La única arma del cristiano es el Evangelio, especialmente en tiempos de dificultad. La persecución no es una contradicción del Evangelio, no va aparte. Si han perseguido a nuestro Maestro, ¿cómo podemos esperar otra cosa?
(Jesús Bastante).- «Los cristianos aman, pero no siempre son amados. De un modo más o menos fuerte, la confesión de la fe se lleva a cabo en un clima de hostilidad. Los cristianos son hombres y mujeres contra corriente». El Papa Francisco destacó esta mañana, durante la Audiencia General, la «fortaleza» de los mártires, y reivindicó la humildad y la pobreza como armas del seguidor de Jesús, pues «para luchar contra el mal, no se pueden usar los métodos del mal«.
Día plomizo en Roma. Las nubes y el viento se alternan con las risas, los aplausos y el tañido de los tambores que reciben al Papa en la plaza de San Pedro. En una semana especial, en la que se celebra el «Día del Papa», los 25 años de la ordenación episcopal de Bergoglio y, esta tarde, un nuevo consistorio en el que cinco nuevos obispos recibirán la púrpura cardenalicia. Entre ellos, el arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, presente en la audiencia de hoy.
La reflexión papal giró en torno al pasaje del evangelio de Mateo que habla de los apóstoles sagaces como serpientes y sencillos como palomas. Un pasaje ciertamente controvertido, pues habla de la desconfianza, la traición y el odio en nombre de Jesús, pero también de la perseverancia de la fe.
Así, Bergoglio reivindicó la «fortaleza de la fe cristiana» como una «fortaleza del martirio». En el Evangelio, Jesús advierte a los apóstoles que «el anuncio del Reino de Dios comporta siempre una oposición». «Seréis odiados, odiados, por todos», recordó.
«Es normal, porque el mundo ha enseñado el pecado, que se manifiesta en el egoísmo y la injusticia, y Cristo camina en la dirección contraria«, apuntó Francisco. Frente a ello, y «por fidelidad a la lógica del Reino de Dios, que es una lógica de esperanza», un nuevo estilo, basado en las indicaciones de Jesús.
«La primera indicación es la pobreza», recalcó. Y es que cuando Jesús invita a los apóstoles a la misión, lo hace con los bolsillos vacíos. «Un cristiano que no sea humilde y pobre, apartado del poder, no se parece a Jesús. Un cristiano va por el mundo con lo esencial en el camino, pero con el corazón lleno de amor», incidió.
Del mismo modo, Francisco advirtió de la «tentación de la venganza o la violencia, respondiendo al mal con el mal». «Deben ser prudente y astutos, pero jamás violentos. Para luchar contra el mal no se puede usar los métodos del mal».
«La única arma del cristiano es el Evangelio, especialmente en tiempos de dificultad. La persecución no es una contradicción del Evangelio, no va aparte. Si han perseguido a nuestro Maestro, ¿cómo podemos esperar otra cosa?», recordó el Papa, quien animó a los cristianos a «no perder la esperanza», pues «Dios conoce todos los pelos de nuestra cabeza»
Así, animó a los cristianos a «no ser perseguidores, sino perseguidos. No arrogantes. No vendedores de humo, sino seguidores de la verdad. No impostores, sino honestos». Y, al tiempo, llamó a «la fidelidad al estilo de Jesús, que es un estilo de esperanza», y recordó cómo los primeros cristianos llamaban a esta fidelidad «con un nombre bellísimo, martirio, es decir, testimonio».
«Los mártires no viven para sí, no combaten para afirmar sus propias ideas, sino que aceptan morir solo por la fidelidad al Evangelio. Por eso, no se puede utilizar la palabra mártir para referirse a los que cometen atentados suicidas, porque en su conducta no se halla esa manifestación de amor a Dios y al prójimo que es propia del testigo de Cristo», recordó Francisco.
Texto completo de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy reflexionamos sobre la esperanza cristiana como fuerza de los mártires. Cuando, en el Evangelio, Jesús envía a sus discípulos en misión, no los ilusiona con quimeras de fácil suceso; al contrario, les advierte claramente que el anuncio del Reino de Dios implica siempre una oposición. Y usa incluso una expresión extrema: «Serán odiados – odiados – por todos a causa de mi Nombre» (Mt 10,22). Los cristianos aman, pero no siempre son amados. Desde el inicio Jesús nos pone ante esta realidad: en una medida más o menos fuerte, la confesión de la fe se da en un clima de hostilidad.
Los cristianos son pues hombres y mujeres «contracorriente». Es normal: porque el mundo está marcado por el pecado, que se manifiesta en diversas formas de egoísmo y de injusticia, quien sigue a Cristo camina en dirección contraria. No por un espíritu polémico, sino por fidelidad a la lógica del Reino de Dios, que es una lógica de esperanza, y se traduce en el estilo de vida basado en las indicaciones de Jesús.
