Las Escuelas Pías son una mezcla de sueños, de trabajo, de vida entregada a la misión, de búsqueda de fidelidad vocacional, de compromiso con los niños y jóvenes, sobre todo los más pobres, de amor por Calasanz
(Pedro Aguado, general de los Escolapios).- Queridos hermanos y hermanas, os saludo con afecto y alegría al comienzo de este año 2017, tan especial para nosotros. En casi todas las presencias escolapias -no en todas- estamos celebrando el Año Nuevo. En algunos lugares lo celebraréis unas semanas más tarde, pero vayan para todos mis mejores deseos de Vida y Misión Escolapias para todo este año en el que vamos a vivir y festejar el comienzo del quinto siglo de vida de nuestra Orden.
Me gustaría que todas las cartas que os dirija este año tuvieran un cierto «sabor jubilar». Pero desde luego, esta primera lo va a tener, seguro. Quiero dedicar esta carta a compartir con todos vosotros lo vivido y experimentado el pasado día 27 de noviembre en nuestra casa de San Pantaleo, cuando dimos inicio oficial al Año Jubilar Escolapio.
No es fácil contar lo que sucedió ese día en nuestra Casa General, pero creo que sí será fácil para vosotros comprender lo que allí se experimentó, sencillamente porque lo que vivimos fue una genuina, alegre y espontánea experiencia del carisma de Calasanz. Y esto lo compartimos todos.
Algunas palabras de contexto: 27 de noviembre, Patrocinio de San José de Calasanz; comienzo del Año jubilar Calasancio; Casa e Iglesia de San Pantaleo y San José de Calasanz; presencia de las dos personas a la que el Papa encomienda en la Iglesia el cuidado de la Vida Consagrada y el de la Educación; entrega del Mensaje del Papa Francisco para nuestras Escuelas Pías; lectura de la Bula del Año Jubilar; la centralidad de la Eucaristía en la que compartimos la razón de nuestra vida escolapia; escolapios de catorce países diferentes concelebrando; los y las superiores generales de la Familia Calasancia; los superiores mayores de Europa; los niños y el coro de las hermanas Calasanziane; el Consejo General de la Fraternidad Escolapia; las comunidades de escolapios y escolapias de Roma; toda la Orden conectada online compartiendo con alegría este momento histórico. Y allí, silencioso y convocante, San José de Calasanz, bendiciendo a sus hijos e hijas, enviándolos a la Misión, recordándoles el camino.
En ese contexto tuvimos la oportunidad de escuchar seis testimonios diferentes que, juntos, confirman una bella expresión de lo que significa ser escolapio. Tomaron la palabra un cardenal, un joven religioso en formación inicial, un provincial, un anciano que ha dado toda su vida por la Orden, un escolapio laico representado a la Fraternidad, la Madre General de las Escolapias y yo mismo. Tengo la satisfacción de escribir esta salutatio combinando algunos párrafos de las diversas intervenciones, sin indicar los autores, aunque es muy posible que los adivinéis. Lo que quiero
es algo muy sencillo: recordaros, al comienzo de este año jubilar, qué signfiica ser escolapio. Vamos allá.
Creo que lo que nos caracteriza a todos nosotros, que vivimos nuestra vocación en las Escuelas Pías, es que esta vocación es un sueño que se convierte en realidad mediante nuestras vidas. En este sueño confluyen nuestros valores, nuestras alegrías y nuestras preguntas. En él vivimos nuestro apasionamiento, nuestras locuras y también nuestra entrega. En él se manifiestan todas nuestras preocupaciones, nuestro entusiasmo y nuestra radicalidad, para vivir el carisma con plenitud. Con él queremos dar vida, dar vida al mundo.
Quizá aquí en Roma pasó también algo nuevo con Calasanz y con su sueño. Lo que él soñó, no era una simple reforma. Él creó algo nuevo, que en su época era desconocido, algo que fue difícil de aceptar. Él propuso cambios y con ellos transformó su época, su sociedad, posibilitando la educación gratuita, dedicándose particularmente a los más necesitados.
Creo que las cosas nuevas y desconocidas que descubrimos acerca de nosotros y acerca del mundo, las que nos atrevemos a soñar y nos atrevemos a emprender -como lo hizo Calasanz- crean un mundo nuevo, porque nos transforman y así también transforman el mundo a nuestro alrededor. Para nosotros, herederos de su sueño, nuestra herencia calasancia consiste en crear algo nuevo, descubriendo las necesidades que hay en el mundo y las respuestas nuevas que responden a ellas.
Desde la estabilidad del carisma vamos dando respuestas nuevas -innovadoras- a las preguntas con que el futuro nos sorprende. Y queremos hacer esto nutriéndonos del Evangelio, mediante la enseñanza y la educación, para poder construir el reino de Dios en el mundo.
Nuestro más profundo deseo es la santidad. En el fondo de nuestro corazón, todos buscamos vivir según el querer de Dios. La santidad nace del encuentro con Jesús, no hay otra fuente. Nuestra tarea es vivir nuestra vocación desde la dinámica de ese encuentro. Desde ella, nos entregamos a nuestra misión. Pero necesitamos que todo lo que vivimos y hacemos esté sostenido por lo único que lo puede sostener: la Palabra, la celebración de la Eucaristia prolongada en la adoración, el servicio fiel a los hermanos, la construcción de la comunidad y fraternidad mucho más allá que las relaciones de amistad o las perteneccias sociales, culturales o raciales. No existe ni felicidad ni santidad fuera de Dios.
