A casi 800 años del encuentro entre san Francisco de Asís y el Sultán de Damietta al-Malik al-Kamil, el Pontífice recibió en el Vaticano el Presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdoğan
(Francesco Gagliano, corresponsal de RD en el Vaticano).- A veces la Historia parece que se divierte jugando con las efemérides. A casi 800 años del encuentro entre san Francisco de Asís y el Sultán de Damietta al-Malik al-Kamil, momento en que se dialogó sobre la paz y la fraternidad en Tierra Santa, incendiada a causa de la quinta cruzada, el Pontífice – que se llama como el «Santo poverello» – recibió en el Vaticano el Presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdoğan, cuyo recorrido político de los últimos años se puede razonablemente asociar al absolutismo de un sultán.
En una Roma bajo el asedio de medidas de seguridad extraordinarias, Recep Tayyip Erdoğan, decidió instalar una cabeza de puente para fortalecer sus relaciones con Europa occidental, en especial con la Unión Europea que, después del oscuro golpe de julio del 2016, se distanció al menos formalmente de Ankara.
Desde entonces, el Presidente no ha hecho otra cosa que consolidar una posición radicalmente autoritaria. Un estado de emergencia que, en la práctica, da a Erdogan todos los poderes y que, en definitiva, ha desarticulado cualquiera forma eficaz de oposición.
El sultán decidió iniciar su visita en Italia para rendir un homenaje a Papa Bergoglio, que visitó en noviembre del 2014 Ankara y Estambul. Como sus ilustres predecesores, Francisco ha hablado con Erdogan de la situación en Medio Oriente y de la delicada cuestión de Jerusalén así como de la guerra que pareciera perenne y fuente de reiterados conflictos. Y sobre tales materias, y sobre el tratamiento que han tenido en las conversaciones, la lectura del Comunicado oficial de la Santa Sede no ayuda mucho.
«Durante las cordiales conversaciones han sido evocadas las relaciones bilaterales entre la Santa Sede y Turquía», dice el Comunicado que luego prosigue: «Se ha hablado de la situación del país, de la condición de la comunidad católica, sobre el compromiso para acoger los números prófugos y de los desafíos consiguientes. Luego se ha discutido sobre la situación en Medio Oriente, teniendo presente particularmente el status de Jerusalén, evidenciando al respecto la necesidad de promover la paz y la estabilidad en la Región a través del dialogo y la negociación, en el respeto de los derechos humanos y de la legalidad internacional».
A juicio de los periodistas especializados en asuntos vaticanos, Francisco ha aceptado y respetado las reglas del protocolo y del ministerio: el Vaticano y la casa de los pueblos y de sus gobernantes. En el Palacio Apostólico se ha dialogado sinceramente, con claridad y trasparencia, y no han sido ocultadas o disminuidas las divergencias, no pocas. Las fotografías oficiales enfatizan sobre todo la entrega a Erdogan de parte del Papa de un regalo, un medallón con un sobrerrelieve del Angel de la paz que estrangula la serpiente de la guerra.
Se trató de un momento elocuente que la prensa interpreta como una referencia al desacuerdo de la Santa Sede frente a las acciones contra los curdos y que Erdogan ha querido llamar con un nombre presuntuoso: Operación «Ramo de Olivo».
De cualquier modo se podía esperar mucho más. Por ahora el problema es la poca información oficial disponible. No se sabe si en las conversaciones el Papa planteó al gobernante turco posiciones críticas frente al creciente autoritarismo en marcha desde julio del 2016. Todo, momentáneamente, aparece muy reservado a diferencia de la situación creada con los bombardeos rusos a poblaciones civiles en Siria.
Francisco intervino abiertamente tres veces (septiembre y octubre 2016 y abril 2017). El Papa entonces usó palabras de condena claras: «Lanzo un llamamiento a la conciencia de los responsable de tales bombardeos. Deberán dar cuenta ante Dios» (Audiencia general del 9 septiembre 2016).
Durante las semanas sucesivas, Francisco renovó este llamamiento con palabras similares: «Deseo subrayar y reiterar mi cercanía a todas las victimas del conflicto inhumano en Siria. Con urgencia renuevo mi llamamiento, implorando – con toda mi fuerza – para que se llegue de inmediato a un alto del fuego que debería ser establecido y respetado al menos el tiempo necesario para permitir la evacuación de los civiles, sobre todos los niños».
En el mes de abril pasado el Papa quiso reiterar: «Expreso mi firme condena por la inaceptable matanza de ayer en la provincia de Idlib en la cual han muerto decenas de personas inocentes, entre ellas tantos niños».
La guerra de facto de Erdogan en el sudeste de Turquía contra los kurdos tiene como objetivo no declarado, o mejor oculto bajo la expresión «terroristas», eliminar la resistencia de un pueblo que el colonialismo europeo dividió en tiempos pasados y que se opone a la hegemonía turca. El Papa, naturalmente, está bien informado de todo esto, y todo lo que Erdogan haya dicho ha pasado por el filtro de la política internacional vaticana, bien informada y consciente de las dimensiones geopolíticas reales. Seguramente la cordialidad no ha ocultado la claridad.