Que vuestra enseñanza sea alimento para el pueblo de Dios; que vuestra vida sea un estímulo para los discípulos de Cristo, a fin de que con vuestra palabra y vuestro ejemplo se vaya edificando la casa, que es la Iglesia de Dios
(Jesús Bastante).- Misa multitudinaria en el Suhrawardy Udyan Park de Daca, ante unos 100.000 files. Una Eucaristía excepcional en un país con apenas 375.000 católicos, una infinitésima parte de los 160 millones de habitantes de Bangladesh, y que además de contar con la presencia del Papa, incluía la ordenación sacerdotal de 16 diáconos.
Todo un hito para esta pequeña comunidad, que vive horas de angustia por el secuestro del padre Walter William Rozario, secuestrado mientras preparaba la visita papal, y por el que se ha pedido un rescate de unos 3.000 euros, según su familia.
Antes de la homilía, el arzobispo de Daca presentó, uno por uno, a los 16 diáconos, y pidió permiso al Papa para que fueran ordenados. Francisco se dirigió a ellos, para recordarles que Jesús «es el Sumo Sacerdote del Nuevo Testamento», y que «todo el pueblo de Dios está constituido como pueblo sacerdotal».
A ellos, que ejercerán una misión particular, les pidió que la llevaran a cabo «en favor de todos los hombres» y siempre, como «colaboradores al servicio del pueblo de Dios»para «contribuir a edificar la Iglesia«.
«Meditad asiduamente la palabra del Señor, procurad creer lo que leéis, enseñar lo que creéis y practicar lo que enseñáis. Con la Palabra y el ejemplo, edificad la casa de Dios, que es la Iglesia», prosiguió el Papa, quien les recordó sus funciones, delegadas «en nombre de Cristo», y les hizo dos peticiones: «Intentad agradar a Dios, y no a vosotros mismos, y unid a los fieles en una sola familia«, teniendo siempre presente «el ejemplo del Buen Pastor, que no ha venido a ser servido, sino a servir, a encontrar a quien estaba perdido».
En su primera improvisación en este calculado y difícil viaje, el Papa se dirigió a los miles de fieles, «que habéis venido a esta gran fiesta de Dios que es la ordenación de estos sacerdotes. Muchos venís desde lejos, en viajes de dos días. Gracias por vuestra generosidad», clamó, gesticulando.
«Esto indica -continuó el Papa- el amor que tenéis por la Iglesia, el amor que tenéis por Jesucristo. ¡Muchas gracias! Gracias por vuestra generosidad. Gracias por vuestra fidelidad. Continuad hacia adelante«.
«Y, os lo pido, rezad siempre por vuestros sacerdotes, especialmente por estos que hoy recibirán el sacramento del orden. El pueblo de Dios sostiene a los sacerdotes con la oración, y vuestra responsabilidad es sostener a los sacerdotes», prosiguió Francisco. «Alguno de vosotros podrá preguntarme: ¿Cómo se hace para sostener a los sacerdote? Fiaros de vuestra generosidad. El corazón os dirá cómo hacerlo. Pero el primer sustento del sacerdote es la oración. El Pueblo de Dios, que sois vosotros, sostiene a los sacerdotes con la oración«.
«No dejéis de rezar por vuestros sacerdotes. Yo sé que lo haréis. Muchas gracias, y ahora, continuamos el rito de la ordenación de esto diáconos», concluyó.
Tras sus palabras, uno a uno, los futuros sacerdotes se arrodillaron ante el arzobispo y juraron «respeto y obediencia» a él y sus sucesores. Tras esto, se tumbaron en el suelo en signo de adoración a la cruz, después de lo cual recibieron la imposición de manos del propio Papa, siendo posteriormente revestidos con los ornamentos. 16 nuevos sacerdotes para una Iglesia pequeña pero plena de esperanza, pese a las dificultades.
Homilía del Papa:
Queridos hermanos:
Ahora que estos hijos nuestros van a ser ordenados presbíteros, conviene considerar con atención a qué ministerio acceden en la Iglesia.
Como sabéis, hermanos, el Señor Jesús es el gran Sacerdote del Nuevo Testamento; aunque, en verdad, todo el pueblo santo de Dios ha sido constituido sacerdocio real en Cristo. Sin embargo, nuestro gran Sacerdote, Jesucristo, eligió a algunos discípulos para que en la Iglesia desempeñasen, en nombre suyo, el oficio sacerdotal para bien de los hombres.
Él mismo, enviado por el Padre, envió, a su vez, a los Apóstoles por el mundo, para continuar sin interrupción su obra de Maestro, Sacerdote y Pastor por medio de ellos y de los Obispos, sus sucesores. Y los presbíteros son colaboradores de los Obispos, con quienes en unidad de sacerdocio están llamados al servicio del pueblo de Dios.
Estos hermanos, después de pensarlo seriamente, van a ser ordenados al sacerdocio en el Orden de los presbíteros, para hacer las veces de Cristo, Maestro, Sacerdote y Pastor, por quien la Iglesia, su Cuerpo, se edifica y crece como pueblo de Dios y templo santo.
Al configurarse con Cristo, sumo y eterno Sacerdote, y unirse al sacerdocio de los Obispos, la Ordenación os convertirá en verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento para anunciar el Evangelio, apacentar el pueblo de Dios y celebrar el culto divino, principalmente en el sacrificio del Señor.
A vosotros, queridos hijos, que vais a ser ordenados presbíteros, os incumbirá, en la parte que os corresponde, la función de enseñar en nombre de Cristo, el Maestro. Transmitid a todos la Palabra de Dios que habéis recibido con alegría. Y al meditar en la ley del Señor, procurad creer lo que leéis, enseñar lo que creéis y practicar lo que enseñáis. Que vuestra enseñanza sea alimento para el pueblo de Dios; que vuestra vida sea un estímulo para los discípulos de Cristo, a fin de que con vuestra palabra y vuestro ejemplo se vaya edificando la casa, que es la Iglesia de Dios.
Os corresponderá también la función de santificar en Cristo. Por medio de vuestro ministerio, alcanzará su plenitud el sacrificio espiritual de los fieles, que por vuestras manos, junto con ellos, será ofrecido sobre el altar, unido al sacrificio de Cristo, en celebración incruenta.
Daos cuenta de lo que hacéis e imitad lo que conmemoráis, de tal manera que, al celebrar el misterio de la muerte y resurrección del Señor, os esforcéis por hacer morir en vosotros el mal y procuréis caminar en una vida nueva.
Al introducir a los hombres en el pueblo de Dios por el Bautismo, al perdonar los pecados en nombre de Cristo y de la Iglesia por el sacramento de la Penitencia, al dar a los enfermos el alivio del óleo santo, al celebrar los ritos sagrados, al ofrecer durante el día la alabanza, la acción de gracias y la súplica no sólo por el pueblo de Dios, sino por el mundo entero, recordad que habéis sido escogidos de entre los hombres y puestos al servicio de ellos en las cosas de Dios.
Realizad, pues, con alegría perenne, en verdadera caridad, el ministerio de Cristo Sacerdote, no buscando vuestro propio interés, sino el de Jesucristo.
Finalmente, al ejercer, en la parte que os corresponde, la función de Cristo, Cabeza y Pastor, permaneciendo unidos al Obispo y bajo su dirección, esforzaos por reunir a los fieles en una sola familia, de forma que en la unidad del Espíritu Santo, por Cristo, podáis conducirlos al Padre.
Tened siempre presente el ejemplo del buen Pastor, que no vino para que le sirvieran, sino para servir, y para buscar y salvar lo que estaba perdido.