Viste algunas manchas en tu conciencia y te equivocaste, porque creíste que el confesionario era una tintorería para sacar las manchas. Fuiste incapaz de avergonzarte de tus pecados
(Jesús Bastante/RV).- «Si el Señor me ha perdonado tanto, ¿quién soy yo para no perdonar?«. Esta ha sido la tesis del Papa Francisco durante su homilía en la misa de Santa Marta, en la que ha incidido en la importancia de perdonar, al tiempo que advirtió de la «hipocresía de robar un falso perdón en el confesionario».
A la vez, esta mañana se anunció que uno de los puntos fuertes del inminente viaje de Francisco a Milán (este sábado) será su visita a la cárcel de San Vittore, de Milán, en la que mantendrá un encuentro personal con los 400 reclusos, comerá con un centenar e, incluso, ha pedido poder «echarse la siesta» en la habitación del capellán. Y es que el perdón, que no está reñido con la justicia, tiene mucho que ver con la misericordia, la cercanía, y el tratar de ponerse en el lugar del otro.
Así, Francisco ha pedido que no sea una visita formal, sino que sea un momento para poder conversar con los detenidos y pidió saludarlos «uno por uno», según anunció en un encuentro con la prensa el responsable de comunicación de la visita, Davide Milani.
Además del almuerzo, Francisco se encontrará con el resto de los casi 400 reclusos en el patio de la prisión, donde recibirá sus cartas y regalos y entrará en algunas celdas, en la primera visita de un Pontífice a la cárcel milanesa, en funcionamiento desde 1879.
Durante la misa de hoy, el Papa recalcó que el perdón es «la gran obra de la misericordia de Dios». Una misericordia cuyo primer paso «es la vergüenza de los propios pecados, una «gracia» que no podemos obtener solos». El «pueblo de Dios» triste y humillado, es capaz de probar esta gracia, tal como narra el Profeta Daniel en la Primera Lectura. Mientras el protagonista del Evangelio no logra hacerlo: se trata del siervo perdonado por su patrón a pesar de sus grandes deudas, pero que, a su vez, es incapaz de perdonar a sus deudores. «No entendió el misterio del perdón», subrayó Bergoglio.
«Si yo pregunto: ‘¿Pero todos ustedes son pecadores?’. -‘Sí, padre, todos’. -‘¿Y para obtener el perdón de los pecados? -‘Nos confesamos’. -‘¿Y cómo vas a confesarte?’. – ‘Bueno, yo voy, digo mis pecados, el sacerdote me perdona, me dice que rece tres Avemarías y después vuelvo en paz’. ¡Tú no has entendido! Tú sólo fuiste al confesionario a realizar una operación bancaria, a hacer un trámite de oficina. Tú no fuiste avergonzado allí por lo que hiciste. Viste algunas manchas en tu conciencia y te equivocaste, porque creíste que el confesionario era una tintorería para sacar las manchas. Fuiste incapaz de avergonzarte de tus pecados».
Por lo tanto, el perdón recibido de Dios, la «maravilla que hizo en tu corazón – prosiguió diciendo el Obispo de Roma – debe poder «entrar en la conciencia», de lo contrario, «sales, encuentras a un amigo, a una amiga, y comienzas a hablar mal de otro, y sigues pecando. Sólo puedo perdonar si me siento perdonado»:
«Si tú no tienes conciencia de ser perdonado, jamás podrás perdonar. Jamás. Siempre está esa actitud de querer hacer las cuentas con los demás. El perdón es total. Pero sólo se puede hacer cuando yo siento mi pecado, me avergüenzo, tengo vergüenza, y pido perdón a Dios, y me siento perdonado por el Padre. Y así puedo perdonar. Si no, no se puede perdonar, somos incapaces de ello. Por esto el perdón es un misterio».
El siervo, protagonista del Evangelio del día – subrayó una vez más el Santo Padre – tiene la sensación de «haberse salvado», de haber sido «astuto». En cambio, no entendió la «generosidad del patrón». Y cuántas veces – dijo Francisco – «saliendo del confesionario sentimos esto, sentimos que nos salvamos». Pero esto – aclaró – no es recibir el perdón – sino «hipocresía de robar un perdón, un perdón ficticio»:
«Pidamos hoy al Señor la gracia de entender este ‘setenta veces siete’. Pidamos la gracia de la vergüenza ante Dios. ¡Es una gran gracia! Avergonzarse de los propios pecados y así recibir el perdón y la gracia de la generosidad de darlo a los demás, porque si el Señor me ha perdonado tanto, ¿quién soy yo para no perdonar?«.