A diferencia de nosotros, hábiles en arruinar vínculos y derribar puentes, Dios permanece fiel, nunca nos deja solos, sino que camina siempre a nuestro lado, aun cuando nos olvidáramos de él
(Jesús Bastante).- Soplaba con fuerza el viento en la plaza de San Pedro. Tanto, que a punto estuvo de hacer volar el solideo de Francisco en plena alocución. Unas palabras, en buena medida improvisadas, en las que el Papa recordó la vigencia de la promesa de Jesús resucitado: «Yo estaré con vosotros hasta el final de los tiempos«, y el compromiso de los cristianos para «caminar, porque Dios Jesús caminará con nosotros«.
«Yo estaré con vosotros hasta el final del mundo». Un «anuncio profético», apuntó el Papa, que nos confirma que «Jesús caminará con nosotros, todos los días, hasta el final del mundo». Porque «Dios no es un dios apartado, es un Dios con nosotros. No es un Dios ausente, secuestrado en un cielo lejanísimo. Es un Dios apasionado por el hombre, que nos ama tiernamente y es incapaz de separarse de nosotros», recordó Francisco.
Un Dios que ha cumplido su promesa en Jesús, y que «nos acompaña siempre, aunque no lo quisiéramos», que mantiene su corazón «incandescente», aunque el nuestro pueda enfriarse. «Es el descubrimiento de ser amados y acompañados por nuestro Padre, que nunca más nos dejará solos», añadió, y que nos permite ponernos en camino. Como él mismo, que este viernes emprenderá camino hacia la bendita tierra de Egipto, masacrada por la violencia y necesitada de esperanza.
«Nuestra existencia es un peregrinaje, un camino», recordó Francisco, quien añadió que, tras la Resurrección de Jesús, «percibimos la seducción del horizonte que nos invita a explorar mundo que hasta ahora no conocíamos». «Nuestra alma es un alma migrante. La Biblia está llena de peregrinos. La vocación de Abraham comienza con el mandato de partir de su tierra».
Y es que «no seremos hombres y mujeres maduros si no encontramos el horizonte», clamó el Papa, quien recordó, de nuevo, que «somos un pueblo de caminantes». «En su camino en el mundo, el hombre ya no está solo, sobre todo el cristiano, no se siente abandonado, porque Jesús no sólo nos espera al final del camino, sino que nos acompaña en cada uno de nuestros días».
¿Hasta cuándo? «El Evangelio no deja lugar a dudas: Hasta el final de los tiempos. La palabra de Dios es más grande que todo, y no pasará. Él será Dios con nosotros, Dios Jesús que camina con nosotros», explicó.
«No habrá un día de nuestra vida en el que dejaremos de ser una preocupación para el corazón de Dios. Dios se preocupa con nosotros, y camina con nosotros. ¿Y por qué? Simplemente, porque nos ama. ¿Entendido? Nos ama, te ama«, gritó, entre el aplauso de la multitud. Pese al frío, decenas de miles de fieles llenaban la plaza de San Pedro. Esa mayoría, cada vez menos silenciosa, que continúa apoyando al Papa Francisco y a sus reformas, ante las críticas de los más «dudosos».
«Dios no nos abandonará en el tiempo de la prueba o las dudas», añadió Francisco, quien recalcó que ese sentimiento es la providencia. «El amor de Dios con nosotros se llama la providencia de Dios. El provee nuestra vida».
En este punto, el Papa reflexionó sobre una imagen «que me gusta mucho». La del ancla, pues «la esperanza cristiana hunde sus raíces no en el atractivo del futuro, sino en la seguridad de lo que Dios nos ha prometido, y ha realizado en Jesucristo. Si nos ha garantizado no abandonarnos jamás, es el comienzo de una vocación. El estará siempre con nosotros, ¿por qué temer?»
«El ancla es el instrumento de los navegantes para acercar el barco al puerto. Nuestra fe, el ancla está en el cielo«, explicó Bergoglio. «Tenemos que agarrarnos a la cuerda, e ir caminando hacia adelante. Estamos seguros de que nuestra vida es como un ancla que está en el cielo, pues es arriba donde llegaremos».
