El Papa presenta la campaña de Cáritas "Compartiendo el viaje", para acoger a inmigrantes

Francisco: «Los pobres, los mendigos, son los protagonistas de la Historia, preparan la revolución de la bondad»

Bergoglio advierte de los "enemigos de la esperanza" y pide que la Iglesia "abrace" a los refugiados

Francisco: "Los pobres, los mendigos, son los protagonistas de la Historia, preparan la revolución de la bondad"
El Papa "abraza" a los refugiados en nombre de la Iglesia

La esperanza es la virtud que empuja a todos a «compartir el viaje» de la vida, por eso no tengamos miedo a compartir el viaje, no tengamos miedo a compartir la esperanza

(Jesús Bastante).- Como la columnata de Bernini, que simboliza «la Iglesia, madre, que abraza a todos, compartiendo el viaje común», el Papa Francisco bendijo esta mañana la nueva campaña de Cáritas Internationalis que, bajo este lema, pretende volver a poner el foco en la cruda realidad de tantos inmigrantes y refugiados. A «compartir el viaje, compartir la esperanza«, como «signo de una Iglesia que quiere ser abierta, inclusiva, atrayente».

La Audiencia General de este miércoles, que volvió a atestar la plaza de San Pedro, tenía un significado especial: decenas de refugiados, solicitantes de asilos, inmigrantes de todo el mundo, se congregaban, animados por Cáritas, para defender la esperanza por un futuro mejor. El Papa, que quiso que la presentación oficial de la campaña coincidiera con este encuentro, hizo un especial llamamiento a luchar «contra los enemigos de la esperanza».

Francisco arrancó su alocución recordando el mito de la caja de Pandora, cuya apertura «liberó todos los males de la historia del mundo», pero también recuperó para la Humanidad a la esperanza. «La esperanza es lo más importante para la Humanidad. Es la esperanza la que protege la vida, la custodia y la hace crecer».

 

 

«Si los hombres no cultivan la esperanza, no encontraremos la salida de la caverna en la que se encontraba la humanidad», recalcó el Papa, quien añadió que esta virtud «es lo más divino que existe en el corazón del hombre».

Bergoglio citó a Charles Peguy para incidir en que «Dios no se preocupa tanto por la fe o la caridad de los fieles, lo que de verdad le maravilla, lo que le conmociona, es la esperanza de la gente». Y, especialmente, la de los pobres o migrantes, «en busca de un futuro mejor, que han logrado tenazmente, pese a las dificultades de este mundo, animados por la confianza en una vida más justa y serena«.

Los pobres, los humildes, los preferidos del Señor, que «caminaban movidos por la esperanza». Pues la esperanza «es la espina en el corazón del que parte dejando la casa, la tierra, a sus familiares y parientes». Y también en el corazón «de quien acoge, deseoso de encontrarse, conocerse, dialogar». Porque, recordó el Papa, es cosa de dos: «ellos, que vienen, y nosotros, que tenemos que abrir el corazón, nuestra cultura, nuestra lengua. Pero sin esperanza no se puede hacer el viaje«.

La esperanza es vital para entender la campaña de Cáritas, para quien el Papa pidió un gran aplauso. «No tengamos miedo de compartir el viaje, compartir la esperanza. La esperanza no es una virtud para gente con el estómago lleno, porque siempre los pobres son los primeros portadores de la esperanza». Y aún más: «Los pobres, los mendigos, son los protagonistas de la historia«, desde el primer momento, desde que José y María, los pastores, «en mitad de un mundo que dormía, agazapado entre pocas certezas. Allí, los humildes preparaban la revolución de la bondad». Y, como señaló Francisco, «eran ricos».

 

 

Esperanza frente a la desilusión, frente a la desidia o la falta de paciencia, que hace que los jóvenes «crean saber cómo es el mundo, y hayan cerrado la puerta a los sueños». Son, como apuntó el Papa, «los jóvenes del otoño«, que sufren «el peor obstáculo a la esperanza», la desidia, el «demonio del mediodía», la monotonía

Frente a ello, «el cristiano sabe que Dios nos ha creado para la alegría y la felicidad, y no para quedarnos en pensamientos vagos. Es importante custodiar el propio corazón, oponiéndonos a las sensaciones de infelicidad, aunque la batalla contra la angustia es particularmente dura».

Pese a todo, hay un horizonte de esperanza. «No estamos solos en el combate contra la desesperación. Si Jesús ha vencido al mundo, es capaz de vencer en nostoros todo aquello que nos oprime. Si Dios está con nosotros…. ninguno perderá la esperanza. ¡Vayamos adelante!», concluyó.

