Estamos en un punto de la historia en que hay más objetos que personas conectadas
Esperamos en la parada del autobús y, gracias al teléfono móvil, sabemos cuánto tardará en llegar, podemos controlar la temperatura de casa, o ver cómo están los niños en la guardería.
Son algunos ejemplos cotidianos de una tendencia que crece a un ritmo imparable, en la misma medida en que cada vez hay más objetos conectados a Internet que, sin un soporte humano detrás, nos ayudan a organizar nuestras vidas.
Aunque no es un concepto nuevo, ahora los expertos analizan lo que el Internet de los objetos representará en la siguiente evolución de la Red, permitiéndonos dar un salto de gigante por su habilidad de reunir, analizar, y distribuir datos susceptibles de convertirse en información, conocimiento y en último lugar, sabiduría.
Para Dave Evans, jefe de futurismo de la multinacional Cisco, «el Internet de los objetos cambiará todo, incluso a nosotros mismos».
Aunque esta afirmación puede parecer exagerada, si consideramos el impacto que la Red tiene ya en materias como la educación, la comunicación, los negocios, las ciencias, los gobiernos y la humanidad en su conjunto, «ya se compara este fenómeno con la revolución industrial del siglo XIX, o la revolución de la información del XX. Internet de los objetos será sin duda la revolución del siglo XXI y, aunque los consumidores no son aún conscientes, no tardarán en darse cuenta de ello«, asegura José Ramón González, responsable de marketing en NEC Ibérica, empresa líder en soluciones de computación en la nube para operadoras y empresas.
A día de hoy, se pueden encontrar ejemplos en todos los sectores y servicios:
«En sanidad, es posible monitorizar a los enfermos a distancia mediante sensores; en comercio, el supermercado puede reconocer el chip de nuestro teléfono móvil e indicarnos ofertas cuando entramos; en casa podemos controlar la temperatura, la humedad o el consumo energético».
«Las aplicaciones son tantas que muchas de ellas hoy día ni siquiera las podemos vislumbrar, pero sin duda cambiarán por completo nuestra forma de vida».
A largo plazo, esta tecnología permitirá resolver problemas más graves para la humanidad, como son «reducir la distancia entre naciones ricas y pobres, mejorar la distribución de los recursos para aquellos que más los necesitan y ayudarnos a comprender mejor nuestro planeta», haciéndonos, como sostiene Evans, «más proactivos y menos reactivos con el entorno».
Internet de los objetos, hoy
Cuando en 2006 el fabricante de electrodomésticos LG presentó el primer frigorífico multimedia, muchos se preguntaron para qué necesitaban una conexión a Internet en la nevera.
Seis años más tarde, el concepto se ha extendido. En la última feria de electrónica para consumidores de Las Vegas, más de la mitad de los nuevos electrodomésticos tenía algún tipo de conectividad.
Queda claro que los humanos cada vez vamos a tener un rol menor en el intercambio de información digital; nos estamos convirtiendo en un elemento menguante en la Red.
Así, podemos comprar una televisión que sabe quién tiene el mando y ofrece contenidos adecuados para la edad y gustos del espectador; material médico que advierte al paciente y al médico cuando algo no funciona como debe; o termostatos que personalizan la temperatura de la casa tras una semana de uso.
«El número de aplicaciones está creciendo exponencialmente», afirma Manuel del Pino, mánager de ventas en Information Builders, una multinacional especializada en la integración, análisis y transformación de grandes bancos de datos para su aprovechamiento en la inteligencia de los negocios.
«Ya hay proyectos en marcha, como los de las ciudades inteligentes, que se basan en el despliegue de sensores por el espacio urbano que ofrecen información sobre el entorno, como la iluminación o el tráfico, y hacen de las ciudades lugares más sostenibles».
Sin embargo, añade Del Pino, «para hablar de un Internet de los objetos a un nivel práctico, que suponga un verdadero cambio social, deberán pasar por lo menos dos décadas».
El término Internet de los objetos fue acuñado por el pionero británico Kevin Ashton, que en 1999 divisó un futuro en el que la noción de conectarse a la Red como un acto consciente perdía sentido; o lo que es lo mismo, el mundo físico y el de Internet se conectaban intrínsecamente.
Como sucede con muchos conceptos de la Red, en el Instituto de Tecnología de Massachussetts (MIT) desarrollaron la idea y hoy se entiende por Internet de los objetos el punto de la historia en el que hay más objetos conectados a la Red que personas en la Tierra.
Se calcula que en 2003 había aproximadamente 6.300 millones de habitantes en el planeta y 500 millones de dispositivos conectados a Internet. Si dividimos el número de aparatos conectados entre la población mundial, encontramos que, entonces, había menos de un dispositivo por persona.
