"Existe también una codicia cristiana", advirtió el Papa, quien clamó, junto con Jesús, por "ser astutos como serpientes, y simples como palomas"
(Jesús Bastante).- El estafador, el corrupto, frente al administrador fiel. El Papa Francisco celebró esta mañana en la basílica de San Pedro una misa por el 200 aniversario de los Cuerpos de la Gendarmería vaticana, a quienes agradeció su «defensa de la honestidad», desde la «cercanía y la ternura», frente a las constantes tentaciones, y la corrupción, «que arrasa con todo».
Y contrapuso su ejemplo al de los estafadores y defraudadores, como Jesús hizo en el Evangelio de hoy. No hay exceso de «administradores fieles» en un mundo, como el actual, consumido por «la corrupción, que arrasa con todo y se infiltra en todas partes». También, como apuntó el Papa, en la propia Iglesia.
Frente a ello, Jesús es claro: «No podéis servir a Dios y al dinero». En su homilía, Francisco denunció a los estafadores, «cuyo único Dios es el dinero, y su trabajo exprimir a los pobres, a los indigentes, hasta que se convierten en sus esclavos». Un tipo humano «que se repite en cada época, aunque hoy hay muchos».
También, lamentó, existe la figura del «defraudador». «Su método es hacer trampa, robar a su patrón». Una tarea que no realiza «de un día para otro. No, poco a poco va llegando a la corrupción». En la parábola, el patrón «castiga al administrador deshonesto por su codicia, que hace mucho mal». «Existe también una codicia cristiana», advirtió el Papa, quien clamó, junto con Jesús, por «ser astutos como serpientes, y simples como palomas».
«Hoy hay tantos defraudadores, estafadores, corruptos... Me disgusta ver cómo la corrupción arrasa con todo, se infiltra en todas partes», improvisó Francisco.
Frente a ellos, el hombre fiel, «el que sigue a Jesús. Un hombre de oración, que reza por los otros y confía en el poder de la oración por los demás y por sí mismo y lleva una vida dedicada. El hombre fiel puede caminar entre nosotros». «Un hombre -destacó- que ha sido fiel en las cosas pequeñas, y también en las grandes».
«La Palabra de Dios nos conduce a una certeza final: nadie puede servir a dos patrones, porque odiará a uno y amará a otro, o se acercará a uno y despreciará al otro. Los corruptos aman la corrupción, y odian la honestidad», denunció el Papa, quien apuntó contra los que arman «sus acuerdos en secreto, y lo peor es que creen que son honestos. Aman el dinero, las riquezas, hacen de las riquezas un ídolo. No les importan los pobres».
De ahí surgen algunas de las grandes violencias de la Humanidad, como «la gran industria del trabajo esclavo», como subrayó Bergoglio. «Hoy, en el mundo, el trabajo esclavo es un estilo de vida».
Dirigiéndose a los miembros de la Gendarmería, Francisco les agradeció sus «200 años de servicio contra el delito, contra los estafadores», defendiendo «la honestidad, que tantas veces sale malparada».
El Papa concluyó su homilía agradeciendo la vocación de servicio de este equipo, «luchando con las tentaciones. Me siento orgulloso de saber que vuestro estilo es decir ‘No, en esto no entro’. Os agradezco vuestro servicio de dos siglos, y quiero que la sociedad, el Estado, que la Ciudad del Vaticano, que la Santa Sede, del último al máximo, reconozcamos vuestro servicio. Un servicio que custodia, que intenta no sólo que las cosas vayan bien, sino que se hagan con caridad y ternura, aun arriesgando la propia vida».
Homilía del Papa:
Las lecturas bíblicas de este domingo nos presentan tres tipos de personas: el explotador, el estafador y el hombre fiel.
