El Secretario de Estado pide "claridad y firmeza" ante la pederastia

Pietro Parolin tilda los abusos de niños de «sacrilegio»

Llama a "curar heridas, restaurar la justicia, prevenir delitos y formar a los educadores"

Pietro Parolin tilda los abusos de niños de "sacrilegio"
Cardenal P. Parolin

El esfuerzo que ha puesto en marcha la Iglesia debe continuar, ampliarse y profundizarse, con claridad y firmeza, para que la dignidad y los derechos de los menores sean protegidos y defendidos con mayor atención y eficacia

El secretario de Estado vaticano, el cardenal Pietro Parolin, condenó este martes los abusos sexuales a menores y afirmó que para los cristianos, además de un delito, es «un sacrilegio, una profanación de lo que es sagrado».

«Despreciar la infancia y abusar de los niños no es para los cristianos solo un delito, sino, como ha afirmado el Papa Francisco, un sacrilegio, una profanación de lo que es sagrado, de la presencia de Dios en cada ser humano», dijo Parolin.

En la apertura del congreso internacional Child Dignity in the Digital World (Dignidad del menor en el mundo digital) que se celebra hasta el 6 de octubre en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, Parolín denunció que «el abuso sexual a menores es un fenómeno inmensamente vasto y generalizado».

Admitió que, «en las últimas décadas, esta dramática realidad ha aparecido en la Iglesia católica y han surgido hechos muy graves».

A su juicio, en los últimos años «se ha ido tomando conciencia progresivamente del daño sufrido por las víctimas» y se ha trabajado «en muchas direcciones diferentes, con una amplia gama de intervenciones que deben ser implementadas para curar heridas, restaurar la justicia, prevenir delitos y formar a los educadores y a las personas que tratan con menores».

De esta manera, prosiguió, se logrará «difundir y consolidar una nueva cultura de protección de los menores, una verdadera salvaguarda, que garantice eficazmente su crecimiento en entornos sanos y seguros».

Señaló que «el esfuerzo que ha puesto en marcha la Iglesia» católica para acabar con estos abusos a menores «debe continuar, ampliarse y profundizarse, con claridad y firmeza, para que la dignidad y los derechos de los menores sean protegidos y defendidos con mayor atención y eficacia» de lo hecho en el pasado.

También hizo hincapié en el mundo digital y en los peligros que este puede suponer para los menores y criticó algunas prácticas que se llevan a cabo contra estos, como la explotación infantil, la prostitución o los trabajos clandestinos.

«En todas estas situaciones, también la horrible realidad del abuso sexual está prácticamente siempre presente, como aspecto común y consecuencia de una violencia multiforme y difusa, olvidada de cualquier respeto», apuntó.

Por ello, llamó a unir esfuerzos para «combatir eficazmente en la batalla para la protección de los menores» en el mundo actual.

(RD/Agencias)

Texto completo del discurso del cardenal Parolin

La Santa Sede y su compromiso a combatir los abusos sexuales en el mundo digital

Eminencias, Excelencias,

Padre General, señores Embajadores, Rector Magnífico, autoridades académicas,
profesores y amigos,

Agradezco el haber sido invitado para dirigirme a ustedes con motivo de la apertura de este importante Congreso y poder hacer presente el saludo y el reconocimiento del Santo Padre y de la Santa Sede por esta iniciativa, que acoge y promueve – junto con otras instancias beneméritas – una prestigiosa universidad pontificia. Saludo a todas las personalidades e instituciones que se han adherido y participan en la iniciativa, me uno también en el agradecimiento a todas las personas que han contribuido concretamente para afrontar los compromisos de tipo organizativo y económico que conlleva.

Expreso mi aprecio, ante todo, por la elección del tema que abordamos: la dignidad del menor en el mundo digital.