El explosivo crecimiento del número de dispositivos permitió que en 2010 el número de objetos conectados a la Red llegase a los 12.500 millones, mientras que la población se incrementó hasta los 6.800 millones de personas, lo que significa que por primera vez en la historia hubo más de un dispositivo conectado a la Red por habitante del planeta. 1,84 para ser exactos.
Si proyectamos los datos, se calcula que en 2015 habrá 25.000 millones de dispositivos conectados a la Red, y 50.000 millones en el año 2020.
Cuando hablamos de Internet, nada permanece estático; iniciativas y avances actuales, como la Piel Planetaria de Cisco, o el Sistema Nervioso Central para el Planeta de Hewlett Packard, añadirán millones, incluso miles de millones, de sensores a la Red.
«En la medida en que los animales, los zapatos y plantas se conectan -dice Evans-, el mundo tiene el potencial de convertirse en un lugar mejor».
Como añade Peter Hartwell, investigador de los laboratorios de HP:
«Con miles de millones de sensores instalados en el medio ambiente -todos ellos conectados por sistemas, software y servicios- será posible escuchar los latidos de la Tierra y modificar el impacto de la interacción humana con el planeta en la misma medida que la Red ha revolucionado la comunicación».
Evolucionamos porque comunicamos
Los humanos evolucionamos porque comunicamos. Al descubrir el fuego y compartirlo, por ejemplo, no fue necesario reinventarlo.
En un ejemplo más moderno, tras la publicación del descubrimiento de la estructura del ADN, con el que se supo que las moléculas que contienen la información genética se transmiten de una generación a otra, miles de investigadores pudieron avanzar en el conocimiento merced a esa información.
Este principio del avance de la humanidad gracias a la transmisión del conocimiento se comprende mejor al examinar el método humano de procesar los datos, la materia prima que, una vez procesada, se convierte en información. Los datos por sí mismos no son muy útiles, pero en grandes volúmenes se pueden identificar tendencias y comportamientos.
Estos, junto con otras fuentes de información, vienen a formar el conocimiento. En un sentido amplio, el conocimiento es información que alguien desconoce. La sabiduría nace entonces al sumar la experiencia al conocimiento.
Mientras el conocimiento puede cambiar con el tiempo, la sabiduría es imperecedera. Sin embargo, todo ello comienza con la adquisición de datos.
Es importante también anotar que existe una correlación directa entre la cantidad de datos que entra y la salida en forma de sabiduría.
Cuantos más datos se obtienen, mayor conocimiento y sabiduría podemos conseguir.
La Red de los objetos, al incrementar drásticamente la cantidad de datos disponibles para ser procesados, sumada a la capacidad de Internet de transmitir y procesar estos datos, «permitirá a la humanidad avanzar más allá», pronostica Dave Evans.
«Tendremos el conocimiento y sabiduría necesarios no sólo para sobrevivir, sino para prosperar en las próximas décadas».
«En la medida en que la población mundial crece, se vuelve más importante para la gente convertirse en vigilante de la Tierra y sus recursos».
Además, las personas desean vivir de forma saludable y confortable.
Al combinar la capacidad de la siguiente evolución de Internet de sentir, recoger, transmitir, analizar y distribuir datos a escala masiva con la forma que las personas procesan la información «conseguiremos sociedades más eficientes y menos desiguales».
Lo que las vacas y la luz tienen en común
Al cruzar el umbral de conectar más objetos que personas a la Red, emerge una nueva ventana de oportunidades para la creación de aplicaciones en las áreas de automatización, sentido, y comunicación entre máquinas.
De hecho, las posibilidades son ilimitadas. Los ejemplos actuales que aquí se describen ilustran de alguna manera cómo está cambiando a mejor la vida de las personas.
En la Red de los objetos, incluso las vacas están conectadas.
Un reportaje de The Economist titulado Negocios aumentados describía cómo Sparked, una compañía holandesa, implanta sensores en las orejas de las vacas que permiten conocer los movimientos y salud del animal para monitorizar y asegurar un correcto abastecimiento de suministro lácteo y cárnico a la cadena alimentaria, así como una reducción del tiempo que el ganadero debe dedicar a la gestión de su explotación.
De forma anecdótica, se calcula que una vaca genera 200 Mb de datos al año. Ante tal abundancia de información, cada vez se hacen más necesarias «herramientas que permitan analizar los datos en tiempo real y tomar decisiones con rapidez», asevera Manuel del Pino.
A la vez que se desarrollan nuevos modelos de eficiencia y de negocio con un impacto económico positivo, mayores beneficios se producen en la sociedad.
Uno de los campos donde se puede producir una diferencia significativa es a la hora de reducir los índices mundiales de pobreza.
Como indica el ya fallecido profesor C. K. Prajalad en su libro La fortuna en la base de la pirámide, de la cocreación, o creación conjunta de un mercado, en torno a las necesidades de los pobres, puede resultar el alivio de la pobreza.
