"¿Se está repartiendo con equidad las cargas de la crisis?", se preguntó Elías Royón
(José Manuel Vidal).- «La Iglesia le debe muchísimo a la vida religiosa», lo dijo el Nuncio de Su Santidad en España, Renzo Fratini, en la inauguración de la XIX Asamblea general de la Confer. Y por si no quedaba claro, en la misma idea insistió el presidente de la comisión episcopal para la vida consagrada, Vicente Jiménez: «La vida religiosa nunca podrá faltar ni morir en la Iglesia». Mientras, el presidente de la CONFER, Elías Royón, lanzaba un apremiante llamamiento a frailes y monjas a ejercer, aún más, de «samaritanos» en esta crisis.
El salón de actos de las Hijas del Amor de Dios de Madrid estaba abarrotado con más de 500 religiosas y religiosos. La mayoría, superioras o provinciales. En las primeras filas, los invitados: los obispos Francisco Cerro, de Coria-Cáceres, y Eusebio Hernández, de Tarazona; el presidente y el secretario general de Cáritas, Rafael Del Rio y Sebastián Mora, respectivamente, el secretario general de Escuelas Católicas, José María Alvira, la directora de la comisión episcopal de la vida consagrada, Lourdes Grosso, o la presidenta de la Universidad católica de Ávila, Lydia Jiménez.
En la presidencia, junto al Nuncio, Renzo Fratini, y al obispo de Santander, Vicente Jiménez, estaba el presidente de la Confer, Elías Royón, la vicepresidente, Margarita Bofarull, la secretaria general, Julia García y en la moderación, Gonzalo Díez.
El primero en tomar la palabra, como corresponde, fue el Nuncio. El representante pontificio comenzó señalando que su presencia quería reafirmar su «cercanía y el aliento por vuestra insustituible forma de vida al servicio de la causa del Evangelio en la trasmisión y, destacadamente, en la vivencia de la fe».
Siguiendo las directrices del Papa, monseñor Fratini invitó a los religiosos a contribuir al Año de la Fe con la «vivencia de esta fundamental virtud teologal», para así contribuir a la evangelización. ¿De qué manera? A través de «su ser más íntimo», es decir a través de su «testimonio personal».
Y es que, como decía Pablo VI: «Este testimonio silencioso de pobreza y de desprendimiento, de pureza y de transparencia, de abandono en la obediencia puede ser a la vez que una interpelación al mundo y a la Iglesia misma, una predicación elocuente, capaz de tocar incluso a los no cristianos de buena voluntad, sensibles a ciertos valores».
Un «testimonio radical» y «personal» de vida. Y el Nuncio citó, de nuevo, a Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi: «Gracias a su consagración religiosa, ellos son, por excelencia, voluntarios y libres para abandonar todo y lanzarse a anunciar el Evangelio hasta los confines de la tierra. Ellos son emprendedores y su apostolado está frecuentemente marcado por una originalidad y una imaginación que suscitan admiración. Son generosos: se les encuentra no raras veces en la vanguardia de la misión y afrontando los más grandes riesgos para su santidad y su propia vida. Sí, en verdad, la Iglesia les debe muchísimo».
Y esa consagración redunda en «frutos abundantes de la vida religiosa en el campo de la evangelización y de la cultura, en el mundo de las comunicaciones, en la promoción de la juventud y de la familia, en el campo caritativo y asistencial con los desfavorecidos y con los enfermos». Es decir, auténticos «testigos y promotores de la nueva evangelización»
Monseñor Jiménez Zamora
Ayudado por Elías Royón y por los demás obispos de la comisión episcopal de la vida consagrada, Vicente Jiménez, el obispo de Santander, lleva años serenando las aguas, no siempre apacibles, de las relaciones entre los obispos y la vida religiosa. Quizás, por eso, comenzó señalando que, en la Iglesia, «la vida religiosa nunca podrá faltar ni morir».