Tras sus palabras, Bergoglio saludó a los representantes de Cáritas, y volvió a destacar la belleza del lema de su campaña. «Compartiendo el viaje». «Gracias por vuestro servicio. ¡Un gran aplauso de todos!», recalcó, pues «con vuestro empeño cotidiano, recordáis que Cristo quiere que acojamos a nuestros hermanos y hermanas refugiados y emigrantes, con los brazos bien abiertos».

Porque, «cuando los brazos se abren, devienen en un abrazo sincero. Un abrazo afectuoso, un abrazo acogedor… un poco como esta columnata, que representa a la Iglesia, madre, que abraza a todos, compartiendo el viaje común». Finalmente, agradeció «a tantos representantes de la sociedad civil, empeñados en la asistencia de los refugiados, y trabajan por una nueva ley migratoria más cercana al contexto actual».

 

Texto completo de la catequesis del Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Durante este tiempo nosotros estamos hablando de la esperanza; pero hoy quisiera reflexionar con ustedes sobre los enemigos de la esperanza. Porque la esperanza tiene sus enemigos: como todo bien en este mundo, tiene sus enemigos.

Y me ha venido a la mente el antiguo mito del vaso de Pandora: la apertura del vaso desencadena tantas desgracias para la historia del mundo. Pocos, pero, recordando la última parte de la historia, que abre una rendija de luz: después de que todos los males han salido de la boca del vaso, un minúsculo don parece tomar la revancha ante todo ese mal que se difunde. Pandora, la mujer que tenía en custodia el vaso, lo entrevé al final: los griegos lo llaman elpìs, que quiere decir esperanza.

Este mito nos narra porque es tan importante para la humanidad la esperanza. No es verdad que «hasta que hay vida, hay esperanza», como se suele decir. En todo caso es al contrario: es la esperanza que tiene en pie la vida, la protege, la custodia y la hace crecer. Si los hombres no hubieran cultivado la esperanza, si no se hubieran sostenido en esta virtud, no habrían salido jamás de las cavernas, y no habrían dejado rastros en la historia del mundo. Es lo que más divino pueda existir en el corazón del hombre.

Un profeta francés – Charles Péguy – nos ha dejado páginas estupendas sobre la esperanza (Cfr. El pórtico del misterio de la segunda virtud). Él dice poéticamente que Dios no se maravilla tanto por la fe de los seres humanos, y mucho menos por su caridad; sino lo que verdaderamente lo llena de maravilla y emoción es la esperanza de la gente. «Que esos pobres hijos – escribe – vean como van las cosas y que crean que irá mejor mañana». La imagen del poeta evoca los rostros de tanta gente que ha transitado por este mundo – campesinos, pobres obreros, emigrantes en busca de un futuro mejor – que han luchado tenazmente no obstante la amargura de un hoy difícil, lleno de tantas pruebas, animado pero por la confianza que los hijos habrían tenido una vida más justa y más serena. Luchaban por sus hijos, luchaban en la esperanza.

La esperanza es el impulso en el corazón de quien parte dejando la casa, la tierra, a veces familiares y parientes – pienso en los migrantes -, para buscar una vida mejor, más digna para sí y para sus seres queridos. Y es también el impulso en el corazón de quien los acoge: el deseo de encontrarse, de conocerse, de dialogar… La esperanza es el impulso a «compartir el viaje», porque el viaje se hace de a dos: los que vienen a nuestra tierra, y nosotros que vamos hacia sus corazones, para entenderlos, para entender su cultura, su lengua. Es un viaje de a dos, pero sin esperanza ese viaje no se puede hacer. La esperanza es el impulso a compartir el viaje de la vida, como nos recuerda la Campaña de Caritas que hoy inauguramos. ¡Hermanos, no tengamos miedo de compartir el viaje! ¡No tengamos miedo! ¡No tengamos miedo de compartir la esperanza!

La esperanza no es una virtud para gente con el estómago lleno. Es por esto que, desde siempre, los pobres son los primeros portadores de la esperanza. Y en este sentido podemos decir que los pobres, también los mendigos, son los protagonistas de la Historia. Para entrar en el mundo, Dios ha necesitado de ellos: de José y de María, de los pastores de Belén. En la noche de la primera Navidad había un mundo que dormía, recostado en tantas certezas adquiridas. Pero los humildes preparaban en lo escondido la revolución de la bondad. Eran pobres de todo, alguno emergía un poco sobre el umbral de la supervivencia, pero eran ricos del bien más precioso que existe en el mundo, es decir, el deseo de cambio.