Así, en un estudio realizado en India al comparar los precios de la electricidad en los barrios ricos y pobres de Bombay, las ineficiencias en los sistemas de distribución provocan que el mismo servicio sea más caro en los barrios pobres que en los ricos.
La fuente de la disparidad se produce en el mayor coste de distribución en los barrios pobres, por robos y fugas.
En la actualidad se está desarrollando una solución que permitirá, a través de sensores y sistemas inteligentes, detectar y controlar los fallos del sistema de distribución, reduciendo las pérdidas y robos, igualando los costes de distribución y reduciendo la factura final que el usuario deberá pagar en cualquier barrio de la ciudad, permitiendo, a su vez, que más gente pueda acceder al suministro, al resultar más barato.
Mayor calidad de vida
La población mundial está envejeciendo. De hecho, se estima que a mediados de siglo habrá aproximadamente 1.000 millones de personas mayores de 65 años.
Internet de los objetos mejorará significativamente la calidad de vida de estas personas.
Por ejemplo, con un sensor conectado a la Red se pueden monitorizar las señales vitales de una persona y mandar una alerta a un familiar o encargado cuando algo falla, o detectar cuando una persona se ha caído y no puede levantarse.
De la misma manera, los médicos pueden seguir la evolución de sus pacientes y mejorar su atención sanitaria gracias a dispositivos que se conectan al enfermo y alertan si el organismo no funciona como debe.
Así, «los sectores de la sanidad, electricidad, comercio, financiero, transporte y logística», constata Manuel del Pino, «son los motores del cambio en los que más se está invirtiendo hoy».
Para José Ramón González:
«El cambio se está produciendo progresivamente en proyectos concretos que acercarán el Internet de los objetos aún más al ciudadano y propiciarán su desarrollo en comercios, restaurantes y espacios públicos como museos o estadios».
En el deporte ya hay «sistemas de medición en el tenis (ojo de halcón), el fútbol (chips gps), Fórmula 1 y motos, o taekwondo (la chaqueta que recibe el golpe manda toda la información)» explica Eulogio Ruiz, consejero delegado de MSL, una multinacional especializada en el seguimiento de eventos deportivos.
«En una competición, cada segundo se divide en un millón de millonésimas de información que pueden interesar. Eso quiere decir que, por ejemplo, en fútbol podríamos saber en tiempo real cualquier incidencia de un partido, aunque la FIFA no quiere».
El futuro ya está aquí
La industria del motor también se encuentra entre las más innovadoras en este terreno. Podemos transformar fácilmente el coche en un centro de conexión a Internet, integrar una pantalla en el salpicadero, y añadir iTunes, Spotify, Facebook y Twitter para dotar de mayor entretenimiento a nuestros viajes.
Empresas como Ford y Volkswagen se están moviendo hacia el tipo de conectividad que permite afirmar que se están creando coches inteligentes.
Cuando Google comenzó a probar una flota de coches sin conductor hace un par de años, la gente sintió horror sólo de pensarlo, pero un vehículo equipado con cámaras y sensores conectados puede, en teoría, conducir incluso mejor que una persona.
Y si pudiésemos reducir drásticamente las muertes en carretera, como Google afirma, ¿por qué no tener fe en la tecnología?
Aunque estos proyectos todavía son muy incipientes, «ya existen aplicaciones para que las empresas de seguros calculen el precio del seguro del coche en función de nuestra conducción al volante», afirma Manuel del Pino, «o que avisan al taller cuando se produce una avería».
Oportunidades de negocio
El avance en la sociedad del Internet de los objetos ofrecerá nuevas oportunidades de negocio y puestos de trabajo.
Para Del Pino:
«Principalmente en las áreas de redes, desarrollo de software y gestión de la información, así como en el sector de servicios».
En el análisis coincide José Ramón González, para el que «se necesitará una gran cantidad de profesionales técnicos, así como trabajadores en áreas ligadas a las telecomunicaciones, como instaladores, comerciales o encargados de mantenimiento».
«El procesamiento de toda esa información requerirá además un importante volumen de trabajo de análisis y procesamiento, porque, aunque la tecnología se encargará de coordinar los objetos conectados, los humanos siempre deberemos controlar a las máquinas y su correcto funcionamiento».
Sirva el ejemplo chino para ilustrar las enormes posibilidades de negocio que van a surgir próximamente. La superpotencia ha colocado el Internet de los objetos como primer objetivo de su plan económico para los próximos cinco años.
Sin embargo, el Internet de los objetos no es sólo una cuestión de ganar dinero o ahorrar tiempo y esfuerzo a las personas; sino que, como afirma Evans:
«Va a jugar un papel muy importante en la gestión y localización de los recursos de la Tierra, permitiéndonos a su vez conocer la información necesaria para terminar con problemas verdaderamente importantes para la humanidad como son la pobreza y el hambre en el mundo».
NOTA.- leer artículo original en ‘La Gaceta’