La mayoría de ustedes, que trabaja desde hace mucho tiempo en este campo, sabe bien que el abuso sexual de menores constituye un fenómeno inmensamente vasto y extendido. En los últimos decenios, esta realidad dramática ha pasado con fuerza a un primer plano en la Iglesia católica y han salido a la luz hechos muy graves. Progresivamente, se ha ido tomando consciencia del daño padecido por las víctimas, de su sufrimiento y de la necesidad de escucharlas para luego obrar en muchas direcciones distintas, con una amplia variedad de intervenciones que deben establecerse para curar las heridas, restablecer la justicia, prevenir los delitos, y formar a los educadores y a las personas que tratan con menores, con vistas a difundir y consolidar una nueva cultura de protección de menores – un verdadero safeguarding – que garantice eficazmente su crecimiento en ambientes saludables y seguros. Es un compromiso que requiere profunda atención humana, competencia y constancia, la experiencia nos dice que allá donde existe un esfuerzo coherente y continuo, se dan frutos positivos y alentadores. El esfuerzo que la Iglesia ha realizado en este sentido debe continuar, extenderse y profundizar, con claridad y firmeza, porque la dignidad y los derechos de los menores sean protegidos y defendidos con mucha más atención y eficacia con respecto a lo que se ha hecho en el pasado. En esta sede queremos que la experiencia que hemos adquirido se pueda compartir y pueda resultar útil para hacer un bien siempre mayor gracias a la colaboración con todos ustedes.


El mundo en el que hoy nacen y crecen los seres humanos se caracteriza cada vez más de manera profunda y generalizada, por el desarrollo y omnipresencia de las nuevas tecnologías de la comunicación y de sus herramientas de uso, de sus «terminales» y «portátiles» que han entrado a formar parte de la realidad y la vida cotidiana de un creciente número de personas, cada vez más jóvenes, por lo que precisamente hoy nos referimos a las nuevas generaciones como «nativos digitales». Y esa situación se extiende ya en todo el mundo, llegando también a las zonas donde el desarrollo económico y social no es todavía suficiente ni equilibrado. Se trata de un fenómeno global y por ello hablamos de «mundo digital».

Hoy en día, nos percatamos con creciente evidencia de que la plaga de ofensas a la dignidad de los menores, como muchos otros problemas dramáticos del mundo actual, transita y se enraiza en las nuevas dimensiones del mundo digital, ronda y se instala en sus meandros y en sus estratos escondidos y profundos. El mundo digital no es una parte separada del mundo: es una dimensión de nuestro único mundo real, y los menores, que crecen en el mismo, están expuestos a nuevos riesgos, o bien a riesgos antiguos que se expresan de modos nuevos, y la cultura de protección de menores que queremos difundir debe estar a la altura de los problemas de hoy.

Fijándonos precisamente en el mundo de hoy, el Papa Francisco llama continuamente nuestra atención sobre el hecho de que, en el mismo, las formas de abuso y de violencia sobre los menores se multiplican y entrelazan: el tráfico de menores y en general de seres humanos, el fenómeno de los niños soldado, la ausencia de una educación básica, el hecho de que los pequeños sean las primeras víctimas del hambre, de la pobreza extrema… «Necesitamos coraje para asumir esta realidad, para levantarnos y tomarla entre las manos (cf. Mt. 2,20) – escribía el Papa Francisco en el día que la Iglesia dedica a la memoria de los Santos Niños Inocentes -. El coraje de protegerla de los nuevos Herodes de nuestros días, que fagocitan la inocencia de nuestros niños. Una inocencia desgarrada bajo el peso del trabajo clandestino y esclavo, bajo el peso de la prostitución y la explotación. Inocencia destruida por las guerras y la emigración forzada, con la pérdida de todo lo que esto conlleva. Miles de nuestros niños han caído en manos de pandilleros, de mafias, de mercaderes de la muerte que lo único que hacen es fagocitar y explotar su necesidad» (Carta a los obispos, 28 de diciembre de 2016). En todas estas situaciones también la horrible realidad del abuso sexual suele estar presente, como aspecto común y consecuencia de una violencia multiforme y extendida, que olvida cualquier tipo de respeto no sólo por el cuerpo, sino más aún por el alma, por la sensibilidad profunda y la dignidad de cada niño, de cada joven sea cual sea el pueblo al que pertenezca.