A veces, haber tenido todo de la vida es una adversidad. Piensen en un joven al cual no le han enseñado la virtud de la espera y de la paciencia, que no ha tenido que sudar para nada, que ha quemado las etapas y a veinte años «sabe ya cómo va el mundo»; la ha sido destinada la peor condena: aquella de no desear más nada. Es esta, la peor condena. Cerrar la puerta a los deseos, a los sueños. Parece un joven, en cambio está ya cayendo el otoño sobre su corazón. Son los jóvenes del otoño.

Tener un alma vacía es el peor obstáculo a la esperanza. Es un riesgo al cual nadie puede estar excluido; porque ser tentados contra la esperanza puede suceder también cuando se recorre el camino de la vida cristiana. Los monjes de la antigüedad habían denunciado uno de los peores enemigos del fervor. Decían así: ese «demonio del mediodía» que va romper una vida de empeño, justamente cuando arde en lo alto el sol. Esta tentación nos sorprende cuando menos lo esperamos: las jornadas se hacen monótonas y aburridas, ningún valor más parece merecer la fatiga. Esta actitud se llama desidia, que corroe la vida desde dentro hasta dejarla como un contenedor vacío.

Cuando esto sucede, el cristiano sabe que esa condición debe ser combatida, jamás aceptada pasivamente. Dios nos ha creado para la alegría y para la felicidad, y no para complacernos en pensamientos melancólicos. Es por esto que es importante cuidar el propio corazón, oponiéndonos a las tentaciones de infelicidad, que seguramente no provienen de Dios. Y allí donde nuestras fuerzas parecieran débiles y la batalla contra la angustia particularmente dura, podemos siempre recurrir al nombre de Jesús. Podemos repetir esa oración sencilla, del cual encontramos rastros también en los Evangelios y que se ha convertido en el fundamento de tantas tradiciones espirituales cristianas: «¡Señor Jesucristo, Hijo del Dios vivo, ten piedad de mi pecador!». Bella oración. «¡Señor Jesucristo, Hijo del Dios vivo, ten piedad de mi pecador!». Esta es una oración de esperanza, porque me dirijo a Aquel que puede abrir las puertas y resolver los problemas y hacerme ver el horizonte, el horizonte de la esperanza.

Hermanos y hermanas, no estamos solos a combatir contra la desesperación. Si Jesús ha vencido al mundo, es capaz de vencer en nosotros todo lo que se opone al bien. Si Dios está con nosotros, nadie nos robará esa virtud de la cual tenemos absolutamente necesidad para vivir. Nadie nos robará la esperanza. ¡Vayamos adelante!

 

 

Saludo del Papa en castellano:

Queridos hermanos y hermanas:
«Mientras hay vida hay esperanza», es una frase que solemos escuchar, pero yo creo que es más bien al contrario, es la esperanza la que sostiene, protege y hace crecer la vida.
Pero esta virtud tan importante tiene también importantes enemigos. Pensemos en un joven acostumbrado a recibir todo inmediatamente, a quien no se le ha enseñado la virtud de la espera y la paciencia, su alma se va vaciando de anhelos e ilusiones y esto es un obstáculo para la esperanza. Otro enemigo es la apatía, que nos hace ver los días como monótonos y aburridos. Hemos de luchar contra esto, pues Dios nos ha creado para la felicidad y no para que perdamos el tiempo en pensamientos melancólicos. La esperanza es la virtud del pobre, del campesino, del trabajador y del emigrante que se pone en camino buscando un futuro mejor, así como también la de quien está abierto a la acogida, al diálogo y al conocimiento mutuo; es la virtud que empuja a todos a «compartir el viaje» de la vida, por eso no tengamos miedo a compartir el viaje, no tengamos miedo a compartir la esperanza. Y ante las tentaciones, acudamos a Jesús, Él nunca nos abandona, y repitamos con confianza: «Señor Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí que soy pecador».
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en especial a los grupos provenientes de España y Latinoamérica.
Deseo que hoy tengamos un recuerdo en la oración por las víctimas y damnificados que deja tras de sí el huracán que en estos días ha azotado el Caribe, y en modo particular Puerto Rico. Que Dios los bendiga.

 

 

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Autor

Jesús Bastante

Escritor, periodista y maratoniano. Es subdirector de Religión Digital.

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