi una hora)a saludar a la gente, a su gente, a su pueblo. Y mientras recorre, en papamóvil, los pasillos de la Plaza de San Pedro, besa a los nilos, bendice, interactúa con todos, lanza sus ya clásicos gestos de alegría y escucha todo tipo de frases y alusiones. Desde los nombres de los países a frases sobre el fútbol y, sobre todo, vivas al Papa, a Francisco, al padre Jorge.
Hoy ha subido al papamóvil, para que le acompañen en su recorrido a tres niños y se detuvo, especialmente, con una anciana, a la que le regaló un rosario.
Al final del recorrido, un grupo de refugiados de color, con su pancarta, se acercó al Papa que, al instante, decidió que le acompañasen por la escalinata y se sentasen a su lado en la tarima desde la que el Papa pronuncia su catequesis y la bendición. Un Papa rodeado de refugiados. Todo un gesto, que dice más que mil palabras. Una sorpresa más de un Francisco que no deja jamás de sorprendernos con gestos evangélicos.
Lectura del pasaje del Evangelio de Lucas sobre la curación de un leproso. «Señor, si quieres, puedes limpiarme».
Algunas frases de la catequesis del Papa
«El leproso no solo quiere ser curado, sino purificado, resanado en el cuerpo y en el corazón»
«La lepra era considerada una maldición de Dios»
«Alejados de Dios y de los hombres. Triste vida la de esta gente leprosa»
«El leproso no se resigna ni a la enfermedad ni a la exclusión»
«Esta fe es la fuerza que le permitió romper cualquier convención y buscar el encuentro con Jesús»
«Con Jesús bastan pocas palabras»
«Os haré una confidencia personal. La noche, antes de acostarme, rezo esta breve oración: ‘Señor, si quieres, puedes purificarme’. Y rezo cinco padrenuestros por las cinco llagas de Jesús, porque Jesús nos purificó con sus cinco llagas. Lo podéis hacer también vosotros en vuestras casas».
«Jesús extiende la mano y lo toca»
«Ante un pobre, a menudo no lo tocamos. Le ofrecemos la moneda, pero evitamos tocarlo y olvidamos que ése es el cuerpo de Cristo»
«Jesús nos enseña a no temer tocar al pobre y al excluido, porque en ellos está Él»
«Tocar al pobre nos limpia de nuestra hipocresía»
«Tocar a los excluidos»
«Hoy me acompañan estos chicos. Muchos piensan que fuese mejor para ellos que se quedasen en sus tierras. Pero allí sufrían tanto. Son nuestros refugiados. Pero muchos los consideran excluidos. Por favor, son nuestros hermanos»
«El cristiano no excluye a nadie».
«Pensemos en nuestras miserias»
«¡Cuántas veces las cubrimos con la hipocresía de los buenas maneras!»
«Todas las noches, antes de acostaros, decir: ‘Señor, si quieres, puedes purificarme’. Digámoslo ahora todos juntos tres veces: Señor, si quieres, puedes purificarme».
Texto completo del saludo del Papa en español
Queridos hermanos y hermanas:
La súplica que el leproso dirige a Jesús: «Señor si quieres puedes limpiarme», manifiesta el deseo profundo del hombre de una auténtica purificación que lo una a Dios y lo integre en la comunidad. Esta petición, fruto de la fe y de la confianza en Dios, encuentra la respuesta en la acción y en los gestos de Jesús, que, sintiendo compasión, se acerca, lo toca y le dice: «Quiero queda limpio».
Jesús nunca permanece indiferente a la oración hecha con humildad y con confianza y, rechazando todos los prejuicios humanos, se muestra cercano para enseñarnos que no tenemos que tener miedo de acercarnos y tocar al pobre y al excluido, porque en ellos está el mismo Cristo. La acción de Jesús no busca el sensacionalismo, sino que cura con amor nuestras heridas, modelando pacientemente nuestro corazón conforme al suyo. El gesto mesiánico Jesús culmina con la inclusión del leproso en la comunidad de los creyentes y en la vida social: así se llega a la plena curación, que además convierte al sanado en testigo y anunciador de la misericordia de Dios.
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Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Que movidos por la humildad y la confianza de la petición del leproso, nos sintamos todos necesitados de la sanación del Señor, y aprendamos a acercarnos al pobre y al excluido reconociendo en ellos al mismo Cristo. Muchas gracias.
Texto completo de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
«Señor, si quieres, puedes purificarme» (Lc 5,12): es el pedido que hemos escuchado dirigido a Jesús por parte de un leproso. Este hombre no pide solamente ser curado, sino ser «purificado», es decir sanado integralmente, en el cuerpo y en el corazón. De hecho, la lepra era considerada una forma de maldición de Dios, de impureza profunda. El leproso debía estar lejos de todos; no podía acceder al templo y a ningún servicio divino. Lejos de Dios y lejos de los hombres. Esta gente llevaba una vida triste.