Pese a los impedimentos de un mundo que «se muestra refractario a las leyes del amor, prefiere las leyes del egoísmo. Pero si sobrevive en nosotros la certeza de que Dios no nos abandona, de que Dios nos acompaña, se muta la perspectiva».
«La promesa de Jesús: yo estaré con vosotros en pie, con esperanza, confiando en que Dios va a realizar aquello que humanamente parece imposible, porque nuestra ancla está sobre el cielo», recordó. Y por eso, «el pueblo de Dios camina erguido en la esperanza, sabiendo que el amor de Dios le ha precedido». Y, porque, «la victoria de Cristo resucitado es la victoria del amor».
Texto completo de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
«Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Estas últimas palabras del Evangelio de Mateo evocan el anuncio profético que encontramos al inicio: «A Él le pondrán el nombre de Emanuel, que significa: Dios con nosotros» (Mt 1,23; Cfr. Is 7,14). Dios estará con nosotros, todos los días, hasta el fin del mundo. Jesús caminará con nosotros: todos los días, hasta el fin del mundo. Todo el Evangelio esta contenido entre estas dos citas, palabras que comunican el misterio de Dios cuyo nombre, cuya identidad es estar-con: no es un Dios aislado, es un Dios-con nosotros, en particular con nosotros, es decir, con la creatura humana. Nuestro Dios no es un Dios ausente, secuestrado en un cielo lejano; es en cambio un Dios «apasionado» por el hombre, así tiernamente amante de ser incapaz de separarse de él. Nosotros humanos somos hábiles en arruinar vínculos y derribar puentes. Él en cambio no. Si nuestro corazón se enfría, el suyo permanece siempre incandescente. Nuestro Dios nos acompaña siempre, incluso si por desgracia nosotros nos olvidáramos de Él. En el punto que divide la incredulidad de la fe, es decisivo el descubrimiento de ser amados y acompañados por nuestro Padre, de no haber sido jamás abandonados por Él.
Nuestra existencia es una peregrinación, un camino. A pesar de que muchos son movidos por una esperanza simplemente humana, perciben la seducción del horizonte, que los impulsa a explorar mundos que todavía no conocen. Nuestra alma es un alma migrante. La Biblia está llena de historias de peregrinos y viajeros. La vocación de Abraham comienza con este mandato: «Deja tu tierra» (Gen 12,1). Y el patriarca deja ese pedazo de mundo que conocía bien y que era una de las cunas de la civilización de su tiempo. Todo conspiraba contra la sensatez de aquel viaje. Y a pesar de ello, Abraham parte. No se convierte en hombres y mujeres maduros si no se percibe la atracción del horizonte: aquel límite entre el cielo y la tierra que pide ser alcanzado por un pueblo de caminantes.
En su camino en el mundo, el hombre no está jamás sólo. Sobre todo el cristiano no se siente jamás abandonado, porque Jesús nos asegura que no nos espera sólo al final de nuestro largo viaje, sino nos acompaña en cada uno de nuestros días.
¿Hasta cuándo perdurará el cuidado de Dios en relación al hombre? ¿Hasta cuándo el Señor Jesús, caminará con nosotros, hasta cuándo cuidará de nosotros? La respuesta del Evangelio no deja espacio a la duda: ¡hasta el fin del mundo! Pasaran los cielos, pasará la tierra, serán canceladas las esperanzas humanas, pero la Palabra de Dios es más grande de todo y no pasará. Y Él será el Dios con nosotros, el Dios Jesús que camina con nosotros. No existirá un día de nuestra vida en el cual cesaremos de ser una preocupación para el corazón de Dios. Pero alguno podría decir: «¿Qué cosa esta diciendo usted?». Digo esto: no existirá un día de nuestra vida en el cual cesaremos de ser una preocupación para el corazón de Dios. Él se preocupa por nosotros, y camina con nosotros, y ¿Por qué hace esto? Simplemente porque nos ama. ¿Entendido? ¡Nos ama! Y Dios seguramente proveerá a todas nuestras necesidades, no nos abandonará en el tiempo de la prueba y de la oscuridad. Esta certeza pide hacer su nido en nuestra alma para no apagarse jamás. Alguno la llama con el nombre de «Providencia». Es decir, la cercanía de Dios, el amor de Dios, el caminar de Dios con nosotros se llama también «Providencia de Dios»: Él provee nuestra vida».
