Recemos por los difuntos, por los heridos y por sus familiares y supliquemos al Señor, Dios de misericordia y de paz, que libere el mundo de esta inhumana violencia
(José M. Vidal).- Angelus del Papa en pleno ferragosto romano. En su saludo, tras el ángelus, Francisco vuelve a referirse a los atentados de los últimos dias: «En nuestro corazón llevamos el dolor por los actos terroristas». Y pide al Señor que «libere el mundo de esta inhumana violencia».
En la plaza, algunas banderas de Venezuela y de Colombia. Un grupo de monjas con la bandera argentina. Los seminaristas del Colegio Norteamericano. Y muchos paraguas, para guarecerse del sol.
Algunas frases de la catequesis del Papa
«El Evangelio de hoy nos presenta un singula ejemplo de fe, en el encuentro de Jesús con una mujer cananea, una extranjera»
«El Señor parece no escuchar este grito de dolor»
«Pero la madre no se desanima e insiste en su invocación»
«Esto me hace pensar en la fuerza de las mujeres. Que con su fortaleza son capaces de conseguir cosas grandes»
«Podemos decir que es el amor que mueve la fe»
«La fe se convierte en el premio del amor»
«Señor, ayúdame»
«Ante tanta perseverencia, Jesús se muestra admirado ante la fe de una mujer pagana»
«Ejemplo de fe»
«Estímulo para no desanimarnos ante las duras pruebas de la vida»
«Tenemos que seguri gritando, como esta mujer: Señor, ayúdame»
«Todos necesitamos crecer en la fe»
«Importante alimentar a diario nuestra fe»
«Una fe fuerte y valiente, llena de amor, que se convierte en súplica»
Algunas frases del saludo del Papa tras el ángelus
«Queridos hermanos y hermanas, en nuestro corazón llevamos el dolor por los actos terroristas en los últimos días han causado numerosas víctimas: En Burkina Fasso, en España, en Finlandia.
Recemos por los difuntos, por los heridos y por sus familiares y supliquemos al Señor, Dios de misericordia y de paz, que libere el mundo de esta inhumana violencia»
Recemos en silencio todos juntos a María».
Texto completo de la alocución del Papa antes del rezo del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, buenos días
El Evangelio de hoy (Mt 15,21-28) nos presenta un singular ejemplo de fe en el encuentro de Jesús con una mujer cananea, un extranjera en relación a los judíos. La escena tiene lugar mientras Él está en camino hacia las ciudades de Tiro y Sidón, en el noroeste de Galilea: es allí donde la mujer implora a Jesús que sane a su hija que «sufre terriblemente por estar endemoniada» (v. 22). El Señor, en un primer momento, parece no escuchar este grito de dolor, tanto, hasta el punto de suscitar la intervención de los discípulos que interceden por ella. La aparente distancia de Jesús no desanima a esta madre, que insiste en su invocación.
La fuerza interior de esta mujer, que permite superar cada obstáculo, va buscada en su amor maternal y en la confianza en que Jesús puede atender su pedido. Podemos decir que es el amor que mueve la fe y la fe, por su parte, se convierte en el premio del amor. El amor intenso hacia su hija le induce a gritar: «¡Señor, Hijo de David, ten compasión de mí!» (V. 22). Y la fe perseverante en Jesús permite que no se desanime, ni siquiera ante su rechazo inicial; así «la mujer se acercó y, arrodillándose delante de él, le suplicó: ¡Señor, ayúdame!» (V. 25).
Al final, ante tanta perseverancia, Jesús se queda admirado, casi asombrado, por la fe de una mujer pagana. Por lo tanto, Él acepta diciendo: «»¡Mujer, qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que quieres». Y desde ese mismo momento quedó sana su hija». (v. 28). Esta humilde mujer es indicada por Jesús como un ejemplo de fe inquebrantable. Su insistencia en el invocar la intervención de Cristo es para nosotros un estímulo a no desanimarnos, a no desesperarnos cuando somos oprimidos por las duras pruebas de la vida. El Señor no se gira hacia otra parte ante nuestras necesidades, y, si a veces parece insensible a los pedidos de ayuda, es para poner a la prueba y fortalecer nuestra fe.
Este episodio evangélico nos ayuda a entender que todos necesitamos crecer en la fe y fortalecer nuestra confianza en Jesús. Él puede ayudarnos a encontrar la vía cuando hemos perdido la brújula de nuestro camino; cuando el camino no parece más plano, sino duro y difícil; cuando es agotador ser fiel a nuestros compromisos. Es importante alimentar día a día nuestra fe, con la escucha atenta de la Palabra de Dios, con la celebración de los Sacramentos, con la oración personal como «grito» hacia Él, y con actitudes concretas de caridad hacia el prójimo.
Confiémonos en el Espíritu Santo para que él nos ayude a perseverar en la fe. El Espíritu infunde audacia en los corazones de los creyentes; da a nuestra vida y a nuestro testimonio cristiano la fuerza de la convicción y de la persuasión; nos anima a vencer la incredulidad hacia Dios y la indiferencia hacia nuestros hermanos.
Que la Virgen María nos haga cada vez más conscientes de nuestra necesidad del Señor y de su Espíritu; nos obtenga una fe fuerte, llena de amor, y un amor que sepa hacerse súplica valiente a Dios.