No obstante esto, aquel leproso no se resignaba ni a la enfermedad, ni a las disposiciones que hacen de él un excluido. Para alcanzar a Jesús, no temía infringir la ley y entra en la ciudad – cosa que no debía hacer, le estaba prohibido -, y cuando lo encontró «se postró ante él y le rogó: Señor, si quieres, puedes purificarme» (v. 12). ¡Todo lo que este hombre considerado impuro hace y dice es expresión de su fe! Reconoce la potencia de Jesús: está seguro que tenga el poder de sanarlo y que todo dependa de su voluntad. Esta fe es la fuerza que le ha permitido romper toda convención y buscar el encuentro con Jesús y, arrodillándose delante de Él, lo llama «Señor».
La súplica del leproso muestra que cuando nos presentamos a Jesús no es necesario hacer largos discursos. Bastan pocas palabras, con tal que sean acompañadas de la plena confianza en su omnipotencia y en su bondad. Encomendarnos a la voluntad de Dios significa de hecho abandonarnos en su infinita misericordia. También yo les hare una confesión personal. En la noche, antes de ir a la cama, yo rezo esta breve oración: «Señor, si quieres, puedes purificarme». Y rezo cinco «Padre Nuestros», uno por cada llaga de Jesús, porque Jesús nos ha purificado con sus llagas. Pero si esto lo hago yo, pueden hacerlo también ustedes, en su casa, y decir: «Señor, si quieres, puedes purificarme» y pensar en las llagas de Jesús y decir un «Padre Nuestro» por cada una. Y Jesús nos escucha siempre.
Jesús es profundamente impresionado por este hombre. El Evangelio de Marco subraya que «conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: Lo quiero, queda purificado» (1,41). El gesto de Jesús acompaña sus palabras y hace más explícita la enseñanza. Contra las disposiciones de la Ley de Moisés, que prohibía acercarse a un leproso (Cfr. Lev 13,45-46), Jesús, contra la prescripción, Jesús extiende la mano e incluso lo toca. ¡Cuántas veces nosotros encontramos un pobre que viene a nuestro encuentro! Podemos ser incluso generosos, podemos tener compasión, pero generalmente no lo tocamos. Le ofrecemos la moneda, pero evitamos tocar la mano y la tiramos ahí. ¡Y olvidamos que esto es el cuerpo de Cristo!
Jesús nos enseña a no tener temor de tocar al pobre y al excluido, porque Él está en ellos. Tocar al pobre puede purificarnos de la hipocresía y hacer que nos preocupemos por su condición. Tocar a los excluidos. Hoy me acompañan aquí estos jóvenes. Muchos piensan de ellos que era mejor que se quedaran en sus tierras, pero ahí sufrían mucho. Son nuestros refugiados, pero muchos los consideran excluidos. ¡Por favor, son nuestros hermanos! El cristiano no excluye a nadie, da lugar a todos, deja venir a todos.
Después de haber curado al leproso, Jesús le ordena de no hablar con nadie, pero le dice: «Ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio» (v. 14). Esta disposición de Jesús muestra al menos tres cosas. La primera: la gracia que actúa en nosotros no busca el sensacionalismo. Generalmente esa se mueve con discreción y sin clamor. Para curar nuestras heridas y guiarnos en el camino de la santidad ella trabaja modelando pacientemente nuestro corazón según el Corazón del Señor, para así asumir siempre los pensamientos y los sentimientos.
La segunda: haciendo verificar oficialmente la sanación a los sacerdotes y celebrando un sacrificio expiatorio, el leproso es admitido en la comunidad de los creyentes y en la vida social. Su reintegración completa la curación. ¡Como había él mismo suplicado, ahora está completamente purificado! Finalmente, presentándose a los sacerdotes el leproso da a ellos testimonio acerca de Jesús y de su autoridad mesiánica. La fuerza de la compasión con la cual Jesús ha curado al leproso ha llevado la fe de este hombre a abrirse a la misión. Era un excluido, ahora es uno de nosotros.
Pensemos en nosotros, en nuestras miserias… Cada uno tiene la propia. Pensemos con sinceridad. Cuantas veces las cubrimos con la hipocresía de las «buenas maneras». Y justamente entonces es necesario estar solos, ponerse de rodillas delante de Dios y orar: «Señor, si quieres, puedes purificarme». Y háganlo, háganlo antes de ir a la cama, todas las noches. Y ahora digamos esta bella oración: «Señor, si quieres, puedes purificarme», todos juntos, tres veces. ¡Todos! «Señor, si quieres, puedes purificarme», «Señor, si quieres, puedes purificarme», «Señor, si quieres, puedes purificarme». Gracias.