Vigilad, vigilad con amor sobre toda la grey
(José M. Vidal).- El día de San José, uno de sus santos favoritos, el Papa Francisco ordena obispos a tres nuevo nuncios. En la homilía, les pide que recen, que tengan cercanía con los pobres y con sus sacerdotes y, sobre todo, que sean «servidores y no príncipes».
Tras la liturgia de la Palabra, el Papa procede a realizar los ritos de la ordenación episcopal.
El Papa lee una admonición ritual a los ordenandos e intercala, somo suele ser habitual, frases propias.
«Los obispos son servidores, no príncipes»
«No sois llamados para hacer negocios, la mundanidad o la política: episcopado es el nombre de un servicio, no de un honor. Porque al obispo le compete más el servir que el dominar»
«Un obispo que no reza no cumple con su deber»
«Amad con amor de padres y hermanos a los que Dios os confía, sobre todo a los presbíteros y diáconos»
«Cercanía a los presbíteros, por favor. Cercanía a los sacerdotes»
«Cercanía también a los pobres»
«Vigilad, vigilad con amor sobre toda la grey»
El texto ritual completado con los agregados del Santo Padre Francisco
Hermanos e hijos queridísimos:
Nos hará bien reflexionar atentamente a qué alta responsabilidad eclesial son promovidos estos hermanos nuestros. Nuestro Señor Jesucristo enviado por el Padre para redimir a los hombres mandó a su vez al mundo a los doce Apóstoles, para que llenos del poder del Espíritu Santo anunciaran el Evangelio a todos los pueblos y, reuniéndoles bajo un único pastor, les santificaran y les guiaran a la salvación.
Con el fin de perpetuar de generación en generación este ministerio apostólico, los Doce agregaron colaboradores transmitiéndoles, con la imposición de las manos, el don el Espíritu recibido de Cristo, que confería la plenitud del sacramento del Orden. Así, a través de la ininterrumpida sucesión de los obispos en la tradición viva de la Iglesia, se conservó este ministerio primario y la obra del Salvador continúa y se desarrolla hasta nuestros tiempos. En el obispo, circundado por sus presbíteros, está presente en medio de vosotros el mismo Señor Jesucristo, sumo y eterno sacerdote.
Es Cristo, en efecto, que en el ministerio del obispo sigue predicando el Evangelio de salvación y santificando a los creyentes mediante los sacramentos de la fe. Es Cristo que en la paternidad del obispo acrecienta con nuevos miembros su cuerpo, que es la Iglesia. Es Cristo que en la sabiduría y prudencia del obispo guía al pueblo de Dios en la peregrinación terrena hasta la felicidad eterna.
Acojan, por tanto, con alegría y gratitud a estos hermanos nuestros, que nosotros obispos con la imposición de las manos asociamos hoy al colegio episcopal. Denles el honor que se merecen los ministros de Cristo y los dispensadores de los misterios de Dios, a quienes se les confía el testimonio del Evangelio y el ministerio del Espíritu para la santificación. Recuerden las palabras de Jesús a los Apóstoles: «Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado».
En cuanto a ustedes, hermanos queridos, elegidos por el Señor, piensen que han sido elegidos entre los hombres y para los hombres, han sido constituidos en las cosas que se refieren a Dios. No para otras cosas. No para los negocios, no para la mundanidad, no para la política. «Episcopado», en efecto, es el nombre de un servicio, no de un honor. Porque al obispo le compete más servir que dominar, según el mandamiento del Maestro: «el mayor entre vosotros se ha de hacer como el menor, y el que gobierna, como el que sirve». Huyan de la tentación de convertirse en príncipes.
Anuncien la Palabra en toda ocasión: a tiempo y a destiempo. Adviertan, reprochen, exhorten, con toda magnanimidad y doctrina. Y mediante la oración y el ofrecimiento del sacrificio por su pueblo, tomen de la plenitud de la santidad de Cristo la multiforme riqueza de Dios. La oración del obispo: la primera tarea del obispo. Cuando fueron donde los apóstoles las viudas de los helenistas a lamentarse porque no se preocupaban tanto de ellas, se reunieron y , con la fuerza del Espíritu Santo, inventaron el diaconado. Y Pedro, cuanto explica esto, ¿qué dice? «Ustedes hacen esto, esto y esto; a nosotros, la oración y el anuncio de la Palabra». La primera tarea del obispo es la oración. Un obispo que no reza no cumple con su deber, no llena su vocación.
En la Iglesia que se les confía, sean fieles custodios y dispensadores de los misterios de Cristo. Puestos por el Padre en la guía de su familia, sigan siempre el ejemplo del Buen Pastor, que conoce a sus ovejas, ellas le conocen y por ellas no dudó en dar la vida.
Amen con amor de padre y de hermano a todos aquellos que Dios les confía. Ante todo, a los presbíteros y a los diáconos, sus colaboradores en el ministerio. Cercanía a los presbíteros, por favor: que puedan encontrar el obispo el mismo día o máximo al día siguiente en que los buscan. Cercanía a los sacerdotes. Pero también cercanía a los pobres, a los indefensos y a cuantos tienen necesidad de acogida y de ayuda. Exhorten a los fieles a cooperar en el compromiso apostólico y escúchenles de buen grado.
Presten viva atención a cuantos no pertenecen al único rebaño de Cristo, porque ellos también les han sido confiados en el Señor. Recuerden que en la Iglesia católica, reunida en el vínculo de la caridad, están unidos al Colegio de los obispos y deben llevar en ustedes la solicitud por todas las Iglesias, socorriendo generosamente a las más necesitadas de ayuda.
Y velen: velen con amor por todo el rebaño donde el Espíritu Santo los pone para guiar a la Iglesia de Dios. Y esto háganlo en el nombre del Padre, de quien hacen presente la imagen; en el nombre de Jesucristo, su Hijo, por quien han sido constituidos maestros, sacerdotes y pastores. Y en el nombre del Espíritu Santo que da vida a la Iglesia y con su poder sostiene nuestra debilidad.
A continuación, tienen lugar los ritos de la consagración. En primer lugar, el interrogatorio. Después, las letanías a los santos. Y, a continuación, la entrega del Evangelio, la mitra, el báculo y el anillo.
Los tres nuevos obispos, consagrados por Francisco son :
Mons. Waldemar Stanislaw Sommertarg, de la Diócesis de Pelpin.
Mons. Alfred Xuereb, de la Diócesis de Gozo.
Mons. José Avelino Bettencourt, de la Arquidiócesis de Ottawa
Mons. Waldemar, fue ordenado en 1993 y asignado como Nuncio Apostólico de Nicaragua este 15 de febrero.
Mons. Alfred ordenado en 1984, fungió algunos años como secretario personal del Papa Benedicto XVI y del Papa Francisco, y ahora realiza su ministerio como Nuncio Apostólico de Corea y Mongolia, desde el 26 de febrero.
Mons. José ordenado en 1993 y actual Nuncio Apostólico de Georgia y Armenia este 26 de febrero.