No es casual que entre los símbolos cristianos de la esperanza existe uno que a mí me gusta tanto: es el ancla. Ella expresa que nuestra esperanza no es banal; no se debe confundir con el sentimiento mutable de quien quiere mejorar las cosas de este mundo de manera utópica, haciendo, contando sólo en su propia fuerza de voluntad. La esperanza cristiana, de hecho, encuentra su raíz no en lo atractivo del futuro, sino en la seguridad de lo que Dios nos ha prometido y ha realizado en Jesucristo. Si Él nos ha garantizado que no nos abandonará jamás, si el inicio de toda vocación es un «Sígueme», con el cual Él nos asegura de quedarse siempre delante de nosotros, entonces ¿Por qué temer? Con esta promesa, los cristianos pueden caminar donde sea. También atravesando porciones de mundo herido, donde las cosas no van bien, nosotros estamos entre aquellos que también ahí continuamos esperando. Dice el salmo: «Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo» (Sal 23,4). Es justamente donde abunda la oscuridad que se necesita tener encendida una luz. Volvamos al ancla: el ancla es aquello que los navegantes, ese instrumento, que lanzan al mar y luego se sujetan a la cuerda para acercar la barca, la barca a la orilla. Nuestra fe es el ancla del cielo. Nosotros tenemos nuestra vida anclada al cielo. ¿Qué cosa debemos hacer? Sujetarnos a la cuerda: está siempre ahí. Y vamos adelante porque estamos seguros que nuestra vida es como un ancla que está en el cielo, en esa orilla a dónde llegaremos.
Cierto, si confiáramos solo en nuestras fuerzas, tendríamos razón de sentirnos desilusionados y derrotados, porque el mundo muchas veces se muestra contrario a las leyes del amor. Prefiere muchas veces, las leyes del egoísmo. Pero si sobrevive en nosotros la certeza de que Dios no nos abandona, de que Dios nos ama tiernamente y a este mundo, entonces en seguida cambia la perspectiva. «Homo viator, spe erectus», decían los antiguos. A lo largo el camino, la promesa de Jesús «Yo estoy con ustedes» nos hace estar de pie, erguidos, con esperanza, confiando que el Dios bueno está ya trabajando para realizar lo que humanamente parece imposible, porque el ancla está en la orilla del cielo.
El santo pueblo fiel de Dios es gente que está de pie – «homo viator» – y camina, pero de pie, «erectus», y camina en la esperanza. Y a donde quiera que va, sabe que el amor de Dios lo ha precedido: no existe una parte en el mundo que escape a la victoria de Cristo Resucitado. ¿Y cuál es la victoria de Cristo Resucitado? La victoria del amor. Gracias.
Saludo del Papa en castellano:
Queridos hermanos y hermanas:
Las palabras del Evangelio de san Mateo que acabamos de escuchar nos aseguran que nuestro Dios es un Dios cercano, que camina a nuestro lado. No es un Dios lejano e indiferente, sino lleno de amor y de ternura por cada hombre y mujer. A diferencia de nosotros, hábiles en arruinar vínculos y derribar puentes, Dios permanece fiel, nunca nos deja solos, sino que camina siempre a nuestro lado, aun cuando nos olvidáramos de él.
La existencia de todo ser humano es un camino, una peregrinación. La Sagrada Escritura está llena de historias de peregrinos y viajeros, como la de Abrahán que, siguiendo la voz del Señor, abandonó su tierra para ir al encuentro de Dios. En el camino de la vida nadie está solo, y para nosotros los cristianos, esta certeza es aún más fuerte, pues las palabras de Jesús: «Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo», nos aseguran que él nos cuida y nos acompaña siempre.
Entre los símbolos cristianos de la esperanza está el ancla, que evidencia cómo la esperanza cristiana no sea un sentimiento indefinido que quisiera mejorar el mundo con la propia fuerza de voluntad, sino la seguridad en lo que Dios nos ha prometido y realizado en Jesús.
***
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Que en este tiempo pascual la contemplación de Jesús resucitado, que ha vencido a la muerte y vive para siempre, nos ayude a sentirnos acompañados por su amor y por su presencia vivificante, aún en los momentos más difíciles de nuestra vida. Que Dios los bendiga.