El Papa Francisco concluyó su mensaje encomendando a la Virgen María, la Tota Pulchra, la verdadera centella de la belleza de Dios, que brilla con su materna protección sobre nuestro camino cotidiano
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(J. Bastante/RV).- «Los artistas son testigos de esperanza para la humanidad, por ello los invito a cuidar de la belleza, y la belleza sanará tantas heridas del alma y del corazón del hombre de nuestro tiempo». El Papa, a través del cardenal Parolin, saludó a los miembros de las Academias Pontificias.
En el discurso, Francisco incidió en que las iglesias, «especialmente si surgen en contextos periféricos son ‘oasis de belleza’ y de acogida, a pesar de su simplicidad, favoreciendo el encuentro con Dios para un desarrollo armonioso de la comunidad».
En este contexto, los artistas, «especialmente aquellos que son creyentes», tienen una tarea importante: «realizar la obra de arte que, por medio del lenguaje de la belleza, llevan una chispa de esperanza allí donde las personas parecen rendirse a la indiferencia y a la maldad«.
El Obispo de Roma pide a los arquitectos y pintores, escultores y músicos, fotógrafos y poetas, artistas de cada disciplina, hacer brillar la belleza, «sobre todo allí donde la oscuridad domina lo cotidiano».
En el documento, el Papa Francisco alienta a sostener a los jóvenes que se empeñan en ofrecer un valido aporte a la humanidad. Refiriéndose al premio de las Academias Pontificias, que en esta edición fue otorgada a la Doctora Chiara Bertoglio, por su investigación en el campo musical y literario y por su actividad musical, y al Doctor Claudio Cianfaglioni por su investigación poética y por el estudios de algunas significativas figuras poeticas y literarias de nuestro tiempo.
La medalla del Pontificado fue concedido al Doctor Michele Vannelli, maestro de la Capilla de la Basílica de San Petronio de Bolonia y al señor Francesco Lorenzi, compositor y fundador del grupo musical The Sun.
El Papa Francisco concluyó su mensaje encomendando a la Virgen María, la Tota Pulchra, la verdadera centella de la belleza de Dios, que brilla con su materna protección sobre nuestro camino cotidiano.