Nos damos cuenta, por lo tanto, de los desafíos, pero somos conscientes también que si bien hemos aprendido tanto sobre este fenómeno, aún es importante entenderlo mejor, y sobre todo, continuar hacerlo accesible a todos los que promueven la tutela de los derechos de los menores. Sólo así podremos combatir eficazmente la batalla para proteger a los menores en nuestro mundo digitalizado. Los fenómenos que observamos llegan a unos niveles de gravedad terribles, su dimensión y la velocidad en la que se transmiten superan nuestra propia imaginación.

Y aquí llega la segunda razón de mi aprecio, que se refiere al método con el que se quiere proceder en este Congreso: llamar a un compromiso común a los representantes de varios campos de la investigación científica y del compromiso activo en la protección de menores, a los representantes de las empresas protagonistas del desarrollo tecnológico y comunicativo que caracteriza al mundo digital, a los responsables del bien común de la sociedad humana, legisladores, políticos, fuerzas del orden llamadas a contrarrestar los crímenes y los abusos, líderes religiosos y responsables de organizaciones de la sociedad civil comprometidos en favor de los menores.

Como muchos otros oradores, también yo quiero insistir sobre la característica de esta asamblea que la hace nueva y quizás única, es decir, lograr un diálogo entre las personas competentes y las personas beneméritas que han hecho de la defensa de la dignidad del menor en el mundo digital una causa propia, dirigiendo sus fuerzas hacia un compromiso compartido que supere la sensación de desorientación e impotencia que nos invade frente a la inmensidad y dificultad de este reto, y que nos permita intervenir con creatividad. Habiendo identificado este campo estratégico fundamental, tenemos que esforzarnos por volver a tomar el control del desarrollo del mundo digital, para que se ponga al servicio de la dignidad de los menores y, por lo tanto, de la humanidad entera del mañana, porque los menores de hoy son la humanidad entera del mañana. A la investigación y el conocimiento de los problemas deberá seguir, pues, un compromiso y acción visionarios y valientes por parte de todos nosotros aquí presentes, y un llamado para que cada persona responsable se comprometa, en los varios países y en los varios sectores de la sociedad.

Ruego que me permitan hacer algunas reflexiones que propongo para su consideración.

El desarrollo demográfico de la humanidad es particularmente rápido en muchos países en los que el progreso económico y social es aún bastante insuficiente o desequilibrado. Cientos de millones de niños y jóvenes están creciendo en un mundo digital en un contexto subdesarrollado. Sus padres y sus educadores en su mayoría aún no están preparados culturalmente para acompañarlos y ayudarlos a crecer en este mundo, mientras que muchas veces sus gobernantes no saben por dónde empezar para protegerlos.

Igualmente nosotros somos responsables de estos niños, así como lo son las empresas que promueven e impulsan el desarrollo del mundo digital. Con su horizonte internacional, global e interdisciplinar, este Congreso debe ocuparse también de los menores de aquellas «periferias» del mundo de las que habla continuamente el Papa Francisco. Periferias que están en las áreas geográficas de mayor pobreza económica, pero que asimismo se encuentran dentro de las sociedades ricas, donde hay mucha pobreza humana y espiritual, soledad y pérdida del sentido de la vida. No es casualidad que con frecuencia sean precisamente los menores de estas periferias el objeto de preferencia de redes de explotación y de violencia organizada en línea a escala mundial.

En la sociedad y en la Iglesia se ha insistido siempre justamente sobre la responsabilidad primaria de la familia y de la escuela a la hora de garantizar a los menores una educación saludable, lo cual es parte esencial de la protección y de la promoción de la dignidad del menor. Esto sigue estando en principio vigente y es necesario realizar todos los esfuerzos posibles para que los padres y los educadores estén cada vez mejor preparados para desempeñar su tarea, también frente a los riesgos y desafíos del mundo digital. Pero no hay duda de que en el contexto actual su capacidad de incidir sobre la formación de las nuevas generaciones está en proporción mucho menor que en el pasado y frecuentemente es anulada y sobrepasada por la continua onda de mensajes e imágenes que llegan hasta los más pequeños a través de las innumerables vías que abren los nuevos medios.