Y la primera indicación es la pobreza. Cuando Jesús envía a sus discípulos en misión, parece que pone más atención en el «despojarlos» que en el «vestirlos». De hecho, un cristiano que no es humilde y pobre, desapegado de las riquezas y del poder y sobre todo desapegado de sí, no se asemeja a Jesús. El cristiano recorre su camino en este mundo con lo esencial para el camino, pero con el corazón lleno de amor. La verdadera derrota para él o para ella es caer en la tentación de la venganza y de la violencia, respondiendo al mal con el mal. Jesús nos dice: «Yo los envío como a ovejas en medio de lobos» (Mt 10,16). Por lo tanto, sin fauces, sin garras, sin armas. El cristiano mejor dicho deberá ser prudente, a veces también astuto: estas son virtudes aceptadas por la lógica evangélica. Pero la violencia jamás. Para derrotar al mal, no se puede compartir los métodos del mal.
La única fuerza del cristiano es el Evangelio. En los momentos de dificultad, se debe creer que Jesús está delante de nosotros, y no cesa de acompañar a sus discípulos. La persecución no es una contradicción al Evangelio, sino que forma parte de este: si han perseguido a nuestro Maestro, ¿Cómo podemos esperar que nos sea eximida la lucha? Pero, al centro de la tormenta, el cristiano no debe perder la esperanza, pensando de haber sido abandonado. Jesús conforta a los suyos diciendo: «Ustedes tienen contados todos sus cabellos» (Mt 10,30). Para decir que ningún sufrimiento del hombre, ni siquiera el más pequeño y escondido, es invisible a los ojos de Dios. Dios ve, y seguramente protege; y donará su rescate. De hecho, existe en medio de nosotros Alguien que es más fuerte que el mal, más fuerte que las mafias, que los oscuros engaños, de quien lucra sobre la piel de los desesperados, de quien aplasta a los demás con prepotencia… Alguien que escucha desde siempre la voz de la sangre de Abel que grita desde la tierra.
Los cristianos deben pues encontrarse siempre del «otro lado» del mundo, aquel elegido por Dios: no perseguidores, sino perseguidos; no arrogantes, sino humildes; no vendedores de humo, sino subyugados a la verdad; no impostores, sino honestos.
Esta fidelidad al estilo de Jesús – que es un estilo de esperanza – hasta la muerte, será llamada por los primeros cristianos con un nombre bellísimo: «martirio», que significa «testimonio». Habían tantas otras posibilidades, ofrecidas por el vocabulario: se podía llamar heroísmo, abnegación, sacrificio de sí. En cambio, los cristianos de los primeros tiempos los han llamado con un nombre que perfuma de discipulado. Los mártires no viven para sí, no combaten para afirmar sus propias ideas, y aceptan deber morir sólo por fidelidad al Evangelio. El martirio no es ni siquiera el ideal supremo de la vida cristiana, porque sobre ello está la caridad, es decir, el amor hacia Dios y hacia el prójimo. Lo dice bien el Apóstol Pablo en el himno a la caridad, es decir el amor hacia Dios y hacia el prójimo. Lo dice bien el Apóstol Pablo en el himno a la caridad: «Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada» (1Cor 13,3). Disgusta a los cristianos la idea que los terroristas suicidas puedan ser llamados «mártires»: no hay nada en su fin que pueda asemejarse a la actitud de los hijos de Dios.
A veces, leyendo las historias de tantos mártires de ayer y hoy – que son más de los mártires de los primeros tiempos -, nos quedamos sorprendidos ante la fortaleza con la cual han enfrentado la prueba. Esta fortaleza es signo de la gran esperanza que los animaba: la esperanza cierta que nada y nadie los podía separar del amor de Dios donado en Jesucristo (Cfr. Rom 8,38-39).
Que Dios nos done siempre la fuerza de ser sus testigos. Nos done vivir la esperanza cristiana sobre todo en el martirio escondido de hacer bien y con amor nuestros deberes de cada día. Gracias.
Saludo del Papa en castellano:
Queridos hermanos y hermanas
Hoy reflexionamos sobre la esperanza cristiana como fuerza de los mártires. Jesús advierte a sus discípulos que serán odiados por seguirle. Los cristianos son hombres y mujeres «contracorriente», que siguen la lógica del Evangelio, que es la lógica de la esperanza. Esto se traduce en un estilo de vida concreto: deben vivir la pobreza, recorriendo su camino con lo esencial, y con el corazón lleno de amor; deben ser prudentes y a la vez astutos; pero jamás violentos. El mal no se puede combatir con el mal.
La única fuerza del cristiano es el Evangelio. En el momento de la prueba el cristiano no puede perder la esperanza, porque Jesús está con nosotros; él ha vencido el mal y nos acompaña en todas las circunstancias que nos toca vivir.
Desde los primeros cristianos, se ha denominado la fidelidad a Jesús con la palabra «martirio», es decir, testimonio. Los mártires no viven para sí, no combaten para afirmar sus propias ideas, sino que aceptan morir solo por la fidelidad al Evangelio. Por eso, no se puede utilizar la palabra mártir para referirse a los que cometen atentados suicidas, porque en su conducta no se halla esa manifestación de amor a Dios y al prójimo que es propia del testigo de Cristo.
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Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica.
Mañana celebraremos la solemnidad de los apóstoles san Pedro y san Pablo, que dieron su vida por amor a Cristo. Pidamos a Dios por su intercesión que nos concesa el don de la fortaleza para seguirle y ser sus testigos viviendo la esperanza cristiana, sobre todo en ese martirio continuo y escondido de hacer bien y con amor nuestras obligaciones de cada día.
Muchas gracias.