A renglón seguido, y siguiendo la pauta marcada por el Nuncio, el prelado santanderino invitó a los consagrados a implicarse a fondo en la nueva evangelización mediante «la conversión sincera» y «el testimonio de vida». Porque, a su juicio, «la Iglesia evangelizará al mundo a través de su conducta y de su santidad».
Reconoció, en este sentido, que «las miserias de los ministros de la Iglesia hacen mella en su misión», pero aseguró que «el mal no tendrá jamás la última palabra ni en la Iglesia ni en la historia».
De ahí que invitase a los presentes a «vencer al miedo con la fe, al cansancio con la esperanza y a la indiferencia con el amor». Y terminó exhortando sobre todo a la esperanza, «porque donde falta la esperanza se debilita el amor».
Elías Royón
Denso y apretado el discurso del presidente de la Confer a sus «huestes». Quizás demasiado largo (14 folios), en la época de los sms y de los tuits. Tras agradecer la presencia del Nuncio, de los obispos y de los invitados, Elías Royón pasó revista a los más importantes acontecimientos del último curso. Como la visita de la cúpula de la Confer a Roma, «donde pudimos comprobar la estima y el aprecio que allí se tiene de la vida religiosa española».
A renglón seguido y por si quedaba alguna duda, el presidente de la Confer subrayó que la vida religiosa «sigue empeñada en la construcción de la comunión eclesial». Y, para poner a punto esa comunión, los obispos debatirán, en la Plenaria de la próxima semana, un texto sobre las relaciones entre la vida consagrada y la jerarquía española. Además, el presidente añadió: «He sido testigo de cómo ha crecido la confianza» entre los religiosos y los obispos.
También se refirió a la situación actual de la Iglesia y a las principales tentaciones que la acechan. Por ejemplo, «convertir la fe en una ideología», pero también, por el otro lado, «pretender restaurar el pasado triunfal» de la institución.
Tras reconocer que siguen «disminuyendo en número», invitó a los consagrados a no caer en la tentación de «retirarse o desentenderse» o «hacer recuento de nuestros efectivos». Eso sería dejarse caer en la tentación de la «cultura de la eficacia». Y aunque «algunos pronostican el futuro en base a datos estadísticos», la verdad es que «los frutos de la vida consagrada no se miden con la regla de los números».
Y, en este sentido, aseguró: «No moriremos porque seamos pocos. Moriremos si desaparece de nuestros corazones y de nuestra comunidades la pasión por Cristo y por el Evangelio».
En esta situación de «reestructuración de la vida religiosa», el padre Royón invitó a asumir con mayor profundidad el desafío de la intercongregacionalidad, asi como «la misión compartida con los laicos». En definitiva, una puesta a punto para que los religiosos puedan seguir siendo «buscadores de Dios y testigos vivos del Evangelio que convierte el corazón del hombre».
Tras la mirada interna, Royón centró su discurso en la crisis económica que nos aflige. Reconoció que los religiosos «están respondiendo a muchas tragedias» y están siendo, en muchos casos, «testigos de la misericordia y del amor, que es el testimonio que hace creíble el anuncio del Evangelio».
Ante la envergadura de lo crisis que «desplaza a los márgenes» a cada vez más gente, Royón interpeló a los políticos. Y les preguntó, por ejemplo: «¿Se está repartiendo con equidad las cargas de la crisis?». Y concluyó que no, porque se intensifican «urgencias tan primarias como a comida, la salud y la vivienda».
De ahí que invitase a los religiosos a «permanecer vigilantes», ejercer la denuncia profética y la «solidaridad evangélica de cercanía compasiva».
La Asamblea seguirá hoy con la ponencia de Nuria Martínez y la presentación de diversas memorias. Mañana, ponencia del jesuita Francisco José Ruiz sobre la «misión compartida» y diversas mesas redondas. Y concluirá el jueves día 15. Estaba previsto que la clausurase el cardenal Joao Braz de Aviz, prefecto de la Vida consagrada, pero, al parecer, no podrá viajar a España.