Si tú dejas todo por Jesús, la gente reconoce en ti al Señor, y te ayuda a convertirte cada día a Él, a renovarte y purificarte, y a superar las tentacione
(Jesús Bastante).- La difícil situación que se vive en Venezuela, y que ya se ha cobrado casi un centenar de víctimas, es uno de los temas que más preocupan al Papa Francisco. Así quedó patente al término del rezo del Angelus, cuando Bergoglio clamó por «una salida pacíica y democrática a la crisis que se vive» en el país.
En su saludo, el Papa recordó que el próximo 5 de julio se celebra la fiesta de la independencia de Venezuela. «Aseguro mi oración por esta querida nación, y quiero expresar mi cercanía a las familias que han perdido a sus hijos en las manifestaciones en las plazas».
Al tiempo, Francisco reclamó «que se ponga fin a la violencia y se encuentre una salida pacífica y democrática a la crisis«. Al tiempo, pidió a los fieles rezar un Ave María a la Virgen de Coromoto, patrona del país, «para que interceda por Venezuela».
Antes, durante su reflexión previa al rezo del Angelus, el Papa invitó a ser «misioneros libres y gozosos del Evangelio: amar a Jesús, separándose de sí mismos, dando un nuevo significado a los lazos familiares, a partir de la fe en Cristo».
Reflexionando sobre la liturgia del día, que presenta el discurso misionero de Jesús del Evangelio de Mateo, el Papa ilustró el pedido que Jesús hace a sus discípulos, es decir, aquel de tener una relación prioritaria con el Maestro. Esto – explicó el Papa – porque es necesario que la gente pueda percibir que para aquel discípulo, Jesús es verdaderamente «el Señor», el centro y el todo de la vida, y para ello es importante que el discípulo, aun con sus límitaciones y errores, sea honesto consigo mismo y con los demás.
Francisco se centró en dos aspectos esenciales para la vida del discípulo misionero: el primero, «que su vínculo con Jesús es más fuerte que cualquier otro vínculo». El segundo, «que el misionero no lleva a sí mismo, sino a Jesús, y a través de Él, el amor del Padre Celestial».
Refiriéndose a los sacerdotes, el Papa incidio en la reciprocidad de la misión: «Si tú dejas todo por Jesús, la gente reconoce en ti al Señor, y te ayuda a convertirte cada día a Él, a renovarte y purificarte, y a superar las tentaciones». Y es que, prosiguió, «la acogida del santo pueblo fiel de Dios es aquel vaso de agua fresca, que te ayuda a ser un buen sacerdote».
Palabras del Papa en el Angelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La liturgia del día nos presenta las últimas líneas del discurso misionero del capítulo 10 del Evangelio de Mateo (cf. 10,37 a 42), con el que Jesús instruye a los doce apóstoles, en el momento en que por primera vez los envía en misión a los pueblos de Galilea y Judea. En esta parte final, Jesús subraya dos aspectos esenciales para la vida del discípulo misionero: el primero, que su vínculo con Jesús es más fuerte que cualquier otro vínculo; el segundo, que el misionero no lleva a sí mismo, sino a Jesús, y a través de Él, el amor del Padre Celestial. Estos dos aspectos están conectados, porque cuanto más Jesús está en el centro del corazón y de la vida del discípulo, más este discípulo es «transparente» a su presencia.
«El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí…» (v. 37). El afecto de un padre, la ternura de una madre, la dulce amistad entre hermanos y hermanas, todo esto, aun siendo muy bueno y legítimo, no puede ser antepuesto a Cristo. No porque Él nos quiera sin corazón y privados de reconocimiento, al contrario, sino porque la condición del discípulo exige una relación prioritaria con el Maestro. Casi se podría parafrasear el libro del Génesis: Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a Jesucristo, y serán una sola carne. (cf. Gn 2,24).
Quien se deja atraer a este vínculo de amor y de vida con el Señor Jesús, se convierte en un representante suyo, un «embajador», sobre todo con la forma de ser, de vivir. Hasta el punto que Jesús mismo, enviando a los discípulos en misión, les dice: «El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a aquel que me envió.» (Mt 10,40). Es necesario que la gente pueda percibir que para aquel discípulo, Jesús es verdaderamente «el Señor», es verdaderamente el centro, el todo de la vida. No importa si después, como toda persona humana, tiene sus limitaciones e incluso sus errores – siempre que tenga la humildad de reconocerlos -; lo importante es que no tenga el corazón doble, sino sencillo, unido; que no tenga el pie en dos zapatos, sino que sea honesto consigo mismo y con los demás.
Y aquí nuestra experiencia de sacerdotes nos enseña una cosa muy bella e importante: es precisamente esta acogida del santo pueblo fiel de Dios, es precisamente aquel «vaso de agua fresca» (v 42), dado con fe afectuosa, que te ayuda a ser un buen sacerdote. Hay una reciprocidad también en la misión: si tú dejas todo por Jesús, la gente reconoce en ti al Señor; pero al mismo tiempo te ayuda a convertirte cada día a Él, a renovarte y purificarte de los compromisos, y a superar las tentaciones.
La Virgen María ha experimentado en primera persona lo que significa amar a Jesús separándose de sí misma, dando un nuevo significado a los lazos familiares, a partir de la fe en Él. Con su materna intercesión, nos ayude a ser misioneros libres y gozosos del Evangelio.