También por ello la responsabilidad hacia las nuevas generaciones tiene que ser ampliamente compartida por todos los sectores sociales que ustedes representan.


Por último, nos acoge aquí una institución que pertenece a la Iglesia Católica y por lo tanto está particularmente atenta a las dimensiones moral y religiosa de la vida y del desarrollo de los seres humanos. Deseo que su trabajo pueda integrar asimismo estas dimensiones en el esfuerzo conjunto de reflexión y de compromiso, y pueda extraer de ello provecho, inspiración y motivación.

Además, todos estamos de acuerdo con cuanto se afirma en el segundo principio de la Declaración Universal de los Derechos del Niño, es decir, que cada niño debe encontrar posibilidades para «desarrollarse sana y normalmente en el plano físico, intelectual, moral, espiritual y social, en condiciones de libertad y dignidad». Y, tal y como afirmaba Juan Pablo II ya en 1990 con ocasión de la Cumbre mundial para los Niños, constatamos «la necesidad de hacer mucho más aún para salvaguardar el
bienestar de los niños del mundo, proclamar los derechos del niño y proteger estos mismos derechos mediante acciones culturales y legislativas que respeten la vida humana como un valor en sí, independientemente del sexo, origen étnico, nivel social o cultural, de la convicción política o religiosa» (mensaje a J. Pérez de Cuéllar, 22 de septiembre de 1990. La Santa Sede se adhirió a la Convención sobre los Derechos del Niño en 1990).

Los menores a los que hacemos referencia y cuya dignidad queremos defender y promover son personas humanas, cuyo valor es único e irrepetible. Cada uno de ellos deben ser considerados seriamente y protegidos en este mundo cada vez más digitalizado para que puedan alcanzar el propósito de su vida, de su destino, de su venida al mundo. El destino y vida de cada uno de ellos es importantísimo y valioso, ante los hombres y ante Dios. De acuerdo con las Escrituras todo ser humano ha sido creado «a imagen y semejanza» de Dios. Según el Nuevo Testamento el Hijo de Dios acampó entre nosotros como un niño necesitado y vulnerable, asumiendo también la fragilidad y la espera ante el futuro que son propias de la niñez. Menospreciar a la infancia y abusar de los niños es, por lo tanto, para los cristianos no sólo un delito, sino también – como ha afirmado el Papa Francisco – un sacrilegio, es decir, una profanación de aquello que es sagrado, la presencia de Dios en cada ser humano.

Las dinámicas que mueven el desarrollo técnico y económico en el mundo parecen imparables, y como sabemos generalmente se dirigen y son impulsados por intereses económicos y también políticos muy poderosos, de los que no nos debemos dejar dominar. La fuerza del deseo sexual que se alberga en el fondo de la mente y del corazón humano es maravillosa y grande, alienta el camino de la humanidad, pero puede también ser corrompida y pervertida para convertirse en fuente de sufrimiento y de abusos indescriptibles: por eso hay que darle valor y orientarla. El sentido de la responsabilidad moral ante los hombres y ante Dios, la reflexión sobre el uso recto de la libertad para construir y orientar el nuevo mundo y aprender a vivir en el mismo son, por lo tanto, absolutamente necesarios y fundamentales para el futuro común.

Han sido convocados aquí para tratar una de las cuestiones más importantes y urgentes del camino de la humanidad en nuestros días. Por lo tanto, espero que el sentido vivo de la belleza y del misterio de los seres humanos, de la grandeza de su vocación por la vida y, por consiguiente, del deber de protegerla en su dignidad y en su crecimiento inspiren su trabajo y traigan frutos concretos y activos.


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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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