No lo olvidéis: Jesús perdona siempre. Jesús no se cansa de perdonar. Somos nosotros los que nos cansamos de pedir el perdón
(Jesús Bastante).- «Hoy es el primer día de la primavera. ¡Feliz primavera!». El Papa Francisco improvisó toda una teología sobre las raíces y los frutos aprovechando la llegada de la nueva estación. Y recordando, en una clara advertencia -la enésima- al cardenal Sarah, que «se puede recibir la comunión en la boca o en la mano, como prefiramos«. Lo importante es que, «cada vez que tomamos la comunión, nos transformamos un poco en Jesús«.
«Todo sucede en primavera, florecen las plantas, los árboles dan fruto. Pero responded: un árbol, una planta, que no es regada, ¿puede crecer bien? No», preguntó el Papa. «Un árbol, una planta, que no tiene raíces, ¿puede surgir? Sin raíces no se puede florecer«, recordó Bergoglio, el ‘Papa de la primavera’, quien anunció que acudirá, los días 25 y 26 de agosto, al Encuentro Mundial de las Familias de Dublín.
«Este es el mensaje: la vida cristiana debe ser una vida que debe florecer, en obras de caridad, haciendo el bien. Pero si no nace de las raíces, no podrá crecer. ¿Y quién es la raíz? ¡Jesús! Si no tienes las raíces, no podrás crecer», clamó.
«Si no creces con la oración y los sacramentos, ¿podrán florecer en ti flores cristianas? No«, prosiguió el pontífice, quien deseó «que esta primavera sea florida para vosotros, y una Pascua florida, de virtud, de hacer el bien para los demás. ¿Habéis entendido? Recordad que todo lo que el crece en el árbol, viene de lo que hay en la raíces. No cortéis las raíces«.
Tras el improvisado speech, Francisco retomó su catequesis sobre la Eucaristía, deteniéndose especialmente en la comunión. «Vamos a la Eucaristía para nutrirnos de Cristo, ya sea en la palabra o en el sacramento del altar», para escuchar las palabras del Señor, que repite el sacerdote: «Quien come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él».
«De hecho -subrayó el Papa-, el gesto de Jesús, que ofrece a sus discípulos su cuerpo y sangre en la Última Cena, continúa hoy a través del ministerio de sacerdotes y diáconos, con la distribución del pan de la vida y el cáliz de la salvación».
Porque tomar el cuerpo y la sangre de Cristo «nos invita a un examen de conciencia». De un lado, «la distancia que nos separa de la santidad de Cristo». Del otro, «creemos que su sangre viene para la remisión de los pecados. Porque todos nosotros somos perdonados en el bautismo. Y todos somos perdonados cada vez que nos acercamos al sacramento de la penitencia».
«No lo olvidéis: Jesús perdona siempre. Jesús no se cansa de perdonar. Somos nosotros los que nos cansamos de pedir el perdón», recordó Francisco, quien insistió en que «cuando caminamos hacia el altar para recibir la comunión, es Cristo quien viene al encuentro. ¡La Eucaristía es un encuentro con Jesús!».
«Nutrirse de la Eucaristía significa dejarse cambiar por lo que recibimos, convertirnos en él», señaló. «Cada vez que tomamos la comunión, nos transformamos un poco en Jesús (…). Como el pan y el vino se convierten en el cuerpo y la sangre del Señor, nosotros somos transformados en Eucaristía viviente», añadió.
«Es muy bello esto. Mientras te unes a Cristo, escapando de nuestro egoísmo, la comunión se abre a todo lo que son una cosa en él. Ese es el prodigio de la comunión. Nos convertimos en aquello que recibimos«, recordó.
«La Iglesia desea vivamente que los fieles reciban el cuerpo del Señor, con hostia consagrada en la misma mesa, como signo del banquete eucarístico», pidió el Papa, quien instó a que, «si se puede, con las dos especies, sabiendo que la doctrina católica enseña que en una sola especie se recibe el Cristo entero».
«Recibiendo el sacramento en boca, o en la mano, como prefiramos«, dejó claro, para los convencidos de la ultraortodoxia. E invitó a que, «tras la comunión, nos ayude el silencio», abogando por «prolongar el momento de silencio hablando con Jesús desde el corazón».
«Cuanto recibimos transforma nuestra vida», subrayó. «La Eucaristía nos hace fuertes, para dar frutos, flores de buenas obras, para vivir como cristianos. Es significativa la oración de hoy, en la que pedimos al Señor que la participación en su sacramento sea para nosotros medicina de salvación que nos proteja del mal».
Saludo en castellano
Queridos hermanos:
Celebramos la Misa para nutrirnos de Cristo, que se nos da en la Palabra y en el Sacramento del Altar. En el momento de la comunión que hoy contemplamos, Jesús se nos sigue dando en su Cuerpo y en su Sangre, por el ministerio de la Iglesia, como hizo con los discípulos en la Última Cena.
Después de la Fracción del Pan, el sacerdote nos invita a mirar «al Cordero que quita el pecado del mundo», reconociendo la distancia que nos separa de la santidad de Dios y de su bondad al darnos como medicina su preciosa Sangre, derramada para el perdón de los pecados. Somos, por tanto, convocados «al banquete de bodas del Cordero», reconociéndonos indignos de que entre en nuestra casa, pero confiados en la fuerza de su Palabra salvadora. Caminamos hacia el altar para nutrirnos de la Eucaristía, para dejarnos transformar por quien recibimos, como dice san Agustín: «Yo soy el alimento de las almas adultas; crece y me comerás. Pero no me transformarás en ti como asimilas los alimentos de la carne, sino que tú te transformarás en mí».
La Liturgia eucarística se concluye con la oración de la comunión. En ella damos gracias a Dios por este inefable don y le pedimos también que transforme nuestra vida, siendo medicina en nuestra debilidad, que sane las enfermedades de nuestro espíritu y nos asegure su constante protección.
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Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en modo particular a los grupos provenientes de España y América Latina. Exhorto a la comunión frecuente, haciendo presente el misterio de amor que se encierra en el Sacramento, para que la unidad con Cristo y con su Iglesia se manifieste en nuestro actuar cotidiano y testimonie nuestra vida nueva en Cristo.