El explotador es aquel del que nos habla el profeta Amós en la primera lectura (cf. 8.4 a 7): se trata de una persona enfocada en una forma maniaca de ganancia, hasta el punto de sentir fastidio e impaciencia en relación a los días litúrgicos de descanso, porque rompen el ritmo frenético del comercio. Su única deidad es el dinero, y su actuar está dominado por el fraude y la explotación. A expensas principalmente de los pobres e indigentes, esclavizados, cuyo precio es igual al de un par de sandalias (v. 6). Por desgracia, es un tipo humano que se encuentra en toda época, también hoy hay tantos.
El estafador es el hombre que no tiene fidelidad. Su método es cometer fraude. De él nos habla el Evangelio con la parábola del administrador deshonesto (cf. Lc 16.1 a 8). ¿Cómo llegó este administrador al punto de engañar, de robar a su señor? ¿De un día para otro? No. Gradualmente. Tal vez un día dando una propina aquí, el otro día una alícuota allá, y así poco a poco se llega a la corrupción. En la parábola, el hombre rico alaba al administrador deshonesto por su astucia. Pero ésta es una astucia mundana y fuertemente pecaminosa y que hace tanto mal. Existe, en cambio, una astucia cristiana, de hacer las cosas con prudencia, pero no con el espíritu del mundo: hacer las cosas honestamente. Y esto es bueno. Es lo que dice Jesús cuando invita a ser astutos como serpientes y sencillos como palomas: poner juntas estas dos dimensiones es una gracia del Espíritu Santo, una gracia que debemos pedir. También hoy hay muchos de estos estafadores, corruptos… a mí me impacta ver cómo la corrupción ha invadido todos los lugares.
El tercero es el hombre fiel. El perfil del hombre fiel lo podemos encontrar en la segunda lectura (cf. 1 Tim 2.1 a 8). Él es, de hecho, aquel que sigue a Jesús, que se entregó para salvar a todos, quien dio su testimonio de acuerdo con la voluntad del Padre (cf. vv. 5-6). El hombre fiel es un hombre de oración, en el doble sentido de que reza por los demás y confía en la oración de los demás por él, para «que podamos vivir tranquilos y serenos, con toda piedad y dignidad» (v. 2). El hombre fiel puede caminar con la cabeza alta.
También el Evangelio nos habla del hombre fiel: uno que sabe cómo ser fiel tanto en las cosas pequeñas como en las grandes (cf. Lc 16,10).
La Palabra de Dios nos lleva a una elección final: «Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No puede servir a Dios y al Dinero» (Lc 16,13). El estafador ama el fraude y odia la honestidad. El estafador ama los sobornos, los acuerdos oscuros, los acuerdos que se hacen en la oscuridad. Y lo peor de todo es que él cree que es honesto. El estafador ama el dinero, ama las riquezas: las riquezas son un ídolo. A él no le importa – como dice el profeta – pisotear a los pobres. Son aquellos que tienen las grandes «industrias del trabajo esclavo». Y hoy en el mundo, el trabajo esclavo es un estilo con el que hay que lidiar. Queridos hermanos, ustedes que hoy celebran su trabajo, ¿cuál es su trabajo? Ustedes hoy celebran los 200 años de servicio contra la estafa, contra los estafadores, contra los explotadores.
Con las palabras de San Pablo podemos decir: «Que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad» (1 Tm 2,4). Su tarea es la de evitar que se cometan las cosas feas como las del explotador y el estafador. Su tarea es defender y promover la honestidad, tantas veces mal pagada. Yo les agradezco por su vocación; les agradezco por el trabajo que realizan. Sé que muchas veces deben luchar contra las tentaciones de aquellos que quieren comprarlos, y me siento orgulloso de saber que vuestro estilo es decir: «No, yo no tengo que ver con esto». Les agradezco por este servicio de dos siglos y deseo para todos ustedes que la sociedad del Estado del Vaticano, que la Santa Sede, del último al primero, reconozcan su servicio, un servicio que custodia, un servicio que busca no sólo que las cosas vayan bien, sino hacerlas con caridad, con ternura, y también arriesgando la propia vida. Que el Señor los bendiga por todo esto. Gracias.