Desde estas convicciones, todos nosotros, religiosos y laicos, damos lo mejor de nosotros mismos para construir las Escuelas Pías, sabiendo que en esta tarea estamos haciendo algo bueno para los niños, para los jóvenes, para los pobres y para el Reino de Dios. Pero somos muy conscientes de que todo nuestro trabajo -que debe ser intenso- solo fructificará por la Gracia y el Amor de Dios.
La identidad escolapia es hoy un colorido tejido en el que empezamos a tejer todos juntos, aportando cada cual sus propias hebras identitarias, cosiendo cada quien sus propios retazos de tela vocacional. En el Gran Relato que inició Calasanz hace 400 años y que hoy son las Escuelas Pías, los relatos fundacionales, el relato vocacional de cada uno de nosotros, las historias vitales de cada niño y cada joven que atendemos, son hilos insustituibles que nos fortalecen y nos dan identidad a todos los demás.
Nadie, joven o sabio, religioso o laico, hombre o mujer, sobra en esta tarea de tejer la identidad escolapia de nuestras obras, de dar sentido a todo lo que hacemos. Como escolapio, siento que mi vida ha estado dirigida completamente por el Señor; que en las distintas etapas de mi vida, ha sido Él el que ha dispuesto las cosas de tal forma que contestando yo fielmente a lo que Él me llamaba, he sido feliz como escolapio.
Y sigo adelante hasta que Él me llame, que puede ser en cualquier momento. Ya he tenido algún aviso y quisiera decir que así como mi vida ha sido un ciclo de alegría, también su llamada me debe llenar de alegría. Pera ello quiero estar preparado. Mientras tanto, adelante, como Calasanz, hasta el final.
Deseo que muchos jóvenes escolapios se animen a seguir la voz del Señor donde sea que Él les llame, convencidos de que la llamada del superior en la Orden, es una llamada del Señor para la felicidad de cada uno. Y entre todos, a edificar una Orden Escolapia fuerte en la fe y en la caridad, para el bien de tantos niños y niñas que nos necesitan.
Sí, la Vocación Escolapia es una vocación muy bonita; y cuando está arropada por la oración, ¡qué feliz se siente uno! Por eso, de todos los verbos que podríamos conjugar en estos momentos, hay uno privilegiado: agradecer. Estamos agradecidos por el don de Calasanz, por el don de la Familia Calasancia, por la vocación que nos apasiona, por la fraternidad que estamos llamados a crear, por la misión a la que nos sentimos enviados. Y, desde ese agradecimiento, sentimos el profundo deseo de renovar nuestro compromiso calasancio. Todos y todas los que formamos parte de ella sentimos un agradecimiento profundo, una alegría profunda y un orgullo profundo de decir: ¡hermanos, somos Familia Calasancia!. Y esperamos con gozo poder celebrar juntos, como Familia, la ya próxima canonización del beato Faustino Míguez.
Queremos que este año jubilar sea una oportunidad para crecer en nuestra vocación, para renovar nuestra pasión por la Misión, para volver a proclamar nuestra convicción de que sólo los niños conocen el camino hacia el Reino de Dios.
Las Escuelas Pías son una mezcla de sueños, de trabajo, de vida entregada a la misión, de búsqueda de fidelidad vocacional, de compromiso con los niños y jóvenes, sobre todo los más pobres, de amor por Calasanz, de vivencia intensa del Carisma, de servicio a la Iglesia. Todo esto lo vivió Calasanz, y lo hizo por una razón muy clara: porque su único centro era Cristo, y siempre quiso vivir para Él y servirle sólo a Él.
Este es el camino del Año Jubilar: ser auténticos discípulos y testigos del Señor, permitiendo que sea su Espíritu quien nos guíe y acompañe. Por eso, estoy seguro de que en este año van a pasar cosas, y cosas de Dios. Tendrán que ver con la Misión, con nuevas fundaciones, con las vocaciones, con los niños y jóvenes, con todo lo que tratamos de vivir. No llegaremos al final de este año como estamos ahora. Pidamos al Señor que lleguemos más santos, más ilusionados, más comprometidos, más abiertos a las sorpresas del Espíritu, más cercanos a los niños y jóvenes, más hermanos y más misioneros.
Nuestro sueño sobre la Orden de las Escuelas Pías es que podamos convertirnos de modo significativo en una comunidad junto a la que todos aquellos a quienes acompañamos y que están cerca de nosotros se atrevan a soñar algo bueno. Una comunidad junto a la que puedan descubrir el sueño que se realiza mediante sus vidas, junto a la que puedan desarrollar su personalidad, junto a la que puedan convertirse en personas libres para experimentar y enseñar la belleza del mundo.
Termino con un «pequeño detalle», profundamente escolapio. He escrito esta carta en la República Democrática del Congo, donde estuve abriendo el Año Jubilar Calasancio con nuestros hermanos de las comunidades de Kinshasa y Kikonka. La firmé y envié a Roma el día 30 de noviembre de 2016, el día preciso en el que nuestra Orden ha comenzado su misión en Mozambique. Queridos hermanos Jean de Dieu, Dialomao y Rudy Damas, fundadores de la presencia escolapia en Mozambique, ¡gracias por vuestro coraje jubilar! Os tenemos muy presentes en la oración. Que San José de Calasanz bendiga vuestra vida y misión en este país.
Hermanos y hermanas: amad profundamente a Calasanz. Pero nunca olvidéis que el carisma de Calasanz sólo es vivido de modo auténtico si nos lleva a Cristo, como partícipes en la construcción de su Reino.
¡Merece la pena ser escolapio!
Recibid un abrazo fraterno.
P. Pedro Aguado Sch. P.
Padre General